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Luis Castro

El Proyecto 2025 de la Heritage Foundation: la institucionalización del trumpismo

Un posible segundo mandato de Donald Trump suscita alarmas generalizadas. Por lo que viene diciendo en campaña, no cabría esperar cambios importantes en su política sobre inmigración, cambio climático o minorías, ni en su subordinación a los intereses de las grandes corporaciones. Su liaison con Elon Musk es algo más que un símbolo. Pero, si se desea ver en detalle cómo seguiría su actuación en esos temas y muchos otros, conviene consultar el Proyecto 2025, de la Heritage Foundation, un compendio del programa general del neoconservadurismo ultra norteamericano. En la hipótesis de una toma de posesión de Trump el próximo 1 de enero, la HF remedia su indigencia mental y moral con propuestas políticas detalladas y aportaría personal adiestrado para llevarlas a cabo, como ya hizo en el mandato anterior.

* * *

El debate televisado entre Donald Trump y Kamala Harris dejó pocas cosas claras, aparte del dominio de las tablas de esta y la melonada de los inmigrantes que se comen las mascotas en Ohio (donde es senador J. D. Vance, candidato a la vicepresidencia con Trump y autor del bulo). Preguntados uno y otro por la economía y la sanidad se limitaron a decir que tenían “planes», sin entrar en detalles. Trump dio por sentado que Harris seguiría las políticas de Biden (“claramente, yo no soy Biden”, dijo ella), mientras que Harris sacó a relucir el Proyecto 2025, elaborado por la ultraconservadora Fundación Heritage (HF), que, según la vicepresidenta, orientaría la política de Trump si accede de nuevo a la Casa Blanca.

Mentía una vez más. Durante su mandato (2017-2021) miembros destacados de la HF ocuparon altos cargos en el Gobierno federal, como Nick Mulvaney, director del Tesoro y jefe de gabinete, Richard Perry, secretario de energía, Betsy DeVos, secretaria de educación, Jeff Sessions, fiscal general, o Edward Scott Pruitt, administrador de la Agencia de Protección Ambiental, entre otros. El propio Vance no andaría muy lejos de ese think tank, que se presenta como un cuartel general de “todo el movimiento conservador”, ocupando un lugar político e ideológico casi equivalente al de la ultraderecha europea o al de la motosierra de Milei. La HF inspira al Tea Party y comparte ideas e intereses con asociaciones como la Nacional del Rifle, el Instituto de la Industria Energética (fósil, se entiende), el de la Empresa Americana y muchas otras (en el Proyecto se citan más de 50, que forman un “Consejo asesor” del mismo).

Pero la HF no solo aportó personal político a Trump, sino todo un repertorio de miles de propuestas: según la propia HF, al menos dos tercios de las iniciativas políticas de Trump venían inspiradas en ideas suyas, como el abandono del Acuerdo de París sobre el cambio climático, el aumento del gasto militar, la ampliación de las explotaciones petrolíferas en zonas continentales y marítimas o la retirada de EE. UU. de la UNESCO. Kevin Roberts, actual director de la HF, señala que el papel de la fundación es ahora la “institucionalizar el trumpismo”.

Algo así es lo que pretende fundamentar el Proyecto 2025. Un mandato para el liderazgo. La promesa conservadora, un tocho de más de 900 páginas en el que han colaborado unos 400 académicos y muchas asociaciones conservadoras. Ahí se anuncia que la HF tendrá preparados argumentos y propuestas políticas, así como el personal idóneo para ponerlos en práctica en una posible administración Trump a partir del 1 de enero de 2025. Para ese momento la HF habrá adiestrado mediante cursillos a toda una cohorte de expertos simpatizantes dispuestos a trabajar para ella desde el primer día: una de las ideas clave del proyecto es la de expulsar masivamente a “burócratas” de la administración federal, supuestamente ajenos al sentir popular y a la voluntad del presidente, y sustituirlos por personal de confianza de la Casa Blanca. Para algunos, eso sería volver al clásico spoil system, por el cual el partido vencedor en las elecciones coparía los cargos y empleos públicos (como también se hacía en la España de la Restauración).

El programa político e ideológico de la HF no es nuevo: viene teniendo influencia desde la época de Ronald Reagan, incluso con presidentes demócratas como Clinton, cuando el republicano ultra Newt Gingrich ocupó la presidencia de la Cámara de Representantes. Pero la HF reivindica especialmente la memoria de Reagan, en el que ven al pionero que recuperó el genuino espíritu americano de los Padres Fundadores. Reagan, ya desde su etapa como gobernador de California se había mostrado como el portavoz de un movimiento de reacción neoconservadora que pedía más orden social (frente a las movilizaciones de los campus y de los derechos civiles de las minorías), menor incidencia y gasto del Estado (salvo en “defensa”) y una política exterior agresiva e intervencionista frente a la URSS y los países radicales de lo que entonces se llamaba el “Tercer Mundo”. Lo que le llevó, ya en la presidencia, a un programa de rearme inusitado que puso en peligro el equilibrio atómico con la “Stars War” y los euromisiles, cuyo uso no se descartaba dentro de una “guerra nuclear limitada” en Europa. En consecuencia, el gasto militar aumentó un 51% en el quinquenio 1980-1985, superando los 1,5 billones de dólares, lo que le obligó a detraer recursos de programas sociales y a aumentar la deuda pública, que superó el 40% del PIB, a lo que contribuyeron también los recortes de los impuestos sobre las rentas. Pues bien: buena parte de las iniciativas de Reagan venían inspiradas por un memorándum de la HF semejante al que ahora comentamos, de modo que el tono alarmista y agresivo y las propuestas del Proyecto 2025 tienen un aire conocido. Tanto entonces como ahora, las ideas de la Fundación encuentran campo abonado en las mentes de presidentes caracterizados por su carencia de conocimientos en política exterior, su simplismo mental y su conservadurismo.

