La fotografía es un medio para recordar, reflexionar y actuar.
Enrique Javier Díez Gutiérrez
Combatir la guerra híbrida neocortical del actual neofascismo
El reciente libro titulado Guerra cognitiva y cultural. Claves para combatir el auge del neofascismo, nos ofrece un análisis del actual auge del neofascismo y nos da claves para combatir la guerra híbrida neocortical y el neurofascismo que éste impulsa. Un auge que parece habernos pillado desprevenidos como les pilló a la Europa de los años treinta el avance del fascismo y el nazismo.
Rearmar la barbarie
En el ciclo neoconservador que se despliega desde los ochenta con fuerza, y prosigue en un ascenso aún más rápido desde inicios del siglo XXI, la guerra ha sido y es parte fundamental de la dominación del sistema, en un mundo donde las grandes potencias se disputan recursos estratégicos, mercados, posibilidades de futuro en este capitalismo de saqueo, que condena a países y personas al empobrecimiento y la desesperación. Mientras Europa impulsa un plan «rearme» que supondrá recortar 800.000 millones de euros de inversión social en sanidad, educación, pensiones y servicios sociales para destinarlo a armamento.
Europa, en su loca carrera suicida, ha optado por cavar aún más su propia tumba, como colonia al servicio de un imperio que se derrumba, siguiendo los dictados del último nerón enloquecido que, en su delirio, conduce al mundo al abismo, sin importarle arrastrar consigo a buena parte de la humanidad. Vemos cómo los gobiernos europeos asumen el marco narrativo del neofascismo sobre la seguridad de los Estados basado en el aumento del gasto militar (comprado a EE. UU.) en detrimento de la seguridad humana que es la auténtica preocupación de la población: salud, educación, trabajo, vivienda y derechos sociales.
Porque ya no se trata únicamente de una guerra geopolítica por los recursos del planeta cada vez más escasos. Esa guerra económica (y militar cuando no es suficiente la económica) en la que una élite no ha dejado de enriquecerse, incluso en los peores momentos de crisis, catástrofes o pandemia, mientras la gran mayoría es expoliada de la posibilidad siquiera de acceder a una vida digna. Es la sociedad del 1/95 que nos muestran los informes de Oxfam Intermón, donde el 1% de milmillonarios poseen ya más riqueza que el 95% de la población mundial y donde la democracia ha sucumbido por la concentración de poder en manos esa oligarquía global.
Se trata de una guerra híbrida, una guerra de tercera generación, como les gusta denominar a los actuales «estrategas» de la guerra. Pero no en el sentido que éstos plantean, sino en el sentido de una guerra cognitiva, neocortical y cultural, que han desatado en todos los frentes, en la que no se hacen prisioneros. Es una guerra por la «conquista de nuestras almas», del «sentido común», del «imaginario social», de los sueños, del futuro, de la propia capacidad de utopía y esperanza.
Guerras de tercera generación
Desde que Margaret Thatcher, la adalid neoliberal junto con Ronald Reagan y Juan Pablo II, popularizara aquella expresión de «no hay alternativa» (There is no alternative –TINA–), se ha desatado una guerra híbrida total en todos los frentes, en la que ya no se hacen prisioneros. Una guerra que se está dando en las narrativas que se expanden a través de las redes sociales y los medios de comunicación e incluso en la construcción de un neolenguaje que ha sido capaz de resignificar los términos tradicionalmente atribuidos a la izquierda (hoy la libertad ya no es la libertad republicana frente a la tiranía…, es la libertad de «tomarte una caña en el bar en plena pandemia»).
La extrema derecha lee a los intelectuales de izquierda, estudia sus escritos, analiza sus propuestas, disecciona sus planteamientos. Y los reutilizan, pero con fines totalmente opuestos. Así han aprendido de Gramsci que el poder no se ejerce solo por medio de la fuerza física, de la guerra militar, de la conquista económica, sino también por medio de la influencia social para generar hegemonía ideológica, buscando que la gente dé su consentimiento a la dominación, y utilizando para ello las instituciones formales (como la educación), pero también las informales (los medios culturales y sociales).
