Sabíamos que las bibliotecas están llenas de tratados de ciencia política que, pese a sus diferentes tendencias, coinciden en considerar oro de ley el dictum aristotélico según el cual «para ser humano hay que tener polis». Lo que faltan son estantes que recojan lo que han dicho y pensado quienes se sitúan al margen y son marginados, ya por convicción, ya por imposición.
Juan-Ramón Capella
La unidad hídrica de España
Después de la lección de cosas ofrecida el pasado abril por la parte minoritaria del Gobierno acerca de la eterna cuestión del “sostenella y no enmendalla”, como comportamiento aprendido de algunos encaramados arriba, conviene pasar a asuntos de más enjundia. En este despliegue de la desertización peninsular, determinado por el tantas veces anunciado desde las páginas de mientras tanto cambio climático, una parte de la crisis ecológica más general, conviene reflexionar acerca de cómo hacerle frente.
Hace muchos años, Juan Benet, elitista escritor pero también ingeniero especializado en estas cosas, llamó la atención acerca de la necesidad de conseguir la unidad hídrica de España. Benet vio con claridad que en una parte del país sobraba el agua, vertida al mar, mientras que el sur de la península, esencialmente agrícola, experimentaba ya entonces frecuentes episodios de sequía.
Benet propugnaba afrontar la situación reuniendo las aguas no aprovechadas de los ríos de la cornisa cantábrica, que vierten al mar, y mediante obras hidráulicas de envergadura, pero ya asequibles con las nuevas técnicas constructivas, enviarlas por medio de los grandes ríos y de canales adonde fueran más necesarias.
La propuesta de Benet puede completarse con el aprovechamiento de las aguas torrenciales que al final del verano desbordan las cuencas de ríos y torrenteras del Levante mediterráneo. Estas otras aguas, en vez de causar daños periódicos, podrían ser aprovechadas también.
Estoy seguro de que las dificultades técnicas para resolver este proyecto, consistente en esencia en enviar el agua de España a donde más se necesita, son perfectamente superables.
Otra cosa son las dificultades políticas.
Esas dificultades suelen surgir cada vez que se habla de trasvases. Por ejemplo del Ebro. También parte de las aguas de este sobreexplotado río se vierten al mar, pero las protestas de aragoneses (“Aragón también tiene sed”) y arroceros del Delta son prácticamente automáticas tan pronto como se habla de desviar agua. Por eso esta breve nota no tiene más pretensión que inducir a la reflexión. El cálculo lógico más estricto nos dice que la buena distribución del agua puede redundar en que la producción agraria sea tan barata como quepa beneficiando tanto a agricultores y ganaderos como a consumidores. De modo que toca poner en duda las creencias espontáneas acerca del agua, que debería ser de todos, y prepararse para el esfuerzo fiscal que será necesario para dejar a las generaciones siguientes un país hídricamente unificado.
24 /
4 /
2023