La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
Paz y neutralidad
Es hora de decir que Europa occidental equivoca por completo y gravemente su política sobre la guerra de Ucrania. Y también lo hace España.
Nuestro país había permanecido neutral en las dos grandes guerras europeas. La Constitución de la II República excluía la guerra “como instrumento de política nacional”. El apartamiento relativo de esta política fue la decisión de la dictadura militar de conceder a los norteamericanos bases en España: la de Rota y la de Morón, subsisten; creo que no otras instalaciones que los americanos ya no necesitan. La mencionada decisión no tenía gran valor militar para España, pero sí un inmenso valor político para el régimen dictatorial, al contribuir a su perduración. Con el gobierno de Aznar y la segunda guerra contra Irak se acabó cualquier sombra de neutralidad.
Las condiciones en que se firmaron los pactos militares con los norteamericanos a mediados de los años cincuenta del siglo pasado no son las de hoy. Entonces el territorio español no podía sentirse amenazado por nadie, pese al alineamiento político significado por los pactos. Hoy las cosas son muy distintas. Esas bases militares extranjeras, y toda la península, además de Gibraltar (otra base militar), pueden ser alcanzadas por misiles de largo alcance, con carga atómica potencial, procedentes de Rusia y acaso de Corea del Norte, por el momento. Hoy la seguridad de los españoles se halla en entredicho por haber abandonado la tradicional política de neutralidad y de paz.
En las alturas de la política europea no se ignora que la guerra de Ucrania es una guerra entre los EE. UU. y Rusia por estado interpuesto. Pero la respuesta europea ha consistido en apoyar incondicionalmente al aliado americano. ¿Por qué? Porque no es tanto un aliado como un patrón.
Europa hubiera debido intervenir a tiempo propugnando un verdadero pacto de seguridad europea; Rusia es tan europea y tiene una cultura tan europea como Francia, p. ej., independiente de los norteamericanos. Aunque algunos lo intentaron, como Francia y la RFA, ofreciéndose como garantes de los acuerdos de Minsk; sin embargo, el gobierno ucraniano de Kiev y los EE. UU. los consideraban papel mojado, y por ello hicieron cuanto pudieron para evitar su aplicación. La Unión Europea como tal no es capaz de tener una política exterior y de defensa propias. Y los halcones más cegatos y atlantistas, como la presidenta de la UE, Von der Leyden, y el comisario europeo Josep Borrell, se lanzaron a exigir una política que financiara y proporcionara armamento al gobierno de Kiev —que llevaba ya seis años de guerra civil interna—, sin preocuparse por las razones que habían conducido al gobierno ruso al inmenso y criminal error de iniciar las hostilidades ni atender a lo que eso significaría para las economías de Europa occidental.
Cuando hay una guerra lo primero que se va al garete es la verdad. Las imágenes televisivas de la guerra son muy confusas, y muchas de las barbaridades televisadas pueden tener por autor a cualquiera de los bandos o a los dos. No sabemos en cada momento a qué nos hemos de atener sobre lo que ocurre en esa guerra. Pero sí sabemos que la escalada del conflicto es peligrosísima incluso para nosotros.
El gobierno ruso carga con la mayor responsabilidad por haber llevado a cabo la invasión de Ucrania. El gobierno ucraniano, también carga con la suya al haberse negado a aplicar los acuerdos de Minsk, y ahora por no querer negociar el final de la guerra (por imposición de los norteamericanos). Pues bien: la hora de negociar ha llegado ya hace mucho para nosotros los europeos. Es importante que las poblaciones europeas lo exijan a sus gobiernos (hay que decir que el español ha hecho las cosas de tapadillo —al socaire de la reunión de la Otan en Madrid— sin un auténtico debate público o en el parlamento).
Se ha entrado en una situación muy peligrosa, en la que se pretende que una potencia nuclear acepte perder una guerra que se ha vuelto vital para su supervivencia como Estado. Es la hora del alto el fuego, del armisticio y de la negociación; de la ayuda civil y no militar a los ucranianos; de la exigencia al pueblo ruso de que haga oír su voz y su deseo de paz y seguridad.
Y la hora de exigir a nuestros gobernantes que en este asunto se quiten de en medio y hagan saber a EE. UU. que ha llegado la hora de sentarse a negociar para poner fin al drama de Ucrania. Y exigirlo no solo a ellos. Esa exigencia debe extenderse a toda esa imprudente clase política y a los medios de masas que le bailan el agua.
No hay que tener miedo de ir contra la corriente que lleva a un despeñadero.
13 /
10 /
2022