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Marta Román

Giulia Adinolfi: la semilla roja del feminismo catalán

No es ningún delito decir que el diálogo entre marxismo y feminismo siempre ha sido complicado, ya sea por un tipo de marxismo sin género o por un feminismo sin clase. A finales de los años 70, el feminismo en España resurgió con más fuerza que nunca desde el comienzo de la dictadura, y se produjo un proceso de construcción del movimiento digno de estudio. Giulia Adinolfi nace en 1930 en Salerno, Italia. Militante del Partito Comunista Italiano desde los dieciséis años, llegó a Cataluña a través de una beca de estudios hispánicos, y es entonces cuando conoce a Manuel Sacristán, la persona con la que compartirá el resto de su vida.

La mayoría de las personas que la conocieron coinciden en la fascinación que sentían cuando hablaban con ella, así como en la cantidad de trabajo intelectual que hacía durante su día a día de forma discreta. Ella y Sacristán decidieron quedarse en España y comprometerse con la lucha contra el franquismo, rechazando, probablemente, oportunidades que le esperaban en Italia: el lugar donde se había politizado desde pequeña y de donde adquirirá una mirada política determinada con la que teorizará el feminismo catalán de finales del siglo XX. Su militancia en el PSUC fue discreta, mucho más que la de Sacristán, probablemente por los peligros que implicaba una actividad de aquellas dimensiones: no podían asumir los dos el mismo nivel de reconocimiento. Aun así, dedicó los últimos años de su vida a pensar y publicar artículos sobre el movimiento feminista catalán, siendo una de las precursoras de las «jornadas catalanas de la mujer».

Es una necesidad, cuanto menos, exponer parte de las ideas que Adinolfi escribió durante los años 60 y 70, porque elaboró un pensamiento propio que la situó como una de las pensadoras más especiales de su época. También para salir de los márgenes dentro de los que se la suele recordar, y poner en valor su pensamiento político.

La propuesta de la subcultura femenina

En primer lugar, encontramos la línea de análisis con la que Adinolfi participa en el debate igualdad-diferencia. Según esta, la subcultura femenina es aquella cultura general que comparten las mujeres a raíz de sus experiencias en la subordinación. El término cultura indica aquí un elemento de identificación; más allá de un sistema de ideas que busca motivar ciertas conductas, hablar de cultura es tener en cuenta elementos materiales, pero también subjetivos: aquellos que tienen que ver con las costumbres, las tradiciones y los sentimientos. En este sentido, Adinolfi entiende que las mujeres son un grupo subalterno que se mueve entre la aceptación y el rechazo a las relaciones de dominación y que, por lo tanto, el rechazo total de la feminidad es un error político. Para ella, era imprescindible entender que las mujeres han cogido los valores patriarcales y los han elaborado, dejando paso a un sistema de valores propio, y es por esta razón que opta por «no tirar el agua de la bañera con el niño dentro», señalando la necesidad de una aceptación crítica de la feminidad. Como bien afirma Elena Grau, esta propuesta significó una liberación para muchas mujeres de la época:

Tirar la criatura con el agua era tirar algo que nosotras mismas éramos, porque en nuestro ser mujeres no todo era impuesto por el patriarcado. Habíamos recibido de nuestras madres una gran complejidad de saberes, de actitudes, de maneras de hacer y estar en la vida que no se reducían a los mandatos que pretendían minorizar y controlar nuestra vida. Esta parte de nosotras era la criatura —eso descubrimos gracias a Giulia— que queríamos conservar y hacer crecer (Grau, 2022).

A pesar de que las mujeres compartían una misma situación de opresión, esta era diferente dependiendo de la organización política y la clase social a la que se pertenecía. Esto es, Adinolfi considera que el contenido de la feminidad está vinculado a la cultura dominante de las sociedades; a partir de una mirada antropológica entiende que la feminidad no es algo esencial y estable, sino que depende de la adaptación del sistema al contexto concreto. A esto se le añade el elemento de clase, explicitando la existencia de divisiones sociales entre mujeres, hecho que afecta, también, a la expresión y el entendimiento de la feminidad. Es en este punto donde la autora considera que las mujeres de la «burguesía» no buscarán acabar con el sistema capitalista del cual salen beneficiadas, pero si buscarán lograr una igualdad de género para ellas mismas, hecho que hace que el feminismo se constituya como un movimiento diverso en términos sociales.

A pesar de la diversificación social, la discriminación patriarcal afecta a todas las mujeres. Es cierto que la opresión se manifiesta con intensidad y consecuencias diferentes, pero se desprende un sistema de valores lo suficientemente general que permite hablar de una subcultura femenina. Más allá de las diferencias sociales, la experiencia vital de las mujeres comparte un elemento unificador: la opresión específica que sufren, y es en este sentido que al organizar el «movimiento democrático de mujeres» Giulia agrupa a mujeres diversas en términos sociales. Tal y como señala Pilar Fibla en un artículo publicado durante 1981:

El artículo está basado en la experiencia del movimiento democrático de mujeres que organizó el PSUC en los sesenta y que G. A. dirigió. Recordado ahora, una de las características más significativas de las mujeres democráticas era la diversidad, tanto desde el punto de vista social, como político. Coincidieron mujeres de profesiones muy diferentes y de preocupaciones muy diversas respecto al hecho de ser mujeres. Fibla (1981)

