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Carta de la Redacción

Resistir

Lector, lectora:

Nos aguardan más años de resistencia intensa. Años de resistencia que ha de ser también de creatividad.

Veamos, aunque sea grosso modo,  los resultados electorales globales:

El PP, el partido de la derecha, ha obtenido casi once millones de votos, el 44,6 %. Si se suman los votos a las derechas nacionalistas y regionalistas (CiU, PNV, Coalición Canaria, FAC) más de la mitad de los votantes han dado su voto a la derecha. Y a ello hay que sumar el fuerte crecimiento del voto de Unión Progreso y Democracia, cuyas posiciones políticas suelen estar escoradas a la derecha y que ha obtenido una importante cobertura mediática de la prensa reaccionaria.

El PSOE —que desde 1985 dejó de ser un partido socialdemócrata salvo retóricamente— ha llegado casi a los siete millones de votantes, y ha perdido más de cuatro millones trescientos mil respecto de las elecciones de 2008. Esta pérdida se ha traducido en sumas en todas direcciones.  Mayoritariamente, más de 1,7 millones de votos han virado a la derecha (PP, CiU, FAC, UPD), 1 millón largo lo ha hecho a opciones de izquierdas (711 mil a Izquierda Unida y aliados, 330 mil a Equo-Compromís), y el resto se han perdido entre la abstención, el voto en blanco y nulo (entre los dos últimos ha aumentado en 200 mil casos, situándose por encima del 3% del voto emitido), y el voto a candidaturas menores.

Respecto de la abstención, su aumento ha sido aparentemente moderado: unos 540.000 personas se abstuvieron de votar en términos netos. Pero hay que contar los 333.000 votos obtenidos por Amaiur, que en su mayoría provienen de su abstención en las elecciones de 2008; eso hace plausible que la abstención que afecta a antiguos votantes socialistas se sitúe en realidad bastante por encima de los 800 mil votos. Por otra parte, los votos en blanco para el senado se han más que doblado, y los nulos casi también. Las campañas para esto en el ciberespacio parecen haber funcionado a pesar de que el acceso a internet dista mucho de ser universal en este país.

Las personas que han optado por la abstención o el voto en blanco o nulo probablemente han dado impulso a la magnificación en escaños de los votos del PP, pero probablemente, justo porque no han votado a este último partido y tampoco al PSOE, muchos de ellos estarían disponibles para un proyecto ilusionante de los de abajo si somos capaces de construirlo.

Los votos a Convergència i Unió a pesar de su política antisocial en Cataluña confirman el deslizamiento hacia la derecha del electorado y la lentitud de sus reflejos.  El que las políticas antisociales de CiU no hayan tenido castigo en las urnas se explica en parte por la capacidad de convicción social de que no hay alternativas al ajuste. Un factor paralizante de muchas conciencias

La peor de las confirmaciones de ese deslizamiento a la derecha la da el incremento del voto a Unión Progreso y Democracia, el partido de Rosa Díez, que totaliza 1.140.000 votos: eso, para un partido oportunista y meramente politicista, que sólo puede aspirar a llegar a componendas con los dos partidos mayores, es un éxito enorme: su ascenso es superior al de Izquierda Unida, lo que da mucho que pensar tanto sobre la propia Izquierda Unida como sobre el embobamiento y la confusión de los votantes.

El voto independentista de Amaiur y el del PNV, en ascenso importante el primero y estable el segundo, completan el panorama.

La traducción de los votos en escaños parlamentarios parece menos relevante a efectos de escudriñar la opinión de la población. Ciertamente, la tramposa ley electoral favorece a los grandes partidos PP y PSOE, y a algunos con fuerte implantación geográfica localizada, como Amaiur, PNV y CiU, por la combinación de la abstención, la concentración de voto proporcional y la aplicación de la ley d’Hondt. Un sistema electoral  diseñado para reducir la proporcionalidad y promover el bipartidismo. Ello jibariza políticamente a las personas que han votado a opciones sin una implantación territorial específica, especialmente a  IU y a UPyD. Los votos no pesan lo mismo en este país gracias al selectivo embudo de la ley electoral.

