La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Pere Ortega
La espiral belicista de Europa y las izquierdas que no lo son
El desmesurado belicismo que se está desarrollando en estos momentos en la mayor parte de países europeos miembros de la OTAN y de la Unión Europea, surge después de la condenable invasión de Rusia en Ucrania en febrero de 2022. Una agresión de Rusia que no exime de responsabilidades a Estados Unidos y sus países socios en Europa por haber dado apoyo al golpe de Estado en el denominado Euromaidan de 2014 en Ucrania, y el inicio desde entonces de una guerra civil. Posteriormente agravada en febrero de 2022 por la invasión de Rusia al violar la soberanía de un Estado reconocido por Naciones Unidas. Un conflicto donde se enfrentan Rusia, por un lado, y Estados Unidos/OTAN por otro, en una guerra por la hegemonía en un país fronterizo entre Rusia y Europa occidental.
La guerra de Ucrania fue tratada en la Cumbre de la OTAN de Madrid en junio de 2022, donde se aprobó un nuevo Concepto Estratégico para esta organización, en la que se diseñó un nuevo escenario geopolítico mundial. En él se señalaba a Rusia como una grave amenaza y a China como un país que desestabiliza la seguridad mundial. Causas que imponían como objetivo inmediato un rearme y en consecuencia dedicar el máximo de esfuerzo en desarrollar un mayor potencial militar.
Cuestiones posteriormente vueltas a señalar en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2023 y replicadas en la misma Conferencia de 2024. Lugar donde, cada año, se dan cita los principales estadistas del Norte global, además de los ejecutivos de las principales industrias militares, donde unos y otros interactúan en el diseño de cuáles son las amenazas que se ciernen sobre el planeta y cómo deben hacer frente a ellas.
El resultado de esos encuentros para los dirigentes del bloque occidental es que su mundo está gravemente amenazado y la mejor manera de hacer frente a esas amenazas es armarse para prevenir y disuadir a quienes pretenden perturbar su seguridad.
Esta distópica situación rompe en Europa una cierta tranquilidad con que se vivía desde el final de la Guerra Fría, donde los países europeos convivían sin los aspavientos belicistas del pasado e intercambiando con Rusia sus economías; y el gas y el petróleo ruso llegaban sin problemas a los países europeos. Muestra de esa concordia entre Este y Oeste fue ver cómo Estados Unidos y Rusia creaban la Asociación para la Paz con el fin de formar una estructura política de confianza mutua. E, incluso, paradojas de la historia, se barajaba la posibilidad de que Rusia entrara en la OTAN, cuestión verbalizada por Mijaíl Gorbachov, Bill Clinton, Borís Yeltsin y posteriormente por el hoy demonizado Vladímir Putin. En cambio, hoy, observamos cómo aquellas buenas intenciones de crear un marco geopolítico de distensión y convivencia ha saltado por los aires de la mano de los halcones del belicismo de uno y otro lado del Atlántico, conduciéndonos a una carrera suicida hacia la confrontación, incluida la nuclear.
Algunas muestras de la verborrea belicista
La muestra de ese cambio de estrategia por parte de los estadistas las encontramos en las expresiones de algunos de sus máximos dirigentes:
Emmanuel Macron manifestó no renunciar a enviar tropas para combatir al lado de Ucrania frente a Rusia (BBC News, 27/2/24); e insistió de nuevo en ello (La Vanguardia, 14/3/24). En otro momento, afirmó que Vladímir Putin podría atacar algún país europeo (ABC, 28/2/24).
Vladímir Putin responde a Macron advirtiendo de que en el caso de que algún país de la OTAN interviniera directamente en Ucrania frente a Rusia esto abriría el camino a una guerra nuclear (La Vanguardia, 3/3/24).
Joe Biden: “Putin y Rusia están sembrando el terror en Europa” (Infobae, 8/3/24).
Christian Lindner, ministro alemán de Finanzas, pide que Francia y Reino Unido pongan sus armas nucleares al servicio de la defensa europea en el caso de que Donald Trump gane las elecciones y retire su apoyo a Europa (Euronews, 14/2/24).
