La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
José A. Estévez Araújo
El paisaje después de las elecciones
Analizar los resultados de las recientes elecciones al Parlamento Europeo, celebradas el 9 de junio, presenta ciertas dificultades. Algún medio de comunicación ha establecido comparaciones entre estos resultados y los de las elecciones de 2019. Sin embargo, es importante tener en cuenta un cambio significativo: la exclusión de los miembros británicos. En 2019, en pleno proceso del Brexit, los ciudadanos británicos participaron en los comicios europeos, contribuyendo a la elección de un parlamento de 751 miembros. En cambio, la cámara recién elegida solo tiene 720 escaños, lo que hace que una comparación directa con los resultados de 2019 sea engañosa, ya que no se puede saber cómo habrían influido los votantes británicos en el resultado global.
Un enfoque más adecuado podría consistir en comparar la composición del parlamento saliente —que ya no incluía a la representación británica— y la asamblea que surge de las recientes elecciones. Sin embargo, esta comparación también resulta compleja debido al diferente número de miembros: 705 en el parlamento saliente frente a 720 en el entrante. Por lo tanto, lo mejor sería fijarse en el porcentaje de diputados que los diferentes grupos parlamentarios de la Eurocámara han obtenido en lugar de centrarse únicamente en el número total de escaños obtenidos por cada grupo[1].
A la hora de evaluar los cambios en la composición de un parlamento de 700 miembros, es importante señalar que una subida o bajada de 7 escaños representa solamente el 1% de la composición global. Si examinamos las fluctuaciones en términos porcentuales, observamos que la representación del Partido Popular Europeo aumentó un 1,25%, mientras que los socialdemócratas (Grupo de Progresistas y Demócratas) experimentaron un descenso del 0,89%. La reducción más notable dentro de los grupos tradicionalmente mayoritarios se produjo en el caso de los liberales de Renew Europe, que perdieron un 4,18% de sus escaños, bajando del tercer al cuarto puesto entre los grupos más votados. Estas cifras no sugieren que se haya dado un cambio radical en las tendencias de los votantes que apoyan a los grupos mayoritarios.
La primera decisión importante que tiene que tomar el Parlamento Europeo es el nombramiento del presidente o presidenta de la Comisión Europea, es decir, del gobierno de la UE. El candidato es propuesto por el Consejo Europeo, del que forman parte los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros. Una vez hecho esto, la Cámara tiene que ratificar el nombramiento de otros altos cargos de la UE, como por ejemplo el de ministro de asuntos exteriores, que en el lenguaje de la Unión recibe el pomposo nombre de «Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad».
Los populares, junto con los socialistas y liberales, suman el 55,42% del total de diputados de la cámara, lo que supone, en principio, una mayoría suficiente para aprobar el nombramiento del presidente de la Comisión Europea que se proponga. En este caso, la candidata seleccionada por el Consejo es Ursula von der Leyen, que ya ostentaba el mismo cargo en la anterior legislatura. En principio, no se trata de un panorama en el que parezca necesario buscar el apoyo de alguno de los grupos en que se encuentran ubicados los partidos de extrema derecha para lograr la ratificación. No obstante, dado que la votación es uninominal y secreta, podría producirse alguna sorpresa de última hora.
Las campañas para la elección del Parlamento Europeo suelen centrarse más en cuestiones nacionales que en problemas específicos de la UE. Las propias elecciones sirven como sondeos o encuestas de opinión a gran escala que reflejan la percepción de los votantes sobre el proceder de los partidos gobernantes, actuando como un voto de censura o como una manifestación de respaldo.
Los medios de comunicación han destacado especialmente los resultados internos de Francia, donde el partido de Le Pen obtuvo un porcentaje de votos significativamente superior al del resto de formaciones políticas. En respuesta, el presidente Macron decidió disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones legislativas.
Sin embargo, es crucial tener en cuenta la dimensión europea al analizar estos resultados electorales. Si bien es preocupante que el partido de Marine Le Pen haya recibido el doble de votos que el de Macron, esta victoria resulta menos impactante a escala europea. El grupo Identidad y Democracia, que incluye al partido de Le Pen, solo experimentó un aumento del 1,1% en sus escaños.
Meloni alcanzó la victoria en Italia. Su formación Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) obtuvo un 28,76% de los votos, siendo el partido más votado, seguido por el Partido Democrático con el 24,11% de los sufragios. El grupo del Parlamento Europeo en el que se inscribe el partido de Meloni (Conservadores y Reformistas Europeos, CRE) experimentó un incremento mayor que Identidad y Democracia, alcanzando el 11,53% de los escaños totales, aunque esa cifra sólo representa un aumento del 2,1% de los diputados del Parlamento Europeo.