Este neurofascismo ya no solo aboga por el modelo disciplinario y violento de conquista. Han aprendido de Antonio Gramsci, de Michel Foucault, de Byung-Chul Han, que para todo «imperio» que quiera perdurar, el gran desafío consiste en domesticar las almas. Ya no se trata solo del poder militar y económico, sino también de la capacidad de persuasión. Pasado el tiempo de la conquista por la fuerza, llega la hora del control de las mentes y las esperanzas. La McDonalización es más profunda y duradera en la medida en que el dominado es inconsciente de serlo, que es incluso partícipe apasionado en su afán de ser parte del sistema.
La manufactura del consentimiento
En esta guerra neocortical se utiliza lo que Chomsky denomina la «manufactura del consentimiento». En la cual colabora una nueva clase intelectual, financiada por los ultrarricos, que triunfa porque le dice al poder lo que quiere oír. Son los denominados «líderes de pensamiento» en la academia, «tertulianos» en los medios e «influencers» en las redes sociales. Coinciden en que nuestro mundo funciona razonablemente bien, que su orden es adecuado y que el reparto social es el menos malo posible. Y, a continuación, promocionan algún mantra de «pensamiento positivo», para que en el futuro «todo te vaya mejor» en el terreno del bienestar individual y el optimismo en sus diferentes versiones, a través del «mindfulness», de la autorrealización o del emprendimiento, como forma de explotar los propios límites, «salir de tu zona de confort» y «tomar las riendas de tu propia vida». Porque, nos aseguran, que toda crisis es una oportunidad y si no la aprovechas es que el responsable de tu desgracia solo «eres tú». Convirtiendo así a la propia víctima en culpable de su situación.
La baza definitiva de estos «gurús» consiste, no obstante, en decirnos una y otra vez que no hay ninguna alternativa digna de consideración, que «otro mundo no es posible», que éste es el mejor (o el único) de los mundos posibles. Puede que sea imperfecto, dicen, pero es el único sistema viable. Solo hace falta «orden y disciplina», «trabajo duro» y «esfuerzo» para recuperar otra vez ese pasado mítico de una «nación grande».
Este neurofascismo paraliza el entendimiento y la ausencia de alternativas paraliza la acción. En la conciencia colectiva se instala la tesis de la futilidad e impotencia del empeño humano individual o colectivo, pues nada se puede cambiar. Por eso, incluso la lucha de los grupos y personas desfavorecidas está siendo por la inclusión en el sistema, por ser explotados por el sistema, ya no para cambiarlo, transformarlo y, mucho menos, para hacer una revolución y derrocarlo y superarlo.
Es el nuevo orden hegemónico, que, a través de los medios de comunicación y las redes sociales ayuda a caminar hacia la «aldea global», «imponiendo el pensamiento único» y silenciando cualquier disidencia acusándola de practicar o alentar el «terrorismo». Lo cual ha supuesto la criminalización de todo movimiento de oposición. Terminamos actuando de común acuerdo, sin tener necesidad de ponernos de acuerdo. Nuestra «comunión» con las ideas dominantes hace inútil la conspiración.
Como dice Howard Zinn la desobediencia civil no es nuestro problema. Nuestro problema es la obediencia civil. Nuestro problema es que multitud de personas en todo el mundo ha obedecido los dictados de los líderes de sus gobiernos y han ido a la guerra, donde millones han muerto por causa de esa obediencia… Nuestro problema es que en todo el mundo la gente es obediente ante la pobreza y el hambre, ante la estupidez, la guerra, el genocidio palestino y la crueldad. Nuestro problema es que la gente es obediente mientras las cárceles están llenas de ladronzuelos y los grandes ladrones rigen el país. Éste es nuestro problema.
