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Gutmaro Gómez Bravo

Los descendientes

Un siglo de historia y memoria familiar

Crítica,

Barcelona,

2025,

240 págs.

Un día, tú ya libre de la mentira de ellos, me buscarás

Isabel Alonso Dávila

Los versos de Luis Cernuda que dan título a esta reseña vieron la luz en Buenos Aires en 1943 y es una de las citas que elige Gutmaro Gómez Bravo para encabezar éste, su último libro, Los descendientes. Un siglo de historia y memoria familiar. Los versos de Cernuda que continúan también aparecen en la cita y dicen: «Entonces ¿qué ha de decir un muerto?».

Y en este libro, un ensayo de un historiador sobre su propia familia, escrito en primera persona, podemos ver que los muertos dicen y logran desvelar parte de sus secretos para entregárselos a los descendientes, aquellos hijos que ahora son padres y abuelos. Y a aquellos nietos que ahora son ya padres.

Gutmaro Gómez Bravo es un historiador bien conocido, tanto por sus libros como por sus colaboraciones en El País. Para el análisis de este su último libro quizás sea importante señalar que nació en 1975, al final del baby boom. Así que en este libro encontramos escribiendo a un boomer, que fue niño durante la Transición y joven en los años noventa. Es catedrático de Historia Contemporánea en la Complutense y, además de dedicarse al estudio de la violencia política y el control social en la España de la Guerra, el franquismo y la transición, también se ocupa frecuentemente de los temas relacionados con la memoria.

La lectura de este libro de Gutmaro me ha llevado a recordar otros que transitan también entre la memoria familiar y el contexto más amplio de la historia. Por ejemplo, Los amnésicos, historia de una familia europea, de Geraldine Schwarz (2019), y Calle Este-Oeste, de Philippe Sands (2017). Pero Geraldine es periodista y Philippe abogado. Mientras que Gutmaro es historiador y, como profesional de la historia, aunque aquí le veamos ejercer como memorialista familiar, le vemos transitar cómodamente entre la memoria familiar y la historia colectiva. Hay múltiples ejemplos en el libro de esto. Por citar alguno de ellos, es interesante ver cómo pasa de las cartas que se escribían sus padres durante el noviazgo a una sociedad teñida de un nacional-catolicismo que lo impregnaba todo, o a la inauguración del «Valle de los Caídos» que se produjo el mismo año en que sus padres iniciaban su noviazgo, o al estreno teatral de Ama Rosa y el seguimiento masivo que tuvo en aquellos años, tan radiofónicos, y la cantidad de lágrimas que se vertieron escuchando la historia de la joven viuda que entrega su hijo en adopción a una familia rica entre la que se queda a «servir», teniendo que sufrir los desplantes de su hijo biológico que, desconociendo su origen y dada la mala educación clasista a la que ha sido sometido, desprecia a su madre biológica. Al recordar esta trama, explicada por Gutmaro, nos vamos directamente a temas como la cantidad de hijos y madres, que, mediante robos, separaciones forzadas o adopciones ilegales después de partos anónimos, terminaron viviendo situaciones marcadas por enormes secretos de familia que fueron tan abundantes en aquellos momentos y que dejaron un rastro de continuidad posteriormente.

Nos dice el autor que este libro —diferente del resto de las publicaciones académicas que nos ha entregado, como muestra, por ejemplo, la ausencia de notas al pie— nace de «una necesidad personal», que intuimos que está relacionada con la enfermedad degenerativa que sufre su madre, además del ictus y la caída de su padre, que llevan a Gutmaro a la urgencia de ordenar sus recuerdos, contar su historia a los hijos de sus hijos, que son los del historiador, nietos por tanto de los padres de Gutmaro, todos ellos «los descendientes» que dan título al libro. Esta necesidad de acercarse a su propia historia familiar la organiza de forma generacional, en un libro que se compone de una introducción, tres partes y dos epílogos, a través de cuatro generaciones.