Haciendo un paralelismo, hay que recordar como el propio Antonio Gramsci fue uno de los pocos dirigentes de occidente que apoyó la propuesta que Clara Zetkin le hizo a Lenin de «basar la organización internacional de mujeres comunistas en la construcción de lugares abiertos también a mujeres no inscritas en el partido» (Durante, 2019: 320). Giulia Adinolfi fue todavía más allá, agrupando a mujeres diferentes no solo en términos políticos sino también sociales, entendiendo que el movimiento feminista es diverso y, por lo tanto, también un campo de batalla por la hegemonía. Concebir la lucha de las mujeres como plural e identificar elementos de convergencia permite a la autora ampliar el sujeto de la lucha y entender el campo donde se disputa la hegemonía del movimiento. El feminismo, entonces, se tiene que constituir como una política de masas, siendo esta un elemento imprescindible para que la clase trabajadora deje de defender intereses corporativos y, por el contrario, defienda la vida.

El feminismo como política de masas: la necesidad de defender la vida

Adinolfi escribió en 1978 —poco tiempo antes de morir— una nota preliminar donde afirmaba que la tarea pendiente del movimiento obrero era entender la política de masas no solo como elemento táctico del proletariado, sino como la afirmación del carácter hegemónico de sus intereses. La tarea de las clases trabajadoras no es solo cambiar la propiedad de los medios de producción, sino defender la vida. De hecho, la autora dedicó gran parte de su vida a hacer entender que la lucha de las clases trabajadoras tenía mucho que ver con la lucha contra la opresión patriarcal. En uno de sus artículos, denominado «Por un planteamiento democrático de la lucha de las mujeres» (Adinolfi, 2005), hace una crítica a las diferentes concepciones que existían sobre la lucha de las mujeres, en concreto a la visión «paternalista» de la lucha, la «extremista» y la «feminista» [1].

El sistema capitalista necesita relegar a las mujeres a una posición subalterna para mantener su opresión de clase. En este sentido, Adinolfi analiza el papel del trabajo doméstico y lo pone en relación con el funcionamiento del sistema capitalista. Es decir, hace un análisis político-económico de la cuestión señalando el papel que juega la reproducción de la mano de obra en el proceso productivo: aquello que el sistema capitalista considera una tarea privada, esto es, la reproducción de la vida, es en realidad indispensable para su propio funcionamiento. Por esta razón, el llamamiento de Giulia Adinolfi a la organización de la clase trabajadora no se separa de los objetivos feministas, como sí hicieron los planteamientos racional-humanistas del siglo XlX (Ferguson, 2020:80). Los objetivos feministas y los de la lucha de clases están unidos, sin que se dé una disolución de los primeros en la lucha trabajadora. En definitiva, el éxito de la confrontación con el capital depende de la inclusión de las mujeres en la lucha de las clases trabajadoras.

Asumiendo que los intereses de las clases trabajadoras y los feministas tienen que ir de la mano, hay que aclarar que Adinolfi siempre consideró que la opresión de la mujer no se reducía al antagonismo capital-trabajo. De hecho, señala que los problemas de las mujeres demuestran una contradicción interna del propio sistema capitalista, que pretende dar una imagen modernizada sobre el papel que juega la mujer en la sociedad mientras mantiene determinados elementos anacrónicos. Es precisamente por eso que el movimiento feminista se conforma por sujetos diversos en términos de clase.

Las mujeres, por lo tanto, se ven afectadas por los problemas generales de la sociedad, haciendo que el fin de su opresión solo pueda llegar con la erradicación de la explotación de clase. Es por eso por lo que todos aquellos grupos interesados en acabar con la inferioridad de las mujeres pueden llegar a apoyar intereses que buscan poner fin a la lógica sistémica actual. Esto es, el movimiento feminista se conforma por sujetos diversos en términos políticos y sociales y, por lo tanto, se da una lucha por la hegemonía dentro del propio movimiento. Es imprescindible llevar a cabo esta lucha por la hegemonía, para hacer de los intereses de las clases trabajadoras intereses colectivos, y para defender la vida en todas sus expresiones.

Referencias:

Durante, Lea. 2019.«Hegemonía gramsciana y feminismo: un diálogo necesario», en Gramsci: La teoría de la hegemonía y las transformaciones políticas recientes en América Latina. Actas del Simposio Internacional. Asunción: Centro de Estudios Germinal.

Ferguson, Susan. 2020. Mujeres y trabajo: feminismo, trabajo y reproducción social. Madrid: Sylone.

Fibla, Pilar. 1981. «Reflexions sobre l’evolució del moviment de dones a Barcelona». mientras tanto, 6, pp. 23-29.

Grau, Elena. 2022. «Veure-hi més enllà. El pensament de Giulia Adinolfi sobre la política de les dones». Cicle “el Marxisme viu”, [Inèdit].

Adinolfi, Giulia. 2005. «Por un planteamiento democrático de la lucha de las mujeres», mientras tanto, 94: pp. 53-60.

Nota:

[1] Se debe aclarar, en este sentido, que Adinolfi elaboró la crítica a la «concepción feminista» haciendo referencia al feminismo liberal burgués de la primera mitad del siglo XX. Este feminismo fue eliminado durante las primeras décadas del franquismo y resurgió hacia los años 60. A finales del 70, con la extensión del feminismo de la segunda oleada se introduce el término «patriarcado» como sistema socio-simbólico de dominación y se empieza a analizar su articulación con el capitalismo. Lo más probable es que Adinolfi tuviera en cuenta este cambio.

[Fuente: Sin Permiso]

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2022

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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