¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Agustín Moreno
Antisistema a mucha honra
El epíteto de antisistema se utiliza últimamente mucho como arma arrojadiza. El tema no es nuevo y es un invento de las doctrinas policiales que lo vienen usando desde hace más de una década. Al principio no tuvo mucha fortuna y se tiraba más de agitadores profesionales, extremistas, anarquistas y otros adjetivos con intención descalificadora. Empezaron aplicándoselo a los activistas antiglobalización o altermundistas que se manifestaban en Seattle, en Génova y en medio mundo. Aquí en España, la derecha lo utilizó contra IU y Julio Anguita. Ahora vemos que disparan contra Podemos y sus dirigentes. Llaman antisistema a toda forma de resistencia social, porque se trata de criminalizar la disidencia, la protesta pacífica y hasta el legítimo derecho a intentar mejorar las cosas.
Si nos atenemos a la literalidad del término, antisistema es la persona o grupo disconforme con el (des)orden establecido y que trata de cambiarlo por medio de reivindicaciones y acciones. Analizaremos primero de qué sistema hablamos. Lo hacemos del sistema capitalista que es el que condena a 600 millones de personas a pasar hambre en el mundo. Es el que crea un abismo de desigualdad entre el 1% de la población rica y el otro 99%, hasta el punto de que tan solo 83 ricos tiene la misma riqueza que 3.500 millones de personas. Es aquel capaz de recortar los salarios y los derechos laborales de los trabajadores para mantener su tasa de ganancia. Incluso, en determinadas situaciones, no duda en limitar o suprimir las libertades democráticas para defender los privilegios y el poder de las oligarquías. Y suele mantener, como parte del paisaje, unos niveles de corrupción y de impunidad de la misma escandalosos.
Se puede seguir abundando mucho más, pero no hace falta, para concluir que es un sistema profundamente injusto con las personas y depredador con el planeta. En fin, que sin necesidad de recurrir ni a Marx ni a Piketty, este sistema es malo, incluso rematadamente malo, que no asegura para todo el mundo ni pan, ni trabajo, ni techo. Así las cosas, “no es tan malo ser antisistema”, como decían Paco Fernández Buey y Jordi Mir, ni debería de ser peyorativo el término.
Por otro lado veamos algunos ejemplos de quienes han sido antisistema. Si hacemos un poco de historia, uno de los más relevantes fue Jesús de Nazaret; creo que sobran las explicaciones. Otros que entrarían en esa consideración serían Tomas Moro, Bartolomé de las Casas, Thomas Müntzer, los liberales que lucharon contra las monarquías absolutas, los revolucionarios franceses y tantos otros. Lo sería Rosa Parks, la mujer negra que sentándose en el prohibido asiento de un autobús se levantó contra el racismo en Estados Unidos. Podríamos hablar de alguien más próximo en el tiempo y muy agasajado con motivo de su muerte, me refiero a Nelson Mandela ¡qué no dijeron los defensores del apartheid de él! Y entre nosotros del indomable Marcelino Camacho, una de las pocas figuras íntegras de la transición.
Pero ¿qué tienen en común unos y otros? Veamos. Antisistema es el que distingue lo legal de lo justo, que muchas veces no coinciden, porque si hubieran sido sinónimos ya se hubiera acabado con la esclavitud, con la explotación laboral, con la pena de muerte o con la desigualdad de la mujer, por ejemplo. Los antisistema son gente con convicciones morales, que defienden una sociedad más justa, más igualitaria, más libre y habitable. Una utopía basada en la justicia social y la sostenibilidad ambiental. Aquí y ahora en España, las mareas, la PAH, las ONG de ayuda a los inmigrantes, son algunos ejemplos más, que hay que agradecer y proteger.
Los antisistema suelen estar con los perdedores. Pero, como los hechos demuestran, muchas veces aquellos que aparecían como perdedores en un tiempo determinado, resultaba que fueron los que empujaron la rueda de la historia. La mayoría de los derechos conquistados eran considerados utópicos por el poder del momento, desde la libertad a los derechos humanos, los derechos de los pueblos y un largo etcétera.
Si los antisistema son los que defienden otro mundo posible, entonces son los que van a la raíz de las cosas y por eso piensan radicalmente. Son los que defienden la utopía de una globalización alternativa, los que pretenden unir la ética con la política y fomentar la participación de la ciudadanía en los asuntos de todos.
Los que defienden el sistema “como el mejor de los mundos posibles” porque contiene sus privilegios pueden aceptar a los utópicos. La única condición es que no se empeñen en llevar a la práctica sus ideas. Si lo hacen, pasan a llamarles antisistema, es decir, utópicos peligrosos no reconciliados con la realidad existente. Y los poderosos pasan de darles palmaditas condescendientes en la espalda a su demonización. Los que privatizan la sanidad y cierran escuelas no son antisistema. Los que expolian lo público, los que defienden este sistema depredador, los que se aprovechan de él, los que niegan su democratización, son los que representan la expresión más fiel y descarnada del capitalismo neoliberal globalizado.
Son antisistema los utópicos, los revolucionarios, los anticapitalistas. Aquellos que luchan por la liberación de las naciones frente al imperialismo, por la democracia en la política y en la economía, en la sociedad y en la cultura, en la toma de decisiones. Si son la resistencia social ante la barbarie, es lógico que los que aspiran a una sociedad mejor para todos y a la construcción de un mundo a la medida del ser humano digan: ¿antisistema?, a mucha honra.
[Fuente: Cuarto Poder]
20 /
8 /
2014