La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Política en la tormenta
I
De nuevo, volvemos a estar en una situación de emergencia. Y, también de nuevo, se comprueba que la improvisación domina las respuestas. Vivimos en una sociedad que presume de un elevado nivel tecnológico. Con gobernantes que cuentan con cientos de asesores cualificados. Con agencias mundiales que presumen de contar con la gente más preparada del planeta. Pero sociedades de una enorme complejidad, generadora de grandes incertidumbres. Sociedades atravesadas por solapados (o no tanto) conflictos sociales. Dominadas por los intereses de una élite rentista y depredadora. Que funcionan sin grandes sobresaltos siempre que predomine la rutina. Pero cuando son sacudidas por una tensión importante, muestran una capacidad de respuesta mediocre. Lo vimos en 2008, cuando el derrumbe del sistema financiero sumió a los expertos en la perplejidad, y lo hemos vuelto a vivir en 2020, cuando la aparición de un nuevo virus en la provincia china de Hubei ha acabado por provocar un efecto global cuyos efectos finales son asimismo impredecibles.
No hay que exagerar. Realmente, en las sociedades desarrolladas existen muchos medios. Y estos se emplean masivamente cuando hace falta. En 2008, con masivas entradas de capital para salvar al sistema bancario. Ahora, con un enorme esfuerzo sanitario, logístico, y de confinamiento de la población. Lo que no existe es un plan claro de acción ni una previsión seria de que ocurrirá en las siguientes fases de la tormenta. Lo vivimos en 2008. Primero se desregularon los mercados financieros y no se hizo nada para atajar una burbuja inmobiliaria. Cuando todo estalló, se aplicaron medidas de urgencia que salvaron al sistema financiero y endeudaron al sector público. Cuando esto sucedió, se impusieron recortes en gasto público que ahora se muestran letales para hacer frente a la epidemia. Ahora volvemos a estar igual. De hecho, nunca ha habido un plan de acción claro frente a la epidemia. La muestra es que cada país ha adoptado respuestas diferentes, en función de sus recursos, su cultura política local y sus percepciones. La OMS no parece que haya sido capaz de generar directrices claras, por su propia perplejidad o porque, como toda institución global, está ella misma atravesada por conflictos de intereses contrapuestos.
Ahora estamos en una fase en la que aparentemente hay directrices claras, pero da la impresión de que nadie sabe con certeza cuándo y en qué condiciones se va a levantar el confinamiento ni, sobre todo, cómo se van a manejar los impactos económicos y sociales del mismo. Lo relevante es que, en este caso, el generador de desconcierto es, aparentemente, un problema relativamente menor (da la impresión de que con haber practicado el tipo de política de Corea del Sur y Taiwán, con aplicación intensiva de pruebas y aislando a la población proveniente de la zona donde se originó el problema, se hubiera podido atajar con más celeridad y menos impacto), lo que obliga a preocuparse por los impactos que puede generar un problema de mayores dimensiones. Como la vuelta a una recesión global o cualquier impacto ambiental grave.
Hay muchos factores que contribuyen a este desconcierto, empezando por la novedad con la que surgen los problemas, y continuando por el hecho de que los expertos a menudo saben menos, y tienen visiones parciales de los problemas. Porque cualquier decisión afecta a intereses, y los lobbies tratan de condicionar las decisiones que se toman. Y, habitualmente, los grupos de interés más poderosos son internos a muchos gobiernos (como se ha visto en todo el rifirrafe entre distintos ministerios en el caso español). Porque los problemas complejos tienen siempre incorporado un elevado grado de incertidumbre. Un elemento de no menor importancia en las crisis globales es el papel de los intereses nacionales. Ninguna crisis impacta a todo el mundo por igual ni las respuestas que se adoptan tienen el mismo coste para todos. En un sistema mundial, donde las élites políticas dependen de su electorado nacional, muchos de los posicionamientos están determinados por una visión localista de la cuestión. Y, en un mundo global, donde existe una verdadera jerarquía de poderes, las decisiones de algunos estados acaban teniendo una enorme influencia sobre la evolución de la situación. Como es visible en las respuestas que se adoptan en la Unión Europea.