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, pronunció en el Parlamento Europeo: “La amenaza de guerra puede ser no inminente, pero no es imposible” (Parlamento Europeo, 5/3/24).
El Gobierno de Bélgica, por su parte, propuso un plan para volver a convocar a reservistas y así prepararse para la guerra (El País, 3/3/24).
Boris Pistorius, ministro de Defensa de Alemania, advirtió que entre cinco y ocho años Rusia podría atacar a un país europeo de la OTAN (El País, 3/3/24).
Troels Lund, ministro de Defensa de Dinamarca, señaló que el ataque podría producirse antes de cinco años (El País, 3/3/24). Dinamarca tiene implantado el Servicio Militar Obligatorio y a partir de 2025 incorporará también a las mujeres.
Ulf Kristersson, primer ministro del ultraconservador gobierno de Suecia, declaró: “los componentes civiles de la defensa total han quedado en el olvido”, añadiendo que “si no estás dispuesto a defender a Suecia no seas ciudadano sueco”. Suecia reimplantó en 2018 el servicio militar obligatorio y disponía de una defensa civil que el actual Gobierno ha desmantelado (El País, 10/3/24).
Thierry Breton, Comisario de Mercado Interior, avisó que Europa, ante esta nueva situación, debe poner en marcha inmediatamente una “economía de guerra” (El País, 3/3/24).
José Borrell, alto representante de Exteriores de la UE, afirmó que “la guerra de agresión brutal de Rusia contra Ucrania ha devuelto una guerra de alta intensidad en Europa. Tras décadas de gasto insuficiente, debemos invertir más en defensa y hacerlo conjuntamente y mejor” (elDario.es, 5/3/24).
El País, gran titular en primera página: “Europa se prepara ya para un escenario de guerra” (El País, 3/3/24).
Margarita Robles, ministra de Defensa de España, “La amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente” (La Vanguardia, 17/3/24).
Avisos del belicismo que se avecina
En el año 2022, los países europeos miembros de la OTAN alcanzaron un gasto militar de 345.000 M€ (en euros constantes), un 30% superior a 2013 (SIPRI, 2023).
Europa casi duplicó el 94%, sus adquisiciones en armas en el período 2019-2023 respecto a 2014-2018 (SIPRI, 2024).
El conjunto de países de la UE tiene comprometidos 63.000 M€ en armas con destino a Ucrania, aparte de las ayudas financieras, y acaba de comprometer una nueva ayuda de 5.000 M€. La UE ya supera en envíos de armas a Estados Unidos, que lo ha hecho en 42.220 M€ (Infodefensa, 16/3/24).
España ha comprometido material militar a Ucrania por valor de 330 M€, de los que lleva entregados 190 M€. Entre los nuevos compromisos figuran 20 blindados Leopardo 2A4. En el pasado fueron entregados ocho con un coste de remodelación de 6,4 M€ (Infodefensa, 20/3/24).
La Comisión Europea (CE) ha elaborado un Documento donde se definen las líneas maestras que han de regir la Estrategia Industrial de Defensa (EID) de la UE (A new European Defence Industrial Strategy: Achieving EU readiness through a responsive and resilient European Defence Industry) (5/3/24).
La nueva EID de la CE propone que el Banco Europeo Industrial (BEI) modifique sus reglas internas para permitir (hasta ahora no permitido) financiar a las industrias militares europeas en la fabricación de armamentos.
La nueva EID propone crear en Bruselas una Junta de Preparación Industrial de Defensa, destinada a apoyar programas de financiación relevantes en el ámbito militar.
La EID también creará un Programa Europeo de Armamento destinado a que los estados miembros puedan realizar compras conjuntas de armamentos, y así evitar la dispersión en tipos de armas y promover su unificación. Compras de armamentos que en el interior de la UE estarán exentas del impuesto del valor añadido (IVA).
La CE ha añadido a los ya existentes Fondos Europeos de Defensa de un importe de 8.000 M€, otros 1.500 millones para reforzar la fabricación de armas y las compras conjuntas entre los países socios para el período 2025 y 2027.
