¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Rafael Poch de Feliu
San Petrov que estás en los cielos
Sobre el homenaje póstumo al coronel soviético que "salvó al mundo"
El pasado 26 de septiembre se celebraba un pequeño homenaje póstumo en el Museo de Matemáticas de Nueva York. El homenajeado era un coronel del ejército soviético llamado Stanislav Petrov. “Merece el profundo reconocimiento de la humanidad”, dijo el ex secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, al hacer entrega de un cheque de 50.000 dólares a su hija, Yelena. El otro hijo de Petrov, Dmitri, no pudo asistir al acto porque la embajada de Estados Unidos en Moscú rechazó darle un visado a tiempo.
El 26 de septiembre de 1983 yo estaba fregando platos en la cocina de un restaurante griego de Berlín Oeste. Con los marcos que me pagaban en negro estudiaba ruso y costeaba las fotocopias de libros de historia de Rusia en la Staatsbibliothek. ¿Tú donde estabas? Si habías nacido, intenta recordarlo. Aquella noche Stanislav Petrov estaba en una de las salas de control de Serpujov-15 el complejo de vigilancia y control contra ataques de misiles nucleares americanos situado a unos cien kilómetros de Moscú. Petrov era el oficial de guardia, había cambiado su turno con un compañero. Era el encargado de desencadenar la alarma en caso de ataque nuclear. La cadena comenzaba con él, pasaba por el general Yuri Vótintsev, jefe del ejército antimisiles y de defensa espacial, luego iba al ministro de defensa, Mariscal Ustínov, y acababa en la maleta con los códigos para desencadenar la guerra nuclear que siempre acompañaba al Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, entonces Yuri Andrópov.
Petrov recibió la señal de disparos de misiles desde bases de Estados Unidos. Primero uno, luego otros, hasta cuatro. Había que dar la alarma de ataque, pero el incidente que le dejó aterrorizado era extraño: primero porque los ordenadores no confirmaban la información de los satélites y segundo porque un ataque nuclear no se emprende con cuatro misiles, sino con decenas o centenares de ellos.
Eran tiempos tensos. Ronald Reagan amenazaba al “imperio del mal” con su guerra de las galaxias, el continente europeo estaba en plena crisis de los euromisiles. Los “Pershing II” y los “SS-20” salían diariamente en los periódicos alemanes, principal centro de un gran movimiento europeo por la paz y el desarme nuclear. Hacía tres semanas que los soviéticos habían derribado por error el Boeing 747 surcoreano (número de vuelo: 007) con 269 pasajeros a bordo, que apartándose extrañamente de su ruta, volaba sobre su territorio.
Hubo mucho nerviosismo y sudor frío en la sala de control de Serpujov-15 aquella noche. Teóricamente aquellos misiles debían impactar en 40 minutos. Petrov decidió que era una falsa alarma. Entre su mente y la de los satélites, optó por la suya. Fue la decisión correcta. Al parecer la luz solar reflejada en nubes de gran altitud indujo errores en los sensores de los satélites. Fue la explicación oficial, pero vaya usted a saber… La investigación abierta le daría la razón, pero eso no le privó de una bronca fenomenal de su superior por no haber registrado en el diario el incidente. “¿Cómo hacerlo si tenía el micrófono en una mano y el botón rojo en la otra”? Un año después, abandonó aquel “ejército innoble” y se puso a trabajar en un instituto de ingeniería civil. Ni su mujer ni sus hijos sabían donde había trabajado. Se enteraron muchos años después. Ni le castigaron, ni le dieron las gracias.
En 1993 el general Votinsiev dio cuenta de aquel suceso en un artículo publicado por “Pravda”. Eran tiempos de sensacionalismo y no le presté mucho caso. A partir de entonces llegó el reconocimiento… en el extranjero: homenajes, premios. Hasta una película protagonizada por Kevin Kostner que salió como producto enlatado de Hollywood. El de Nueva York del 26 de septiembre era el enésimo homenaje, pero el primero de carácter póstumo. Petrov murió en 2017, “en la soledad, e inadvertidamente para el mundo que salvó de la catástrofe”. Estaba gravemente enfermo, su hijo le cuidaba pero estaba en el trabajo, su enfermiza mujer había fallecido en 1997. Siempre en aquel pobre y angosto apartamento de Friázino al que el teléfono llegó en 1991. “Fue enterrado de la misma forma”, explica el periodista Dmitri Lijanov: “en el cementario de la ciudad, sin orquesta ni disparos de salva”.
Lo del “hombre que salvó al mundo” es a la vez cierto, literal, y anodino.
Este tipo de incidentes se han producido en muchas ocasiones. Por supuesto también en Estados Unidos, donde los secretos se guardan sin las fisuras que conocieron en la URSS.
Con el fin de la guerra fría, se acabaron los acuerdos de desarme. Hoy apenas hay verificaciones y consultas bilaterales. La frontera entre armas nucleares y convencionales se ha hecho confusa. Excepto en China, la doctrina americana del “primer uso” se ha generalizado en el mundo. En materia nuclear vivimos mucho más peligrosamente que entonces, coinciden los que más entienden, tanto en Moscú como en Washington. Pero como aquel 26 de septiembre de 1983, continuamos fregando platos y ocupados en nuestras labores, ajenos a los Petrov y los satélites que nos observan desde el cielo.
[Fuente: Blog del autor]
31 /
10 /
2018