¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Gema Delgado
Rafael Poch-de-Feliu: «Washington se prepara para un conflicto militar contra el resto del mundo y necesita a su lado a la UE»
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) fue corresponsal internacional durante 35 años, la mayor parte de ellos en Moscú y Pekín. Conoce en profundidad a los principales protagonistas de la tragedia que se representa hoy en el escenario euro asiático, y ha escrito largo y tendido sobre ello en libros que nos llevan a los últimos años de la URSS, a la Rusia de Putin, a China y a Alemania. Una de sus publicaciones, La Gran Transición (Rusia 1985-2002), fue calificada por Paco Fernández Buey y Manuel Vázquez Montalbán como “la obra más completa, documentada y sugerente publicada en castellano sobre aquel periodo”. El libro ha sido reeditado por Crítica el año pasado con un amplio epílogo ucraniano.
Poch mantiene un blog desde el que pone luz a los aspectos más relevantes para comprender la complejidad de la geopolítica (tan fácil de simplificar y manipular en titulares de prensa y mensajes en redes sociales) y donde recoge sus artículos y difunde otros que enfocan distintas aristas del poliedro desde el que recomponer una visión pluridimensional del mundo. En esta entrevista nos habla de la importancia de la guerra en Ucrania y la masacre en Gaza como un punto de inflexión en la crisis del declive occidental y su dominio global, de la política belicista de Estados Unidos para no rendirse a un multilateralismo inevitable, del papel seguidista que juega la Unión Europea en contra de sus propios intereses, y de una nueva posible crisis de los misiles con una Europa adormecida. Un análisis que desarrolla en: El año 2024: Gaza, Ucrania y Eurasia en la crisis del declive occidental (upf.edu), de libre consulta.
Gema Delgado: Más de 40.000 palestinos masacrados en Gaza, diez meses de bombardeos para dejar un territorio inhabitable y sin palestinos, huérfanos por doquier, población mutilada, desnutrida, sin agua potable, enfermando, sufriendo, muriendo porque así lo quiere el gobierno israelí y nadie para los pies a Netanyahu que entra en el Congreso estadounidense con honores de jefe de Estado. Los principales líderes europeos no se atreven a nombrar la palabra genocidio. Ni se plantean sanciones económicas. ¿Qué se puede hacer antes de que Israel acabe de destruir lo que queda en pie?
Rafael Poch De Feliu: Empecemos por emplear el vocabulario apropiado. Lo de Israel en Palestina no es un “conflicto” ni una “guerra”. Es una masacre. La previsión de la revista The Lancet es que en términos reales se ha eliminado al 8% de la población gazatí, entre muertes directas e indirectas. Pero irá a más si no cesan la matanza, la hambruna y el desastre sanitario inducido. Y no hay indicios de que vaya a cesar. Mientras tanto, hasta la “justicia internacional”, una institución organizada por Occidente en el sistema de la ONU creado tras la Segunda Guerra Mundial, examina el asunto como “plausible genocidio”. Y en París se ha puesto la guinda a este verano de oprobio, recibiendo con toda normalidad a la delegación deportiva israelí, mientras se vetaba a rusos y bielorrusos. En Francia y Alemania se criminaliza la mera solidaridad con Palestina. Hay detenidos por enarbolar la bandera palestina. La complicidad de los gobiernos y medios de comunicación occidentales es clamorosa. Todo esto es inadmisible. Representa una afrenta a la más elemental noción de justicia y también la más seria advertencia para el futuro, porque dejando pasar esta masacre, se admite la solución militar a cualquier problema de “población superflua” que nos abocará el futuro, con zonas del planeta que se harán inhabitables por causa del cambio global y grandes movimientos migratorios que convertirán en anécdota la actual hecatombe que se vive en el Mediterráneo. El escenario de una Gaza global como solución a la crisis antropocénica del sistema capitalista está servido. Esto no tiene nada de apocalíptico, sino que es puro realismo empírico.
G.D.: Israel juega con extender el conflicto con Gaza a escala regional: Irán, Líbano, Yemen, Estrecho de Ormuz. Irán amenaza con responder al asesinato en su país de Haniyeh, líder de la facción política del movimiento islamista Hamas, y principal negociador con Israel sobre los rehenes secuestrados. ¿Qué puede suponer esa extensión del conflicto, a quién le interesa y qué repercusiones tendría?