La reivindicación expresa de la revolución conservadora de Reagan por parte de la HF puede ser completada con la evocación del macartismo. Si entonces se veía a los comunistas infiltrados por todas partes, incluso en la administración y el ejército, hoy la HF denuncia la grave amenaza de la “tiranía woke”, de los ecologistas extremistas y de las élites políticas y culturales, que, se dice, controlan el aparato del Estado en su provecho, boicotean a las asociaciones confesionales y patrióticas y colocan a la sociedad norteamericana al borde del abismo, al erosionar los valores básicos de la Constitución y del American Way of Life. Así lo expresa Paul Dans, director del Proyecto 2025: “La larga marcha del marxismo cultural en nuestras instituciones ha ido adelante. El Gobierno federal es un Behemot convertido en arma contra los ciudadanos americanos y los valores conservadores, con la libertad asediada como nunca” (nota previa a la publicación). Con lenguaje apocalíptico se llama a un cierre de filas y a elaborar un “plan de batalla” para frenar esas tendencias disolventes, pasar a la ofensiva y recuperar el poder para “el pueblo”.

Si Reagan dijo que “el Estado no es la solución, es el problema”, ahora se trata de reducirlo y de someterlo al arbitrio del presidente, que debería poner orden y tener bajo su control no solo al personal de la administración federal, una vez depurada de los disidentes, sino a las principales agencias y comisiones federales (FBI, Departamento de Justicia, Seguridad Interior, Comercio, etc.). Por otra parte, el control del Tribunal Supremo a través de jueces conservadores designados permitiría ampliar impunemente el campo de acción del presidente incluso cuando algunas de sus acciones u omisiones dañen gravemente las instituciones, como se ha visto en los intentos de manipulación electoral o el asalto al Congreso. Todo lo cual caracterizaría a un régimen que podríamos calificar como autoritario, populista, confesional y supremacista. Sin embargo, los miembros de la HF gustan etiquetarse como “nacionalistas conservadores” y “libertarios”.

La HF sigue también la tradicional línea dura en política exterior, encaminada a mantener la hegemonía global de EE. UU. Pero si en la anterior Guerra Fría el enemigo era la URSS y un “comunismo” identificado tan genéricamente que podía aplicarse a cualquier movimiento político que en cualquier parte del mundo amenazara los intereses estratégicos norteamericanos, hoy es la China comunista la que se pone en el punto de mira, no solo por su desafío a esa hegemonía, sino porque, lo mismo que la “amenaza roja” en la época de McCarthy, supuestamente se está infiltrando en la sociedad americana a través de los institutos Confucio, aplicaciones como TikTok y relaciones económicas con algunas grandes corporaciones de EE. UU., que estarían lesionando gravemente al país al transferir conocimientos y propiciar el enriquecimiento de la economía china. El análisis que la HF hace de la situación nos coloca claramente en una nueva dinámica de guerra fría: se parte de que China ha impulsado “una espectacular expansión de sus fuerzas nucleares, que podrían llegar a igualar o superar el arsenal nuclear de los propios EE. UU.” (p. 93 del Proyecto). En consecuencia, como en la época de Reagan, se pide “reconstruir el músculo»: estimular el reclutamiento de voluntarios, agilizar la toma de decisiones, dar más cancha las Fuerzas Operativas Especiales (intervenciones unilaterales) y desarrollar nuevas armas de todo tipo, incluyendo las nucleares y espaciales, de modo que el arsenal de EE. UU. sea siempre superior al de China y Rusia en conjunto. Todo lo cual significa aumentar el gasto del Departamento de Defensa, que actualmente se lleva unos 850.000 millones de dólares anuales, más del 50% del gasto federal discrecional (p. 96 del Proyecto). Esto más que duplica el gasto militar de la época de Reagan y ha elevado la deuda pública hasta el 124% del PIB.

Sobre las políticas de familia, educación y emigración no haremos mayor comentario, pues no son muy distintas a las que practican los “nacionalistas conservadores” en Europa (así se define también la ultraderecha de Meloni) o, en España, las que proponen Vox y, en ocasiones, el PP. En todo caso, llama la atención la importancia prioritaria que la HF y los republicanos norteamericanos prestan a este tipo de cuestiones, en detrimento de otras como los servicios sociales o la desigualdad. Como decía Chomsky en una entrevista reciente, se ve que, no pudiendo generar votos con sus políticas económicas al servicio del gran capital y las grandes corporaciones, prefieren desviar la atención hacia estas “guerras culturales”.

Así pues, conviene echar un vistazo a este Proyecto 2025, ya que nos da una idea de por dónde irán los tiros si Trump vuelve a la Casa Blanca. Tiros que pueden ser más que figurados si no llega a ella, pues la HF venía propalando el bulo de que Biden —esto lo dijeron antes de que abandonara la candidatura— estaba dispuesto a mantenerse en la presidencia por la fuerza si perdía las elecciones. Un infundio así podría servir de “justificación” para un nuevo asalto al Congreso o algún otro intento descabellado en el caso de que Trump no reconociera una eventual derrota electoral. Claro que si gana las elecciones tampoco es para quedar tranquilos, teniendo en cuenta lo que dijo a un auditorio cristiano recientemente: “No tendréis que volver a votar, lo arreglaremos tan bien que no tendréis que votar”.

Ofrecemos aquí una versión extractada de la Introducción al Proyecto 2025.

 

Proyecto 2025. Un mandato para el liderazgo. La promesa conservadora

Prólogo de Kevin D. Roberts, presidente de la Heritage Foundation[1]

Hoy Estados Unidos y el movimiento conservador atraviesan una era de división y peligro similar a la de finales de la década de 1970. Ahora, como entonces, nuestra clase política está desacreditada por la deshonestidad y la corrupción generalizadas. Así se ven los Estados Unidos bajo la actual élite gobernante y cultural: la inflación está devastando los presupuestos familiares, las muertes por sobredosis de drogas continúan aumentando y los niños sufren la normalización tóxica del transgenerismo con drag queens y pornografía invadiendo sus bibliotecas escolares. En el extranjero, una dictadura comunista totalitaria en Pekín está involucrada en una Guerra Fría estratégica, cultural y económica contra los intereses, los valores y el pueblo de Estados Unidos, mientras las élites globalistas en Washington despiertan lentamente ante esa amenaza creciente. Además, los colectivos de bajos ingresos se están ahogando en la adicción y la dependencia del Gobierno.

Las élites contemporáneas reutilizan los peores ingredientes de la “elegancia radical” de la década de 1970 para construir el culto totalitario conocido hoy como “El Gran Despertar”. Y ahora, como entonces, el Partido Republicano parece tener poca idea sobre qué hacer. Lo más alarmante de todo es que los cimientos morales mismos de nuestra sociedad están en peligro. Sin embargo, los estudiosos de la historia observarán que, a pesar de todos esos desafíos, el final de la década de 1970 resultó ser el momento en que la derecha política se unificó. La Promesa Conservadora y el país llevaron a los Estados Unidos a victorias políticas, económicas y globales históricas.