La situación de Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD) es bastante singular. Este partido de extrema derecha, que formaba parte del grupo Identidad y Democracia (ID) en el Parlamento Europeo, fue expulsado del mismo recientemente. La decisión se produjo el 23 de mayo de 2024, tras una serie de polémicas, especialmente las protagonizadas por el principal candidato del partido, Maximilian Krah. Krah provocó una gran controversia con sus declaraciones a un periódico italiano, en las que afirmaba que no todos los miembros de las SS nazis eran criminales. Esto, junto con los escándalos relacionados con supuestos vínculos de la formación con el espionaje ruso y chino, provocó su expulsión del grupo Identidad y Democracia, lo que indica que las posiciones de AfD resultaban demasiado extremas incluso para ID, que suele ser considerado el grupo parlamentario de ultraderecha más ardiente del Parlamento Europeo. Como resultado de esta expulsión, los eurodiputados de AfD pasaron a formar parte del grupo de «No Inscritos» (NI) en el Parlamento Europeo, y los escaños obtenidos en las recientes elecciones, en las que el partido obtuvo casi el 16% del total de diputados correspondientes a Alemania, se cuentan ahora también adscritos a los parlamentarios No Inscritos.
La extrema derecha europea no representa actualmente una amenaza significativa en el Parlamento Europeo. Los parlamentarios de los grupos Identidad y Democracia (ID) y CRE constituyen el 17,78% de los eurodiputados. La inclusión de Alianza por Alemania podría elevar esta cifra al 20%, aunque no está claro si este partido volverá a unirse a ID o se mantendrá como no inscrito.
Lo que sí es preocupante a nivel europeo son las consecuencias que podría tener el ascenso de la extrema derecha en los órganos en los que están representados los Estados miembros, como el Consejo de la Unión Europea. Así, por ejemplo, una victoria de la ultraderecha en naciones como Francia podrían alinearla con Italia, reforzando sustancialmente la influencia de la extrema derecha a nivel europeo.
No obstante, los resultados de las elecciones europeas no guardan una correlación directa con los de las elecciones legislativas o presidenciales nacionales. Votar al partido de Le Pen podría ser la expresión de una protesta contra Macron más que un compromiso para entregar la gobernabilidad a Rassemblement Nationale. Aunque Marine Le Pen ha llegado en repetidas ocasiones a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, no ha conseguido nunca alzarse con la victoria.
Por otro lado, la extrema derecha europea está fragmentada y sus formaciones se encuentran inscritas en dos grupos parlamentarios diferentes: los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) e Identidad y Democracia (ID). Este último, creado en 2019 por Marine Le Pen y Matteo Salvini, de la Lega (Liga) italiana, suele ser considerado el más radical. Pero resulta difícil discernir por qué ciertos partidos se alinean con un grupo en lugar de con otro. Por ejemplo, Vox pertenece al ECR y no al ID, lo que sugiere que la distinción entre moderado y extremista no sirve por sí sola para caracterizar a estos dos grupos.
Lo que sí parece ser una diferencia clave radica en sus actitudes hacia la Unión Europea. Los partidos de la ID suelen ser más hostiles a la UE y abogan por un retroceso de la integración, e incluso algunos propugnan la salida de su país de la Unión. Por el contrario, los partidos del ECR son críticos con la UE, pero no apoyan su desmantelamiento ni proponen abandonar la Unión.
Otro factor que puede explicar esta división es la voluntad de los miembros del ECR de participar en los procesos políticos institucionales y formar parte de coaliciones de gobierno. Esto es evidente en el caso de Vox, que ha participado activamente en la gobernanza española formando alianzas con el Partido Popular en varios niveles gubernamentales. Este enfoque pragmático de la política contrasta con la postura más aislacionista que suele observarse en los miembros de ID y puede explicar (al menos en parte) por qué Vox eligió adscribirse a ECR y no a ID.
El análisis de la composición del Parlamento Europeo entrante revela que no se ha producido un giro sustancial hacia la extrema derecha entre los votantes europeos. Como se ha visto, los grupos parlamentarios asociados a partidos de extrema derecha sólo han experimentado un modesto aumento del 3% en su representación, incluyendo la Alianza por Alemania, que actualmente permanece entre los no inscritos.
A pesar de este aumento global, no todos los partidos de estos grupos han ganado terreno; ejemplos notables son los Demócratas Suecos y el Partido de los Finlandeses, que han visto disminuir sus votos. Esto indica una respuesta matizada de los votantes en las distintas regiones, más que un giro uniforme hacia la extrema derecha.
En conclusión, el avance de la extrema derecha en las recientes elecciones europeas se ha limitado a un aumento de aproximadamente el 4%. Con alrededor del 20% de los escaños del Parlamento Europeo, la extrema derecha no tiene capacidad suficiente para bloquear las decisiones parlamentarias. Aunque el ascenso gradual de la ultraderecha en el PE es motivo de preocupación, no ha alcanzado un nivel que suponga una amenaza catastrófica.