R.PdF.: Mas allá de los movimientos de unos y otros, lo que estamos presenciando es el suicidio de Israel como Estado. Un estado colonial masacrador era algo viable en los siglos XIX y XX, las potencias europeas lo fueron, pero en nuestro tiempo esa conducta te hace perder el tan cacareado por Israel “derecho a la existencia” como Estado. Ni la actual masacre de Palestina ni el evocado escenario de una “Gaza global” son compatibles con el derecho. Además, en términos puramente prácticos, un país de nueve millones de habitantes, sin recursos naturales, que practica una política agresiva con todo su entorno y que está rodeado de Estados hostiles y poblaciones radicalizadas por décadas de injusticia y doble rasero que suman centenares de millones, es manifiestamente inviable. Tarde o temprano perderá el apoyo de sus padrinos americanos y europeos, y se quedará solo en su loca carrera suicida. Israel es hoy el lugar del mundo más peligroso para los judíos. Centenares de miles de israelís así lo entienden: ya han abandonado el país, o tienen en el bolsillo un segundo pasaporte por si acaso. En su demencia, el gobierno israelí es el único actor de la región que parece interesado en ampliar la violencia hacia una guerra regional, pero no es un impulso racional. Estados Unidos no desea una escalada regional. Los iraníes que tienen una situación interna bien delicada tampoco están en esa actitud. Hace muchos siglos que no invaden a nadie. Desde los años setenta proponen crear una zona desnuclearizada en Oriente Medio y el líder religioso de su revolución islámica, el ayatolá Jomeini, dictó en su día una fatwa prohibiendo el arma nuclear. El potencial de misiles convencionales de Irán es suficiente para borrar del mapa a Israel y está bien enterrado y protegido en sus montañas en instalaciones a prueba de bombas nucleares. El debate para anular aquella fatwa debe ser bastante vivo hoy entre los clérigos que mandan allá, y se anuncian respuestas a las provocaciones para no perder la cara. Supongo que habrá alguna respuesta, pero los persas inventaron el ajedrez y no parecen tener deseos de entrar al trapo de un demente. Tampoco Hezbolá va más allá de una respuesta mínima entre otras razones porque la situación en el Líbano es muy frágil y delicada, pero dicho esto, la situación es muy peligrosa y puede escapar fácilmente a cualquier propósito racional de moderación.
G.D.: La presidenta de la Comisión Europea aboga por una Europa de la defensa, por aumentar exponencialmente el gasto en armamento e incrementar la producción de material militar. ¿Nos estamos preparando para la guerra?
R.PdF.: Sin duda. Nos estamos preparando para un peligro bélico creado por la estupidez y el seguidismo de los propios gobiernos europeos. La actual tensión en el mundo tiene que ver con el intento de Occidente, principalmente de Estados Unidos, de impedir por medios militares el declive de su poder en el mundo. La desastrosa guerra continua de Washington desde el fin de la Guerra Fría, que ha ocasionado unos 4 millones de muertos y 40 millones de desplazados en el arco que va de Afganistán a Libia, tiene que ver con la concepción neocón, común a republicanos y demócratas, de un dominio del mundo en solitario formulada en 1992 y practicada desde entonces. El ascenso de China, la resistencia de Rusia y la cada vez mayor enajenación del Sur global, es decir la mayoría mundial, apuntan desde hace tiempo a un orden —o desorden— multipolar basado en el multilateralismo y la interacción entre diversos centros de poder. La prioridad americana para Europa, perfectamente conocida y documentada, era separar a Alemania de Rusia e impedir la integración de la Unión Europea en el conglomerado geoeconómico euroasiático cuya principal fuerza motriz está en Pekín. China es el primer socio comercial de la UE. Rusia era su principal socio energético. Estados Unidos está rompiendo ambas relaciones. Lo de Rusia ya se ha conseguido y en el mejor de los casos la ruptura durará algunas décadas. Lo de China es más difícil, pero también avanza. El resultado será, está siendo, la subordinación de la UE a Estados Unidos. La “Europa de la defensa” no forma parte de un propósito de la UE por ser un actor mundial autónomo capaz de influir en el mundo multipolar en formación, lo que sería hasta cierto punto comprensible, sino que se encamina a afianzar el papel de “ayudante del Sheriff” americano en un proyecto de dominio imperialista global que no parece viable, dada la correlación de fuerzas. Preguntémonos, ¿quién amenaza Europa militarmente? Más allá de lo que afirma nuestra propaganda, nadie en Moscú tiene la menor intención e interés en atacar esa Europa oriental de la que Moscú se retiró unilateralmente en los noventa, a menos que los ataques militares contra Rusia, que gente como Josep Borrell quiere incrementar levantando toda restricción sobre uso de armas occidentales contra territorio ruso, acaben representando una amenaza existencial para el Kremlin. Tampoco China amenaza militarmente a la UE. Entonces ¿para qué toda esta militarización? La respuesta es obvia: es el resultado de varias décadas de mala política europea.