La Fundación Heritage se enorgullece de haber desempeñado un papel, pequeño pero fundamental, en esa historia. Fue a principios de 1979, en medio de la estanflación, las colas del gas y la invasión de Afganistán por parte del Ejército Rojo —el punto más bajo de los días de malestar de Jimmy Carter—, cuando Heritage lanzó el proyecto “Mandato para el Liderazgo”. Reunimos a cientos de académicos conservadores de todo el movimiento conservador. Este equipo elaboró un manual de gobierno de 20 volúmenes y 3.000 páginas, con más de 2.000 propuestas conservadoras para reformar el Gobierno federal y rescatar al pueblo estadounidense de la disfunción de Washington. […] Se publicó en enero de 1981, el mismo mes en que Ronald Reagan juró su presidencia. A finales de ese año, más del 60% de sus recomendaciones se habían convertido en política y Reagan estaba en camino de poner fin a la estanflación, revivir la confianza y la prosperidad estadounidenses y ganar la Guerra Fría.

La mala noticia de hoy es que nuestra clase política y nuestra élite cultural han conducido una vez más a Estados Unidos hacia la decadencia. La buena noticia es que conocemos la salida, aunque los desafíos de hoy no sean lo que eran en la década de 1970. Los conservadores deben confiar en que podemos rescatar a nuestros hijos, recuperar nuestra cultura, revivir nuestra economía y derrotar a la izquierda antiestadounidense, en casa y en el extranjero. Lo hicimos antes y lo volveremos a hacer […].

La promesa conservadora

Este volumen, La promesa conservadora, es la salva de apertura del Proyecto de Transición Presidencial 2025, lanzado por The Heritage Foundation y nuestros numerosos socios en abril de 2022. Sus 30 capítulos presentan cientos de recomendaciones de políticas claras y concretas para las oficinas de la Casa Blanca, los departamentos del Gabinete, el Congreso y las agencias, comisiones y juntas. Tan importante como el alcance de ellas es la amplitud de su autoría. Este libro es la obra de más de 400 académicos y expertos en políticas de todo el movimiento conservador y de todo el país.

Entre los contribuyentes se encuentran ex funcionarios electos, economistas de renombre mundial y veteranos de cuatro administraciones presidenciales. Esta es una agenda preparada por y para los conservadores que estarán listos el primer día de la próxima Administración para salvar a nuestro país del desastre. Una vez más, la Fundación Heritage facilita este trabajo. […] Los autores expresan recomendaciones de consenso ya elaboradas, especialmente en torno a cuatro grandes frentes que decidirán el futuro de Estados Unidos:

  1. Restaurar a la familia como pieza central de la vida estadounidense y proteger a nuestros hijos.
  2. Desmantelar el Estado administrativo y devolver el autogobierno al pueblo estadounidense.
  3. Defender la soberanía, las fronteras y la riqueza de nuestra nación contra las amenazas globales.
  4. Asegurar nuestros derechos individuales dados por Dios para vivir libremente, lo que nuestra Constitución llama “las bendiciones de la libertad”.

[…]

Este libro, y el Proyecto 2025 en su conjunto, armará al próximo presidente conservador con el mismo tipo de claridad estratégica, pero para una nueva era.

Promesa 1: Restaurar a la familia como la pieza central de la vida americana y proteger a nuestros hijos

El próximo presidente conservador debe ponerse a trabajar en la verdadera prioridad política: el bienestar de la familia estadounidense. En muchos sentidos, el objetivo de centralizar el poder político es subvertir la familia. Su propósito es reemplazar los amores y lealtades naturales de las personas por otros antinaturales. Esto se ve en el aforismo popular de la izquierda: “El Gobierno es simplemente el nombre que le damos a las cosas que elegimos hacer juntos”. Pero en la vida real, la mayoría de las cosas que las personas “hacen juntas” no tienen nada que ver con el Gobierno. Estas son las instituciones mediadoras que sirven como bloques de construcción de cualquier sociedad sana. Matrimonio. Familia. Trabajo. Iglesia. Escuela. Voluntariado […].

Hoy la familia estadounidense está en crisis. El cuarenta% de todos los niños nacen de las madres solteras, incluyendo a más del 70% de los niños negros. No existe programa gubernamental que pueda reemplazar el agujero en el alma de un niño por la ausencia de un padre. La falta de padre es una de las principales fuentes de la pobreza estadounidense, del crimen, de las enfermedades mentales, el suicidio adolescente, el abuso de sustancias, el rechazo a la pobreza […]. La Promesa Conservadora incluye docenas de políticas específicas para llevar a cabo esta tarea esencial. Algunos son objetivos obvios y de larga duración, como la eliminación de las penalizaciones por matrimonio en los programas federales de asistencia social y de tributación, y establecer requisitos de trabajo para cupones de alimentos […].

Hoy la izquierda está amenazando el estatus de exención de impuestos de las iglesias y organizaciones benéficas que rechazan el progresismo woke. Pronto recurrirán a las escuelas y clubes cristianos con la misma intención totalitaria.

El próximo presidente conservador debe hacer que las instituciones de Estados Unidos sean civiles. La sociedad es un objetivo difícil para los guerreros de la cultura woke. Esto comienza con la eliminación de los términos orientación sexual e identidad de género (“OSIG”), diversidad, equidad e inclusión (“DEI”), género, igualdad de género, equidad de género, conciencia de género, sensibilidad de género, aborto, salud reproductiva, derechos reproductivos y cualquier otro término […]. La pornografía debería ser prohibida. Las personas que la producen y distribuyen deben ser encarcelados […].

En nuestras escuelas, la cuestión de la autoridad de los padres sobre la educación de sus hijos es simple: las escuelas sirven a los padres, no al revés. Es por supuesto el mejor argumento para la elección universal de escuela, un objetivo que todos los conservadores y presidentes conservadores deben perseguir. Los derechos de los padres como educadores primarios de sus hijos no deben ser negociables.