Resulta imposible en este momento examinar los resultados por grupos de edad; habría sido interesante saber cómo se ha comportado respecto del voto el segmento joven de la población, al que se niega el futuro.

Para completar el cuadro es necesario considerar que la xenofobia y el racismo han estado presentes en la campaña electoral. Un elemento peligroso ante la previsible agravación de la situación social de crisis.

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La dirección de IU se ha mostrado complacida por el engañoso incremento de su número de escaños. Pero esta formación se ha mostrado muy poco capaz de presentarse ante el electorado como un gran partido que al menos pudiera impulsar la política alternativa al neoliberalismo que con cierta confusión propugna.

Eso es grave para un partido (o coalición) que aún parece confiar su proyecto más a su propia inserción en las instituciones —el parlamento, los ayuntamientos, las cc.aa.— que a la obtención de la confianza y a la movilización activa de las personas que viven de su trabajo, de las que ni siquiera encuentran trabajo, y de las que se ven perjudicadas por los recortes de los salarios directos e indirectos.

Muy amplio es el campo en el que Izquierda Unida tiene que hacer autocrítica. Exhibe una prolongada tendencia caínita a dividirse ante cada problema —esto es: sus gentes y sus cercanías han perdido de vista el valor de la unidad, de la paciencia, de la autocontención, del debate interno pero leal a un proyecto de y para los de abajo—; el personalismo anida entre sus cuadros e, incluso peor, no ofrece al público al que se dirige ni siquiera la imagen de un grupo dirigente.

IU no ha sabido abrirse de veras al pueblo de la izquierda realmente existente ni siquiera en el año de mayor y multilateral agitación política que recuerda el país desde la guerra de Iraq, en una etapa de grave prueba para todos. No tiene un programa claro y ordenado para el corto plazo ni para el largo plazo. Y sin embargo, hoy por hoy, esta formación es imprescindible para la reconstrucción de la política de los de abajo. Se le ha de exigir que pase a ser algo más de lo que es: que se convierta en una entidad en que puedan poner su confianza las organizaciones sociales, los movimientos de las plazas; una entidad política que recoja su voz y la amplifique, una entidad que esos movimientos y organizaciones puedan hacer suya, que no sea propiedad de los políticos profesionalizados en ella. Una entidad política que también internamente lleve la democracia y la transparecia hasta sus últimas consecuencias. Que sea capaz de federar a la izquierda social. Y si no es capaz de hacer todo eso, que al menos sea capaz de federarse a quien sí lo sea.

No podemos cargar toda la responsabilidad en IU. Superar su marca exigía que otros sectores hubieran hecho el esfuerzo de apostar por crear un nuevo marco de resistencia común y aquí también han faltado voluntades. Especialmente relevante es el caso de Equo, empeñado en implantar la enésima marca verde, olvidando experiencias pasadas (especialmente la catalana, donde la coalición Iniciativa Verds-Esquerra Unida i Alternativa al menos aprendió el coste que tenía la apuesta por presentarse por separado), y de algún otro grupo que ha preferido contar su propio puñado de votos a propiciar una dinámica diferente. Pero también se aprende del error.

Especialmente delicada es la situación de los sindicatos, cuya columna vertebral tratará inmediatamente de romper el partido en el gobierno. Los sindicatos han tendido durante demasiados años a una gestión institucional, tratando de paliar por esta vía los embates de la política neoliberal. Han conseguido evitar algunos desastres, pero a menudo a costa de despolitizar su discurso, sin promover una conciencia alternativa. Ahora amenazan reformas de gran calado que pueden afectar mucho a sus líneas de flotación y dejar en el más completo desamparo institucional a millones de personas. Es tiempo de cambio estratégico, de promover luchas con inteligencia, de reconstrucción de una cultura de clase apegada a los tiempos. Hay que atender a la propia complejidad de la población asalariada, a las dificultades de acción que genera la actual organización laboral, y dar respuesta al nuevo plano de problemas que tenemos planteados como clase y como humanidad.

