¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Los cazadores (1977). El viaje de los comediantes (1975). Días del treinta y seis (1972). La reconstrucción (1970)
Intermedio,
Barcelona,
Sueño de navidad
La Puri (Oficina Soviética para el Cine)
He tenido un sueño. (¿Qué pasa? ¿Es que una no puede tener sueños o qué?). Sigamos. He tenido un sueño. Era un sueño de actualidad. Llegaba a mi casa, procedente de una calle en que hacía un frío que te despellejaba viva; vaya, que hacía un frío de ambiente de crisis. Al llegar a casa, me quitaba el abrigo, los zapatos, me arremolinaba bien arremolinada sobre el sofá y ordenaba (oigan, no se crean que yo hago esto, ¡que mala imagen!, pero, en fin, ¡así es el sueño!): “Kalashnikov, ¡el DVD!”. Igualito, igualito que lo que dio por decir a Nikita Jruschov cuando se enteró de la muerte de Stalin: “Khrustaliov, ¡el coche!” [Khrustaliov, a todo esto, sólo era el chofer del bigotazos], que era como decir, para entendernos, “Trae para aquí el auto, antes de que vengan otros y se lo queden, pandilla de chorizos”. Bueno, pues yo igual. (Por lo demás, Khrustaliov, masinu! (1988) es el título de una película del rotundo Alexei Guerman, pero nada. No temáis: ¿quién va a editar a este maestro del cine si resulta que es ruso? Vamos, como si pidiéramos que nos editaran la integral de Larisa Shepitko, ¡vamos apañados, que además de ser soviética tiene el descaro de ser mujer! Estas cosas sólo pasan hablando de sueños, fijo. O séase que pasemos a otra cosa: sigamos durmiendo.)
“Kalashnikov, ¡el DVD!”. Y el bueno de Kalashnikov ―que yo no entiendo qué hacía en mi casa― encendió la tele y puso en marcha el reproductor de DVD. Y el sueño se convirtió en películas. ¡Ah, pero no os creáis! En películas que me sé de memoria; en películas que al instante decía para mí: “¡Tate, ya sé cual es!”.
Era un lago azul, en un día tranquilo aunque bajo un cielo que amenazaba con ponerse lluvioso, cuando empieza a sonar una música apagada con resabios griegos y se ven muy lentamente unas barcas largas atiborradas de banderas rojas, que pasan como si fuera un entierro o una anunciación. ¡Cómo iba a olvidarlo! Si es Los cazadores (1977), que la TVE2 cortó por la mitad por meterse con la monarquía… ¡griega! Pero el sueño proseguía a piñón fijo.
Era una mañana de domingo, cuando las calles están tranquilas, cuando todos están durmiendo aún. Hay un mitin anticomunista, y ocho personas ―cinco hombres y tres mujeres― se alejan de la multitud que vitorea, y se van por una calle, con paso cansino y encogidos por el frío. ¡Pero si a estos los conozco! ¡Son las figuras de El viaje de los comediantes (1975)! ¡Claro que sí! ¡Me diréis que no! Pero todo va a gran velocidad, no hay tiempo para los interludios de tasca y chascarrillo.
Dos hombres suben a un montón de piedras, se dan la mano y se quedan esperando a que la gente se apacigüe y dar comienzo a un mitin sindical; pero suenan unos disparos, el que iba a dar el mitin cae mortalmente herido y los obreros se piran más de prisa que corriendo, por si los cazadores piensan seguir cobrándose piezas. También, también los conozco, chavales. ¡Es la primera secuencia de Días del treinta y seis (1972), que ―parece increíble, la verdad— pero Angelopoulos la rodó en Creta bajo un sol que ya no volvería a rodar, como si los turistas fuesen a Grecia a disfrutar sólo de clima lluvioso! Pero, sin embargo, el sueño continúa.
Aunque ahora en blanco y negro, para variar. Hay una casona campesina, y está la mujer en la puerta, esperando. Viene el amante, y se van para el interior. Algo deben hacer dentro, porque la cámara sostiene el plano, impasible el ademán. ¡Ah, claro! ¡El marido, tú! Pues sí, llega el marido y se mete en el interior de la casa. Algo deben de hacer, porque nos parece oír a la mujer gritar. Pero como la cámara sigue inmóvil fuera, pues libre juego a la imaginación, pero de seguro nada. Después aparecen los tres chiquillos de la casa, y corretean por ahí delante. Luego sale el amante, que echa pies en polvorosa. Y al cabo de un rato ―tranquila, no hay prisa— sale la mujer, abraza a los críos y se vuelve a meter en el interior de la casa, y al cabo de nada te plantan el fin. Fin de la película y fin del sueño. O séase, fin de La reconstrucción (1970), con un final que es también el principio ―¡pues sí que empieza bien, el Theo!— de esta reconstrucción criminal.
Y, claro, fin del sueño, porque no tiene nada de raro que sueñe con estas películas porque, ¡al fin!, las ha sacado Intermedio en un paquete para arreglarnos las fiestas. Increíble, pero cierto: las cuatros primeras películas de Angelopoulos, presentadas por éste y con un librito de Pere Alberó en que sitúa las películas dentro de la historia de Grecia (lo que, a decir verdad, se agradece). Lo siento, majaderos: no tenéis excusa. ¿Cómo vais a seguir suscritos a mientras tanto electrónico si no vais corriendo a comprar el excelente y formidable paquete?
O sea, que todo controlado, y a seguir durmiendo. Es la sección de DVD de una gran superficie comercial. En novedades, se ven Jean-Luc Godard y el grupo Dziga Vertov, Theo Angelopoulos, 1970-1977, etcétera. Se oye un barullo creciente, aunque remoto. De golpe, por las escalerillas mecánicas, apiñada y combativa, empieza a desplegarse la marea roja. Unos traen banderas rojas, otros traen capuchas de papá noel, pero todos van en busca de los cofres de Angelopoulos: los actuales, los antiguos, los que haya. Cuando pasan, no queda ni un solo ejemplar de Angelopoulos, ni de Resnais, ni de Guédiguian ni de Eisenstein, ni nada. Todo vendido: habrá que esperar a otra edición. Entonces voy yo y pido ―¡inocente, inocente!— el nuevo paquete de Angelopoulos, y me dice el sonriente joven que no queda ni uno. Que está agotado.
¿Agotado? Es un verbo que en boca de un dependiente me horroriza: por desgracia, lo que yo busco nunca se agota. Y, naturaca, me despierto. ¿Todo ha sido un sueño? Mujer, ¡no te pases!, el paquete de Angelopoulos está a la venta, pero… poco más. Ni copan las estanterías, ni hay multitudes con banderas dispuestas a comprarlos. Es decir, igual como siempre. ¿Y vosotros, criaturas, mis parecidos y parecidas, mis hermanos y hermanas? Pues como siempre: despistando, hasta el mes que viene. O peor aún: riendo como si fuese la página de humor. Pero de meter el Angelopoulos en la cesta de la compra, ni hablar, vamos. ¡Faltaría más! Es que hay crisis, decís, con el carro lleno a rebosar con objetos de consumo obligado (por quienes pagan los carteles de publicidad). Amiguitas y amiguitos, si me lo permitís, tenéis guasa, con perdón. Y, esto, la verdad, no me gusta nada. Pero nada de nada.
¿Sabéis que os digo? ¡Mejor seguir soñando! Con las películas de Angelopoulos que vinieron, las que han venido, las que vendrán.
Y feliz año nuevo, tú, que se me olvidaba.
1 /
2009