El horizonte es muy preocupante porque apunta a una nueva crisis nuclear en Europa como la de la Guerra Fría, pero con la importante diferencia de la ausencia del marco de acuerdos de control de armamentos entonces vigente. Estados Unidos se ha retirado unilateralmente de casi todos esos acuerdos, dos de ellos cruciales particularmente para Europa. En 2002 se retiró del acuerdo ABM que prohibía la instalación de sistemas antimisiles capaces de interceptar y anular el ataque del adversario nuclear. El acuerdo garantizaba que el primero en disparar sería el segundo en morir. En 2019 se retiró del acuerdo sobre fuerzas nucleares intermedias (INF) que prohibía desplegar armas nucleares tácticas (de menor alcance). En consecuencia, se instalaron baterías antimisiles de Estados Unidos en Polonia y Rumanía. Se dijo, desvergonzadamente, que eran contra Irán, país que carecía y carece de potencial misilístico de tan largo alcance. Los rusos saben perfectamente que esas baterías “defensivas” son contra ellos y que pueden ser cargadas en cuestión de minutos con misiles nucleares ofensivos, así que tras chocar con la reiterada negativa americana a reconsiderar el despliegue, instalaron también misiles tácticos en Kaliningrado, su territorio nacional, no en Cuba o México, que es lo que Rumanía y Polonia representarían para Estados Unidos en un escenario geográfico parejo, sino en Kaliningrado y ahora en Bielorrusia. En la cumbre de la OTAN de Washington del pasado julio, el presidente Biden dio un paso más al anunciar el despliegue de misiles en Alemania capaces de alcanzar Moscú en pocos minutos, a partir del 2026. Llegamos así a una nueva “crisis de los misiles” en Europa como la de mediados de los años ochenta del pasado siglo que dio lugar al mayor movimiento pacifista, particularmente en Alemania, con la diferencia de que hoy la opinión pública está adormecida… Naturalmente todo esto habría sido imposible sin la expansión de la OTAN hacia el este, rompiendo los acuerdos escritos y verbales suscritos en la materia a principios de los años noventa con Gorbachov. Por eso hablo de varias décadas de mala política europea que acompañan el cierre en falso de la Guerra Fría. Y en esa “mala política” se incluye la mala información de nuestros medios de comunicación todos estos años en los que se ha intentado imponer una “seguridad europea” primero sin Rusia y luego contra Rusia, lo que ha acabado estallando, como muchos advertimos hace un cuarto de siglo. Creían que Rusia iba a ser eternamente una república bananera como lo fue en los noventa y resulta que se ha recuperado y exige que se tengan en cuenta sus intereses.
G.D.: La guerra de Ucrania podría haberse evitado pero no se hizo. Podría buscarse una solución negociada al conflicto, pero no se hace. ¿por qué se alimenta esta guerra y hasta cuando se mantendrá?
R.PdF.: La opinión pública occidental, que, en general, comprende las criminales responsabilidades de Israel y sus padrinos occidentales en la masacre de civiles en Palestina aún no entiende quién es el principal responsable de la carnicería de Ucrania. “Al fin y al cabo ha sido Rusia la que ha invadido”, se dice, como pueden decir sobre el ataque de Hamas a Israel del 7 de octubre: “fue Hamas quien atacó”. Pero si en Palestina todo el mundo entiende que el asunto no empezó el 7 de octubre de 2023, sino por lo menos setenta años antes, en Ucrania se insiste en situar el principio en la invasión rusa del 24 de febrero de 2022. “La comparación es inválida”, se replica, porque Rusia, a diferencia de Palestina, es la más fuerte. “No es David, sino Goliat”, y los ucranianos tienen derecho a la autodeterminación y a defenderse, se dice.
