La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
De líderes, procesos y confluencias
I
En la mayoría de los procesos sociales, los líderes son necesarios. Pero demasiadas veces son también un problema. La relevancia de personas que empujen, coordinen, den visibilidad, promuevan ideas, es innegable. Aunque el liderazgo incluye una variedad de características que difícilmente se encuentran en una sola persona. Más que un liderazgo individual, lo que se requiere es un colectivo de gente diversa, con capacidades complementarias, que trabajen para un proyecto. Pero la larga tradición de sociedades jerárquicas, en las que el poder se concentra en una figura única, sean reyes, sumos sacerdotes, capitanes generales o CEOs empresariales, ha calado en la sociedad. Y seguimos pensando las organizaciones con un vértice personal. El modelo del partido comunista clásico con un secretario general único es una muestra de la pervivencia de esta forma de pensar que resulta realmente perniciosa. Un personaje al que se le suponía dotado de grandes capacidades en la producción intelectual, la organización y la acción política. Y aunque la figura y el modelo están en claro retroceso, está lejos de desaparecer. Basta con ver las imágenes del Congreso del Partido Comunista Chino o figuras como Elon Musk para tomar conciencia de su pervivencia.
En el mundo occidental la crisis de los partidos con gran disciplina bajo liderazgo único ha venido a contraponerse con la brutal personalización y creación de ídolos que emana de todo el sistema mediático. En la mayor parte de actividades con proyección pública proliferan este tipo de personajes aupados por una machacona propaganda. Incluso en sectores más alejados del público, como el de la creación científica, el sistema de rankings, los procesos competitivos y los premios tienden a promover un cierto culto al genio. La izquierda ni ha sabido sacarse del todo el viejo modelo jerárquico ni está inmunizada ante los peligros de la cultura de masas moderna. Quizás por ello la nueva izquierda ha basado su potencial en explotar el éxito de personas carismáticas. El salto electoral de la izquierda en la última década se fundamentó en parte en figuras como Pablo Iglesias, Ada Colau, Manuela Carmena y demás. Personas que habían alcanzado una notoria popularidad y que sirvieron para encarnar una fase de radicalización social. Que este tipo de liderazgos funcionan electoralmente es indudable. Que no dejan de ser problemáticos también. Por varias razones:
Con independencia de la madurez personal y política de cada una de estas personalidades, el modelo tiene importantes deficiencias. En primer lugar, el modelo de liderazgo personalizado puede generar distorsiones organizativas de diverso tipo. Desde la concentración de funciones en las personas con mayor proximidad o confianza con el líder, hasta los resquemores que genera entre los menos afines, incluyendo la adaptación de toda la estructura en función del liderazgo. En segundo lugar, deja gran parte del proyecto político abierto a las críticas personalizadas sobre el liderazgo. Y sabemos por experiencia que, si en algo son especialistas los medios reaccionarios, es en generar bulos, maledicencias y presiones de todo tipo para destrozar a quien no les gusta. En tercer lugar, toda la actividad organizativa puede quedar expuesta a las peleas de egos, cuando surgen diferencias y aparecen figuras alternativas. En cuarto lugar, el modelo tiende a propiciar que parte de las bases sociales se comporte más como un club de fans acríticos que como actores responsables y críticos que trabajan para un proyecto. Y quinto, aunque todos estos problemas no aparezcan, siempre queda la cuestión del relevo cuando la persona que lidera agota su ciclo vital. Muchos de estos problemas son visibles cuando se analiza lo ocurrido en el reciente ciclo político. Contar con buenos líderes y lideresas ha favorecido el ascenso electoral de la izquierda, pero su excesiva dependencia de los mismos hacer peligrar su continuidad. Ya ocurrió en Madrid y puede ser aún más grave si no se resuelva la cuestión entre Sumar y Podemos.
