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Clara E. Mattei

El orden del capital

Cómo los economistas inventaron la austeridad y allanaron el camino al fascismo

Capitán Swing,

Madrid,

2025,

512 págs.

La ideología de la austeridad como bastión de defensa del capitalismo

Francesc Bayo

La editorial Capitán Swing acaba de traducir al castellano el libro titulado El orden del capital: Cómo los economistas inventaron la austeridad y allanaron el camino al fascismo, en el que la economista italiana y profesora de la Universidad de Tulsa, Clara E. Mattei, indaga en los orígenes hace un siglo de la construcción de la ideología de la austeridad, cuya intención era proporcionar unos mecanismos correctores a favor del capital para contrarrestar las mejoras salariales y de las condiciones de trabajo, obtenidas mediante los avances de organización y acción del movimiento obrero en Gran Bretaña e Italia en el periodo de entreguerras. En la elaboración del libro su autora ha efectuado una investigación minuciosa en diferentes archivos británicos e italianos, donde ha trabajado con documentación oficial de los gobiernos y otras instituciones públicas, en particular las vinculadas a la banca y las finanzas, y también ha efectuado un vaciado muy importante de los medios de comunicación de la época, tanto los de orientación burguesa como los de la amplia gama de prensa de izquierdas.

La elección de estos dos países obedece a la hipótesis de la autora, que pretende mostrar cómo la austeridad funciona como un mecanismo de disciplina que permite frenar el avance del poder de las clases subalternas y así recuperar el dominio del capital. Es importante reseñar que el fenómeno funcionó igual en una economía industrial más avanzada y regida por un sistema político liberal (Gran Bretaña), como en una economía algo más atrasada que tenía por un lado unos enclaves avanzados de organización y movilización obrera de orientación socialista, mientras que por otro las organizaciones fascistas apuntaban hacia avances significativos (Italia). En lo que coinciden ambos casos de estudio es que el sufragio universal se estaba empezando a consolidar, aumentando la participación popular, y en la evolución de un movimiento obrero con un importante crecimiento organizativo que permitía mejoras salariales y sociales, y sobre todo con la capacidad de desarrollar una ideología alternativa precisamente en unos momentos —tras la Primera Guerra Mundial— en que el sistema capitalista había estado prácticamente intervenido por el Estado para focalizar todos los esfuerzos en la economía de guerra.

En ese contexto derivado del reconocimiento de la posibilidad de que el Estado organizara a la sociedad en dirección a un objetivo colectivo concreto como en su momento fue la guerra, ganó impulso la capacidad del movimiento obrero organizado para generar un discurso alternativo al del capitalismo, porque se entendía que ese objetivo colectivo podría ser reconducido en tiempo de paz a mejorar el bienestar de toda la población. En el caso de Italia ese pensamiento se articuló alrededor de la revista Ordine Nuovo, que fundaron Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti y otros intelectuales el 1 de mayo de 1919 en Turín, y fue la antesala de la fundación del Partido Comunista de Italia dos años más tarde. En cuanto a Gran Bretaña, el movimiento obrero había logrado importantes avances organizativos con formaciones sindicales potentes en diferentes sectores industriales y en la minería, que habían logrado aumentos salariales y otras mejoras sociales, y además también habían desarrollado un discurso alternativo al sistema capitalista donde la clave consistía en la participación democrática sobre la organización económica y social del país.

Es cierto que tanto en el movimiento obrero británico como en el italiano había una división importante entre los partidarios de una alianza de los gremios y las cooperativas con el Estado, y los partidarios de una acción colectiva más directa a través de los denominados consejos de fábrica. Pero lo más relevante de la tesis del libro es la reacción del entorno del sistema capitalista para construir una ideología reparadora del orden del dominio del capital en un momento que parecía perder fuerza, y además aderezada con la consagración de la tecnocracia como instrumento para llevarla a cabo. De ese modo se separó la dirección política de la dirección económica, atribuida esta última a menudo a una pléyade de asesores externos a los gobiernos, que a partir de entonces construyeron una esfera reservada a los expertos —que fundamentalmente estarían exentos del control democrático de la ciudadanía.

El fenómeno de la creación de la esfera tecnocrática es el otro pilar de la tesis del libro de Mattei, ya que la construcción de la ideología de la austeridad se concibió en dos encuentros internacionales, uno organizado por la Sociedad de Naciones en Bruselas (1920) y otro por el Consejo Supremo de los Aliados en Génova (1922), en los que se reunió a lo más granado de los economistas conservadores vinculados a las finanzas públicas y a los bancos centrales de los países europeos del capitalismo avanzado de la época. Además, a diferencia de la convención general entre los historiadores que considera que esas reuniones acabaron en fiasco, porque no lograron alcanzar consensos sobre mecanismos de cooperación para la reconstrucción de la Europa de posguerra, en particular sobre el tratamiento de las deudas de guerra y los arreglos del desorden de las balanzas de pagos, la autora sostiene que sí que se alcanzó un consenso en lo relativo a promover la austeridad para volver a disciplinar los salarios y revertir las mejoras laborales. Y el otro gran logro de esos encuentros fue conseguir un consenso entre expertos de diferentes países respecto a la elevación de su papel tecnocrático como rectores de la política económica, o como mínimo de asesores especializados de los gobiernos, en detrimento de la democratización del control de la organización del desarrollo económico de los países.

