¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Juan-Ramón Capella
Mañana
Cuando vayamos saliendo de esta pandemia estaremos en una situación enrarecida y mucho —mucho— peor que antes: no sabremos si se puede repetir, si se producirán a tiempo —antes de noviembre de este año— vacunas, si serán eficaces. Y descubriremos que falta mucha gente, muchos, demasiados, conciudadanos nuestros.
Quizá pasemos a vivir en sociedades donde se produzcan brotes víricos más o menos detectados, localizados y tratados autoritariamente.
Habrá gentes que se obstinarán en que todo sea como antes: disputas políticas de pacotilla, fúbol hasta en la sopa, tele y marear la perdiz. Pero habremos descubierto varias cosas.
El egoísmo del gobierno norteamericano: niega dineros a la OMS cuando más falta hace; la acusa de «prochina»; intenta comprar patentes farmacéuticas contra el virus. América primero: los estadounidenses ni son aliados de nadie ni son solidarios con nadie. No son la solución; son frecuentemente el problema o un problema añadido.
Son, gracias a su equipo dirigente político, los que tienen los billetes para ser los peor librados de la pandemia.
El egoísmo de varios países de la Unión Europea. Un contraste entre los ricos, antiguos grandes colonialistas, y los países del Sur (algunos también colonialistas, pero menos). Si no se modifica la Unión, si no se modifica Maastricht, habrá que pensar en otra cosa. Las políticas neoliberales han de ser sustituídas por políticas redistributivas; si no, la UE no sirve para nada.
Economía por los suelos. Por los suelos de todos. Va a ser casi imposible exportar, y la «globalización», vista como intercambios, sufrirá un parón serio. Para muchas cosas habrá que volver al mercado interior, lo único que nos puede ayudar a los unos con los otros.
El paro va a ser probablemente enorme. Con la particularidad de que esta vez no habrá adónde emigrar, pues los demás países padecerán lo mismo que nosotros. Tendremos que arreglárnolas entre nosotros, con solidaridad voluntaria o impuesta a todos; y principalmente imponiéndola a los que más tienen. España, el país del paro: ese parece ser nuestrro destino.
Si se tiene empleo, falta saber si el poder adquisitivo de los salarios se mantendrá o se fosilizará.
No sabemos cómo serán nuestras relaciones culturales internas. Por lo que se ha visto, la extrema derecha ha optado por transformarse en hiena: por mentir y dañar la confianza pública; por emitir falsedades y hacer circular bulos. Habrá pescado a algunos incautos, pues la gente crédula, y la incrédula de lo oficial, abunda. También eso es legado del franquismo. Es pensable una dificultad político-cultural añadida a la recuperación. Pues tampoco sabemos si la solidaridad general que ha mostrado la población española se traducirá en nuevas instituciones solidarias que renueven la vida político-cultural.
El Estado dispondrá de perfeccionados medios informáticos de control de poblaciones. Habrá que establecer reglas de uso.
Sabemos que seguirá la matraca del secesionismo, probablemente suavizada. La epidemia ha mostrado no distinguir entre nacionalidades ni etnias: sólo de organismos fuertes o débiles. Para los débiles es letal.
El consumismo de las vacaciones en jets al quinto pino se acabará o debería prohibirse, como otros consumos antisociales. En España la burbuja turística —de la que venimos advirtiendo hace tiempo— ha estallado ya. El Estado debe fomentar producción de bienes y servicios alternativos. Nuestro futuro depende de un consumo responsable, y de la reeducación para el consumo responsable y el decrecimiento.
Para la consciencia colectiva, China aparece como una potencia solidaria, no agresiva, que va a verse en todo el mundo con ojos nuevos y tal vez sin anteojeras. Ha puesto sus investigaciones sobre el coronavirus a disposición de todos. Ha ayudado sin pedir nada a cambio.
Y sin anteojeras hay que ver también a Cuba, a cuya población ha afectado el embargo de respiradores y otros elementos sanitarios mantenido por los Estados Unidos, mientras que médicos cubanos acudían como siempre a los países de su entorno para contraponerse a la pandemia
Hay regímenes autoritarios y regímenes autoritarios. Los peores son los que cortan las manos, azotan, menosprecian a las mujeres. Hay que protestar siempre por los abusados que carecen de derechos, pero no según la música de los periodistas de la CIA, sino según los hechos.
Aunque lo anterior es fundamental, hay que estar en lo más importante: la pandemia ha sido una cortina que por unos meses ha dejado en segundo plano los grandes problemas de la humanidad: el multilateral problema, ecológico, en primer lugar; el problema militarista y armamentístico, con armas atómicas y biológicas que pueden exterminarnos; el problema de la desigualdad reproducida socialmente, cuando existen todos los instrumentos tecnológicos para salir todo el mundo de la miseria.
Falta saber si las poblaciones, en este nuevo universo brutalmente barbarizado, se apuntarán al fascismo o a movimientos socialmente fecundos. Lo primero no es una opción irreal: el fascismo de ahora no será necesariamente de matraca, o ni siquiera un movimiento: puede ser simplemente una cuestión de multitudes consumistas que para seguir siéndolo (ilusoriamente) acepten cualquier solución autoritaria. Ese protofascismo estaba ahí antes de la pandemia, larvado o rampante, en partidos racistas, sexistas y xenófobos, hostiles a los emigrantes y a los extranjeros, con gentes capaces de convertirse en partidas de la porra. Más que aquí, cerca de nosotros, en la UE.
Nuestros derechos y libertades van a necesitar ser defendidos una vez más tras la pandemia.
Recuérdalo tú; explícaselo a otros.
23 /
4 /
2020