No existe una receta fácil que resuelva estos dilemas. La extrema focalización en los liderazgos viene en gran parte impuesta por el entorno exterior y es difícil de eludir. La única posibilidad de amortiguarla es tomando conciencia de sus problemas y construyendo modelos organizativos que los minimicen. Lo óptimo es sin duda una organización con un liderazgo compartido, formado por personas con diferentes capacidades, con buenas reglas de juego y que reconozca que las disidencias puntuales son inevitables. Podría pensarse incluso en la creación de algún tipo de organismo diseñado para generar procesos de mediación cuando surgen discrepancias fuertes entre los líderes. Pienso en un ente elegido con un amplio consenso, formado por personas que no intervienen en la dirección y que sólo actúan cuando hay conflictos (unas comisiones de conflictos que actúen más como mediadoras que como jueces que dan la razón a uno u a otro). Y sin duda un diseño conjunto de las organizaciones orientado a generar una militancia responsable, tolerante y participativa. En el último ciclo político se ha perdido una oportunidad para construir un modelo de organización de este tipo. Y por esto es ahora más urgente pensar cómo se puede reconducir la situación. Empezando por evitar este duelo de pistoleros que alguien atiza entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz y que, si no se reconduce, puede llevar a otro desastre electoral y político.
II
Estamos ante el enésimo intento de construir un proyecto político de la izquierda alternativa. Una necesidad que es en parte el producto de la velocidad y la obsolescencia que afectan a todos los procesos políticos, especialmente los que se plantean cambios sociales profundos. De hecho, incluso los dos grandes partidos (PSOE y PP) consolidados en un marco institucional que promueve un bipartidismo estático (con la excepción de Catalunya y Euskadi, donde fue imposible obviar el papel del nacionalismo local) han experimentado deterioros y convulsiones. La izquierda transformadora ya ha experimentado varias veces un ciclo que obliga a la renovación. Izquierda Unida se formó cuando era visible la crisis del PCE (y la desaparición de todas las organizaciones a su izquierda), Podemos se expandió cuando el ciclo de IU parecía agotado y tuvo su mayor empuje con las confluencias, las mareas. Ahora no volvemos a estar en la casilla de salida, pero es obvio que falta un nuevo empuje. Y sin duda lo que menos se necesita es que exista mucho ruido a su alrededor y lo que más, que sea percibido como una suma de esfuerzos para reforzar lo hecho.
Hay en la mayoría de los procesos de la izquierda una hipótesis de partida que considero errónea. Se trata del convencimiento de que existe una enorme masa social favorable a un proyecto más radical que sólo requiere de un buen proyecto organizativo para darle voz. Sin duda muchas de las propuestas de la izquierda apuntan a aspiraciones sociales de amplio recorrido. Pero pensar que son mayoritarias en los términos en los que se plantean supone ignorar tanto todo el proceso histórico anterior como los datos que reflejan las encuestas, los estudios sociológicos y la propia experiencia electoral reciente. Las propuestas de la izquierda sólo llegan a un sector minoritario, aunque no minúsculo si se lo compara con la experiencia de otros países, de la sociedad. Y en lo primero que debe pensar un proyecto es consolidar esta base social. Más o menos como los equipos deportivos que saben que el campeonato está lejos de sus posibilidades y consiguen un buen resultado a partir de optimizar sus capacidades. Cuarenta años de franquismo y otros tantos de hegemonía neoliberal han modelado nuestra sociedad y hacen difícil pensar en una “revuelta” social a corto plazo. Aunque muchos de los problemas son acuciantes y requieren respuesta a corto plazo, no hay suficiente fuerza social para todos los cambios necesarios. Por esto, en el plano político, más que esperar giros rápidos (en parte el ciclo Podemos se diluyó cuando fue evidente que, aun llegando a entrar en áreas de poder, las posibilidades de transformaciones profundas eran imposibles) lo que conviene es contar con una base social que permita la persistencia de las transformaciones. Porque si algo puede mostrar esta izquierda es que su presencia en el Gobierno y en la gestión municipal ha mejorado derechos sociales y ha impulsado transformaciones urbanas. Y que si pierde estos espacios hay bastantes posibilidades de que todo esto se pierda. Mejor empezar por realismo que creando unas expectativas excesivas que nunca se cumplen.
III
En el debate actual es también recurrente la crítica de que un proceso debería empezar por una confluencia desde abajo, de movimientos sociales de gente activa. Sin duda, es un planteamiento respetable que tiene como objetivo implicar a mucha gente, hacerla partícipe y generar un proceso inclusivo. Pero estimo que su punto de partida es más un buen deseo que una alternativa realista.