La impotencia y la desesperación como espacios para incubar el odio
La eficiencia de este sistema reposa fundamentalmente en esa guerra neocortical del neurofascismo, que produce mecanismos de sumisión que van más allá de la tierra conquistada y dominada en un proceso de interiorización colectiva del modelo que asume ampliamente la lógica del sistema, que se adhiere «libremente» a lo que se le induce a creer.
El capitalismo genera así lugares de desesperación y frustración, que están siendo ocupados con una velocidad inusitada por los operadores de la ideología del odio y la manipulación emocional, una estrategia de difusión y permeación de la subjetividad altamente eficaz. Asistimos a la disputa por el relato y a la modelación de subjetividades afines a este orden de barbarie que alimenta sin cesar la base social de la ultraderechización política.
Marcos Roitman, Maria José Rodríguez o Peter McLaren desvelan en ese libro publicado en 2025, por la editorial La Vorágine, Guerra cognitiva y cultural. Claves para combatir el auge del neofascismo, algunos ejes para problematizar nuestro tiempo y entender que la violencia estructural de amplio espectro en la que vivimos inmersos, discursiva, simbólica, ideológica, social, económica, emocional, es parte del capitalismo neoliberal que ha hecho de la guerra neocortical una estrategia necesaria para su reproducción, equivalente a la concentración de poder y riqueza que genera, al nivel de contradicciones que desata y al control social que requiere para mantener su base social de reproducción.
Gestionar el miedo y la inseguridad
Son tiempos de nuevas guerras que ya no requieren necesariamente de frentes de armados, sino que se libran contra los ciudadanos de a pie; donde no se necesita siquiera disparar una bala, sino gestionar la incertidumbre, el miedo, la inseguridad en todas sus manifestaciones al mismo tiempo que canalizar el odio hacia el igual, que pasa a ser percibido como una amenaza, el que viene de afuera, el que tiene otro aspecto, el que se organiza para resistir la debacle. Guerras en las que el uso de la información, la producción dirigida del discurso, la modelación del sujeto a través del proceso educativo y la incidencia en los procesos cognitivos, directamente vinculados a la toma de decisiones, son fundamentales; más aún cuando las sofisticadas tecnologías de información y comunicación, así como la cibernética, tienen la capacidad para actuar con un amplio potencial de despliegue en el ámbito público, a una velocidad que hace de la inmediatez su característica, permeando las prácticas de la vida cotidiana.
En esta batalla semiótica y performativa contra la democracia, la igualdad y la justicia social, las plazas públicas han sido ocupadas mediante poderosas técnicas desinformativas que difunden vía WhatsApp, Instagram o TikTok, y que polarizan y crispan los debates en los bares, en las cenas con los «cuñados», en cualquier escenario cotidiano, repitiéndolas ad nauseam. El miedo y el malestar social son las nuevas armas de guerra que se emplean a discreción, de forma altamente eficiente. Porque en la guerra neocortical el objetivo es la mente y el corazón de cada sujeto. Menos mal que en la segunda parte del libro se ofrecen alternativas a esta neuropolítica de la barbarie en la que se asienta el actual auge del neofascismo que se une así a la dominación persistente del capitalismo neoliberal como único espacio de lo posible.
[Enrique Javier Díez Gutiérrez es catedrático de la Universidad de León. Director de la Investigación Europea «Construcción de una Europa inclusiva y democrática frente al auge del fascismo y la xenofobia». Premio CODAPA 2023 de la Confederación Andaluza de AMPA por su defensa de la educación pública y la difusión de alternativas para construir una pedagogía inclusiva, democrática y del bien común. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Guerra cognitiva y cultural: Claves para combatir el auge del neofascismo (La Vorágine, 2025); Emprendimiento educativo: Educar en las reglas del capitalismo (Miño y Dávila, 2025). Pedagogía del Decrecimiento (Octaedro, 2024). La memoria histórica democrática de las mujeres (Plaza y Valdés, 2023)]
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05 /
2025