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Juan Francisco Martín Seco

La levedad de la recuperación

Como se acercan tiempos de elecciones anda el Gobierno empeñado en vender la recuperación de la economía y para ello nos ofrece un dato incontestable: que el PIB ha dejado por el momento la senda negativa y se adentra en tasas de crecimiento moderadamente aceptables. Pero en Economía no todo se reduce al PIB —variable convencional y relativa hasta el punto de que ahora, tras la última modificación, pueda incrementarse por el simple avance de la prostitución y la droga— y mucho menos a que esta variable presente durante algunos trimestres tasas positivas.

Desde luego, es evidente que los millones de ciudadanos que a lo largo de estos años se han incorporado al ejército de parados no se han reintegrado a sus puestos de trabajo, ni los funcionarios han recuperado el poder adquisitivo perdido, ni los jubilados su derecho a que sus pensiones evolucionen al menos al mismo ritmo que lo hace la inflación; ni los salarios, ni la sanidad, ni la educación, ni el gasto en dependencia, etc., han recobrado los niveles que tenían con anterioridad a los recortes. Todo hace pensar que muchas de esas cosas se han ido para no volver y que tendrá que pasar una temporada muy larga para que otras retornen a las cotas anteriores a la crisis.

Pero, es más, desde una perspectiva puramente macroeconómica son muchas las incertidumbres que se ciernen sobre la economía española como para afirmar que hemos salido de la crisis o que ha llegado la recuperación. Incluso cabría afirmar que los desequilibrios y las amenazas continúan intactos, de modo que en cualquier momento pueden invertir de nuevo la tendencia.

Pervive sin duda nuestro gran pecado que es el de habernos endeudado en una moneda que, si bien en teoría era la nuestra, el euro, no controlamos, lo que origina la mayor de las incertidumbres, al encontrarnos al albur de los mercados internacionales y a expensas de que el Banco Central Europeo quiera auxiliarnos. El stock de endeudamiento exterior que desencadenó la tormenta y nos hundió en el abismo se mantiene a los mismos niveles, aproximadamente el 100% del PIB. Tan solo ha cambiado la composición, disminuyendo la deuda privada a costa de incrementar sustancialmente la pública, lo que nos hace más vulnerables si cabe a las presiones y caprichos de los flujos financieros internacionales.

Pero también subsiste la causa del endeudamiento exterior, la debilidad de nuestra balanza de pagos. Durante todo este tiempo en el que la actividad económica se encontraba en coma, el Gobierno, empeñado en presentar la mejor imagen posible de la realidad, colocaba en primer plano el comportamiento del sector exterior, el cual ciertamente se había modificado de manera sustancial, ya que de un déficit de la balanza por cuenta corriente insoportable del 10% del PIB habíamos pasado al equilibrio y en los últimos meses a un saldo positivo.

Algunos, aun a riesgo de ser tildados de agoreros, señalamos hace tiempo que esta evolución positiva tenía mucho de espejismo ya que se debía en buena medida precisamente a las dificultades por las que pasaba la actividad económica, la baja demanda reducía la importaciones y la dificultad de vender en los mercados nacionales forzaba a los empresarios a la exportación; pero que bastaba que se invirtiese el ciclo económico para que la balanza de pagos cambiase también de signo, convirtiéndose, como ha venido siendo habitual, en el factor estrangulador del crecimiento.

Hace unos días la Fundación de las Cajas de Ahorros (FUNCAS) ha advertido en el último número de Cuadernos de Información Económica de que la caída de las exportaciones y el aumento de las importaciones, y su consiguiente impacto en el déficit por cuenta corriente, pueden poner en peligro la recuperación económica, dado que volvería a aparecer la tendencia creciente de la deuda. Era algo que cabía esperar.

A pesar de los enormes sacrificios padecidos por la sociedad española, poco o nada se ha ganado en competitividad exterior. En el ámbito de la Eurozona —puesto que esa misma política austericida se ha querido aplicar a todos los países—, todos quieren robar un trozo de pastel al vecino, con lo que al final apenas se producen cambios en la posición relativa del comercio exterior. Ahora bien, lo que sí se deprime en su conjunto es la economía de la zona euro y cambia la distribución de la renta (en contra de los salarios) en los distintos Estados.

Fuera de la Eurozona tampoco se gana competitividad porque la continua apreciación del euro frente a las otras monedas ha compensado con creces todos los esfuerzos deflacionistas. Ciertamente, la política del Banco Central Europeo, siempre fiel a los intereses de las fuerzas más conservadoras de Alemania, no ha ayudado, pero a medida que su política va siendo más agresiva y heterodoxa se va confirmando también la sospecha de que, a pesar de todos los cañones de que dispone, le va a resultar difícil lograr la depreciación del euro, mientras Alemania se empecine en mantener un superávit por cuenta corriente del 6 o del 7%.

 

[Fuente: República.com, julio de 2014]

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2014

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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