No sólo porque la realidad social venga dominada por un bajo nivel de participación social en la esfera colectiva. También porque el mismo espacio de los movimientos sociales, de las entidades, colectivos y organizaciones sociales está tanto o más fraccionado que la izquierda política. Proliferan las organizaciones de un solo objetivo, a menudo más interesadas en competir entre sí que en generar una dinámica común. Y donde a menudo se reproducen los mismos problemas de liderazgo que en la esfera de la política institucional. Cada organización tiende a pensar los objetivos en función de su propio proyecto, lo que suele ir en detrimento de su implantación territorial y de la densidad social de sus proyectos. Algo que puede constatarse fácilmente en campos como los de la lucha por el derecho a la vivienda, la sanidad, la lucha contra la pobreza… Conseguir tejer propuestas comunes y que estas se consoliden exige una enorme tenacidad, voluntad colectiva y paciencia, que no suelen proliferar en el mundo de los movimientos. En cierta medida parece, más bien, que se reproducen los vicios de la esfera institucional que muchas veces se critica.
Hay, además, un elemento añadido a esta dificultad. Muchos de los proyectos de crear una gran coalición transformadora se basan en ligar organizaciones políticas con organizaciones sociales. En cierta medida el viejo modelo de la izquierda, donde el partido tenía un sindicato afín y una red propia de entidades sociales (Casas del Pueblo, ateneos…). Hoy hay una enorme reticencia de los movimientos sociales a encuadrarse en un proyecto político. Y en este caso mucho menos por los vicios de liderazgo que por propia necesidad. Un movimiento, o una entidad, implicados en una marca electoral, quedan condicionados en su actividad cotidiana. Siempre serán vistos como un instrumento de una fuerza partidista. Lo descubrieron hace tiempo los sindicatos y las asociaciones vecinales, y lo sabe cualquiera que actúe en esta esfera semipública, a la vez social e institucional, en la que intervienen la mayoría de las iniciativas ciudadanas. Un proyecto transformador debe tener una relación fluida con los movimientos, fomentar el activismo social de sus miembros, escuchar sus propuestas. Pero requiere hacerlo reconociendo espacios de autonomía y diferenciación para prevenir los conflictos entre ambas esferas, porque los ritmos y los condicionantes cambian.
IV
El objetivo de esta nota es, a pesar de todo, propositivo, tratando de despejar los barrizales en los que nos solemos empantanar. Ante una crisis social y ecológica de enorme profundidad, ante la amenaza evidente de una derecha reaccionaria que trata de imponer unas políticas autoritarias y generadores de injusticias y desigualdades, es más necesario que nunca el impulso de un proyecto ecosocialista que minimice desastres e impulse transformaciones. Y creo que la experiencia reciente ha tenido muchas cosas positivas, a pesar de sus limitaciones. Por ello justamente considero que hemos de ser realistas en la construcción de políticas y evitar los males autoinfligidos.
Me parece obvio que lo más perentorio debería ser evitar el choque de liderazgos y, en ausencia del tipo de instituciones mediadoras que he intentado esbozar, que un pequeño grupo de gente con un cierto prestigio político y cierta pluralidad hiciera este esfuerzo de mediación. En segundo lugar, creo que no hay tiempo para realizar un amplio proyecto de confluencia, escucha y debate. Me consta que de momento el proyecto Sumar está desarrollando un proceso de elaboración de ideas con mucha gente participando. Se corre el riesgo de que al final salga un programa más o menos convencional. Habría cuando menos de generar debates públicos, abiertos, en los que se plantearan y testaran ideas. En los que se pusieran de manifiesto puntos de acuerdo y también divergencias, con las que será inevitable transitar. En fin, donde se activara a la militancia potencial. Esto afecta también a los movimientos sociales, a su necesidad de repensarse, de romper las dinámicas centradas en la propia organización para tratar de generar procesos y formas organizativas que multipliquen la eficacia de tanto esfuerzo activista.
28 /
11 /
2022