La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
Cajón Desastre
Israel, estado terrorista
El poblamiento hebreo de Palestina, el “retorno” a Palestina de personas de etnia judía, fue impulsado por el movimiento sionista, con el que no simpatizaban ni mucho menos todos los hebreos europeos, en el primer cuarto del siglo XX. Inicialmente los judíos emigrados a Palestina no pretendieron fundar un estado propio, sino compartir con los pobladores autóctonos —árabes o judíos arabizados siglos atrás— un estado palestino liberado del dominio colonial británico, que había sustituido al ocupante otomano al finalizar la primera guerra mundial.
El Estado de Israel lo fundaron en cambio terroristas como Ben Gurion, destacado dirigente de este tipo de lucha contra el colonizador, tras la segunda guerra mundial y el Holocausto judío a manos de los nazis. El sector ultramontano y terrorista del movimiento sionista ganó la partida a los británicos y fue establecido el estado de Israel, reconocido por una parte de la comunidad internacional.
La expoliación de tierras de los pobladores autóctonos de Palestina generó permanentes conflictos: exilios masivos a los países vecinos, guerras con los estados árabes que, con la victoria militar israelí, llevó a la ocupación de territorios ajenos más allá de Palestina. La resolución 242 de las Naciones Unidas fijó unas fronteras dentro de las cuales Israel debía replegarse, pero ese estado jamás obedeció. Israel, dama del ajedrez de los Estados Unidos en los yacimientos petrolíferos de Oriente Medio, jamás ha aceptado vivir en paz con sus vecinos.
Hoy es un estado terrorista.
Hace años, la decisión del Tribunal Supremo de Israel de autorizar lo que llamó “interrogatorios reforzados” de palestinos sospechosos, es decir, la práctica de la tortura por los cuerpos de seguridad sin posibilidad siquiera de reclamación judicial, no suscitó protesta alguna de la comunidad internacional. El estado de Israel ha organizado acciones delictivas o criminales en el extranjero: primero el secuestro de criminales nazis: aunque la jurisdicción por crímenes de guerra y contra la humanidad es universal, y por tanto Israel podía juzgar legítimamente a los criminales nazis, también estaba obligado a llevarlos legalmente ante sus tribunales. Israel ha practicado el secuestro, la tortura y el asesinato de oponentes políticos mediante sus servicios de seguridad, y por medio de su ejército ejecutado o autorizado actos prohibidos que incluyen matanzas deliberadas de civiles inermes (las de los campos de refugiados de Sabra y Chatila), asesinatos por medios militares de políticos palestinos, destrucción de viviendas o poblaciones enteras, bombardeos sobre la población civil en Palestina y el Líbano y acciones militares fuera de sus fronteras sin previa declaración de guerra. Ha asesinado a niños, bombardeado hospitales, campamentos de refugiados e infraestructuras civiles, utilizado armas prohibidas, violado treguas y atacado a sabiendas a organizaciones de ayuda humanitaria e incluso a delegados de las Naciones Unidas, cuyas resoluciones ignora. Con la complicidad de Washington, Israel se ha armado con bombas nucleares cuya existencia niega, y ha torturado y encarcelado a sus propios científicos honestos que desvelaron este secreto de estado. Israel reprime también a sus propios ciudadanos pacifistas.
Israel ha mostrado no querer la paz con la población palestina y se opone con tenacidad a la creación de un estado palestino; ha admitido la existencia de autoridades palestinas negándoles la posibilidad de cumplir sus funciones de mantenimiento del orden pero criminalizándolas por lo que Israel mismo les impide hacer. Cada vez que se ha estado a punto de conseguir una paz negociada Israel ha originado unilateralmente incidentes que la han hecho imposible. No se puede descartar que sus servicios sean responsables de la extraña enfermedad y rápida muerte del dirigente palestino Arafat, la bestia negra de Israel. Israel ha exigido elecciones en los territorios de administración palestina, pero cuando éstas han dado un resultado que confirmaba la voluntad de resistencia de la población ha renovado sus ataques militares contra los civiles —ya que no hay verdadero ejército que derrotar—.
Los embajadores de Israel y sus publicistas llaman terroristas y califican de antisemitas a cualquier persona que denuncia estos crímenes del estado israelí, responsabilidad de sus políticos, de sus generales e incluso del odio inculcado a sus simples soldados. En la prensa internacional su lobby intelectual urde supuestas tramas de otros estados —aquellos que están en el punto de mira de los norteamericanos, como Siria e Irán— para justificar la violencia israelí contra la población palestina y todo lo que se mueva.
Es evidente que contra la agresión armada del estado de Israel a la población palestina y a los estados que acogen a los refugiados de ésta hay un movimiento disperso de resistencia armada e incluso terrorista: el terrorismo es criminal, pero cuando es una respuesta a otro terrorismo se puede decir que éste se lo ha buscado. Israel lo ha fomentado con el terrorismo de sus fuerzas armadas y de seguridad, con su terrorismo de estado.
El ataque al Líbano de este verano de 2006 es un episodio más de una larga lista de comportamientos agresivos del estado de Israel, que se envuelve en la memoria del Holocausto judío para hacer pasar por alto que es simplemente una administración criminal. Ahora trata, con su agresión al Líbano, de involucrar a otros países en su acción, como sugería, sugiriendo al mismo tiempo que la Otan podría involucrarse en el bombardeo del Líbano, el enloquecido ex-presidente Aznar. El telón de fondo de esta última crisis, que como siempre causa muerte y sufrimiento a civiles indefensos, contra quienes el ejército israelí ha lanzado bombas de fósforo y bombas de racimo, prohibidas, es el fracaso norteamericano en Iraq. El objetivo norteamericano de crear un estado títere en este último país se ha mostrado imposible, y ha empezado la búsqueda de un enredo mayor que permita salvar la cara electoral a la derecha norteamericana en el gobierno.
Los ciudadanos demócratas deben ser prudentes para evitar que se extienda entre la población la ideología antisemita por inducción de los comportamientos de la entidad israelí. Todo antisemitismo es racismo que es preciso rechazar y combatir. Pero debemos movilizarnos contra el estado terrorista. Por mucho que pajaritos como Rajoy califiquen de “catetas” las manifestaciones contra la violencia israelí.
Apartheid
En los años sesenta los afroamericanos de los estados sudeños de Norteamérioca tenían derechos políticos, pero no los podían ejercer porque las autoridades locales les exigían saber leer o conocer la constitución, y, como es natural, estas cosas no se las había enseñado nadie. Ahora Duran Lleida, el ínclito prócer del nacionalismo católico catalán, resucita la vieja idea del racismo sudista: para que los trabajadores inmigrados voten deberían acreditar primero conocer el catalán.
El apartheid está ganando terreno en Cataluña: hay uno para sordos: sólo se les beca para aprender el lenguaje catalán para sordos, no el lenguaje universal de signos; y ahora la consagración del apartheid de los inmigrados. Que el apartheid gana terreno lo muestra la extensión de las agresiones racistas, esa penosa manera de introducir “jerarquías” entre los de abajo, en la poblada comarca catalana del Vallès. Para los agresores, el devoto y longuimano señor Duran Lleida puede ser su hombre. Y como Convergència también se apunta…
9 /
2006