¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Tania Contreras
Entrevista a Silvia Federici
Silvia Federici se sienta en el escritorio de su casa en Nueva York para conversar en esta entrevista. El mismo lugar desde donde ha dado charlas y seminarios durante toda la pandemia. A sus 79 años ha sido reconocida en todo el mundo como una de las activistas y pensadoras más importantes del movimiento feminista. Es historiadora, filósofa, profesora universitaria y escritora. En Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, su libro más difundido, sus palabras apuntan como dardos al corazón que sustenta el sistema capitalista: el trabajo reproductivo y de cuidados que permite sostener la vida, pero que no es reconocido por el capital. Es decir teoriza de cómo las mujeres, principales sujetas de esta labor, han sido condenadas a vivir en la miseria y subordinación por siglos.
Su afabilidad, el “itañol” en voz grave enmarcan una biografía que ha traspasado fronteras y ha trascendido a la academia. Su historia comenzó en la ciudad de Parma en 1942 donde nació y creció en medio de una Italia devastada por la guerra. Luego migró a Nigeria y Estados Unidos.
—Una vez escribí que siempre he sido feminista, incluso de niña sin conocer la palabra ‒dice la pensadora‒. En los años 70 en Italia me encontré con una organización que se llamaba Lotta Feminista. Fue en ese periodo cuando comencé a militar en la campaña por el salario de las trabajadoras. Luego me junté con otras mujeres fuera del país.
En 1972 participó en la fundación del Colectivo Feminista Internacional, organización que lanzó la campaña Wages For Housework que promovía la remuneración del trabajo doméstico. Porque, como ha dicho en otras entrevistas, en la relación matrimonial la mujer está empobrecida, al menos así comienza el pacto. Este, junto con la recuperación de los bienes comunes, han sido uno de sus principales motores de lucha.
El activismo político, junto a la experiencia de crecer en una Italia fascista y misógina y el haber presenciado la ofensiva de las empresas extractivistas mientras vivía en África durante los años 80, la posicionan en una línea de pensamiento feminista anticolonial con perspectiva de clase. Federici no rehúye de la inspiración marxista que cruza su trabajo. De joven acudió a las lecturas clásicas de la izquierda; sin embargo, tardó poco en notar que había algo muy importante que se estaba obviando.
—Está claro que la obra de Marx me ha ayudado muchísimo y, al mismo tiempo, con los años he aprendido también que hay cosas que no puedo aceptar. Por ejemplo, siempre se habla de los obreros de la fábrica, de la lucha de clase, y no hay un análisis de la reproducción, del amor, de la familia o de la procreación. Entonces, para mí el movimiento feminista ha sido fundamental porque ha dado luz sobre toda un área de relación de poder y explotación del trabajo de las mujeres que nunca los partidos de izquierda han reconocido —cuenta Silvia Federici al comienzo de esta entrevista—.
—¿Cómo es la relación o confrontación entre el feminismo y el capitalismo?
—Es una relación de antagonismo. Estoy profundamente convencida de que no se puede crear un mundo justo en una sociedad capitalista que está organizada en torno al lucro y que se funda sobre la explotación del trabajo humano. Entonces, el feminismo busca un mundo donde haya un acceso igual a la riqueza social, a la medida de nuestra reproducción y donde el fin sea el bienestar común, la cooperación, el trabajo colectivo.
No creo que eso se pueda lograr con el capitalismo. Han pasado 500 años y tenemos una sociedad donde la gente muere de hambre, donde la naturaleza ha sido destruida, donde hay guerras. Me parece que hoy el mundo es un infierno.
—Respecto del lugar de nosotras en la historia, ¿cree que la situación de las mujeres ha mejorado durante este último tiempo?
—Ha mejorado porque las mujeres han luchado. Ha habido un cambio porque son cada día más las que toman conciencia de la injusticia que gobierna esta sociedad, de que es necesario combatir y unirse. Cuando se lucha con otras mujeres, cuando se decide no aceptar la miseria, la represión y la derrota significa mejorar la vida.
—En medio de esos cambios y zonas grises, ¿se puede decir que el hecho de que llegar al mundo laboral, estar fuera del hogar, mejora completamente la situación de la mujer?