Las personas que sienten repugnancia hacia el modo predominante de hacer política pero no son capaces de meterse en harina para cambiarla van a comprobar muy pronto la unilateralidad de los proyectos exclusivamente extrainstitucionales. Extrainstitucionalmente se han avanzado varias líneas de propuestas políticas valiosas que obtienen amplio consenso: unas se refieren a la política económica —tasa Tobin, intervención keynesiana del estado, reforma fiscal radical, mutación energética, y otras medidas para la creación de empleo deseable—; otras propuestas se refieren a la reforma de las instituciones —cambio de ley electoral, moción de censura, referenda—; y otras, finalmente, son propuestas mixtas, económico-culturales: van desde las propuestas de economía ecológicamente sustentable, o de renta básica universal, hasta las propuestas antisexistas y antixenófobas, o se refieren a la dependencia, a la vida local y vecinal, etc. La comunicación horizontal entre las personas facilitada por las nuevas tecnologías significan una novedad nada despreciable, cuya libertad seguramente será necesario defender.

Todas esas líneas van a ser combatidas desde el poder. Y se va a realizar en la plaza, en la calle, en la resistencia, el aprendizaje de la necesidad de la política: de la presencia y la voz en las instituciones y en los medios de información no manipulatorios, en el ciberespacio, en todo el campo de la política. Con el añadido de la urgencia, para las nuevas formaciones políticas, de no mimetizar unos modos de hacer que no han servido para casi nada: habrán de evitar la profesionalización en la política, los personalismos, el microgrupalismo, la prevalencia de sus propios representantes institucionales sobre sus asambleas, sobre la Plaza; habrá que aprender a federarse y a permanecer unidos en lo esencial pese a debatir y contraponerse internamente.

***

Los próximos años  nos someterán a una dura prueba. Hay que aprender resistiendo. Poner en común algo de nuestro tiempo personal como activistas de lo nuevo. Veremos caer a Sarkozy, a Merkel y a otros como ellos: veremos en graves dificultades a los actuales gobernantes derechistas de toda Europa occidental, incluidos los de aquí. No estamos solos. Es la gran ocasión para crear una nueva asociación de asociaciones que concrete un gran proyecto de la Plaza para la germinación de un modelo alternativo de sociedad, y que además sea conocido hasta en el último rincón de la piel de toro.

Un proyecto que exige coraje, inteligencia, solidaridad, generosidad, esfuerzo, internacionalismo. Coraje para enfrentarse a la propaganda del “no hay alternativa”, para tomar iniciativas en un marco social dominado por la anomia, el miedo, la desorganización y la falta de medios. Inteligencia para elaborar buenas propuestas, saber elegir las prioridades, construir mediaciones organizativas viables, neutralizar el discurso del poder. Solidaridad para construir alianzas, para entender a los que se mueven en un plano diferente, para desarrollar un amplio tejido social. Generosidad con nuestros prójimos, entendiendo la complejidad de los procesos, la diversidad de campos de acción, para eludir la trampa de que sólo valen los que hacen lo mismo que uno mismo o una misma. Y esfuerzo, porque nada va a ser fácil, porque estamos ante el desafío de correr una maratón con obstáculos, pruebas que exigen dosificación y tesón.

Para impulsar este proyecto la redacción de Mientras tanto aportará todo lo que esté a su alcance, y mantendrá abiertas las páginas y los espacios digitales de la revista a todas las voces que quieran sumarse a él a través de la discusión razonada.

Cordialmente,

La redacción de mientras tanto

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2011

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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