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Ramon Arnabat

Retos y oportunidades de las izquierdas transformadoras hoy

Las izquierdas transformadoras pasan por un mal momento, tanto en Cataluña, como en España. Tanto en Europa, como en el Mundo, a pesar de las diferencias y los matices locales, nacionales o regionales. Estamos en el rincón de pensar, aislados de las bases sociales que deberían apoyar las políticas transformadoras. Los últimos resultados electorales son una, que no única, muestra de ello. Tenemos otras muestras, como la división y el fraccionamiento, la dificultad para trazar una estrategia común de transformación, la poca fuerza y empuje de los movimientos sociales transformadores, la pérdida de peso en la disputa por la hegemonía cultural y en el seno de las movilizaciones sociales, o la poca acción transformadora real de la sociedad, entre otras.

Entendiendo que la izquierda transformadora está conformada por las personas, los colectivos, los partidos, los sindicatos y los movimientos sociales que se plantean como objetivo de su praxis la transformación de la sociedad capitalista en una sociedad donde el bien común sea el parámetro central, donde la sostenibilidad ecológica guíe las actividades económicas y las formas de vivir y habitar, donde la igualdad y el feminismo marquen las pautas sociales. Una sociedad donde desaparezca la explotación de los hombres y mujeres por otros hombres y mujeres, donde desaparezcan las desigualdades de clase, de género, nacionales o culturales. Unos le dirán anarquista, otros socialista o comunista, otros ecosocialista, anarcofeminista o ecofeminista, socialista autogestionaria… No es una cuestión de nombres que lleve a debates estériles, es una cuestión de contenidos que permitan aproximaciones comunes fundamentadas en los acuerdos, más que en los desacuerdos.

La izquierda transformadora parece que se haya quedado sin propuestas ni proyectos que interesen a las clases trabajadoras, a las clases populares, a las clases subalternas, como queramos llamarlas, y especialmente a los jóvenes. O bien que las propuestas que tiene no llegan a estos colectivos. O ambas cosas a la vez, según mi parecer.

El espacio político de la izquierda transformadora en Cataluña y en España está troceado y confrontado: los Comunes, Podemos, Sumar, Izquierda Unida, Anticapitalistas…, algunos sectores de ERC, la CUP, el BNG, Compromís, Bildu…, aunque en estos últimos casos el eje nacional pese más que el social. Muchas de estas últimas organizaciones políticas han acabado perdiendo la nación, mientras buscaban el estado. En cualquier caso, todo el mundo que conforma este amplio espacio tiene responsabilidades en esta división y confrontación. Responsabilidades que parece que ninguna organización esté dispuesta a asumir y, en cambio, siempre esté a punto para señalar a los «otros» como responsables. Ahora que vienen una serie de congresos y asambleas nacionales de muchas de estas organizaciones podremos ver si hay capacidad de autocrítica o no, si hay voluntad de rehacer puentes o de romperlos, de formular objetivos, estrategias y tácticas verdaderamente transformadoras… Desgraciadamente, el suicidio colectivo es una de las prácticas más comunes en el seno de determinados sectores de la izquierda transformadora.

Es cierto que estamos en un cambio de ciclo político. Que la ola del 15M y sus réplicas que hicieron florecer nuevos movimientos sociales o impulsar a los más clásicos, que llevaron a miles de ciudadanos a movilizarse a favor de la democracia real, de la justicia social, de los derechos individuales y colectivos…, y contra la corrupción, la democracia delegada o secuestrada, ha finalizado. Estamos ante un nuevo ciclo político, una ola reaccionaria marcada por el aumento de las desigualdades sociales y territoriales, por el auge de la extrema derecha, que no del fascismo, por el armamentismo creciente, por el racismo y la confrontación cultural… Todo ello en una situación de emergencia climática mundial.

