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Jesús Gómez Gutiérrez

Accidente

Ciento sesenta toneladas de aluminio se vienen abajo «como un paracaídas que se desinfla». A las 4.45 horas del día 28 de enero, según la descripción del personal de seguridad, se oye un chasquido y después, «poco a poco, durante 15 minutos», el techo desmontable de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid se hunde por el centro y cae. El presidente a dedo de la CCAA la había definido dos meses antes, ni un día más ni un día menos, como «una obra de vanguardia y diseño de la ingeniería española»; fabricada en Estrasburgo.

Los elementos, tan presentes en nuestra historia, ya no echan cabos al poder. Ahora es el azar. Mercados imprevisibles, bancos imprevisibles, crisis imprevisibles, derivados imprevisibles, cúpulas de cuatro millones que se hunden en noches de vientos flojos, sin nieve ni lluvia ni bandadas de palomas que defequen a unísono, porque a mí que me registren y Fortuna es una puta. «Todos hemos sido escrupulosos en su construcción —dice un responsable—. Al cien por cien.» Y qué se puede hacer contra el azar. Nada. Un 28, crac y al ruedo; un 31, crac y fuera las cabezas de los vips que estaban invitados a la fiesta de la Warner Music, multinacional, iniciativa privada, tres años de exclusividad sobre un «bien de interés cultural con categoría de monumento histórico-artístico».

La noticia dura poco en los periódicos. No hay sangre. Al cabo de un rato, desaparece de las portadas y se camufla con el resto de las cosas imprevisibles, desde la visita de los hombres de negro hasta el 17,1% de los menores por debajo del umbral de la pobreza. Tampoco es para tanto, dice un policía a su compañero mientras cachea e identifica al ciudadano tres mil y pico del lunes, un millón doscientos mil en el 2011, ocho millones en la estadística del Reino de España. Todo es azar. Accidente.

 

[Jesús Gómez Gutiérrez es amigo de mientrastanto.e y autor de la página web político-cultural Malasaña]

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2013

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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