La EID informa que el 78% de todas adquisiciones en armamentos de la UE se realizan fuera de sus fronteras, un 55% en Estados Unidos. Ahora se pretende que, para los veintisiete, un 40% de sus compras sean intracomunitarias en 2030.
Si Ucrania cuenta con el apoyo y suministro de armamentos por parte de los países de la OTAN, Rusia, cuenta con el suministro de armentos desde Irán y Corea del Norte.
El Gobierno de España aumentó el presupuesto del Ministerio de Defensa en 2023 en un 23,4% (14.454 M€), incremento que no alcanzó ningún otro ministerio español. En 2024, según el Plan Presupuestario Defensa, se pretendía alcanzar un gasto de 20.000 M€, que representaría un aumento del 38,4% respecto a 2023.
El nuevo contexto geopolítico
El contexto histórico desde el ámbito político hoy es absolutamente diferente al del siglo XX. En este siglo XXI, la violencia armada y la guerra no se pueden juzgar con los mismos parámetros en que acontecieron los hechos de 1917 (Rusia), 1933 (Alemania), 1936 (España), 1939 (guerra mundial), 1959 (Cuba), o las numerosas luchas y guerras por la independencia frente a los imperios coloniales. El contexto geopolítico es muy diferente, y, además, en el ámbito del pensamiento político, desde aquellos acontecimientos se han producido cambios muy profundos, a los que se deben añadir los planteamientos profundamente transformadores de los movimientos ecologista, feminista y los estudios por la paz. También, el de los estudios que han analizado los movimientos de izquierdas que escogieron el camino de la violencia extrema y la guerra para construir sociedades más justas; estudios que, en buena parte, concluyen que en los casos en que aquellos movimientos alcanzaron el poder, erraron al escoger la violencia sobre las disidencias anulando la posibilidad de que surgiera una sociedad más emancipada.
Por otro lado, tanto ayer como hoy, sabemos que la guerra es la peor de las soluciones para resolver las controversias sociales y políticas, por el terrible dolor que infligen a las poblaciones que la sufren. Sabemos que las guerras se pueden evitar actuando sobre las causas que las motivan; que las transformaciones sociales se han de llevar a cabo mediante mayorías que alcancen la hegemonía que las haga posibles; que la izquierda no puede renunciar al racionalismo, al universalismo y al progreso científico como instrumentos de construcción de sociedades más justas.
Una política de progreso que se denomine como tal, hoy debe criticar aquellas sociedades mal denominadas socialistas y peor denominadas comunistas, porque en ellas predominaba el control y la explotación patriarcal sobre las mujeres; porque se eliminó la libertad de expresión; porque en nombre del progreso se llevó a cabo una explotación de la naturaleza con la misma insensatez y envergadura que lo hicieron las políticas de derechas.
En la etapa actual, la crisis ecológica ha supuesto entrar en la nueva era del Antropoceno que sitúa a la humanidad como parte dependiente de la naturaleza ante el posible colapso de la biosfera. Y ante ello, cualquier política de progreso, para serlo, debe enfrentarse a quienes persiguen el crecimiento infinito mediante la explotación de recursos terrestres cuando todo en el planeta es finito.
En ese contexto, una política de progreso que aspire a serlo debe enfrentarse al desarrollismo de las grandes corporaciones del capitalismo global que continúan con la explotación sin límites de los recursos terrestres. Unas corporaciones que, de la mano de los gobiernos que las protegen, llegado el caso, no dudan en utilizar la fuerza militar para el control o represión de las poblaciones que se resisten a ello. Algo que ha producido un aumento del militarismo a nivel mundial como nunca se había producido, como lo demuestra el aumento del gasto militar, el armamentismo, y el belicismo.
Un militarismo que, como ideología, se está imponiendo como estrategia de los estados del capitalismo global para imponer su dominio sobre los cada vez más escasos recursos de la corteza terrestre para proseguir con su modelo distópico. Un militarismo que avanza con mayor profundidad en las sociedades capitalistas del Norte global.
