¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Pere Ortega
Violencia o noviolencia
Hay un consenso general entre los humanos de que la guerra es la máxima perversión de la violencia debido al enorme sufrimiento que comporta para las poblaciones que la padecen. Pese a ello, hay grupos y estados que siguen recurriendo al uso de la fuerza armada para conseguir objetivos políticos. De ello hay quienes han deducido que las guerras son el motor de la historia por las transformaciones que comportan para las sociedades que las sufren. Este es un argumento recogido por Marx de Hegel bajo la máxima de que La guerra es la partera de la historia. Cuestión que ha tenido nefastas consecuencias para la izquierda seguidora del manifiesto comunista. Obsérvense, si no, los regímenes que se extendieron en el siglo pasado por medio mundo bajo esa advocación. En todos los casos se instauraron gobiernos autoritarios provistos de una violencia que destruyó los cimientos de lo que se entiende como justicia, de los cuales el propio Marx, a buen seguro, se hubiera distanciado.
Cierto es que hay que enclavar a Marx en el contexto histórico que le tocó vivir, en plena revolución industrial, con sistemas políticos de escasa, cuando no de nula, democracia. Estados donde la clase obrera tenía que soportar una enorme violencia, tanto personal como estructural, por lo que se entiende que tanto Marx como sus seguidores pensaran que el camino para instaurar sociedades sin injusticia social solo se podía conseguir a través de la violencia.
Pero a pesar de la coyuntura en que se desarrollaron las luchas sociales del Siglo XIX, es erróneo afirmar que a través de la violencia la humanidad ha progresado desde un punto de vista social, porque contradice los análisis llevados a cabo por quienes se han dedicado a estudiar los orígenes de la humanidad. En todos los casos, éstos coinciden en que los humanos son seres gregarios que buscan la sociabilidad, es decir, que intentan vivir cooperando para vivir en paz. Y cuando han surgido conflictos, algo inevitable entre los humanos, se han buscado fórmulas para transformarlos antes de recurrir a la violencia.
Así, y dejando aparte a las grandes religiones, todas ellas partidarias de la paz y contrarias a la violencia, será la llegada del pensamiento humanista el que iniciará con enjundiosos escritos el vivir en convivencia y evitar las guerras. De entre ellos, el primero que lanza una propuesta alternativa a la violencia para llevar a cabo cambios políticos fue el francés Etienne de la Boétie, quien en el siglo XVI, en su obra Discurso sobre la servidumbre humana, propone la insumisión como la mejor forma para hacer caer una tiranía, argumentando que es la sumisión la que confiere poder al tirano, y, por tanto, una actitud insumisa de los súbditos le arrebataría ese poder. Otros importantes humanistas, como Erasmo de Róterdam, Pico della Mirandola, Thomas More, Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas y más adelante Kant, hacen mención en sus escritos a construir sociedades donde reine la harmonía y la paz, aunque sin propuestas tan innovadoras como la de Boétie.
No será hasta la llegada de los pensadores socialistas del Siglo XIX cuando se desarrollarán con mayor precisión proyectos de sociedades donde la convivencia esté presidida por el rechazo a la violencia. Denominados como utópicos inadecuadamente por Marx, como si su propia propuesta comunista no estuviera impregnada de utopía, y que la historiografía ha continuado denominando como utópicos, entre otras cosas, porque predicaban la construcción de comunidades idílicas donde reinaba la harmonía, la fraternidad y rechazaban la violencia y la guerra, como si no fuera posible erradicar tales cuestiones. Quien de todos ellos se significó más por rechazar la guerra fue Proudhon, que abogaba en favor de que los trabajadores no participaran en ellas. Un pensamiento pacifista que donde más arraigó fue en el movimiento anarquista, donde tuvo destacados seguidores que, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, firmaron un manifiesto pidiendo a los trabajadores su no participación (entre otros, Errico Malatesta, Domela Nieuwenhuis y Emma Goldman). Mientras que otro grupo encabezado por Kropotkin, en el que se encontraba el español Federico Urales, apoyaba la intervención al lado del ejército aliado frente al imperio austrohúngaro. Una propuesta que rompía el espíritu de la Primera Internacional y que fue la causa que la hizo desaparecer. Un movimiento anarquista que, cierto es, siempre tuvo contradicciones internas, pues mientras unos rechazaban la violencia y la guerra y se declaraban pacifistas, otros aceptaban la violencia para llevar a cabo la revolución social que pretendían.
