La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Miguel Pajares
¿Por qué las políticas climáticas no funcionan?
Lo que nos exige la emergencia climática es una profunda transformación del sistema productivo y de consumo. Tenemos que cambiar lo que producimos, cómo lo producimos, como lo transportamos y cómo lo consumimos.
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Que no funcionan es algo que se evidencia por la evolución que tienen las emisiones de gases de efecto invernadero. Recordemos que en torno al 2020 buena parte de los gobiernos de los principales países emisores adquirieron compromisos que, más o menos, implicaban reducir en el 2030 a la mitad las emisiones que se daban al inicio de esta década. El informe que presentó el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) en la última cumbre del clima mostraba que en el 2022 se había batido una vez más el récord histórico de emisiones. Y ya en el 2024, La NOAA (agencia estadounidense para la atmósfera y el océano) ha informado de que las emisiones siguieron creciendo en el 2023 y que a lo largo de ese año no aparecieron señales de desaceleración. Ello indica que en el 2024 continuará esa tendencia con toda probabilidad.
Si a mediados de esta década siguen creciendo las emisiones, es del todo improbable que a finales de la misma se hayan reducido a la mitad las que había a sus inicios. Algo que ya advirtió el PNUMA en el mencionado informe, señalando que, con los compromisos presentados por los gobiernos, las emisiones en el 2030 solo habrían disminuido un 2% respecto a las de principios de década.
En la cumbre climática del 2009, la de Copenhague, se dijo que se había perdido la primera década de este siglo en la lucha contra el cambio climático y que no podía perderse la segunda. En la cumbre del 2021, la de Glasgow, volvió a decirse algo parecido: que se había perdido la segunda década y que de ninguna manera podía perderse ya la tercera. Estamos en el 2024 y vamos camino de perder también esta.
¿Cómo es que estamos tan lejos de afrontar con eficacia la emergencia climática cuando los compromisos de los gobiernos son mayores que nunca, cuando las políticas climáticas disponen de tantos recursos, cuando avanzan a tanta velocidad las energías renovables?
La lucha contra el cambio climático es, en esencia, una lucha por reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, y esto solo se logra si disminuyen las fuentes de emisión. La principal de ellas es el consumo de combustibles fósiles; otras son la agricultura industrial de monocultivos, la ganadería industrial, las industrias del acero y del cemento… Ninguna de ellas está menguando. Otro informe del PNUMA, también presentado antes de la última cumbre del clima, advirtió de que “los planes de los gobiernos provocarán en todo el mundo aumentos en la producción de carbón hasta el 2030, y en la producción de gas y petróleo hasta el 2050, cuanto menos”.
¿Por qué ocurre eso cuando las energías renovables están teniendo un desarrollo tan extraordinario? Básicamente, porque el crecimiento económico demanda toda la energía que aportan los combustibles fósiles y toda la que puedan añadir las renovables. Esto se entiende mejor si vemos de dónde sale la energía que el mundo consume. Según el informe del Energy Institute, emitido en junio del 2024, de la energía total que consumimos (620 EJ en el 2023), el petróleo aporta el 31,7%, el carbón el 26,5%, el gas el 23,3%, la hidroeléctrica el 6,5%, la nuclear el 4,0% y, finalmente, las renovables junto con los agrocombustibles el 8,2%. Si solo tenemos en cuenta las renovables solar y eólica, su aportación es del 2,3% (3.967 TWh, o sea, 14,3 EJ).
Como vemos, los combustibles fósiles aportan el 81,5% de la energía mundial, pero lo más significativo es que ese porcentaje se mantiene casi invariable desde hace años. Igualmente, el 2,3% de aportación energética de las renovables solar y eólica es el mismo porcentaje que hace un año y muy parecido al de los años anteriores. Los porcentajes apenas se alteran porque, aunque aumentan mucho las renovables, paralelamente aumenta también el consumo de combustibles fósiles. Y, dados los porcentajes mostrados, basta con un aumento del 0,6% de los combustibles fósiles para que un incremento del 20% de las renovables no sea suficiente para alterar las proporciones finales.
La emergencia climática nos exige reducciones inmediatas e importantes en el consumo de combustibles fósiles (un 6% anual, nos dijo Naciones Unidas), pero eso solo será posible si reducimos el gasto energético, cosa que no ocurrirá si todos los grandes negocios (las petroleras, las automovilísticas, las líneas aéreas, el transporte de mercancías por mar y carreteras, la agroganadería industrial, la moda, el turismo, las tecnológicas, los ejércitos, etc.) siguen creciendo. Esta es la razón última por la que las políticas climáticas no están teniendo eficacia alguna.
No tenemos por qué dudar sobre las buenas intenciones y el compromiso de las personas que están al frente de las políticas climáticas, pero lo cierto es que, en lugar de reducir las emisiones, lo que hacen los gobiernos es autoengañarse (y gastar dinero) con medidas que no nos llevarán a ninguna parte, como la compensación de emisiones, la captura de carbono de la atmósfera, el desarrollo del hidrógeno… Sobre la captura de carbono, el mencionado informe del Energy Institute dice que a finales del 2023 se capturaba el 0,1% del que se emitía, un porcentaje que es el mismo que hace una década. Sobre el hidrógeno baste señalar lo que dijo la Agencia Internacional de la Energía: que la energía que finalmente nos entrega el hidrógeno está por debajo del 30% de la usada para producirlo. El hidrógeno es necesario en la transición energética, pero no es ninguna panacea.
Lo que nos exige la emergencia climática es una profunda transformación del sistema productivo y de consumo. Tenemos que cambiar lo que producimos, cómo lo producimos, como lo transportamos y cómo lo consumimos. Tenemos que organizar a gran escala el consumo de proximidad. Tenemos que reducir drásticamente el consumo suntuario de los ricos. Por decirlo gráficamente, hay que ponerlo todo patas arriba, y eso es algo que no hará el mercado y que solo puede lograrse desde las políticas públicas y la economía social. No es algo que pueda hacerse de la noche a la mañana, pero hay que comenzar a hacerlo. Y hay que darse prisa.
[Fuente: El Salto. Miguel Pajares es autor de Bla-bla-bla. El mito del capitalismo ecológico (Premi Llibreter, 2024)]
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2024