Rusia, efectivamente, es más fuerte que Ucrania, pero mucho más débil que las fuerzas sumadas de Estados Unidos y la Unión Europea que animan la guerra contra ella con armas y dinero desde mucho antes de la invasión rusa de febrero de 2022. Respecto a la autodeterminación de los ucranianos, ¿de cuáles de ellos? ¿Los de Crimea y el Donbas, tienen derecho a ella? En cualquier caso, esa autodeterminación ha sido pisoteada por todas las potencias que intervienen en el conflicto y también por el propio gobierno ucraniano.
Además de la expansión de la OTAN, primero hacia los antiguos países del bloque soviético y luego en las ex repúblicas soviéticas, impuesta sin atender a las razones de Rusia, hay que recordar cuáles fueron las condiciones de la independencia de Ucrania, consagradas en tres documentos fundamentales para el establecimiento de ese país. En primer lugar su Declaración de Independencia de 1991, en la que se dice que “La Ucrania independiente adoptará la neutralidad permanente, sin intención de unirse a bloques militares”. Cinco años después la Constitución aprobada en 1996 sobre la base de la Declaración de Independencia, también incluía el principio de neutralidad. Dos años antes, en diciembre de 1994, Ucrania firmó el llamado “Memorándum de Budapest”, del que en Occidente solo se menciona el violado compromiso ruso con el respeto a la integridad territorial de Ucrania, a cambio de recibir las armas nucleares que Ucrania heredó de la URSS. La OTAN también ignoró en 2008 aquel Memorándum cuando declaró a Ucrania y Georgia como futuros miembros del bloque militar occidental. Así que no fue solo Rusia quien violó el Memorándum de Budapest. Pero ¿acaso la voluntad soberana de la población no tiene derecho a cambiar de opinión y a contradecir todos esos documentos optando por el alineamiento en la OTAN?, se puede replicar. En primer lugar, el ingreso en un bloque militar hostil en el mismo patio trasero de una superpotencia nuclear, no es una cuestión de derechos. Los cubanos tenían más razón y más derecho que un santo al pedir misiles soviéticos en Cuba en 1962 para evitar ser invadidos de nuevo. Pero no era cuestión de derecho, sino del riesgo de una guerra nuclear, como se vio en la crisis de los misiles de octubre de 1962 que puso al mundo al borde del desastre nuclear y concluyó con la retirada de los misiles… En segundo lugar, las encuestas de opinión realizadas en 2008, cuando se formula la provocativa invitación de la OTAN a Ucrania, informan con todo detalle del mayoritario rechazo de la población ucraniana al ingreso en la OTAN. La soberanía popular no tuvo nada que ver con la línea atlantista del gobierno ucraniano sino con las continuadas presiones de Estados Unidos y la Unión Europea para obtenerla. La voluntad popular fue pisoteada por los occidentales y por el propio gobierno de Kiev… El debate es, por tanto, mucho más complejo de lo que se ofrece al público. Con un debate serio las responsabilidades de la guerra de Ucrania serían, seguramente, adjudicadas en un 70% a Occidente con el restante 30% repartido entre la élite rusa y la ucraniana. Metidos ya en la recta final de la crisis, el conflicto pudo resolverse antes de la invasión cuando en diciembre de 2021 Moscú envió dos documentos a la OTAN y a Washington para solucionar la crisis mediante una retirada de la OTAN y un estatuto de neutralidad para Ucrania, que fueron rechazados. En abril de nuevo Occidente reventó las negociaciones de paz que se habían iniciado inmediatamente después de la invasión, primero en Minsk y luego en Estambul. Decenas de miles de muertos después, en el tercer año de la guerra, ni la OTAN ni la Unión Europea han realizado el menor movimiento para una paz negociada. Cuando el primer ministro húngaro, el derechista Viktor Orbán, cargado de buen sentido, inició consultas con Kiev, Moscú y Pekín, con miras a restablecer una negociación, fue unánimemente condenado, boicoteado y castigado por la Unión Europea. Todo eso retrata la incapacidad y la falta de voluntad de la Unión Europea para una solución diplomática. La clave para el cambio de actitud está en Washington, no en Bruselas, y habrá que ver qué pasa en las elecciones americanas de noviembre.