Fue con motivo de la Primera Guerra Mundial cuando figuras como George Bernard Shaw, H. G. Welles, Jean Jaurès, Rosa Luxembourg, Bertrand Russell y Albert Einstein se pronunciaron en contra de la guerra e iniciaron actividades pacifistas de cierto impacto. Es en medio de la contienda, en 1915, cuando en La Haya se reúne un numeroso grupo de mujeres, nada menos que 1.136, una barbaridad si se considera las dificultades para desplazarse en medio de una contienda europea, para fundar la Women’s International League for Peace and Freedom (WILFP), lanzando una proclama en favor de la paz y declarándose neutrales. Pocos años más tarde, en 1921, también en Holanda, se fundó la War Resister’s International (WRI) de objetores a la guerra. Ambas organizaciones, vigentes en la actualidad, continúan oponiéndose con sus actividades pacifistas a los estados que, imperturbables al sentido común de buscar solución a los conflictos por la vía del dialogo, persisten en continuar gastando enormes sumas en la preparación para la guerra, y participando en ellas.
Volviendo a la insumisión de la Boétie como práctica noviolenta para cambiar leyes o gobiernos que promueven injusticias, fue Henry David Thoreau el primero en argumentar con solidez la desobediencia como un método que, sin necesidad de recurrir a la violencia, permitiera oponerse a un ordenamiento o ley que vulnerara la conciencia de la ciudadanía, lo que plasmó en Desobediencia civil. En este breve texto se exponen sus ideas y propuestas para hacer frente a cualquier arbitrariedad de un estado cuando éste vulnere el derecho natural, argumentando que desobedecer una ley que en conciencia se considere injusta convierte al insumiso en un hombre justo. Thoreau fue rotundo en sus argumentaciones sobre la fuerza de la desobediencia, otorgándole un poder capaz de alterar el orden establecido, al extremo de anunciar que, si un numeroso grupo o la mayoría de la población se declarara desobediente, esto podría conllevar un cambio profundo de la sociedad. Como prueba de ello, dejó escrita una frase que haría fortuna entre los objetores: Cuando el súbdito retira su lealtad y el funcionario renuncia a su cargo, la revolución se consuma.
Desobediencia que tiene continuación en León Tolstói. A su escrito más relevante, El reino de Dios está en vosotros, se le puede atribuir el comienzo de la noviolencia como acción política. Basándose en los principios cristianos de amor universal y devolver bien por mal, Tolstoi rechazó en conciencia las leyes del estado que implicaran violencia. Esto lo llevó a un enfrentamiento con el Estado ruso, por el cual sentía un enorme desprecio y al cual atribuía las mayores perversiones, entre las cuales la conscripción para formar ejércitos y hacer la guerra. Frente a ello, para Tolstoi solo quedaba un camino, el de la objeción de conciencia y la desobediencia.
Será Tolstoi quien aconsejará a Gandhi la lectura de Thoreau, de donde extraerá la idea de que la no cooperación y la desobediencia son los motores para conseguir la transformación de los conflictos a los que debía enfrentarse (el principal, conseguir la independencia de la India del Reino Unido). Así, Gandhi construirá un cuerpo teórico surgido de las lecturas del jainismo y del hinduismo que, junto a las propuestas de Tolstói y Thoreau, acabarán fructificando en las ideas con las que construir los conceptos de ahimsa (noviolencia) y satyagraha (desobediencia) como reglas políticas y sociales para la construcción de una sociedad más libre y emancipada.
Las ideas de Gandhi se expandirán después de la Segunda Guerra Mundial a través de diversos pensadores, entre los que destacan Bertrand Russell y Albert Einstein, quienes habían hecho un llamamiento para frenar la carrera de armas nucleares ante el peligro de hecatombe que podía producir una guerra nuclear entre la URSS y Estados Unidos. Russell escribirá un texto modélico, La guerra nuclear ante el sentido común, que aboga por la prohibición y desaparición del arma nuclear. Russell, como Einstein, no era nuevo en el trabajo de la construcción de la paz. Los dos habían llevado a cabo acciones importantes en favor de la paz: Russell oponiéndose a la Primera Guerra Mundial, lo que le costó ser expulsado como profesor del Trinity College y pasar seis meses en prisión. Einstein, que había dejado escrita su visión pacifista en Mi visión del mundo, con múltiples acciones en contra de la guerra.