—En algunos casos, pero no es suficiente sobre todo porque es un trabajo explotador, mal pagado, precarizado y que no da autonomía financiera. En segundo lugar, la mujer luego debe regresar a ocuparse de los niños, de los enfermos, de la casa. La mayoría del trabajo de reproducción lo siguen haciendo las mujeres en la noche, en el weekend, en la mañana antes de salir. Yo creo que la emancipación no se hace saliendo. Puede dar un poco de autonomía económica, pero no es la solución.
—Respecto de eso y estos tiempos, ¿cuáles cree que deberían ser los principales objetivos del movimiento feminista hoy?
—Hay tantos objetivos para poder crear una sociedad más justa… Uno de los frentes es la lucha contra el capitalismo, contra el Estado, en un proceso de reapropiación de la riqueza social que puede tener tantas formas. Para comenzar, es necesario superar la desvalorización de la reproducción y forzar al Estado, al capital, a comprender que también es su responsabilidad y que esos recursos que se usan en las guerras se deben usar para el sustento de nuestra vida.
Al otro lado de la pantalla, Silvia Federici habla desde una habitación amplia de paredes blancas, simple, donde la mayor parte del espacio está ocupado por libros. Al igual que millones de mujeres en el mundo, ella también tuvo que confinarse a causa de la pandemia y ha tenido que conciliar su actividad académica y política con su vida privada y, en particular, con la enfermedad de su compañero, a quien debe cuidar.
Aun así, a través de la tecnología sigue exponiendo sus ideas en entrevistas, charlas y seminarios. Dice que hoy nuevamente se ha visto cómo el capitalismo intenta resolver sus crisis cargando a las mujeres con más trabajo. Ella lo sabe bien, y no solo por la teoría. Actualmente, confiesa, duerme solo tres o cuatro horas diarias.
—En medio de esta catástrofe mundial, ¿cómo ha afectado la pandemia a las mujeres?
—La pandemia ha hecho muy visible una crisis que las mujeres ya vivían. En los Estados Unidos se habla de 5 millones que han dejado el trabajo externo sea porque tuvieron que regresar a la casa para cuidar de los niños, sea porque muchas veces sus lugares de trabajo les han cerrado la puerta. Todos los problemas de la crisis de reproducción se han intensificado. Ya no tienen tiempo para nada al ocuparse de los niños y también muchas han tenido que realizar en casa el trabajo que antes hacían fuera.
En segundo lugar, el empobrecimiento. Las mujeres viven en una situación muy precaria. Ganan mucho menos que los hombres, la mayoría están endeudadas hasta las cejas. Ahora hay algunas que no pueden pagar la renta, que no saben cómo vivir de un mes al otro.
Tercero, la violencia contra las mujeres se ha incrementado muchísimo. Se habla del 40%. Parece que en todo el mundo el aumento de la tensión en un contexto patriarcal ha hecho que los hombres descarguen sobre las mujeres. Y por la pandemia, es mucho más difícil abandonar el hogar y buscar un lugar que te pueda proteger.
—¿Existe algún otro periodo histórico que se pueda comparar con los efectos que ha tenido la pandemia en las mujeres?
—Si miramos más allá de Europa y los Estados Unidos, podemos ver que a partir de los años 80 se comenzó a desarrollar una forma neoliberal de capitalismo que hizo que en muchísimos lugares se viviera una situación de epidemia constante. ¿Por qué? Porque una de las consecuencias del proceso de globalización y de la imposición de los programas de austeridad del Fondo Monetario Internacional fue el recorte de los servicios sociales, entre ellos la inversión en salud pública, y que los sistemas inmunitarios de las personas se vieran debilitados por la desnutrición.
El empobrecimiento que ha sido necesario para esta nueva reestructuración de la economía global ha producido una explosión de epidemias. En África, por ejemplo, hay muchas: bola, cólera, meningitis. El Zika en América, la gripe aviaria en Asia. Todo esto no es accidental, es una consecuencia directa de los procesos económicos que creo que se enmarcan en una situación colonialista. Hoy se habla de pandemia porque afecta a Europa y a los Estados Unidos, pero son 20 años de una epidemia tras otra en todo el mundo, con miles de miles de muertos.
—A causa de la COVID-19 se ha transformado la forma en la que nos relacionamos entre nosotros y con el trabajo. ¿De qué manera estos cambios afectan a la sociedad en su conjunto?
