¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
Cuentos chinos
Cuaderno de incertidumbre: 1
I
A mitades de julio, cuando preparaba mis vacaciones, las páginas salmón de la prensa económica tomaban cada vez más el tono rosa del final feliz. Casi nadie se acordaba de la crisis. La Reserva Federal estadounidense se preparaba para una subida del tipo de interés al considerar que el país ya salía de la recesión. Grecia se había rendido y parecía que se había suprimido el último obstáculo a la hegemonía ordoliberal en Europa. Estados Unidos volvía a liderar la producción de combustible fósil y conseguía hacer fosfatina a la OPEP. La caída de los precios del crudo y de otras materias primeras afectaba gravemente a la economía de algunas naciones, pero, al menos a corto plazo, podía alimentar una acumulación de capital en otros países.
Y si el mundo, al menos el centro capitalista —que es lo que realmente importa a la prensa económica—, andaba bien, ¿qué decir del Estado español? A tenor de las opiniones de los políticos del PP la estábamos petando, con un crecimiento sostenido del empleo y la producción que rememoraba épocas pasadas. Las reformas estructurales habían dado fruto, lo que mostraba lo adecuado de las políticas de ajuste. A mitad de julio los analistas del diario Expansión auguraban un nuevo récord de las bolsas.
Pero debió de pasar algo este verano, quizás un efecto colateral del cambio climático, y las cosas empezaron a torcerse. Primero fue un leve sarampión de las bolsas chinas, después las devaluaciones y finalmente un nuevo “lunes negro”. Quizás es solo un flirteo de verano, para llenar de contenido la prensa económica, tan huérfana de noticias en agosto. Pero lo cierto es que en pocas semanas el clima ya es menos optimista y algunas cosas empiezan a cambiar. De momento la Fed se ha echado atrás y mantendrá la política de intereses nulos. El problema, una vez más, es que a menudo muchos análisis se fijan más en fenómenos secundarios que en encarar las cosas en toda su complejidad, y después pasa lo que pasa.
II
Que China acabaría con problemas lo habían explicado con rigor los economistas radicales de la Monthly Review norteamericana. El modelo chino está basado en un proceso acelerado de acumulación fundamentado en parte en bajos salarios —y por tanto bajo consumo interno— y una fuerte inversión orientada a la exportación. En cierta medida un crecimiento parecido al alemán, que requiere que otros gasten los productos que uno no consume. A cambio de este superávit endémico con el resto del mundo, el país recibe una enorme cantidad de divisas extranjeras que tiene que reciclar. Una parte vuelve al exterior en forma de inversiones financieras (incluida la propia financiación de las colonias chinas en todo el mundo) o de compra de activos (China ha sido en los últimos tiempos un gran inversor en África). Y también en alimentar procesos especulativos internos, entre otros en el tradicional sector inmobiliario.
Los problemas de este modelo empezaron a plantearse cuando los países ricos entraron en problemas y se frenó el crecimiento de la demanda mundial. Los ajustes posteriores en estos países, incluida la devaluación del euro, posiblemente han acelerado los problemas de demanda y han reforzado las burbujas especulativas internas. Y el final de las burbujas suele ser el ya conocido: crisis financiera, de momento paliada por el método tradicional de echar más combustible al fuego.
La crisis china es una más de las crisis financiera habituales en el período neoliberal. Un período marcado por fuertes desequilibrios entre países, por la ausencia de un verdadero proyecto cooperativo a escala global, por un enorme impulso a las actividades especulativas, por una permanente devaluación de las rentas salariales que está en la base de la inestabilidad recurrente que sacude a la economía mundial. La crisis de 2008 fue el ejemplo extremo de esta sacudida, pero en lugar de adoptar reformas estructurales que transformaran el modelo lo que se hizo fue lo contrario, profundizar en las medidas que se habían ido implantado en la última década del siglo. Y el resultado es que siguen intactos todos los problemas que crearon aquella crisis y se han profundizado sus males.
Es incierto saber qué nivel de profundidad tendrá la crisis china. Sobre todo, porque se trata de una economía grande y crecientemente interrelacionada con el resto. La respuesta china de devaluar el yuan, por ejemplo, vuelve a alterar los tipos de cambio y puede dejar en nada la reciente depreciación de un euro sobrevalorado (y que tan perverso había resultado para los países del Sur de Europa). La crisis de otras economías productoras de materias primas afecta a otra parte de la demanda de los países centrales. Y el errático funcionamiento de los mercados financieros puede seguir deparando situaciones imprevistas, como acaba de ocurrir.
III
Tampoco en España las cosas están tan claras como pretende el gobierno. Y no me refiero a lo que sí es evidente, a que las desigualdades y la degradación laboral y de derechos sociales forman parte del “nuevo modelo”, sino a las cuestiones más convencionales.
A pesar —o precisamente fruto— de las reformas realizadas por Zapatero y Rajoy, no se ha solucionado ni mejorado sustancialmente ninguno de los problemas estructurales que estaban presentes al principio de la crisis. No ha cambiado el mix productivo, como muestra el análisis de los sectores que están liderando la recuperación económica, hostelería y construcción (aunque es una recuperación pequeña, el PIB actual sigue siendo más de un 5% inferior al de hace ocho años), aunque el efecto multiplicador (el impacto de una actividad económica en el resto) provoca que al final todos los sectores crezcan. Se ha crecido en buena medida por un aumento del consumo, animado tanto por la mayor llegada de turistas como por el hecho de que los sectores de más renta han vuelto a hábitos de mayor consumo al considerar que la crisis había escampado (y de nuevo el efecto multiplicador hace que mucha gente gaste algo más). La prueba de que no ha cambiado el modelo se encuentra en la balanza exterior: ha bastado algo de crecimiento para que vuelva a asomar el déficit debido a que nuestro modelo de producción y consumo nos hace sistemáticamente dependientes de importar (aunque ahora la caída del precio del petróleo, nuestro principal bien de importación, alivia un poco la situación).
Y sigue pesando la amenaza de la deuda externa. Gracias a las políticas de austeridad (y las ayudas al sector financiero), el déficit público no ha dejado de crecer y buena parte de la deuda pública está hoy controlada por grupos financieros internacionales. La deuda privada empresarial solo se ha aliviado ligeramente mediante la venta de activos a la que han sido forzados algunos grandes grupos españoles por parte de sus acreedores. Y para algunas grandes empresas el problema de la deuda sigue ahí, como muestra el caso de Abengoa. Bastará que una o dos de las grandes empresas españolas acaben con problemas serios para que la economía española vuelva a estar bajo presión.
En este sentido, el gobierno Rajoy ha capeado una situación dejando una grave herencia para el futuro. Una insostenibilidad financiera que se añade a sus dañosas políticas sociales. Una situación de la que solo nos libraremos sin grandes costes si ocurre alguna coyuntura inesperada a escala mundial. Si, en cambio, la crisis china genera una nueva oleada recesiva y crisis financiera, volveremos a experimentar graves problemas cuando aún estamos sufriendo los que propició la política de Aznar.
30 /
8 /
2015