Sin embargo, desde una perspectiva más académica, más allá de los estudios sobre relaciones internacionales como estudios sobre la paz, no será hasta la aparición de los estudios de polemología iniciados en la década de 1940 que se empezará a hablar de investigación por la paz. Aunque su incorporación a las universidades y la creación de institutos de estudios por la paz no será hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los pioneros fue el economista, sociólogo y filósofo Kenneth Bouilding, que en The Economics of Peace (1945) escribe el primer gran estudio sobre los efectos sociales perniciosos de la economía de guerra, y que más adelante y junto a su esposa Elise Bouilding y a Anatol Rapoport crearán el Center for Research in Conflict Resolution. Pero quien dará el espaldarazo definitivo e instaurará la investigación por la paz como disciplina académica será el sociólogo noruego Johan Galtung, que en 1959 funda el Peace Research Institute en Oslo. A partir de Galtung la paz entra en las universidades y los estudios por la paz empiezan a proliferar en todos los continentes, apareciendo múltiples estudiosos que trabajan sobre los diferentes ámbitos que rodean la paz, las relaciones internacionales, el análisis de conflictos, la polemología sobre la guerra, la educación por la paz, la economía militar y la noviolencia.
Además de los mencionados Einstein y Russell, otras importantes figuras se mostrarán herederas del pensamiento de Gandhi, como Martín Luther King, Rosa Parks, Nelson Mandela, Corazón Aquino, Charles Chaplin, Petra Kelly, John Lennon, Bertha von Suttner, George Bernard Shaw, Virginia Woolf, John Maynard Keynes, Romain Rolland, Simone Weil, Albert Camus, Rabindranath Tagore, Alba Myrdal, Bertolt Brecht, Hannah Arendt, Leonardo Boff o Jorge Mario Bergoglio, entre otros muchos. También otros académicos menos conocidos, por no haber tenido una labor tan mediática, como Kenneth Boulding, Abraham Johannes Muste, Johan Galtung, Betty Reardon, Gene Sharp, John Paul Lederach, Anatol Rapoport, David Cortright, Seymour Melman, Judith Butler, Aldo Capitini, Danilo Dolci, Lanza del Vasto, Jean Marie Muller, Bart de Ligt, Edward P. Thompson, Dan Smith, Oliver P. Richmond, Michael Randle o Ramin Jabengloo. Estudios y reflexiones que también llegarán al Estado español, donde aparecen, entre otros, Gonzalo Arias, Vicenç Fisas, Vicent Martínez Guzmán o la revista Mientras Tanto, que de la mano de Manuel Sacristán y otros miembros de la redacción dedica desde sus inicios numerosos artículos a reflexionar sobre la paz y el pacifismo.
La izquierda heredera del pensamiento de Marx debería reflexionar sobre las consecuencias de haber apoyado revoluciones armadas como motor de la historia y haber pergeñado frases tan desafortunadas como que el poder surge de la punta del fusil. Revoluciones de las que solo surgieron regímenes autoritarios que despreciaban los derechos y libertades.
Hay que acabar con ese pensamiento que banaliza la violencia y escuchar las voces que, como la de Gandhi o la de Hannah Arendt, advierten que el poder sólo surge de la democracia y nunca de la violencia. No es admisible que gentes que se autocalifican de izquierdas lancen mensajes de justificación de la violencia apelando a la existencia de una violencia estructural, como si ésta pudiera justificar la física. Esto se repite a menudo en muchos lugares. Recientemente, en Cataluña, primero con los altercados de octubre de 2019 tras la condena a políticos independentistas y ahora con la destrucción de mobiliario urbano y el saqueo de comercios tras la sentencia del caso Pablo Hasél. Hay que ser claros a este respecto y señalar que la violencia solo puede conducir a sociedades más totalitarias.
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3 /
2021