II
En este contexto de confusión, hay dos tipos fuerzas e instituciones que tienen ventajas para sacar tajada: las organizaciones de orden y los demagogos. De ambos casos tenemos ejemplos palpables estos días. Las organizaciones de “orden” como el Ejército o la policía tienen habitualmente un comportamiento bien definido, organizado a partir de una misión sencilla: imponer el orden a toda costa. Y, en este tipo de situaciones, cuentan con experiencia y medios para intervenir con un mínimo de efectividad. Por ejemplo, la experiencia militar en el montaje de instalaciones provisionales les concede eficacia a la hora de dar respuesta a alguna de las necesidades del momento. Desde un punto de vista pacifista siempre es preferible que exista una organización dedicada a las emergencias igualitarias que a las guerras. Pero el peligro evidente es que esta movilización sea, y ya lo está siendo, utilizada para realzar el papel de instituciones autoritarias y, en general, de dudosa utilidad social. La presencia de altos mandos militares en ruedas de prensa sobre una epidemia sanitaria produce escalofríos. Se está utilizando no sólo como elemento propagandístico, sino como instrumento para tratar de vestir a una monarquía desnuda. Para tratar de limpiar la imagen de una monarquía, la de Felipe VI, que ha acumulado, en poco tiempo, un ramillete de actuaciones impresentables (el discurso autoritario sobre el conflicto catalán, los tuits en apoyo de amiguetes corruptos, su intento de desentenderse de los desmanes de su padre cuando ha sido cazado in fraganti) y que es incapaz de realizar lo único que podría hacer una realeza moderna: mostrar una real empatía con la gente que sufre.
El peligro es, sobre todo, que el modelo autoritario se convierta en una forma predominante de actuar. En la coyuntura actual, el aislamiento está justificado como cortafuegos del contagio. Pero el confinamiento también genera dificultades a los movimientos y tejidos sociales activos, problemas para una organización civil de los conflictos. Y lo que hoy puede parecer justificado puede convertirse en una amenaza futura para el tratamiento de otro tipo de crisis y conflictos. Que el modelo chino, justificado bajo un manto tecnocrático, se convierta en el recurso predilecto de las élites y que, además de la salud, lo que está en juego es la libertad y la capacidad de acción colectiva.
Los otros grandes beneficiados son los demagogos de toda índole. En esto se están cebando la derecha española y catalana. La que se dedicó con ahínco a privatizar y esquilmar a la sanidad pública, y que ahora discute sin pudor cualquier cosa, pues sabe que en las actuales condiciones es difícil de probar nada (particularmente la distribución de medios sanitarios). Como soy catalán, lo vivo a diario en Catalunya. Los medios públicos locales (TV3 y Catalunya Radio) se han convertido en una verdadera máquina de propaganda que recuerda los peores tiempos de TVE bajo el control del PP. Por poner ejemplos simples: durante días, el presidente Torra y los suyos han estado atacando al Gobierno por no cerrarlo todo. Hoy, cuando escribo estas notas, la crítica es que el cierre decretado ayer genera un daño insoportable a las empresas. Anteayer, un reportaje sobre el estado de las residencias explicaba que el Ayuntamiento de Barcelona, desbordado, había pedido ayuda a la Generalitat. La realidad era la inversa, las residencias de ancianos son responsabilidad autonómica y ha sido el Ayuntamiento quien ha tenido que intervenir incluso para clarificar el mapa de residencias. Los ejemplos abundan. El “procés”, su persistencia, le deben mucho al discurso unilateral de los medios públicos.
No sólo con discursos políticos explícitos, sino construyendo, incluso en los espacios de ocio, un marco interpretativo totalmente peligroso. Lo ejemplifico con una situación en la que estuve involucrado. Hace unos meses, mi barrio vivió un importante conflicto social porque un reducido grupo de vecinos apoyados por la extrema derecha se oponía a la apertura de una mezquita. Al final la lucha acabó bien, la mezquita funciona, la convivencia es buena y los fascistas ya no están. El éxito del proceso se debió fundamentalmente a la movilización de todo el tejido social del barrio (Asociación de Vecinos, centros culturales, peñas lúdicas, parroquia católica etc.) en favor de la comunidad musulmana (y también a que Ayuntamiento, Mossos d’Escuadra y aparato judicial se alinearon adecuadamente). TV3 hizo un seguimiento del tema, entrevistó a mucha gente involucrada. Y, al final, produjo un programa informativo en el que este tejido activo no aparecía y lo que predominaba, como visión del barrio, era el discurso de los vecinos racistas. Aquel día, las redes sociales independentistas se llenaron de comentarios del tipo “charnegos racistas” o “españolistas racistas”. Todo era un mecanismo cultural para señalar a los barrios obreros donde el independentismo no cala.
