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José Ángel Lozoya Gómez

Pablo Iglesias y los feminismos

Hace días una amiga de Facebook quería conocer mi opinión sobre «la oposición de algunas personas a que los hombres intervengan en la lucha por los derechos de las mujeres. Uno de los alegatos que presentan es el hecho de que un hombre no puede implicarse en la lucha por los derechos de las mujeres porque siempre pierden privilegios, y esta pérdida no los hace fiables para tal lucha». En cuanto encontré el momento improvisé esta respuesta:

La historia está llena de personas para quienes abrazar luchas o ideologías les implicaba aceptar la más que probable pérdida de privilegios. Basta recordar la cantidad de jóvenes de la transición que arriesgaron su libertad y su vida por unos ideales. Frecuentemente jóvenes —hijos e hijas de la burguesía— que lo hicieron mientras creyeron que merecía la pena. Su ejemplo nos demuestra que las luchas por la justicia y por las libertades no solo se libran por los beneficios personales que se espera obtener si se ganan, a veces se sostienen incluso desde el convencimiento de que no se va a vivir lo suficiente para ver los cambios que se persiguen.

En la transición yo era metalúrgico e hijo de luchadores antifranquistas, un joven obrero con conciencia de clase que aprendía y necesitaba de la capacidad de esa juventud estudiantil y pequeñoburguesa de la que no acababa de fiarme. Hace un par de semanas comí y pasé la tarde con más de ochenta ex camaradas a quienes hacía 36 años que no veía, y pude comprobar que nos unía el cariño y la nostalgia, y que la mayoría seguía siendo de izquierdas, aunque ninguno/a había renunciado a sus privilegios de clase y la mayoría gozaba de un bienestar en buena parte heredado.

En estas circunstancias, cómo no entender la desconfianza de las chicas que llegan al feminismo sin historia personal, por más que con frecuencia —harto de verme cuestionado— la misma me incomode.

Me molesta más la desconfianza, no sé si real o aparente, de algunas feministas con mucha más trayectoria que creen tener el monopolio de la lucha por la igualdad, porque han sido las feministas las que más habéis hecho por ponerla en la agenda pública. En el mejor de los casos creo que, al tiempo que representan al colectivo que más sufre las desigualdades, confunden liderar un movimiento con la capacidad de las mujeres para convertir la igualdad legal en la real, o para erradicar las violencias machistas, sin implicar a los hombres en el cambio. En el peor de los casos he llegado a pensar que lo que les importa es conservar parcelas de poder.

Sin la implicación de los hombres no se puede diseñar y construir un futuro compartido, y puesto que la perspectiva de género también tiene género, a los hombres nos toca asumir la deconstrucción de la masculinidad, una tarea que cobra mayor importancia en un momento en que los roles se diluyen y se vislumbra una unidad entre los mismos con la masculinidad como referente universal.

No obstante yo también creo que hay entre quienes nos decimos por la igualdad compañeros que se creen capaces de liderar el movimiento feminista y que tratan de hacerlo en la medida de sus posibilidades.

Entre la pregunta y mi respuesta un amigo dijo (cosas de Facebook): «la labor fundamental de los hombres que estamos por la Igualdad es la de transformar nuestro ámbito de hombres en espacios feministas. No debemos liderar la lucha; pero sí tengo claro que este cambio nuestro debemos hacerlo dentro de un marco feminista».

Días después Pablo Iglesias habló de “feminizar la política” y parte de los feminismos mostraron sus resistencias al protagonismo de un hombre que no destaca por su sensibilidad feminista.

Pablo reprodujo un error de los líderes de la transición, creer que podía hablar del feminismo como habla de los desahucios o la pobreza energética. No vio que, en este tema, para ser creíble no basta con tener conocimientos: hay que estar dispuesto a renunciar a los privilegios que se han heredado por el mero hecho de ser un hombre. Algo difícil de creer en quien cultiva la imagen del triunfador y no ve motivos para cambiar, ni se muestra crítico con el modelo competitivo que le ha permitido alcanzar el éxito y el poder del que disfruta.

Es el prototipo del heterosexual occidental, miembro del colectivo de los hombres que controla casi todos los resortes del poder y disfruta de todos los privilegios del Patriarcado: aquellos a los que puede renunciar y los que dependen de la cultura. Alguien que no ve prioritario acabar con las desigualdades que sufren las mujeres y quienes no se ajustan al modelo viril hegemónico, que no combate el machismo ni anima a otros hombres a implicarse para hacer real la igualdad legal. Él, que en Podemos delega en las feministas la lucha por la igualdad y no se plantea más cambios que aquellos que con su presión sean capaces de imponer.

Es lógico que algunas feministas le hayan criticado que con el ejemplo de los cuidados contribuye a naturalizar los géneros, cuando podía hablar de qué políticas públicas piensa impulsar para ir acabando con las asignaciones de género. Lo que no evita que a mí —que observo preocupado que los géneros se estén difuminando para dar paso a una igualdad que tiene como referente universal el modelo masculino tradicional, y que defiendo la necesidad de que los hombres asumamos el riesgo a equivocarnos— toda referencia a “desmasculinizar” la vea como una aportación al debate.

Sevilla, diciembre 2016

 

[J. A. Lozoya es miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad]

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12 /

2016

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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