El anterior ciclo había favorecido grandes movilizaciones sociales del 99%, movimientos de crítica al capitalismo y en favor de una sociedad socialmente más justa, feminista y ecologista. El nuevo ciclo, en cambio, nos trae la desmovilización, el retroceso en derechos sociales y culturales, el aumento de las desigualdades… En el anterior ciclo nacieron Podemos y los Comunes pero, sobre todo, las mareas y las confluencias municipales que hicieron que en 2015 la izquierda transformadora alcanzara el gobierno en muchas ciudades españolas: A Coruña, Barcelona, Cádiz, Santiago, Zaragoza, Valencia…, entre otras. Y que se pudieran realizar cambios sustanciales y transformadores en las ciudades. Los casos de Barcelona o del Prat de Llobregat son buenos ejemplos. En cambio, en las elecciones municipales de 2023 la izquierda transformadora se presentó dividida en muchos lugares y ha acabado fuera de los gobiernos municipales, siguiendo una tendencia que se inició en 2019. Otro síntoma de la mala salud de la izquierda transformadora.

Hay un cambio de ciclo, es cierto, pero este cambio no es ajeno a las políticas de la izquierda transformadora, sino también resultado de éstas, evidentemente junto a otras, como la contraofensiva del capital y de los sectores reaccionarios. Sin embargo, el nuevo ciclo no es inevitable y su duración dependerá, entre otras cosas, de nuestra acción política, de si somos capaces de ofrecer resistencias y alternativas, al mismo tiempo. De si somos capaces de construir un programa de mínimos compartido y plural.

La izquierda transformadora se ha institucionalizado excesivamente, olvidándose de las propias ideas y prácticas, como aquellas que decían: «un pie en las instituciones y mil en las calles» o «no olvidemos nunca quiénes somos, ni por qué estamos aquí». Esto se ha traducido en una concentración de los cuadros en las instituciones, abandonando los movimientos sociales, al igual que sucedió con las Asociaciones de Vecinos y los Ayuntamientos de 1979. Y en una confusión político-organizativa, porque a menudo son las mismas personas las que ejercen los cargos/liderazgos institucionales y los cargos/liderazgos organizativos, de manera que la política de estas organizaciones viene marcada por los dirigentes institucionales, y no al revés, es decir, que la política institucional esté marcada por las decisiones de las organizaciones. De esta manera, los objetivos de muchas organizaciones pasan de estar en las instituciones para transformar la sociedad a obtener buenos resultados electorales para seguir en las instituciones, ganar poder institucional y reforzar el partido. El medio pasa a ser el objetivo. La táctica se convierte en estrategia. Y, al mismo tiempo, se acaba dificultado la renovación de liderazgos y, por tanto, la renovación de las políticas de las organizaciones. La renovación de liderazgos debe ser una voluntad compartida y debe dotarse de una estrategia que la haga posible y la facilite.

Por otra parte, las «nuevas» organizaciones políticas surgidas del ciclo del 15M han hecho tabla rasa con el pasado de la izquierda transformadora, como si todo empezara ahora con ellas y con sus dirigentes. Perder la memoria y la historia colectiva es un error grave que mutiló a las nuevas organizaciones. Hay que recordarles que la memoria y la historia propia son un elemento clave de la identidad y un elemento imprescindible para entender el presente y proyectarse en el futuro. Otras organizaciones han querido defender nuevas ideas con viejas formas de organización, centralistas y dirigistas, haciendo un mal negocio.

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Salir de la postración en que se encuentra la izquierda transformadora, suponiendo que las organizaciones que la conforman lo quieran y no antepongan los intereses particulares a los colectivos, no será fácil.

