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Gustavo Duch

Comemos todas o el gobernador al río

De los catorce barcos que han partido desde los puertos del mar Negro con grano ucraniano, ninguno tiene un país africano como lugar de destino. Solo uno transporta trigo: se han priorizado productos que sirven como pienso para la ganadería industrial.

«La alimentación no es una mercancía» fue uno de los primeros lemas que, bordado en gorras o serigrafiado en camisetas y banderas, enarbolaron las gentes de La Vía Campesina por todo el mundo. Argumentaban, con razón, que un derecho humano vital no podía dejarse en manos del libre mercado. Como la salud o la educación, la alimentación debería estar garantizada universalmente, a la vez que se satisface el quehacer de quienes producen los alimentos, campesinas y campesinos. Pero no es así, y estos días estamos apreciando uno más, y muy dramático, de los muchos ejemplos que lo ratifican.

Como se ha venido repitiendo, la especialización en la agricultura de cereales de las regiones afectadas por la guerra de Ucrania es una (la más importante es la especulación) de las razones de la subida del precio de los alimentos que está provocando una crisis alimentaria muy severa. Por eso se ha seguido con mucho interés las —dicen— complicadas negociaciones para reabrir, el pasado 1 de agosto, el comercio marítimo de granos desde los puertos del mar Negro. Todos los dirigentes políticos se han felicitado porque así se “garantiza la seguridad alimentaria”, especialmente para las zonas más castigadas, como buena parte de África.

Naciones Unidas ha puesto en marcha una página web para conocer los movimientos de los barcos del mar Negro y lo que vemos le da la razón a La Vía Campesina: los granos de Ucrania, como una mercancía más, se sienten atraídos por una fuerza centrípeta que los dirige hacia los países ricos, allí donde se acumula el poder del capital. De los catorce barcos que hasta ahora han partido, ninguno tiene un país africano como lugar de llegada. Los destinos son Turquía, Italia, Irlanda, Inglaterra, China y Corea del Sur. Solo uno partió hacia otra de las zonas afectadas por la inflación alimentaria, Líbano, pero según The New York Times este cargamento está retenido y buscando comprador. No aparece en el listado, pero la información de este periódico explica que el Programa Mundial de Alimentos sí ha fletado un barco para lugares como Yemen o Somalia.

Llama también la atención que de los catorce barcos en tránsito, solo uno lleva trigo.

Nueve van cargados de maíz, tres con girasol y uno con soja. Es decir, la fuerza centrípeta del dinero da prioridad a la comercialización de productos que, mayoritariamente, van a ser convertidos en pienso para engordar la ganadería industrial. Tanto que estos meses hemos hablado del trigo de Ucrania, de momento, para muchas personas ni hoy ni mañana habrá pan.

Es tiempo de recordar los episodios que se repitieron en Castilla, en el siglo XIX, cuando ante la especulación con los alimentos, la población, sobre todo las mujeres, como canta Guille Jové, decidieron que “o comemos todas, o el gobernador al río”.

[Fuente: Ctxt]

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2022

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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