Estos días, este tipo de manipulaciones ha alcanzado niveles insoportables. Quizás porque en medio está la pelea Junts per Catalunya – Esquerra Republicana de Catalunya (y TV3 está bajo control de un manipulador compulsivo afín a JxCat, Vicent Sanchís). Quizás porque el actual Gobierno resulta más problemático para tenerlo como enemigo, y necesitan forzar la situación, o quizás porque alguien ha pensado que el encierro es una buen momento para aleccionar a la parroquia. No estoy seguro que lo que yo veo en TV3 otros lo estén llevando a cabo en otros medios. Lo que me llega de algunos presidentes autonómicos del PP suena bastante parecido. Y es que, en tiempos de confusión, las agencias de intoxicación informativa tienen un espacio idóneo para actuar.
III
En esta compleja situación vale la pena analizar el papel de la izquierda (en sus dos espacios, institucional y movimientos sociales). La crisis del Covid-19 ha tenido lugar la primera vez que en España hay una fuerza de izquierdas en el Gobierno y comandando la segunda ciudad del país. En términos generales, en ambos espacios la respuesta ha sido relativamente buena, con las limitaciones que conviene también destacar. Sabemos que una parte del debate interno en el Gobierno tuvo lugar en torno al impacto económico y las medidas de apoyo. La línea económica dominante, la que representa la ministra Nadia Calviño, se ha movido siempre en la línea de la ortodoxia económica y la defensa de los intereses empresariales. Y, posiblemente, sin un contrapeso interno, no se hubieran aprobado una serie de medidas sociales que tratan de contrarrestar el impacto social del frenazo económico. Vale la pena subrayar también que parte de este contrapeso ha sido posible porque la gente de Unidos Podemos ha encontrado aliados en una parte del PSOE que ha tenido un criterio más abierto, y realista, respecto a las medidas a tomar. Quedan, sin embargo, muchos vacíos que cubrir, que no está claro que vayan a solucionarse. La mayor parte de personas en condiciones más precarias quedan fuera de los sistemas de sostenimiento basados en los ERTEs, los extranjeros indocumentados quedan especialmente desprotegidos, no está nada claro que la intermediación bancaria permita que la financiación llegue adecuadamente a las PyMEs y autónomos que lo necesitan… Y molesta que se adopte un lenguaje inadecuado, con ánimos propagandistas, para dar más vuelo a las medidas adoptadas. Dos ejemplos bastan: el Gobierno ha declarado improcedentes todos los despidos que se produzcan al calor de la crisis. Pero, en la propaganda, se habla de prohibir el despido, que no es lo mismo (la improcedencia encarece el despido, pero no lo bloquea). El Ayuntamiento de Barcelona ha aprobado una moratoria en el cobro de alquileres en viviendas municipales, pero en sus documentos habla de suspensión (no es lo mismo retrasar el pago que condonarlo). Sería políticamente más eficaz decir las cosas como son (explicar las limitaciones) que usar un lenguaje inapropiado que se puede volver en contra de quien lo propone. En el caso de Barcelona, desmerece el enorme despliegue que trata de hacer el Ayuntamiento para cubrir las múltiples necesidades que se van planteando ante una Generalitat inoperante y abocada desde hace años a la mera retórica.
Más allá de la actuación institucional, conviene analizar qué ha ocurrido con los movimientos sociales. Y el punto de partida es reconocer que nadie intuyó que venía una tormenta y empezó a organizarse adecuadamente. Después, cuando el confinamiento ya era un hecho, en muchos barrios los activistas han tratado de organizar redes de apoyo. A menudo mucho más bienintencionadas que efectivas. Sobre todo porque es difícil montar nada sólo con medios virtuales, y no está claro en qué espacios hay que intervenir (a menudo aparecen propuestas más próximas a la caridad tradicional que verdaderas alternativas). Se trabaja a ciegas, con pocos medios. Y ello coexiste con todos los tics nefastos que atraviesan de lleno a todo este magma social: protagonismo competitivo (por ejemplo, publicación de manifiestos y propuestas donde lo que prima es que figure la firma de una determinada organización), ausencia de espacios virtuales de comunicación y de búsqueda de voces colectivas que puedan llegar con fuerza, ignorancia por lo que hace el vecino… Unas deficiencias que el encierro y la dependencia de instrumentos virtuales no hace sino reforzar.
Esta crisis plantea grandes retos. A corto plazo, de ver cómo y cuándo se podrá restablecer un mínimo de normalidad y, a medio plazo, por los impactos sociales y económicos que deja. Debería ser también una oportunidad de aprendizaje frente a otras crisis que están por venir. Aprendizaje sobre organización, sobre respuestas y sobre proyectos a impulsar. De que se aprenda pronto y rápido depende que podamos encarar la próxima crisis en mejores condiciones (o que nos aproxime más a la barbarie). A esta ya hemos llegado tarde, pero al menos tratemos de sacarle lecciones útiles.
30 /
3 /
2020