La izquierda transformadora debe ser capaz de hacer un buen análisis de la sociedad y del mundo en la tercera década del siglo XXI. Dispone de recursos y capacidad para hacerlo, siempre y cuando sea capaz de pensar y reflexionar más allá de las voces propias e incorpore la inteligencia colectiva, incluso la ajena. Un buen análisis debe ser la base para la estrategia y la acción política, un buen diagnóstico es básico para actuar políticamente. Las características del mundo actual las tenemos bastante bien acotadas: sistema capitalista global, crisis climática, nueva guerra fría en disputa por el poder mundial, aumento de las desigualdades sociales y de todo tipo, retroceso democrático, avance de los autoritarismos…

A partir de este diagnóstico, la izquierda transformadora debe ser cabeza de construir cooperativamente y con las clases trabajadoras y subalternas unos horizontes de esperanza transformadora y unos relatos alternativos que permitan integrar la lucha cotidiana dentro del capitalismo, con su transformación. Hoy las luchas sociales están muy sectorializadas y les falta una perspectiva alternativa que vaya más allá de resolver los problemas concretos. En esta dirección, es imprescindible dar la batalla por la hegemonía cultural. Conformar think tanks plurales de la izquierda transformadora, autónomos de las organizaciones políticas, pero con su colaboración, es una tarea ineludible. La lucha por la hegemonía cultural debería ser uno de los campos principales de lucha, porque en definitiva las personas nos movemos más por lo que sentimos que por lo que vemos. O, mejor dicho, nos movemos más por cómo sentimos lo que vemos, que por la realidad objetivable de lo que vemos.

El dominio del capital sobre los medios de comunicación y las redes sociales es enorme y, aunque debemos dar la batalla en ellos, es necesario que la izquierda transformadora construya espacios de sociabilidad comunitaria, porque es aquí donde podrá combatir la homogeneización cultural del capital y las derechas. Es imprescindible construir una red de sociabilidad que fomente el encuentro y el debate, que sea útil a las clases trabajadoras o subalternas, tanto para resolver problemas concretos como para formarse y luchar por la transformación social. Recuperar y construir nuevos espacios de sociabilidad, palacios del pueblo, para la acción política y cultural, al igual que durante muchos años lo fueron los ateneos, las asociaciones de vecinos, las cooperativas, los grupos de jóvenes, los sindicatos, los colectivos feministas…, es imprescindible para hacer políticas transformadoras reales y no solo de palabra o pensamiento.

Las nuevas organizaciones políticas de las izquierdas transformadoras deben ser capaces de aprovechar las trayectorias de las que las han precedido y de innovar, al mismo tiempo. Es imposible contribuir a la transformación social desde organizaciones burocráticas y dirigistas. Nos hacen falta organizaciones fundamentadas en la democracia de base, en la participación activa de los militantes. Organizaciones bidireccionales, plurales, asamblearias, transparentes y territorializadas, donde la crítica constructiva y la diferencia no sean percibidas y tratadas como un peligro, sino como oportunidades. Organizaciones con liderazgos renovables que deben prepararse y organizarse. Además, la realidad del estado español hace que cualquier alternativa organizativa de las izquierdas transformadoras deba ser confederal.

En definitiva, si la izquierda transformadora quiere recuperar un papel activo en la sociedad actual debe estar dispuesta a hacer cambios organizativos, replantearse los objetivos, las estrategias y las tácticas que le permitan disputar la hegemonía cultural y recuperar la incidencia social entre las clases trabajadoras y las clases subalternas, no en un sentido dirigista, sino participativo, cooperativo y comunitario.

Si la izquierda transformadora quiere salir del rincón de pensar es necesario que sea capaz de trabajar conjunta y pluralmente, tanto para ofrecer respuestas políticas y organizativas a los principales retos que tenemos hoy las clases trabajadoras y subalternas en nuestro país (vivienda, salud, transporte público, educación, trabajo, derechos sociales, democracia, transición energética…) como para transformar la sociedad capitalista para construir otra fundamentada en los hilos rojo, verde y lila. Debe ser capaz de renunciar a determinados liderazgos y protagonismos, y construir espacios de confluencia a nivel de base, en los sindicatos, en las asociaciones vecinales o culturales, empezando por los barrios y los municipios. Debe ser capaz de unirse en torno a unas demandas comunes y plataformas amplias capaces de ilusionar a las clases trabajadoras y subalternas en un horizonte de transformación social.

28 /

9 /

2024

La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.

Walter Benjamin
Tesis sobre la filosofía de la historia (1940)

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