Escuelas americanas. Los estados, ciudades y condados, las juntas escolares, los jefes sindicales, los directores y los maestros que no estén de acuerdo deben ser excluidos inmediatamente de los fondos federales. Los nocivos principios de la “teoría crítica de la raza” y la “ideología de género” deberían ser extirpados de los planes de estudio de todas las escuelas públicas del país. […]

Esta determinación debe colorear cada una de nuestras políticas. Considérese nuestro enfoque de las empresas Bigtech. Las peores se aprovechan de los niños, como los traficantes de drogas, para atraparlos adictos a sus aplicaciones móviles. Muchos ejecutivos de Silicon Valley no dejan que sus propios hijos tengan teléfonos inteligentes[2]. Sin embargo, ganan miles de millones de dólares al hacer adictos a los hijos de otras personas. TikTok, Instagram, Facebook, Twitter y otras plataformas de redes sociales están diseñadas específicamente para crear dependencias que alimentan enfermedades mentales y ansiedad, para deshilachar los vínculos de los niños con sus padres y hermanos. La política federal no puede permitir que el abuso continúe.

Por último, los conservadores deberían celebrar la mayor victoria a favor de la familia en una generación: la revocación de Roe v. Wade, una decisión que durante cinco décadas hizo burla a nuestra Constitución y facilitó la muerte de decenas de millones de personas no nacidas[3] […].

Promesa 2: Desmantelar el Estado administrativo y devolver el autogobierno al pueblo estadounidense

Por supuesto, la forma más segura de hacer que el Gobierno federal vuelva a trabajar para el pueblo estadounidense es reducir su tamaño y sea algo que se parezca a la intención constitucional original. Los conservadores desean un gobierno más pequeño no por su propio bien, sino por el bien del florecimiento humano. Pero el establishment de Washington no quiere un gobierno constitucionalmente limitado, porque significaría que pierden el poder.

Al igual que la restauración de la soberanía popular, la tarea de reforzar las ataduras constitucionales y democráticas del Gobierno federal recuerda a la de Ronald Reagan y su observación de que “no hay respuestas fáciles, pero hay respuestas simples” […].

Consideremos el presupuesto federal. Según la ley actual, el Congreso está obligado a aprobar anualmente un presupuesto y 12 proyectos de ley de gastos específicos que le acompañan. La última vez que el Congreso lo hizo fue en 1996. El Congreso ya no presupuesta, autoriza o categoriza el gasto. En cambio, los líderes de los partidos negocian proyectos de ley de gastos multimillonarios con varios miles de páginas, que luego se votan antes de que nadie, literalmente, haya tenido la oportunidad de leerlos […]. Este proceso no está diseñado para empoderar a 330 millones de ciudadanos estadounidenses y a sus representantes electos, sino más bien para empoderar a las élites del partido que negocian en secreto sin ningún escrutinio o supervisión pública.

Al final, el comportamiento de los líderes del Congreso no es diferente del de las élites globales que aíslan las decisiones políticas, sobre el clima, el comercio y la salud pública, lo que sea, de la soberanía de los electorados nacionales. El escrutinio y la democrática rendición de cuentas dificultan la vida de los responsables de la formulación de políticas, por lo que tratan de eludirlos […].

El término Estado Administrativo se refiere al trabajo de formulación de políticas realizado por burocracias de todos los departamentos, agencias y millones de personas del Gobierno federal. De conformidad con el artículo I de la Constitución, “Todos los poderes legislativos aquí establecidos serán conferidos a un Congreso de los Estados Unidos, el cual estará integrado por un Senado y una Cámara de Representantes”. Es decir, la ley federal es promulgada solo por legisladores electos en ambas cámaras del Congreso […].

En las últimas décadas, los miembros de la Cámara de Representantes y el Senado descubrieron que si ceden ese poder al gobierno (artículo II), también pueden negar la responsabilidad de sus acciones. Así que hoy en Washington la mayor parte de la política ya no la establece el Congreso, sino el Estado Administrativo. Ante la posibilidad de elegir entre ser poderosos pero vulnerables o irrelevantes pero famosos, la mayoría de los miembros del Congreso han optado por lo segundo […].

El Gobierno federal cada vez se hace más grande y menos constitucionalmente responsable, incluso ante el presidente.

  • Una combinación de burócratas electos y no electos en la Agencia de Protección del Medio Ambiente estrangulan silenciosamente la producción nacional de energía con normas difíciles de entender.
  • Los burócratas del Departamento de Seguridad Nacional, siguiendo el ejemplo de una Administración irresponsable, ordenan la aplicación de la ley en las fronteras y en materia de inmigración las agencias ayudan a los migrantes a ingresar ilegalmente a nuestro país con impunidad.
  • Los burócratas del Departamento de Educación inyectan mensajes racistas, antiamericanos, propaganda ahistórica en las aulas de Estados Unidos.
  • Los burócratas del Departamento de Justicia obligan a los distritos escolares a socavar los deportes de las niñas y los derechos de los padres para satisfacer a los extremistas transgénero.
  • Los burócratas woke del Pentágono obligan a las tropas a asistir a un “entrenamiento” de seminarios sobre el “privilegio blanco”.
  • Y los burócratas del Departamento de Estado infunden a los programas de ayuda exterior de EE.UU. extremismo woke sobre la “interseccionalidad[4] y el aborto[5].

[…]

Seamos claros: las regulaciones más atroces promulgadas por la actual administración provienen de un solo lugar: el Despacho Oval. El presidente no puede esconderse detrás de las agencias; como dejan claro sus muchas órdenes ejecutivas, suya es la responsabilidad de las regulaciones que amenazan a las comunidades, escuelas y familias. Un presidente conservador debe actuar rápidamente para acabar con estos vastos abusos del poder presidencial y destituir a los burócratas de carrera y políticos que lo alimentan.

Bien considerado, restableciendo límites fiscales y responsabilidad constitucional al Gobierno federal contribuiría a la restauración de la soberanía nacional del pueblo estadounidense. En asuntos exteriores, estrategia global, presupuesto federal y formulación de políticas, el mismo patrón surge una y otra vez: las élites gobernantes cortan y desgarran a las restricciones y responsabilidades que se les imponen […].

Por muy monolítico que parezca el poder institucional de la izquierda, se origina en el Congreso y se completa con un presidente irresponsable. Un presidente conservador debe recurrir al poder legislativo para tomar medidas decisivas. El Estado Administrativo no irá a ninguna parte mientras el Congreso no actúe para recuperar su poder de los burócratas y de la Casa Blanca. Pero, mientras tanto, hay muchas herramientas ejecutivas que un presidente conservador valiente puede usar para esposar a la burocracia, presionar al Congreso para que vuelva a su responsabilidad constitucional, devolver el poder sobre Washington al pueblo estadounidense, someter al Estado Administrativo y a la vez eliminar la financiación a los guerreros de la cultura woke, que se han infiltrado hasta la última institución de Estados Unidos.

