¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El Rombo
Kakademia, IV
XIII
El Metepatas
no falta jamás
en un Departamento
bien ordenado.
El nuestro
es blancuzco
y cuatro ojos,
y nunca está
donde debe
pero destroza
cualquier equilibrio de tendencias
trabajosamente alcanzado
al llegar tarde y preguntar
lo primero y sin mirar
Qué hay de lo mío.
Todos somos hipócritas
y le tratamos
como a cualquiera
deseando, sin embargo,
que Dios le confunda
o se lo lleve
con nuestros
queridos
enemigos.
XIV
Los cuchillos se afilan
si hay concursos
a la vista
por unas pocas,
miserables, plazas.
Amigos desde siempre
buscan
y encuentran
razones para odiarse,
sobre todo
cuando no hay
juego limpio;
sí, impertérrito lector:
a veces
y no insólitamente
el pescado
está vendido
de antemano
y hasta hiede;
entonces se necesita
valor
para denunciar
la farsa,
pues hasta los magníficos
rectores
se te echarán encima
y exquisitos
colegas
neutrales
dirán
que rompes
la baraja.
XV
Tenía yo
una admiradora
en México,
una profesora;
leía, se me dijo
cuanto yo publicaba.
Mi decano fue de gira
por allí
y ella se congratuló
con él
a mi propósito.
¡Qué va! —dijo el ínclito decano—
Está gagá,
escribe tonterías
y nadie le hace caso.
Cuando otro viajero
le dijo no ser cierto
nada de eso
la profesora
aliviada
me mandó
ánimos y
recuerdos.
¡Para una que tengo
ni sé cómo se llama!
XVI
El punto más alto
(et pour cause)
de mi digamos
trayectoria
iba a alcanzarlo cuando
subido a la cátedra
demasiado elevada,
más bien púlpito,
de aquel malhadado
y feo Paraninfo
por motivos rituales
debía disertar.
Mas el coro arrancose
interponiéndose
con el Veni Creator,
y yo
para estar a la altura
de tan insólita circunstancia
—el Santo Espíritu por mi boca—
decidí levitar
subiendo paso a paso,
insensiblemente,
escalón a escalón
un escabel
que había allí por si el orador era bajito,
hasta que mis tobillos
cubiertos por la toga
quedaron casi al borde de la barandilla
y yo a un tris
de romperme
la crisma.
Así levité
a la vista de todos.
Calló el coro,
y me puse a salvo también yo;
operé lentamente,
como correspondía.
Mas comprendí ipso facto,
en el mismísimo momento
de tomar tierra
que el espíritu
sólo me había soplado
el muy avaro
palabras insulsas,
cortas, catetas,
cacasenas,
del todo insuficientes
para loar a un grande
como
Pietro Ingrao,
doctor honoris causa.
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12 /
2022