El peligro real no se encuentra actualmente en las elecciones al Parlamento. Está en los resultados electorales internos de los diversos países. Los órganos con más poder de la UE son el Consejo de la UE y el Consejo Europeo. Este está compuesto por los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros. Aquél, el Consejo de la UE, lo conforman representantes del poder ejecutivo de los países miembros. En función de la agenda de la reunión, cada estado envía al ministro que sea competente en la materia. Esas son las vías de acceso más rápidas para que la extrema derecha pueda influir en las políticas europeas.
El próximo gran hito en este proceso son las elecciones legislativas francesas, previstas para el 30 de junio y el 7 de julio. Aunque Francia funciona bajo un régimen presidencialista, el gobierno nombrado por el presidente debe recibir un voto de confianza del Parlamento. Si Rassemblement Nationale consigue asegurarse la mayoría en el legislativo, obtendría el control sobre los ministros que Francia envía a las reuniones del Consejo de la UE. No obstante, a las llamadas «cumbres» europeas (Reuniones del Consejo de Europa) seguiría asistiendo el presidente Macron en calidad de jefe de Estado de Francia, pero iría acompañado por su primer ministro.
El Consejo de la Unión Europea debe adoptar casi todas sus decisiones por mayoría cualificada, que requiere el apoyo de al menos el 55% de los Estados miembros que representen como mínimo el 65% de la población de la UE. Sin embargo, existe un mecanismo conocido como minoría de bloqueo, que puede impedir que el Consejo adopte decisiones por mayoría cualificada incluso cumpliendo esas condiciones. Este mecanismo requiere la oposición de al menos cuatro Estados miembros que representen como mínimo el 35% de la población total de la UE. La utilización de este mecanismo permitiría a una alianza de partidos de extrema derecha que cumpliera con los requisitos de impedir que el Consejo de la UE adoptara decisiones por mayoría cualificada.
El mecanismo de minoría de bloqueo rara vez se ha utilizado, ya que el Consejo de la UE suele aspirar a que las decisiones alcancen el consenso más amplio posible. Sin embargo, si la formación de Le Pen ganara las elecciones francesas, el Consejo de la UE podría enfrentarse (al menos en teoría) a una tesitura en la que o bien tendría que acomodarse a las condiciones de la extrema derecha, o bien resignarse a ser incapaz de tomar decisión alguna.
En lo que respecta a la Comisión, este organismo (más o menos equivalente al gobierno europeo) tendría que lidiar con las promesas hechas por Jordan Bardella durante la(s) campaña(s) electoral(es), como reducir la aportación de Francia a la UE en dos mil millones de euros o rebajar el IVA de los productos energéticos. Estas medidas no pueden llevarse a cabo de forma unilateral, por lo que, si fueran adoptadas, Francia debería ser sancionada. Y la competencia para hacerlo corresponde a la Comisión. Meloni, por su parte, se ha irritado notablemente por verse excluida de las negociaciones para el nombramiento de los altos cargos de la UE. Éstas las han llevado a cabo los tres grupos tradicionalmente mayoritarios en el Parlamento: los populares, los socialdemócratas y los liberales. Como muestra de su enfado, la líder de Fratelli d’Italia se ha abstenido en la votación que proponía a Ursula von der Layen como presidenta de la Comisión Europea. También ha votado en contra de los candidatos propuestos como presidente del Consejo Europeo (Antonio Kostas) y como jefe de la diplomacia europea (la estonia Kaja Kallas).
Las tensiones que se han generado en torno al nombramiento de los altos cargos de la UE pueden servir de ejemplo del tipo de situaciones en las que la Italia de Meloni y una Francia ultraderechista podrían formar una alianza contra las decisiones del Consejo, a la que eventualmente se podrían sumar otros países dirigidos por gobiernos afines.
Aunque, como se ha dicho, los resultados de las elecciones europeas no pueden trasponerse directamente a las elecciones internas, la victoria del partido de Le Pen ha sido muy significativa, pues ha alcanzado el 31,37% de los votos frente al 14,6% obtenido por la coalición de Macron. Históricamente, los franceses siempre han negado la victoria a Marine Le Pen cuando ésta llegaba a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. A los efectos de evitar un escenario de ultraderecha en Francia en particular y en Europa en general, esperemos que en las inminentes elecciones legislativas nuestros vecinos sigan esta tendencia y no concedan la mayoría absoluta al partido de Le Pen, impidiendo así que su delfín, Jordan Bardella, se convierta en el primer ministro de Francia.
- Los eurodiputados de los diferentes partidos se integran generalmente en alguno de los grupos parlamentarios de la Eurocámara, aunque también pueden figurar como miembros no inscritos. Tradicionalmente, los grupos mayoritarios han sido el de los Populares Europeos (en el que está integrado el PP español), el de los Progresistas y Demócratas (del que forma parte el PSOE), y el grupo de los liberales, denominado Renew Europe, en el que estaba integrado Ciudadanos. ↑
29 /
6 /
2024