La Promesa Conservadora explica cómo usar muchas de estas herramientas, entre ellas: cómo despedir a burócratas federales supuestamente “no despedibles”; cómo cerrar oficinas corruptas; cómo amordazar la propaganda woke en todos los niveles del gobierno; cómo restaurar la autoridad constitucional del pueblo estadounidense sobre el Estado Administrativo y cómo ahorrar montones de dólares de los contribuyentes.

Finalmente, el presidente puede restaurar la confianza pública y la rendición de cuentas en la función gubernamental más importante de todas: la defensa nacional. El pueblo estadounidense desea un ejército con hombres y mujeres altamente calificados que puedan proteger a la patria y a nuestros intereses en el extranjero. El próximo presidente conservador debe terminar la experimentación social de la izquierda con el ejército, restaurar la guerra como su única misión, y dar máxima prioridad a la eliminación de la amenaza del Partido Comunista Chino.

El próximo presidente conservador debe tener el coraje de poner los intereses del estadounidense de a pie por encima de los deseos de la élite gobernante. La rabia de esta no se puede evitar; simplemente hay que ignorarla. Y puede serlo. La izquierda deriva su poder de las instituciones que controla. Pero esas instituciones son sólo poderosas en la medida en que los funcionarios constitucionales se someten a su autoridad. Un presidente que se niega a hacerlo y utiliza su cargo para volver a imponer la autoridad constitucional y la formulación de políticas federales puede comenzar a corregir décadas de corrupción y destituir a miles de burócratas de sus cargos de confianza, de la que han abusado durante tanto tiempo.

Promesa 3: Defender la soberanía de nuestra nación, fronteras y contra las amenazas globales

Estados Unidos pertenece a “Nosotros, el pueblo”. Toda autoridad gubernamental se deriva del consentimiento del pueblo y el éxito de nuestra nación deriva del carácter de su pueblo. El derecho a gobernarnos a nosotros mismos es el anverso de nuestro deber: no podemos externalizar a terceros nuestra obligación de garantizar las condiciones que permiten que nuestras familias, comunidades locales, iglesias, sinagogas y vecindarios prosperen. La responsabilidad es de cada uno de nosotros, por lo que cada uno de nosotros debe tener la libertad de buscar el bien para nosotros mismos y para aquellos que han sido confiados a nuestro cuidado.

Para la mayoría de los estadounidenses, esto es de sentido común. Pero en Washington D. C. y otros centros de poder izquierdista como los medios de comunicación y la academia, esta declaración de educación cívica es un discurso de odio. Las élites progresistas hablan en términos elevados de apertura, progreso, experiencia, cooperación y globalización. Pero con demasiada frecuencia, estos términos son troyanos retóricos que ocultan su verdadera intención, despojando a “nosotros el pueblo” de nuestra autoridad constitucional sobre el futuro de nuestro país.

Las élites corporativas y políticas de Estados Unidos no creen en los ideales a los que nación está dedicada: el autogobierno, el imperio de la ley y la libertad ordenada. Ellos no confían en el pueblo estadounidense, y desdeñan la restricciones a sus ambiciones. En cambio, creen en una especie de orden wilsoniano del siglo XXI en el que el que la élite gerencial “iluminada” y altamente educada dirige las cosas en lugar de los humildes, familias trabajadoras patrióticas que constituyen la mayoría de lo que las élites llaman despectivamente “país sobrevolado” [flyover country].

Esta arrogancia wilsoniana se ha extendido como un cáncer a través de muchas de las corporaciones más grandes de Estados Unidos, sus instituciones públicas y su cultura popular. Los que dirigen nuestras corporaciones se han plegado a la voluntad de la agenda woke y cuidan más sus inversores y organizaciones extranjeras que a sus trabajadores y clientes estadounidenses. Hoy casi todos los presidentes de universidades de primer nivel de Estados Unidos o los administradores de fondos de cobertura de Wall Street tienen más en común con un jefe de Estado socialista europeo que con los padres en un partido de fútbol de una escuela secundaria en Waco, Texas. Parece que toda la identidad de muchas élites está envuelta en un complejo de superioridad sobre esas personas. Pero según nuestra Constitución, son meros iguales a los trabajadores […].

Los políticos progresistas y los expertos de Estados Unidos […] apoyan con entusiasmo organizaciones como Naciones Unidas y la Unión Europea, que están dirigidas y cuyo personal está compuesto casi en su totalidad por personas que comparten sus valores y que mayormente están aislados de la influencia de las elecciones nacionales. Por eso están ansiosos por que Estados Unidos firme tratados internacionales, desde patentes farmacéuticas hasta el cambio climático o “derechos del niño”, porque esos tratados invariablemente respaldan políticas que nunca podrían pasar en el Congreso de Estados Unidos. Al igual que el progresista Woodrow Wilson hace un siglo, la izquierda woke busca hoy un mundo sujeto a tratados globales que ella escribe y en el que ejerza poderes dictatoriales sobre todas las naciones sin estar sujeta a la responsabilidad democrática.

Por eso la izquierda progresista de hoy apoya tan arrogantemente las fronteras abiertas a pesar de la crisis humanitaria que su política ha creado a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos. Buscan purgar el concepto mismo de Estado-nación del ethos estadounidense, sin importar cuánto aumente la delincuencia o disminuyan los recursos para las escuelas y los hospitales o los salarios de la clase trabajadora. El activismo de fronteras abiertas es un ejemplo clásico de lo que el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer llamó “gracia barata”: promover públicamente la propia virtud sin arriesgarse a ningún inconveniente personal. De hecho, el único impacto directo de las fronteras abiertas en las élites pro-fronteras abiertas es que el flujo constante de inmigración ilegal suprime los salarios de sus amas de casa, paisajistas y ayudantes de camarero.

“Gracia barata” describe acertadamente la historia de amor de la izquierda con el extremismo ambiental. Quienes más sufren las políticas que el ecologismo quiere que promulguemos son los ancianos, los pobres y los vulnerables. No es una causa política, sino una pseudo-religión destinada a bautizar la despiadada búsqueda del poder absoluto de los liberales en el agua bendita de la virtud ambiental.