Un militarismo al que abogan la mayoría de los líderes políticos europeos, como lo demuestra el incremento vertiginoso del gasto militar llamando a construir una economía de guerra frente a la Rusia de Vladímir Putin y sus aliados. Una política insensata que abre el camino a una nueva guerra fría, que puede desencadenar una guerra mundial y nuclear, que además tendría lugar en suelo europeo.
Las izquierdas que no lo son
En esta simbiosis entre crisis política, social y crisis medioambiental, que provoca múltiples violencias y guerras, una política que se denomine de izquierdas debería reflexionar sobre los efectos negativos del militarismo que pretende que los valores militares influyan o se impongan sobre el poder civil con la pretensión de que los conflictos tengan su resolución mediante el uso de la fuerza armada. Y, en ese sentido, caminar hacia la reducción del gasto militar y del armamentismo; en definitiva, del militarismo, y proponer el desarme con el objetivo de crear un equilibrio en seguridad a niveles regional y mundial. Buscando un mínimo denominador común en el ámbito militar que proporcione una seguridad compartida en las relaciones entre los estados. Algo a lo que aspira Naciones Unidas a través de sus múltiples demandas de desarme, destinadas a evitar la competición armamentística entre estados rivales y así evitar futuros conflictos.
El mejor camino para construir convivencia y paz es promover procesos de seguridad común entre países que faciliten la multipolaridad, la confianza mutua, el respeto a la soberanía, la cooperación y el apoyo mutuo entre estados para alcanzar una seguridad compartida. Y, en sentido contrario, oponerse a las políticas unilaterales, militaristas, de confrontación y de pretensión de dominación. Un camino hacia la convivencia que trabaje para substituir las sociedades competitivas y patriarcales por otras donde prime la cooperación que reduzca las desigualdades de género, sociales y viva en paz con la naturaleza. En cambio, no merecen calificarse de izquierdas aquellas políticas que continúan pensando que incrementando la fuerza militar alcanzarán una sociedad más justa y pacífica.
Conclusión
El militarismo y la economía de guerra que se está imponiendo en Europa, impulsados por los gobernantes europeos para ayudar al gobierno de Ucrania frente a la Rusia de Vladímir Putin, va en sentido contrario a lo que propone Naciones Unidas: conversaciones de paz que conduzcan a un alto el fuego. Algo que se debe buscar por la vía diplomática, y que debería ser un imperativo moral para cualquier gobernante, si son, como pregonan, amantes de la paz.
En cambio, en Europa, se está desarrollando una estrategia de confrontación por la vía militar que conduce a un mayor enfrentamiento con Rusia. Un militarismo al que abogan la mayoría de los líderes políticos europeos, como lo demuestran sus declaraciones belicistas, el colosal incremento del gasto militar en adquisición de armamentos, incluida la modernización de las armas nucleares de Reino Unido y Francia frente a Rusia, que por su parte también lo hace. Una estrategia ya diseñada por los estados europeos en su Estrategia Europea de Seguridad de 2009, que tiene como objetivo no disimulado tener acceso a los cada vez más escasos recursos minerales terrestres para proseguir así con su modelo distópico. Un militarismo que avanza con mayor profundidad en todo el Norte global. Una situación que inevitablemente conduce a una nueva guerra fría entre bloques que abre la posibilidad de una guerra, que podría ser nuclear y que tendría como escenario el suelo europeo.
Frente a ello, aquellos partidos que se reclaman de izquierdas deberían enfrentarse al aumento del gasto militar, la carrera de armamentos, militarismo y belicismo. Pues ese camino conduce solo a un mayor sufrimiento para la población en general, en especial, los de abajo, que en definitiva son quienes pagarán los costes de una economía de guerra y de la propia guerra si se llega a producir. Una izquierda que se denomine como tal debe desestimar siempre el camino del belicismo y escoger como alternativa frente a los conflictos, la negociación con el ánimo de alcanzar un mundo donde prime la cooperación y la seguridad común y compartida.
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2024