En su relación con Rusia, la Unión Europea hace muchos años que no tiene diplomacia. Tiene “política de derechos humanos”, es decir la selectiva utilización política de los derechos humanos para presionar al adversario. Tiene política de imagen y propaganda cultural de guerra: basta repasar la abundancia de rusófobos a quien concede sus premios literarios y ciudadanos, desde la neocon Anne Applebaum, hasta los escritores ucranianos Serhij Zhadan y Andréi Kurkov, cuyo principal mérito es el racismo cultural contra todo lo ruso, pasando por el detestado presidente francés, Emmanuel Macron que cacarea con el envío de tropas francesas a Ucrania. Tiene también política de sanciones, que de momento se vuelven contra ella, y tiene, en fin una política militar. Todo esto lo tiene el mundo de Bruselas, pero no tiene diplomacia. El jefe de su diplomacia, Josep Borrell, dice que “la situación se decidirá en el campo de batalla”. Usa la lógica de un jefe militar. Y los que le van a tomar el relevo, como la señora Kallas, son aún peores.
Kallas y Borrell apoyan el uso de los misiles occidentales en suelo ruso. También les encanta que el ejército ucraniano haya entrado en la región rusa de Kursk en una operación de imagen con gran protagonismo británico, según la prensa inglesa, que la mayoría de los especialistas describen como carente de todo sentido militar… Además, es muy poco inteligente porque si la guerra no ha sido hasta ahora demasiado popular en Rusia, la presencia de tanques alemanes y el impacto de misiles europeos y americanos en territorio nacional ruso, despertarán seguramente fervores patrióticos e históricos que hasta ahora están bastante adormecidos, pese a la propaganda oficial que insiste en la analogía con la “gran guerra patriótica” que desencadenó la invasión hitleriana, con participación de tropas de toda Europa, desde Finlandia a España… Mi impresión es que, a menos que entremos en una perspectiva de tercera guerra mundial, la guerra se saldará con enormes y dolorosas pérdidas territoriales para Ucrania, por no hablar de las humanas. Otra cuestión es si una “victoria rusa”, sea cual sea el significado de eso, será estable para Moscú o se transformará en un cáncer para Rusia, con atentados, “antiterrorismo” y más represión, dentro y fuera de las zonas arrebatadas a Ucrania… A los gobiernos occidentales no les importa la ruina económica y demográfica de Ucrania, que ya ha perdido la tercera parte de su población, toda una generación de jóvenes mutilados, centenares de miles de muertos, huérfanos y viudas, así como la quinta parte de su territorio nacional. Su objetivo es desgastar a Rusia. Después de lo que estamos viendo en Palestina, para mi está perfectamente claro que una victoria occidental en Ucrania significaría, además de una grave y peligrosa crisis interna en Rusia, la deportación y expulsión de algunos millones de ucranianos rusófilos de Crimea y el Donbas a Rusia, que es, con mucho, el principal país receptor de refugiados ucranianos. Y todo eso sin que nuestros medios de comunicación y los gobiernos europeos perdieran la compostura, como ocurre con la masacre de Gaza, particularmente en Alemania y Francia.
Desde la óptica de Estados Unidos esta es una guerra contra Europa, por el control de Europa. Washington se prepara para un conflicto militar contra el resto del mundo y necesita a su lado a la OTAN, que de momento manda más en Bruselas que la Unión Europea. La recesión en Alemania, por causa de los precios de la energía que restan competitividad a sus empresas, le viene bien a la economía americana, que, además pondrá el grueso de las armas para la “Europa de la defensa”. En su entrevista con la revista Time del 4 de junio, el presidente Biden lo dijo de forma muy clara: “si dejamos caer a Ucrania, mire lo que le digo, Polonia y todas esas naciones junto a la frontera de Rusia, desde los Balcanes hasta Bielorrusia, empezarán a hacer sus propias componendas”. Es la posibilidad de una autonomía europea y de su integración en un marco euroasiático con motor chino, lo que está en disputa.
G.D.: En tus artículos nos adviertes de no hacernos trampas en el solitario. La izquierda francesa reaccionó a tiempo para cortarle el acceso a la presidencia del país a Marie Le Pen. Gana en París pero pierden los bastiones de la izquierda. Lo explicas en el artículo Por qué lo de Francia es una victoria postergada de la extrema derecha, de Serge Halimi, el ex director de Le Monde Diplomatique, recogido en tu blog. ¿Qué lectura deberíamos sacar de los resultados de las elecciones francesas?