—Por ahora se puede ver el fenómeno de Zoom y de la tecnología. Hay aspectos positivos, como que nosotras podamos estar hablando en este momento, pero, por otro lado, creo que el encuentro cuerpo a cuerpo es irremplazable.
El miedo es que exista un universo de empleadores que disfrute de esta nueva modalidad y la utilice para individualizar el trabajo, obligando a la gente a estar aislada en su casa. Este es el sueño del capitalismo: romper la capacidad de los trabajadores de unirse y organizarse colectivamente. Yo creo que esta tecnología es un experimento con el que debemos tener mucho cuidado.
—Durante la pandemia, en Chile se ha visto que han sido las mujeres las que han encabezado algunas formas de organización autogestionadas, como las “ollas comunes”, cuando ni el Estado ni el capital se han hecho cargo de sus necesidades. ¿Por qué cree que ocurre esto?
—No es la primera vez que esto pasa en Chile. Una de las grandes inspiraciones para mi trabajo sobre los comunes, es decir, la organización de la vida de forma cooperativa, la encontré en Chile en los años 80-90. Después del golpe de Pinochet, en un momento de inmensa tragedia y dificultades, fueron las mujeres las que salieron del hogar y empezaron a unirse para comprar cosas juntas y crear ollas comunes en las calles. Creo que hoy se reconoce que fue el primer acto de resistencia a la dictadura porque también permitió la circulación de informes y poder conversar de los problemas específicos de las mujeres.
—En otras ocasiones usted ha dicho que las crisis del modelo siempre son resueltas a costa de las mujeres. ¿Esto también se aplica a la pandemia?
—Creo que en cualquier fase de desarrollo del capitalismo podemos verificar que se intenta resolver la crisis económica a costa de las mujeres, cargándolas de más trabajo, obligándolas a hacerse cargo de todo. Cuando no hay dinero son ellas las que deben ir a varios lugares a buscar los precios más bajos e inventar cosas para preparar una comida nutritiva. Son las que se preocupan de que no haya conflicto en la casa, y en una situación de crisis económica y política la tensión es fuerte. Toda esa labor emocional también es una parte del trabajo doméstico de reproducción.
Es por esto que Rita Segato, una compañera argentina que ha escrito mucho sobre la psicología, ha dicho que para destruir a una comunidad se mata a las mujeres, porque son el cemento que tiene a la población unida y que permite resolver las dificultades con su afectividad. Pero creo que hoy hay cada día más conciencia entre las mujeres de que el problema no es solamente sobrevivir a las crisis, sino cambiar la sociedad y crear un nuevo entramado en la comunidad.
—En su opinión, ¿cómo cree que se debería reconstruir este mundo post-pandemia?
—Creo que debemos aprender de lo que la pandemia nos ha enseñado y, también, de lo que se ha hecho para responder a ella. Hemos aprendido que esta sociedad no puede reproducirnos porque crea enfermedades. La pandemia no sale de la nada, sale de una sociedad completamente destructiva.
En segundo lugar, hemos visto que se han organizado muchas formas de solidaridad en respuesta. He conversado con compañeras de Uruguay que me han contado que allá se ha formado una organización increíble de miles de canastas de comida. Creo que es necesario transformar todas estas prácticas de solidaridad en estructura reproductiva, comunitaria, de ayuda mutua, y al mismo tiempo usar esta fuerza para presionar al Estado.
La ítalo-estadounidense Silvia Federici habla en español, en otras entrevistas ha dicho que lo prefiere porque le gusta exponer sus ideas sin intermediarios. Así también lo hizo en noviembre de 2020, cuando la Fundación Sol la invitó al seminario “Pensiones, el trabajo y la expropiación de los comunes”.
Pese a las millas de diferencia, está al tanto de los procesos políticos que se viven en un Chile que, tras la revuelta social, ha reabierto la discusión sobre la reproducción de la vida tanto en la Convención Constitucional como en los programas presidenciales.
—El modelo de explotación colonialista no se ha terminado. Un compañero de Bolivia, Luis Tapia, se ha referido al extractivismo como una forma de colonialismo interno porque, por ejemplo, los gobiernos llegan a acuerdos con compañías extranjeras que se apropian de toda la riqueza de estos países. Yo creo que el neoliberalismo para la mujer significa un nivel más grande de explotación, porque siguen siendo sujetos principales de la reproducción social. Si falta agua, si falta comida, se enfrentan muy directamente a la crisis —dice en medio de la conversación—.
