¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Alfons Barceló
El pensamiento científico de Pedro de la Llosa
Pedro de la Llosa (1928-2021) tuvo varias vidas, como le ocurre a mucha gente, sobre todo en tiempos inciertos y de mudanzas forzadas. En especial, por un lado, tras licenciarse en Química en Madrid, emigró a París, donde alcanzó el grado de doctor en Ciencias por la Sorbona (1960) y se convirtió luego en bioquímico de categoría, hasta su jubilación como directeur de recherches en el CNRS (esto es, el Centre National de la Recherche Scientifique).
Por otro lado, fue uno de los raros teóricos marxistas con pensamiento propio en el mundillo grupuscular de la izquierda revolucionaria celtibérica entre 1960 y 1980. Buena parte de sus ensayos y reflexiones fueron publicados en la revista Acción Comunista (1965-1977) bajo los pseudónimos —entre otros— de Jesús Santos, Maligna López o Alfonso Castaños. En fin, tras su jubilación se dedicó intensamente a explorar asuntos referentes a la filosofía e historia de la química como ciencia emergente envuelta en creencias místicas, ideologías espontáneas y tecnologías artesanales más o menos rutinarias o consagradas.
Según parece, sus excursiones intelectuales preferidas en esta última fase de su vida se centraron en ponerse al día y revisar procesos y categorías básicas de la historia de los progresos científicos y sus circunstancias. Pues bien, el estudio y divulgación de sus comentarios sobre estos materiales se plasmaron en tres libros dignos de ser mencionados y recordados. Mucho me temo, sin embargo, que serán obras poco leídas, al ser más bien especializadas y minoritarias; pero me imagino que no envejecerán de inmediato. En concreto, pues, sus indagaciones eruditas se materializaron en tres trabajos merecedores de alguna atención como especímenes destacados del campo (poco cultivado a lo largo de nuestra historia) del pensamiento riguroso sobre fundamentos de la filosofía, e historia de las ciencias y las ideologías.
Estas tres obras son:
1) El espectro de Demócrito. Atomismo, disidencia y libertad de pensar en los orígenes de la ciencia moderna, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2000, 411 págs., colección La Estrella Polar, n.º 19 (director: Horacio Capel).
En la contratapa de este libro se destaca que «Mirado con inquietud y viva hostilidad por sus connotaciones mecanicistas y materialistas, el atomismo fue declarado por la Sorbona en 1624 doctrina «falsa, temeraria et in fide erronea» y su difusión prohibida y perseguida por el Parlamento de París». De paso se subraya que «la ciencia tarda en desprenderse del pensamiento precientífico que a menudo la acompaña y envuelve: la alquimia, la astrología, la teología tardan en ser disociadas y alejadas de la ciencia positiva». En resumidas cuentas, «la historia del atomismo y la del librepensamiento, en su más amplia acepción, se entrelazan íntimamente en este libro».
2) La razón y la sinrazón. Introducción a una historia social del librepensamiento, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2003, 299 págs., colección La Estrella Polar, n.º 40 (director: Horacio Capel).
Permítaseme decir, ante todo, que no conozco ninguna historia de la filosofía que asuma como eje básico de su arquitectura argumental la exploración de tesis o principios importantes para una persona de nuestro tiempo, esclarezca los motivos y razones a partir de los cuales hayan sido fundados y entronizados tales tesis o principios, así como de su capacidad de supervivencia frente la riada de observaciones y experimentos de muchos géneros que con el paso del tiempo se van sumando a nuestro patrimonio cultural. Pues bien, aquí se nos presenta una historia de la filosofía centrada en la emergencia del librepensamiento y la progresiva (aunque a veces espasmódica) revolución científica que cabalga con Galileo, Newton, la Ilustración francesa, el positivismo del siglo XIX, junto con los nuevos territorios señalados luego por Darwin y Marx.
Adviértase, de paso, que, por lo común, los manuales estándar dedicados a la historia de la filosofía suelen ser obras más bien idiosincráticas que adoptan como principal eje conductor y filtro la categoría de «grandes pensadores». Pero como no es sencillo sopesar méritos ni evaluar tesis, no es asunto fácil de dilucidar cómo y quiénes tienen que llevar a cabo esta selección y de qué manera hay que resolver los conflictos sobre orden de prelación. Por supuesto, es mucho más difícil lograr un aplauso general para una antología de grandes músicos o grandes pintores que para un proyecto de recolección de las aportaciones más destacadas en teoría de números, hidrodinámica o etología. Y mucho más difícil todavía en el campo de la filosofía o de la novela.
Aquí, en todo caso, domina y prima un enfoque historicista y materialista que pone los acentos en los procesos sociales y los sistemas ideológicos subyacentes (heredados y mutantes, a la vez) que les acompañan y orientan sin descanso, aunque en ciertas ocasiones van frenando y en otras, acelerando o estimulando e impulsando. Evidentemente no hay tratamiento exhaustivo de los asuntos. Como bien advierte el autor desde buen comienzo: «No tratamos de repetir lo que se dice siempre, sino de poner de relieve lo que la óptica filosófica tradicional suele olvidar o minimizar» (p. 12). Una muestra pertinente es, por ejemplo, el siguiente enunciado que todo estudiante de filosofía debería conocer: «el texto más atrevido del siglo [XVIII, es] el Système du monde del barón d’Holbach» (p. 167).
Y un buen condensado en defensa del enfoque básico adoptado es la siguiente cita de Diderot en la que se esboza la comparación entre la filosofía experimental y la especulación racional: «La filosofía experimental no sabe ni lo que sacará ni lo que no sacará de su trabajo. Pero trabaja sin descanso. Al contrario, la filosofía racional pesa las posibilidades, se pronuncia y se para en seco. Dice atrevidamente: no se puede descomponer la luz; la filosofía experimental la escucha y se calla durante siglos enteros, y luego, de golpe, muestra el prisma y dice la luz se descompone» (Diderot, Pensées sur l’interprétation de la Nature, XXIII (1754); citado en P. de la Llosa, 2003, p. 172).
3) La alquimia y la química, lo sublime y lo terrenal. Preludios y fugas de una ciencia, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2005, 353 págs., colección La Estrella Polar, n.º 46 (director: Horacio Capel).
Como boceto rápido de esta tercera obra, basta recoger, aquí y ahora, un par de citas esclarecidas y esclarecedoras: «La historia de la alquimia es al mismo tiempo historia de la química e historia del esoterismo y de la extravagancia humana» (p. 10). Sin embargo, no conviene pasar por alto que «lo que hoy llamamos fantasías pudieron ser intentos loables de dotar con un marco coherente un saber empírico, un marco teórico que debía encontrarse inevitablemente contaminado por la magia, el ocultismo, la religión, la filosofía esotérica, que fueron los ingredientes de toda visión global del universo en los primeros tiempos de la existencia humana» (p. 10).
«El combate de la química contra la alquimia no sólo ha sido fecundo ampliando nuestros conocimientos sino que ha actuado también, aunque modestamente, introduciendo un grano de razón en nuestro discurso y en la prodigiosa verborrea, que sembraba tantas ilusiones y errores. No es simplemente la palabra hueca lo que nos separa de nuestros parientes los primates, sino ante todo el modo de usarla, de sopesarla, de contrastar los hechos con las palabras. En todo caso hemos de admitir que el recorrido de este saber de la química-alquimia, desde la magia y los misterios religiosos hasta los usos rastreros y benéficos (o deletéreos) en que tal saber ha caído en nuestros días constituye una epopeya fantástica» (p. 350).
Barcelona, 29 de septiembre de 2021
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