En el fondo, el extremismo ecologista es decididamente antihumano. La administración y la conservación son suplantadas por el control de la población y la regresión económica. Los ideólogos ecologistas prohibirían los combustibles que hacen funcionar casi todos los coches, aviones, fábricas, granjas y redes eléctricas del mundo. El abandono de la confianza en la resiliencia y la creatividad humanas para responder a los desafíos del futuro plantearía impedimentos a las actividades humanas más significativas. Pondrían patas arriba los asuntos humanos, considerando la actividad humana en sí misma como sobre todo como una amenaza que debe ser sacrificada al dios de la naturaleza.

Los mismos objetivos son el corazón del apoyo de las élites a la globalización económica. Durante 30 años los líderes políticos, económicos y culturales de Estados Unidos han abrazado y enriquecido a la China comunista, mientras su genocida Partido Comunista vacía la base industrial de Estados Unidos. Lo que pudo haber comenzado con buenas intenciones ahora ha quedado claro. El comercio sin restricciones con China ha sido una catástrofe. Ha hecho que un puñado de corporaciones estadounidenses sean enormemente rentables mientras desvía sus incentivos comerciales para alejarlos de las necesidades del pueblo estadounidense. Durante una generación, los políticos de ambos partidos prometieron que el compromiso con Pekín haría crecer nuestra economía al tiempo que inyectaría los valores estadounidenses en China. Ha ocurrido lo contrario. Las fábricas estadounidenses han cerrado. Los trabajos han sido externalizados. Nuestra economía industrial se ha financiarizado. Y mientras tanto las corporaciones que se han beneficiado han fracasado en exportar nuestros valores de derechos humanos y libertad; más bien ha importado valores antiamericanos mediante sus altos ejecutivos.

Incluso antes del auge de las grandes tecnológicas, Wall Street ignoraba el robo en serie de empleos industriales. (“¡Aprende a programar!”, alardeaban). Era solo el precio de progreso. El compromiso fue en todo momento el proyecto de Pekín, no el de Estados Unidos. El Partido Comunista Chino (PCCh) dictaba los términos, solo para romperlos cada vez que le convenía. Han robado nuestra tecnología, han espiado a nuestra gente y han amenazado a nuestros aliados, todo con billones de dólares de riqueza y poderío militar conseguidos por sus acceso a nuestro mercado.

Luego vino el ascenso de las grandes tecnológicas, que ahora son menos una contribución a la economía de Estados Unidos que una herramienta del Gobierno de China. A cambio de mano de obra barata y trato regulatorio especial de Pekín, las empresas de tecnología más grandes de Estados Unidos canalizan datos sobre los estadounidenses al PCCh. Entregan la propiedad intelectual de aplicaciones militares y de inteligencia sensibles para mantener el dinero circulando. Permiten que Pekín censure a los usuarios chinos en sus plataformas. Han dejado que el PCCh establezca sus políticas corporativas sobre las aplicaciones móviles. Y hacen interferencias a nuestras prioridades políticas en Washington […].

Si se quiere entender el peligro que supone la colaboración entre las grandes tecnológicas y el PCCh, no hay que ir más allá de TikTok. La aplicación de video altamente adictiva, utilizada por 80 millones de estadounidenses cada mes y abrumadoramente popular entre niñas adolescentes, es en efecto una herramienta de espionaje chino. Los lazos entre TikTok y el Gobierno chino no son laxos y no son coincidencias.

Lo mismo se puede observar en muchos colegios y universidades de los Estados Unidos. A través de los Institutos Confucio del PCCh en Pekín han tenido el mismo éxito a la hora de hacer concesiones y cooptar nuestro sistema de educación superior como lo han hecho para comprometer y cooptar a las corporaciones estadounidenses.

Un lector casual podría tomar las últimas páginas como un estudio de una amplia gama de desafíos que enfrenta el pueblo estadounidense y el próximo presidente conservador: la formulación de políticas supranacionales, la seguridad fronteriza, la globalización, el compromiso con China, la manufactura, las grandes empresas tecnológicas y las universidades comprometidas con Pekín.

Pero en realidad no se trata de muchas cuestiones, sino de dos: 1) que China es un enemigo totalitario de Estados Unidos, no un socio estratégico ni un competidor justo, y 2) que las élites de Estados Unidos han traicionado al pueblo estadounidense. La solución a todos los problemas anteriores no es jugar con tal o cual programa de gobierno, para reemplazar a tal o cual burócrata. No se trata de problemas de eficiencia tecnocrática, sino de soberanía nacional y de gobernanza constitucional. Los resolvemos no recortando y remodelando las hojas, sino arrancando los árboles, la raíz y la rama.

Organizaciones y acuerdos internacionales que erosionan nuestra Constitución, nuestra ley o la soberanía popular no deben ser reformadas: deben ser abandonadas. Hay que poner fin a la inmigración ilegal, no mitigarla; la frontera sellada, no priorizada. El compromiso económico con China debe terminarse, no repensarse. Nuestra base manufacturera e industrial debe ser restaurada, no se debe permitir que se deteriore más. Los Institutos Confucio, TikTok y cualquier otra rama de la propaganda y el espionaje chinos deben ser prohibidos, no simplemente monitoreados. Las universidades que reciben dinero del PCCh deberían perder su acreditación, estatutos y elegibilidad para recibir fondos federales. El próximo presidente conservador debería ir más allá de la mera defensa de los intereses energéticos de Estados Unidos, pasando a la ofensiva y afirmándolos en todo el mundo. Las vastas reservas de petróleo y gas natural de Estados Unidos no son un problema ambiental, son el alma del crecimiento económico. El dominio estadounidense del mercado energético mundial sería algo bueno para el mundo y, lo que es más importante, para “nosotros, el pueblo”.

