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Rafael Poch de Feliu

Ucrania pierde la guerra

Ucrania, año tres (I)

Negociar una paz con concesiones territoriales a Rusia parece la única manera de acabar con la matanza. Cuanto más tarden en reconocerlo, peor será.

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El primer capítulo del opúsculo que compuse para CTXT el mismo día de la invasión de Ucrania, hace dos años, se titulaba “Hacia una quiebra en Rusia”. En él abundaba en las contradicciones del régimen autocrático ruso. Sin negar la importancia futura de esas contradicciones, la realidad es que dos años después, Rusia, su régimen y su economía, presentan una solidez evidente y que hoy el capítulo se titularía “Hacia una quiebra en Ucrania”. Menciono ese error del año 1 como advertencia sobre los que puedan deslizarse en mi actual apreciación del año 3. No hay nada más imprevisible y cambiante que la guerra.

El recién depuesto jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, el general Valeri Zaluzhny, definió en diciembre la situación en el frente como “estancada”. No me parece real. La realidad es que los rusos tienen la iniciativa militar y están completando y ordenando poco a poco la línea de frente. La toma de Avdiivka, el pasado fin de semana, es considerada importante por los expertos militares rusos y occidentales y, entre otras cosas, aleja la capacidad ucraniana de bombardear la ciudad de Donetsk con artillería que cada semana se cobra vidas de civiles, aunque aquí no se informe de ello. Si bien hasta ahora la táctica rusa ha sido más de desgaste del adversario que ofensiva, no hay que descartar movimientos ofensivos hacia Járkov y Odesa.

Estados Unidos y la Unión Europea ya han gastado más de 200.000 millones de dólares en la guerra. En diciembre, Zaluzhny pidió al secretario de Defensa americano otros 350.000 o 400.000 millones para conseguir la “victoria”. Eso no parece tener ningún futuro.

El hecho es que la ayuda occidental en armas, munición y dinero está menguando y parece que lo hará aún más. Incluso si prosperara el paquete de 60.000 millones de dólares para Ucrania atascado en el Congreso de Estados Unidos, es evidente que la próxima administración, sea demócrata o trumpista, cerrará el grifo y le pasará el muerto a la Unión Europea, mientras ellos se concentran en Israel, Irán y China. De esa forma, si la guerra termina en desastre para Ucrania, Washington (con los países del Este de Europa haciendo coro) podrá echarle la culpa a Alemania por ayudar de forma insuficiente a Kíev. En cualquier caso, el futuro de Ucrania se decidirá en Washington y Moscú. Y desde luego, no en Berlín o Bruselas.

En el invierno de 2022, la invasión rusa fortaleció la consolidación nacional ucraniana vinculada a la victoria contra el invasor. Ahora esa victoria es mucho más incierta, lo que se está reflejando en la moral. Las encuestas disponibles sugieren que el deseo de victoria sigue siendo alto, pero que cada vez hay menos disposición a morir por ella, como dejan patente las dificultades de reclutamiento. Es natural que así sea, teniendo en cuenta que ha habido una carnicería espantosa, con centenares de miles de muertos, heridos y amputados (también del lado ruso, pero la diferencia poblacional actúa a favor de Moscú), la escasez de conscriptos, la perspectiva de más derrotas en el frente y la disminución de la ayuda occidental.

La tendencia hacia la derrota contribuye, lógicamente, a acentuar las divisiones y los ajustes de cuentas en Kíev. El sobrado exconsejero de Zelensky, Aleksei Arestovich, cuyas críticas eran cada vez más frontales, ha fijado su residencia en Suiza. El cese del general Zaluzhny, seguramente el personaje más popular en Ucrania, ha erosionado el prestigio de Zelensky. A las veinticuatro horas de conocerse, el apoyo al presidente había caído un 5%. Según una encuesta de esta semana, citada por el sociólogo Volodímir Ishchenko, el 43% de los ucranianos (en la zona bajo control del gobierno) no quieren que Zelensky se presente para un segundo mandato.

El prestigio de Zelensky se sostiene sobre su objetivo de “victoria total”, es decir, la expulsión del invasor ruso de todo el territorio ocupado y anexionado a la Federación Rusa, Crimea incluida. Al parecer también la Unión Europea, por lo menos de boquilla, apoya tal objetivo (en Estados Unidos, mucho menos), cuya imposibilidad se hace cada vez más evidente.

En esa situación, negociar una paz con concesiones territoriales a Rusia y neutralidad para Ucrania parece la única manera de acabar con esta matanza. En su guerra de invierno contra la URSS, Finlandia perdió el 11% de su territorio nacional, gracias a lo cual se alejó la frontera de Leningrado y pudo mantenerse la dramática defensa de la ciudad tras la invasión alemana de 1941. Después de la guerra, Finlandia convivió con la URSS con un estatuto neutral que no le fue nada mal. El problema es que hoy nadie se atreve a decir en Kíev (ni desde luego entre los expertos de la lamentable Unión Europea) que un arreglo con Rusia que mantenga el 80% del territorio nacional ucraniano, con garantías de seguridad y compromiso de neutralidad, podría considerarse perfectamente una victoria para Ucrania. La tesis de los políticos europeos y sus expertos es el mantra de que “si Putin gana en Ucrania, luego se meterá con el Báltico, Polonia, o Moldavia”, pese a que la propia campaña ucraniana y las dificultades que Rusia ha encontrado en ella son el mejor desmentido.

Tal como están las cosas, admitir un arreglo como el mencionado supondría el fin de Zelensky y, quizás, la entrada en escena de algún militar realista de prestigio. El ambiente de tensión y rivalidad entre Zelensky y Zaluzhny podría estar relacionado con eso. En cualquier caso, cuanto más tarde Kíev en reconocer la posibilidad de un acuerdo de ese tipo con cesión de territorios, peor será su posición negociadora y la de sus padrinos occidentales. Durante años, no pocos expertos y políticos ucranianos del área etnonacionalista afirmaron que Ucrania solo podría ser un “país de verdad” el día que los rusófilos del este y del sur se fueran del país. La anexión rusa, y la terrible matanza desencadenada, hacen posible ahora ese escenario.

Un pronóstico del año pasado que me sigue pareciendo válido es el de que “Ucrania pierde la guerra, pero Rusia no la gana”, porque es muy posible que la anexión de los nuevos territorios a la Federación Rusa no sea estable. Lo que quede de Ucrania se encargará de organizar la inestabilidad en esos territorios ocupados con la ayuda de la OTAN, obligando a establecer en ellos administraciones policiales y “antiterroristas” rusas con la panoplia habitual de violencia, atentados, tortura y desaparecidos. Depende del cómo, se creará un gran terreno para desarrollar los atentados, ataques y asesinatos personales de los servicios secretos ucranianos con ayuda occidental, en especial británica, contra personalidades rusas y “colaboracionistas” (periodistas como Daria Dúguina y Vladlen Tatarski, y diputados como Ilia Kiva, entre muchos otros), tanto en esos nuevos territorios incorporados como en el conjunto de Rusia. Todo eso podría endurecer sobremanera el clima político interno en el país y convertir una situación más o menos congelada en un cáncer para Rusia.

[Fuente: Ctxt]

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2024

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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