R.PdF.: Lo que dice es bien claro. La izquierda logró hacer frente a la extrema derecha, pero no ha ganado. Hay 200 diputados de la izquierda, contra 350 de la derecha, sumando el macronismo, los republicanos y las huestes de Le Pen. Así que no ha ganado. Además, dentro de esa izquierda, hay muchos representantes de lo que yo llamo “izquierda de derechas” (gente que se dice de izquierdas y que apoya a Israel, apoya el envío de armas a Ucrania o prioriza los “estilos de vida” sobre las cuestiones sociales, la sanidad, la educación y el mundo del trabajo) que es la gente que ha gobernado el país con el (difunto) Partido Socialista. Si se apoya el belicismo y el capitalismo neoliberal, no se es de izquierda… Lo que se ha conseguido, dice Halimi, es aplazar la llegada de la extrema derecha al poder en Francia. Macron es el principal facilitador de esa futura victoria, pero también los vacíos que la izquierda de derechas dejó en las últimas décadas en la esfera social y en el mundo del trabajo al abrazar la teología neoliberal tienen una clara responsabilidad. La extrema derecha, y no solo en Francia, ocupa muchos de esos vacíos. Todo eso solo podría cambiar si hubiera una revuelta social que se llevara por delante a la V República, algo como lo que sugirió el movimiento de los “chalecos amarillos” pero en grande, un movimiento de los de abajo, es decir de la mayoría perjudicada por el capitalismo y perdedora. La historia social de Francia ha conocido esos episodios que han dado tono a Europa. ¿Hay posibilidades hoy? ¿Hay energía para ese necesario gran barrido?
Mientras tanto, Macron ha creado una situación curiosa. El bloque más votado en las elecciones fue el de la izquierda, por tanto la tradición de la V República exige que haya un gobierno de ese color. Hay un gran esfuerzo institucional y propagandístico de medios de comunicación corruptos en manos de magnates para evitar que la única fuerza de izquierdas, la Francia Insumisa de Jean-Luc Melenchon (LFI, lo que nuestra prensa describe como “izquierda radical” simplemente por tener un programa de reforma social y ecológica) llegue al gobierno con algunos ministros. Como se hizo con Corbyn en Gran Bretaña, se acusa a Melenchon de “antisemitismo” por decir la verdad en el asunto Gaza, pero no parece que Melenchon se vaya a amilanar como hizo Corbyn. En cualquier caso, esa izquierda en minoría en la cámara y dividida internamente, se ha puesto de acuerdo en presentar a Lucie Castets como candidata (social, pero no de LFI) a primera ministra. Macron se niega a aceptarlo y todo se empieza a parecer bastante a la imposición autoritaria de un presidente desprestigiado pero convencido de su genialidad. En 2017 auguré que con ese tipo de actitudes que entonces ya se veían venir, Macron condenaba a la oposición a un estatuto “antisistema”. “Cualquier fuerza social que se oponga al macronismo tendrá que cambiar el régimen”. Hoy por hoy la extrema derecha navega con el viento en popa. Ojalá los movimientos sociales en Francia nos dieran una sorpresa.
G.D.: Alemania es otro país que conoces muy bien. Muchas cosas están cambiando en los últimos años: rearme, endurecimiento de la política migratoria, política belicista hasta en los Verdes… la izquierda está en sus peores momentos, surge la figura de Sahra Wagenknecht. ¿Qué está pasando en Alemania?
R.PdF.: La miseria política es general en Europa, pero es en Alemania donde la degeneración tiene mayores consecuencias para el conjunto. Basta comparar a los políticos alemanes postreunificación con los Willy Brandt, Helmuth Schmidt, Hans-Dietrich Genscher, a los franceses con sus antecesores, los italianos con aquella gran tradición de izquierdas del “compromiso histórico” que han llevado al poder a personajes como Silvio Berlusconi o Meloni, etc. La decadencia es extraordinaria y, obviamente, no es una mera cuestión de personas, sino de procesos de fondo que tienen que ver con la propia arquitectura neoliberal de los fundamentos de la Unión Europea. Se constata una manifiesta devaluación de la calidad general del liderazgo europeo, con la peor galería de dirigentes alemanes de la historia de la RFA; desde el canciller Olaf Scholz a la ministra de exteriores Annalena Baerbock y la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen. Su nivel de incompetencia es extraordinario. Los problemas económicos de Alemania disuelven su liderazgo y autoridad en la UE y afectan al conjunto de la UE. El papel de comparsa que Berlín ha jugado en el humillante atentado americano de septiembre de 2022 contra su infraestructura gasística báltica Nord Stream, lo retrata todo.