—En Chile estamos atrasados en temas como derechos reproductivos, educación sexual, entre otros. ¿Cuánto de esto se debe al modelo económico y cuánto a la preponderancia de la iglesia?
—Creo que la iglesia siempre ha actuado en acuerdo con el Estado. Hoy hay un movimiento internacional que se llama Movimiento de Defensa de la Vida que es en realidad una institución de control del cuerpo de la mujer. Esto también es muy importante para los gobiernos y el capital, porque dominar la procreación tiene una dimensión económica al afectar el mercado laboral. Además, el capitalismo no tiene una política única. A algunas se las obliga a parir y a otras se las esteriliza según si son migrantes, blancas u otras categorías.
Por eso hoy vemos que hay una gran parte de la política económica del capital que tiene como objetivo directo la sexualidad. Por ejemplo, en Estados Unidos se han creado leyes de protección contra el feto, lo que significa que cuando una mujer se embaraza corre el riesgo de ser criminalizada. Hoy hay una mujer en el sur del país que se arriesga a diez años de cárcel porque tomó unas píldoras para calmar el dolor. Esas píldoras tienen un efecto sobre el feto y la han acusado de sabotear esa vida.
—¿Por qué sería importante remunerar el trabajo doméstico en Chile?
—Es importante no solo en Chile. Si es cierto que las mujeres hacen un montón de trabajo de reproducción que beneficia a todos los empleadores no se comprende por qué no se les deba pagar. No es justo que las mujeres trabajen sin parar y después deban depender económicamente de otro o realizar un segundo trabajo. Tal como esta sociedad capitalista se apropia a la mano llena de la riqueza natural (de los bosques y mares) también se apropia del trabajo de las mujeres.
—¿Sería mejor remunerar el trabajo doméstico o distribuir equitativamente las tareas del hogar?
—En primer lugar, el problema no es compartir el trabajo doméstico. Claro, se debe hacer si hay un varón en la casa, pero muchísimas mujeres no viven con uno. Por esto lo más importante es la relación entre las mujeres y el capital. Si este trabajo es gratis y beneficia a los empleadores, tanto si lo hacen las mujeres como los hombres, sigue no siendo remunerado. Lo que hemos dicho es que cualquier persona que hace un trabajo de reproducción en realidad sustenta el sistema económico. Los que se benefician de toda esta energía no son solamente las familias sino sobre todo aquellos que explotan su trabajo. Entonces no se entiende por qué no se remunera a las trabajadoras domésticas. Ah, porque es por amor. Bueno, la maestra ama a los niños, se preocupa por las emociones de sus estudiantes y le pagan. Tener un salario no tiene nada que ver con los sentimientos.
—¿Una política que concilie las labores de cuidados con el trabajo fuera del hogar a través de la flexibilización de la jornada laboral sería equivalente a remunerar el trabajo doméstico?
—Puedes flexibilizar el trabajo todo lo que quieras, pero sigue siendo no pagado. Esto no resuelve el problema. Significa que de esa forma tú puedes trabajar todo el día, todo el weekend. Eso ya lo estamos haciendo.
Reproducir la vida de otros requiere mucho tiempo. La única solución a la que las mujeres pueden optar es reducir el trabajo del hogar. ¿Sabes qué significa eso? Que tu niño o niña regresa a casa de la escuela sola, que no tienes tiempo para hablar con ellos. Significa que no puedes pasar tiempo con tu papá que está enfermo. No hay flexibilización que reconcilie en abstracto porque el cuidado de la gente necesita tiempo.
—¿Cómo se debería ver reflejado el proceso de transformación política en una nueva constitución feminista?
—Es un tema muy largo, sobre todo porque yo no vivo en Chile, pero me parece que en esta constitución las mujeres van a tener una voz. Por ejemplo, sé que una de las integrantes de la asamblea constituyente es Elisa Loncón.
Las mujeres han sido una de las almas de la revuelta social y pueden poner de relieve el reconocimiento de la reproducción social y la importancia de que el Estado use la riqueza para el bienestar de las comunidades. Entonces, espero que la lucha de la mujer que se ha desarrollado de forma tan potente en Chile en estos años se traduzca también en contenidos para la nueva constitución.
[Fuente: LOD]
26 /
8 /
2021