La generación de los abuelos y las abuelas del autor, y la de su padre y de su madre, ocupan las dos primeras partes del libro. Por sus páginas vamos a ver aparecer a unos personajes que se mueven durante la Restauración, la guerra de Marruecos, el Desastre de Annual, el golpe de Estado de Primo de Rivera, la Segunda República, la guerra, la posguerra, la emigración del campo a la ciudad y de España a Europa. A veces, se alargará el autor hasta los bisabuelos y los hermanos de su abuelo, maestros como él, represaliados todos. Y la puerta que abre todo este mundo es «la bolsa desastre», una imagen genial que, nos cuenta el autor, se refiere a una bolsa de plástico que tenía tu madre siempre cerca. Con fotos, cartas, papeles, y que Gutmaro enlaza con los comentarios que hacía ella sobre estas fotos, estas cartas, estos papeles. Por ejemplo, de su abuela decía que «lo arreglaba todo llorando». También vemos aparecer en estas primeras partes las diferencias entre las familias de los abuelos maternos y paternos. Y las distintas versiones familiares sobre el abuelo Gundemaro Bravo. Unas, las versiones de los que se quedaron en Jerez. Otras, de los que se fueron. También los recuerdos del hambre, que llegan al autor fundamentalmente de boca de tu padre. También los de las maestras. Y hay que señalar una fuente fundamental para acercarse a la etapa de juventud del padre y la madre: las cartas que se escribieron. «Se escribieron todas las semanas durante más de dos años» y, en años sucesivos, incluso más, hasta dos cartas al día. ¡Qué volumen de fuentes! sobre la vida cotidiana, sobre los usos amorosos. Y es que, además, algunas de estas cartas se enviaron desde Gustavsburg (sur de Hesse, Alemania), acompañadas de giros de dinero. Y, claro, eso nos da muchas pistas. Y esta frase en una de ellas, acaba por cerrarlas: «Hay aquí una fábrica en la que admiten mujeres», que significa una propuesta y, nos dice el autor, que significó para los protagonistas, su padre y su madre, que «habían encontrado una salida».

Como Gutmaro es historiador, de la fábrica en la que trabajaba su padre en Alemania nos lleva a los bombardeos aliados, a la entrada de las empresas americanas en Europa, como la General Motors y, de nuevo, de manera magistral, une la historia familiar con la colectiva. Así, por ejemplo: «De no ser por la decisión del mando aliado, que dejó intacta buena parte de la industria alemana, un millón de españoles, entre los que estaban mis padres, no hubieran podido emigrar en los años sesenta y setenta a Alemania». Emigración, la de sus padres, al margen de los sistemas oficiales del Instituto Español de Emigración. Esta etapa de Alemania es interesantísima en el libro, por las fotos, por la comparación entre vivir con libertad sindical, con derechos laborales, con memoria del Holocausto, también sabiendo de la deportación de republicanos españoles, y los silencios de España. Lo que les contaban los compañeros alemanes de trabajo sobre la Guerra, la diferencia de trato con los prisioneros entre los rusos y los alemanes: «[…] los rusos se habían portado mejor que ellos, te soltaban con un letrero con la dirección de tu casa, mientras nosotros matábamos a todos los prisioneros». Y la vuelta a España y lo que significó para la madre del autor, que pasó de ser una madre trabajadora, con guardería para su hijo, y que compartía las actividades de cuidado con el padre del niño, a ser ama de casa sin trabajo exterior y con división sexual del trabajo de forma tradicional, la que consideraban apropiada los cánones del nacionalcatolicismo.

Las generaciones del propio autor y la de sus hijos, que ocupan el resto del libro, nos llevan al presente y nos acercamos a unos hijos adolescentes «que consumen el pasado en formato virtual”. Con ellos, entramos en la era de la desinformación, de los bulos, y vemos aparecer en Gutmaro el conflicto entre historiador y padre, en una sociedad en que «las formas tradicionales de transmisión del relato se han roto» y, esto es más grave, «a través del lenguaje virtual se consigue que el revisionismo y el negacionismo lleguen a calar en la cuarta generación, que recibe, de forma pasiva y voluntaria, la misma versión impuesta a sangre y fuego que recibió la primera. La memoria franquista, blanqueada en miles de memes […]. La mayor parte de la sociedad española, de hecho, no considera que Franco fuera un dictador como Hitler, Mussolini o Stalin». Esto último lo tenemos muy claro quienes nos hemos dedicado a la enseñanza de adolescentes.

El libro consta de dos epílogos. Y el segundo consigue dejarnos en ascuas, ya que queda flotando en el aire un misterio sin resolver del todo. Un misterio que ya ha quedado anunciado en la introducción, cuando el autor nos ha dicho que, terminado el primer borrador, pudo acceder al expediente de su abuelo, conservado en el Archivo del Ministerio del Interior, con 308 páginas. Un acceso que ha sido costoso y tardío y que, además, significa «un descubrimiento que lo cambia todo. Un hallazgo, quizás el más importante, que resulta imposible incorporar al relato, a la propia versión familiar». Le dedica cuatro páginas y nos quedamos con la sensación de que, en este expediente, en estas 308 páginas rescatadas del archivo, hay materia para otro libro. Porque ya nos había advertido en la primera parte de que las cartas confirmaban la temprana colaboración del abuelo con los sublevados. Y nos había dicho que «nunca se ha abordado familiarmente un asunto en el que se ha dado por sentado todo lo contrario”. Es decir, Gutmaro Gómez Bravo nos deja en un auténtico cliffhanger que, esperemos, tendrá su resolución en una próxima publicación del autor.

30 /

5 /

2025

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