El rechazo del gas ruso supone un cambio estructural enorme para la UE. Aumentan los costes de producción y se reduce la competitividad. La desindustrialización va a continuar. Muchas empresas consumidoras de energía cierran o se deslocalizan hacia Estados Unidos, donde los precios energéticos no solo son más bajos sino que además, gracias a una mayor disponibilidad de capital, Estados Unidos puede conceder más subvenciones que la UE a sus empresas. Los niveles de deuda de la UE están aumentando. La única figura que en Alemania menciona todo esto es Sahra Wagenknecht. Habrá que ver, pero hay que observar el panorama general de un conglomerado en claro proceso de devaluación. Paz, prosperidad y estabilidad, eran las tres promesas esenciales de la Unión Europea. El eje francoalemán garantizaba la paz, el mercado interno la prosperidad, y el euro la estabilidad. Con la guerra de Ucrania y la masacre de civiles en Palestina, con la crisis de refugiados y emigrantes en aumento, y con la recesión que comportan las fallidas sanciones a Rusia y el consiguiente aumento de los precios energéticos, todo eso se está hundiendo. Trasladando el centro de la política europea hacia el este, Estados Unidos incrementa su control político-militar de la UE. Polacos y bálticos se han hecho más dependientes de Washington y piden que establezca bases militares permanentes en su territorio. Alemania acepta instalar euromisiles nucleares en su territorio. La “autonomía estratégica” ya no es un concepto actual en la UE. La consolidación de un polo de los países más proestadounidenses del este y norte de Europa, lo obstaculiza aún más. El resultado es una Unión Europea más débil e inoperante a medio plazo.
G.D.: Las tensiones en torno a China vienen de largo y continúan a través de Taiwán, el Mar Meridional, Filipinas… Después de Rusia, ¿la OTAN dirigirá su objetivo a atacar a China?
R.PdF.: Asia Oriental es el tercer escenario después de Ucrania y Oriente Medio y es allí, en la potencia china, donde los americanos ven el principal problema para su intento de impedir militarmente la devaluación de su dominio mundial. Sumando esos tres escenarios, resulta un panorama enormemente explosivo y peligroso que implica en los tres frentes a potencias nucleares: Rusia, Estados Unidos, Israel, China y Corea del Norte. El ex vicesecretario de Estado para Europa y Eurasia en la administración Trump, Aaron Wess Mitchell, dijo en noviembre algo con lo que estoy de acuerdo: que la situación es particularmente delicada para Washington porque, incluso despejando el catastrófico escenario que una guerra nuclear supone para el conjunto de la humanidad y limitándose a un conflicto convencional, Estados Unidos podría perder una guerra si tuviera que actuar en tres frentes simultáneamente. En tal caso, la situación exigiría, en palabras de Wess Mitchell que “Estados Unidos tenga que ser fuerte en cada uno de los tres escenarios bélicos, mientras que sus tres adversarios, China, Rusia e Irán, solo tienen que ser fuertes en su propia región para alcanzar sus objetivos”. No creo que a Europa le interese meterse en ese berenjenal.
G.D.: En este contexto bélico mundial, ¿qué oportunidades se abren para la paz y para unas relaciones de cooperación en lugar de confrontación?
R.PdF.: Decir que una guerra en tres frentes es inverosímil, es tan poco tranquilizador como considerar poco probable un enfrentamiento nuclear: su mera posibilidad es demasiado terrible para ser barajada y obliga a actuar para despejarla. Pero además de terrorífico e inmoral, es estúpido. La salida de los problemas que la humanidad tiene planteados este siglo es imposible sin una estrecha concertación mundial, particularmente entre China y Estados Unidos. De momento vamos en la dirección opuesta. Estamos perdiendo un tiempo precioso que no tenemos como especie, porque a diferencia de las tecnologías de destrucción masiva y del rearme, que son temas que se pueden congelar y con los que se puede convivir, la cuestión del cambio global y del calentamiento climático es algo que va a más conforme te demoras en atajarlo. Un extraterrestre que observara la humanidad desde allá arriba diría que hemos perdido la razón.
[Fuente: Mundo Obrero]
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