¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
José Manuel Barreal San Martín
La izquierda
Al hilo del artículo “¿Desaparece la izquierda real?” de Alejandro Álvarez, compañero y amigo, publicado en La Nueva España el mes de marzo, quisiera abundar no tanto en los problemas de su organización IU, como en los que a mi entender puede tener la izquierda (utilizo conscientemente el término ambiguo de izquierda) en este país.
Brevemente, con respecto a IU, decir que siendo, como soy, defensor del derecho a una muerte digna, no me queda más remedio que respetar la “eutanasia política” que Izquierda Unida se aplica voluntariamente. No obstante, sería bueno un repaso al libro Hablando de IU (1997), de Carlos Taibo; tal vez ayudase a discernir algunas claves de la actual crisis.
Lo manifestado por el Nobel José Saramago: “Antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda” (larepublica.es, 14.6.2007), no sé si obedece a la realidad o es una apreciación subjetiva. Sin embargo, que no sólo Izquierda Unida —¿la izquierda real?—, sino la izquierda de este país está en una situación precaria e irrelevante es un hecho que no necesita mucho análisis marxista.
Las elecciones del pasado 9 de marzo tendrían que marcar un antes y un después en el ámbito de la izquierda, y no sólo de IU. Se hace necesario un debate en clave actual. Una reflexión que huya de devaneos intelectuales y que las viejas glorias, muy respetables, así como los dinosaurios políticos, dejen a otros y a otras que impregnen con nueva savia a una izquierda que, más que real, parece virtual y deshuesada.
El escenario social y político en el que nos movemos deja poco espacio para la lírica “revolucionaria” y el análisis de las “condiciones objetivas”. La película que se nos pasa del mismo, en sesión continua, tiene unos protagonistas y un argumento que no puede quedar en la periferia de un análisis sereno y reflexivo. Así, la creciente derechización del panorama político: miles de trabajadores y trabajadoras votan a los partidos de derechas en Europa y aquí, al PP; las políticas neoliberales, defendidas tanto por la derecha como por la socialdemocracia, subordinando la política a la economía y propiciando unos estados y gobiernos sometidos a las multinacionales, especuladores bursátiles y toda clase de grupos de presión capitalista; los problemas medioambientales, que nos conciernes a todos; la desigualdad real de género en el trabajo y, mal que nos pese, en la familia; el incumplimiento de los derechos humanos, etc. Todo ello muestra y define, con urgencia, una agenda de tareas que, a mi juicio, está teniendo poco eco y escasa cabida en la izquierda.
Los planteamientos que se hagan no pueden ser recetas, siempre estarán supeditados a la duda, pues las futuras líneas de acción no son negras o blancas, hay tonalidades de grises. Sabemos que los cambios sociales y políticos no son lineales, como un proyectil (permítaseme el símil poco pacifista) sino más complejos, como el vuelo cambiante de la mariposa. Lo cual no invalida el debate de la futura izquierda alternativa y no tendría que devaluar su futuro programa.
Hace tiempo que la otrora clase obrera, perdió la centralidad política, situación que ya Manuel Sacristán lamentaba hace bastantes años. Esa “dimisión obrera” ha pasado a situar la alternativa en otros intereses colectivos, como lo verde-lechuga y el nacionalismo oportunista que junto con cierta actitud culturalista y estética parece ocupar el espacio en la “izquierda alternativa”, en detrimento de otras opciones sociales menos apegadas al voto.
La consecuencia, desde mi punto de vista, ha sido la ruptura de lo que, entiendo, fue el nervio, el cerebro y el ser de la izquierda: la unión y la interrelación entre emancipación, libertad y justicia social.
No es pesimismo reconocer que existen enormes dificultades de construcción de alternativas al actual modelo de producción y de distribución de la riqueza. Sin embargo, y precisamente por esas dificultades objetivas, la izquierda tiene la obligación, junto con las personas que nos interesamos por los posibles procesos alternativos, de plantearse, entre otros aspectos: por dónde avanzar, cómo hacerlo, con quién, para qué y qué camino tomar y seguirlo.
La izquierda que se autodefina alternativa y transformadora debería, a mi entender, recuperar la iniciativa propositiva, es decir, dejar de ser solamente reactiva a la derecha y mostrar con claridad y sin complejos que el socialismo es un sistema social viable y alternativo al actual sistema capitalista.
Finalizo con un párrafo, muy clarificador, del profesor de Economía Albert Recio, cuando expresa: «[…] difícilmente se saldrá de la crisis si el debate se limita a la militancia organizada. Para que haya un camino a la izquierda, aunque de momento sólo sea un sendero, hace falta recomponer fuerzas y sumar energías. Y esto requiere un diálogo y una colaboración abierta con los sectores sociales que de alguna forma se inscriben en la izquierda…». Y, añado yo, sin tutelas de aparatos orgánicos e iglesias ideológicas, cuyos indudables buenos propósitos nos hacen recordar que “el camino del infierno está jalonado de buenas intenciones”.
5 /
2008