No se trata solo de empleos, aunque la producción nacional de energía crea millones de ellos. No se trata solo de salarios más altos para los trabajadores que no fueron a la universidad, aunque recibirían los aumentos de sueldo que se han perdido dos generaciones. El dominio estratégico del espectro completo de la energía facilitaría la revitalización de todo el sector industrial y manufacturero de Estados Unidos a medida que desvinculamos nuestra economía de China. A nivel mundial, reequilibraría el poder alejándolo de los regímenes peligrosos de Rusia y Oriente Medio. Construiría poderosas alianzas con las naciones de rápido crecimiento en África y nos proporcionaría la palanca para contrarrestar las ambiciones chinas en América del Sur y el Pacífico. A nivel local, impulsaría miles de millones de dólares de inversión privada a las comunidades que han sido golpeadas por la globalización desde la década de 1990. Y aclararía nuestras intenciones a Pekín de que el próximo presidente puede garantizar que una gran parte de la reindustrialización de Estados Unidos vaya a la producción del equipo que necesitaremos para disuadir futuras intromisiones extranjeras en nuestros intereses vitales.

Promesa 4. Asegurar el derecho individual que Dios nos ha dado a disfrutar de “las bendiciones de la libertad”

La Declaración de Independencia afirmó la creencia de los Fundadores de Estados Unidos de que “todos los hombres son creados iguales” y dotados de los derechos que Dios ha dado a “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Es la última, “la búsqueda de la felicidad”, la que es fundamental para el heroico experimento de autogobierno de Estados Unidos.

Cuando los Fundadores hablaron de “búsqueda de la felicidad”, lo que querían decir debe entenderse hoy en esencia como “búsqueda de la Bienaventuranza”. Es decir, un individuo debe ser libre para vivir como su Creador lo ordenó: para florecer. Nuestra Constitución concede a cada uno de nosotros la libertad de hacer no lo que quiera, sino lo que debe. Esta búsqueda de la buena vida se encuentra principalmente en la familia: el matrimonio, los hijos, las cenas de Acción de Gracias y similares. Muchos encuentran la felicidad a través de su trabajo. Piense en maestros dedicados o profesionales de la salud que conoce, empresarios o fontaneros que se entregan a sus negocios, cualquiera que vea un trabajo bien hecho como recompensa. La devoción religiosa y la espiritualidad son las mayores fuentes de felicidad por todo el mundo. Otros se encuentran más felices en su voluntariado local con comunidades de amigos, con sus vecinos o su labor cívica o caritativa.

La República Americana se fundó sobre principios que priorizaban y maximizaban los derechos de las personas a vivir una vida mejor o a disfrutar de lo que los Fundadores llamaron “las Bendiciones de la Libertad”. Es esta igualdad radical, la libertad para todos, no solo de derechos, sino también de autoridad, lo que los ricos y poderosos han odiado de la democracia en Estados Unidos desde 1776. Les molesta la audacia de los estadounidenses al insistir en que no los necesitamos para decirnos cómo vivir. Es este derecho inalienable de autodirección, de la oportunidad de dirigirse a sí mismo y a su comunidad, hacia el bien, lo que la clase dominante desdeña.

Con la Declaración de derechos y la Constitución los Fundadores de nuestra nación nos entregaron los medios para preservar este derecho. Abraham Lincoln describió la Declaración como una “manzana de oro” en un marco de plata, la Constitución. Por lo tanto, el próximo presidente conservador debe mirar estos documentos cuando las élites monten su próximo asalto a la libertad. Abandonado a nuestros propios recursos, el pueblo estadounidense rechazó la monarquía europea y el colonialismo, al igual que rechazamos la esclavitud, la ciudadanía de segunda clase para las mujeres, el mercantilismo, el socialismo, el globalismo wilsoniano, el fascismo, el comunismo y (hoy) el wokeísmo. Para la izquierda, estas afirmaciones de autoseguridad patriótica no son más que otros tantos signos de nuestra depravación moral e inferioridad intelectual, prueba de que, de hecho, necesitamos una élite gobernante que tome decisiones por nosotros […].

Estados Unidos sigue siendo la sociedad más innovadora y con mayor movilidad ascendente en el mundo. El Gobierno debe dejar de tratar de sustituir sus propias preferencias a las del pueblo. Y el próximo presidente conservador debería defender el genio dinámico de la libre empresa frente a las sombrías miserias del socialismo dirigido por las élites. La promesa del socialismo (comunismo, marxismo, progresismo, fascismo, cualquiera que sea el nombre que elija) es simple: el control gubernamental de la economía puede garantizar la igualdad de resultados para todas las personas. El problema es que nunca lo ha hecho.

No existe tal cosa como “el Gobierno”. Solo hay gente que trabaja para el Gobierno y ejerce su poder y quien, en casi todas las oportunidades, ejerce para servirse a sí mismos primero y a todos los demás en un distante segundo lugar. Esto no es un fracaso de una nación o partido socialista, sino inherente a la naturaleza humana. Las imágenes satelitales nocturnas de la península coreana muestran el sur de libre mercado iluminado, con casas, negocios y ciudades electrificadas de costa a costa. Por el contrario, la Corea del Norte comunista es casi completamente oscura, excepto por la pequeña ciudad de la capital, Pyongyang, donde un dictador psicótico y sus compinches viven. El mismo fenómeno se manifiesta en el hecho exasperante de que cuatro de los seis condados más ricos de los Estados Unidos son suburbios de Washington D. C., una ciudad tristemente célebre por su falta de industrias productivas nativas.

Vemos la misma corrupción expresada a nivel individual cada vez que los activistas climáticos multimillonarios, que quieren prohibir el transporte alimentado con carbono, vuelan a las conferencias en sus jets privados. O cuando el COVID-19 nos encerró políticos como la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el gobernador de California, Gavin Newsom, fueron descubiertos en la peluquería o cenando en restaurantes de lujo después de moralizar sobre cómo todos los demás debían quedarse en casa y renunciar a esos lujos durante la pandemia. Para para los socialistas, que casi siempre son acomodados, el socialismo no es un medio para igualar los resultados, sino un medio para acumular poder. Nunca llegan a ayudar a nadie más.

El imperio soviético fue un fracaso social y económico. Corea del Norte, a pesar de la opulencia de sus tiranos, es una de las naciones más pobres del mundo. Cuba es tan corrupta que su gente regularmente arriesga sus vidas para escapar a Florida en balsas. Venezuela fue una vez la nación más rica de América del Sur, hoy, una década después de que un dictador marxista asumiera el poder, el 94% de los venezolanos vive en la pobreza […][6].