Sintetizando la tesis de Elena Mattei, la ideología de la austeridad construida mediante el consenso de esos expertos tecnócratas se ha sostenido en tres ámbitos donde se establecieron una serie de medidas coercitivas, y por ello la ha denominado también la ideología de la «trinidad de la austeridad». Es relevante la importancia que le da la autora a relacionar el entramado de los tres ámbitos, porque habitualmente es costumbre vincular la austeridad a las políticas presupuestarias y a las diferentes modalidades del gasto público, a lo que se junta a lo sumo algunas referencias a las políticas monetarias.

El primer ámbito, denominado «de la austeridad industrial», consiste en no considerar la función del trabajo como el fundamento de la actividad productiva, y en cambio mediante la supuesta mano invisible del mercado se adjudica la función imprescindible de la acumulación de capital a los que la autora denomina «los ahorradores/inversores». En consecuencia, para sostener el crecimiento económico y la prosperidad se ha considerado preciso el trasvase de las rentas del trabajo hacia los capitalistas, y para ello había que contener los salarios y frenar las demandas de mejoras en las relaciones laborales (limitación de jornada, vacaciones, prestación por desempleo, derecho a pensión de jubilación, etc.), así como limitar o eliminar el derecho de huelga para anular la capacidad combativa de los trabajadores.

Es interesante el punto de vista moral del argumento, porque estos expertos consiguieron así vestir la figura del capitalista/ahorrador/inversor no como un expropiador de la plusvalía del trabajo de otros sino como un eslabón necesario en la cadena de la acumulación del capital. A diferencia de los trabajadores, que en su ignorancia sobre los entresijos de la economía podrían malbaratar su parte de la ganancia, el empresario sí que tenía un criterio adecuado para saber cómo reinvertir los beneficios y además esa era en su concepción ideológica la única forma de hacer crecer la economía. De ese modo, al trabajador no sólo se le acabó desposeyendo de su papel preponderante en la función productiva —y por esa vía se le podía limitar el salario—, sino que además se le declaraba incapacitado para poder participar en la orientación y en la planificación de la producción. En definitiva, de esta forma se naturalizaba el orden del capital en el funcionamiento de la economía, estableciendo de facto un control con tintes autoritarios de la economía porque se alejaba la posibilidad de ejercer un auténtico control político democrático.

Después estaba el ámbito de la austeridad fiscal, porque se consideraba que el crecimiento del gasto público en los presupuestos (en particular todo aquel destinado a fines sociales) drenaba recursos financieros para la acumulación de capital. Por último, el ámbito de la austeridad monetaria se aplicaba para restringir el aumento del crédito y la liquidez en los momentos que los salarios aumentaban, y de ese modo mediante una recesión inflacionaria controlada se devaluaba el poder adquisitivo de los trabajadores. En estos dos casos también se consideró como muy importante la función de los expertos tecnócratas al margen del control democrático de su tarea, generalmente a través de los Bancos centrales, porque la capacidad de dirección de la política monetaria e incluso hasta cierto punto de las políticas presupuestarias se argumentaba que no se podía dejar al albur de cualquiera. En resumen, en los tres casos la ideología de la austeridad se sustentaba en dos principios fundamentales: el consenso, que se lograba imponiendo el criterio acordado exclusivamente por los tecnócratas, y la coacción que se perpetraba alejando a la ciudadanía de la capacidad de decisión democrática sobre las políticas y las regulaciones económicas del Estado.

En conclusión, el libro de Clara Mattei sobre los orígenes del concepto austeridad desde la perspectiva de clase dominante del capitalismo consigue acercarnos, desde un enfoque histórico, una aproximación a una cuestión muy presente en las políticas económicas actuales. También es importante cómo desvela la forma en que la clase dominante se apropia de las virtudes del vocabulario del trabajo o la honestidad, para ponerlo al servicio de los intereses del capital. De este modo, la autora nos recuerda que el concepto y las políticas de la austeridad entendidas desde esa perspectiva de clase son anteriores al giro neoliberal de finales de los años setenta, y de hecho es consustancial a la evolución del capitalismo, motivo por el cual ha encontrado un arraigo tan importante en las interpretaciones de la economía y las políticas económicas en la época contemporánea.

Finalmente, la editorial menciona en la biografía de la autora que está trabajando en un nuevo libro donde reevalúa, desde un punto de vista crítico la denominada «era dorada del capitalismo (1945-1975)» y el keynesianismo, analizando ese período desde la perspectiva del capitalismo de austeridad.

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