Hay una razón por la que la economía privada se ciñe a la máxima “el cliente siempre tiene razón”, mientras que las burocracias gubernamentales son notoriamente hostiles al usuario, del mismo modo que hay una razón por la que las organizaciones benéficas privadas son alegres y los sistemas no lo son. No es porque los empleados de las tiendas de comestibles y las mamás de la AMPA sean “buenos” y los burócratas federales sean “malos”. Esto se debe a que las empresas privadas, con fines de lucro o sin fines de lucro, deben cooperar, dar, tener éxito. Así que a medida que el pueblo estadounidense recupera su soberanía, su autoridad constitucional, respeto a sus familias y comunidades, también debe recuperar sus derechos para perseguir la vida buena.

El próximo presidente debería promover políticas económicas favorables al crecimiento, que impulsen nuevos empleos e inversiones, salarios más altos y productividad. Sí, esa agenda debería reformar la tributación, pero debería ir más allá e incluir la aplicación de la ley de defensa de la competencia contra los monopolios corporativos. Debería promover oportunidades educativas fuera del sistema de escuelas y universidades públicas dominado por los woke, incluidas las escuelas de oficios, los programas de aprendizaje y los préstamos estudiantiles, alternativas que financien los sueños de los estudiantes en lugar de los académicos marxistas. Así mismo es importante la ampliación de las oportunidades para los trabajadores y las pequeñas empresas; y el próximo presidente debería tomar medidas enérgicas contra la corrupción capitalista de amiguetes que permite a las corporaciones más grandes de Estados Unidos beneficiarse a través de la influencia política, en lugar de ser competitivas y satisfacer al cliente.

Reformas análogas a favor del crecimiento de la sociedad civil voluntaria de Estados Unidos también son aconsejables. Estados Unidos no es una economía, es un país. La libertad económica no es la única libertad importante. La libertad de religión, la libertad de expresión y de reunión también representan componentes clave de la promesa estadounidense. Hoy, además del problema de la censura de las grandes tecnológicas, vemos a oradores silenciados en las universidades, padres investigados y arrestados por intentar hablar en la escuela o en reuniones de la junta directiva y donantes a causas conservadoras acosados e intimidados. El próximo presidente conservador debe defender nuestros derechos de la Primera Enmienda.

Mejor esfuerzo

En última instancia, la izquierda no cree que todos los hombres son creados iguales, piensan que son especiales. Ciertamente, no creen que todas las personas tengan un derecho inalienable a la búsqueda de la vida buena. Piensan que sólo ellos mismos tienen ese derecho, junto con una responsabilidad moral de tomar decisiones por todos los demás. No creen que ningún ciudadano, estado, empresa, iglesia o caridad deba tener libertad hasta si antes no han doblado la rodilla.

Este libro, esta agenda, todo el Proyecto 2025 es un plan para unir a los conservadores y el pueblo estadounidense contra el gobierno de la élite y los guerreros de la cultura woke. Nuestro movimiento no ha estado unido en los últimos años y nuestro país ha pagado el precio. En la última década, sin embargo, la desintegración de la familia, el crecimiento de China, el Gran Despertar, los abusos de las grandes tecnológicas y la erosión de la rendición de cuentas en Washington han hecho que estas divisiones no solo sean inconvenientes, sino también políticamente suicidas. Cada hora que la izquierda dirige la política federal y las instituciones de élite, nuestra soberanía, nuestra Constitución, nuestras familias y nuestra libertad están un paso más cerca de desaparecer.

Los conservadores tienen solo dos años y una oportunidad para hacerlo bien. Con enemigos en el país y en el extranjero, no hay margen para el error. El tiempo apremia. Si fracasamos, la lucha por la idea misma de América puede estar perdida. Pero debemos aprovechar esta pequeña ventana de oportunidad que nos queda para actuar con coraje y confianza, sin desesperación. La última vez que nuestra nación y nuestro movimiento estuvieron cerca de la derrota, nos unimos detrás de un gran líder y grandes ideas, trascendimos nuestras diferencias, rescatamos a nuestra nación y cambiamos el mundo. Es hora de hacerlo de nuevo.

Ahora, como entonces, sabemos contra quién luchamos y por qué luchamos: por nuestra República, nuestra libertad y los unos por los otros. El próximo presidente conservador asumirá el cargo el 20 de enero de 2025, con una elección simple: grandeza o fracaso. Esa será una prueba desafiante, pero no más de lo que cada generación de estadounidenses ha enfrentado y pasado.

La Promesa Conservadora representa el mejor esfuerzo del movimiento conservador en 2023 y la última oportunidad del próximo presidente conservador para salvar nuestra república.

[Fuente: Conversación sobre Historia. Trad. de Luis Castro]

  1. Mandate for Leadership. The Conservative Promise. Presidential Transition Project. The Heritage Foundation, 2023. Documento completo en https://static.project2025.org/2025_MandateForLeadership_FULL.pdf.
  2. Quispe López, “6 Tech Executives Who Raise Their Kids Tech-Free or Seriously Limit Their Screen Time,” Business Insider, March 5, 2020, https://www.businessinsider.com/tech-execs-screen-time-children-bill-gates-steve-jobs-2019-9 (accessed March 14, 2023).
  3. El caso Roe contra Wade, de 1973, dio lugar a una sentencia de la Corte Suprema estableciendo el derecho de las embarazadas a abortar sin demasiadas limitaciones legales. Ello dio lugar a una larga polémica social y legal hasta que en 2022 otro dictamen anuló la sentencia de 1973 y dio vía libre para que los estados pudieran limitar o prohibir legalmente el aborto. Este cambio de jurisprudencia se achaca a la mayoría de jueces conservadores nombrados por el presidente Trump. (N. del T.)
  4. La interseccionalidad es un enfoque antropológico que considera que la etnia, la clase social, la orientación sexual y otras categorías están relacionadas e interactúan creando múltiples niveles de injusticia social y discriminación. (N. del T.).
  5. Simon Hankinson, “‘Woke’ Public Diplomacy Undermines the State Department’s Core Mission and Weakens U.S. Foreign Policy,” Heritage Foundation Backgrounder No. 3738, December 12, 2022, https://www.heritage.org/global-politics/report/woke-public-diplomacy-undermines-the-state-departments-core-mission-and.
  6. Michelle Nichols, “Venezuelans Facing ‘Unprecedented Challenges,’ Many Need Aid—Internal U.N. Report,” https://www.reuters.com/article/us-venezuela-politics-un/venezuelans-facing-unprecedented-challenges many-need-aid-internal-u-n-report-idUSKCN1R92AG (accessed March 14, 2023).

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2024

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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