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Antonio Antón

Perspectivas de la izquierda alternativa

La fragmentación de la izquierda alternativa y su reconfiguración y renovación es un campo complejo y delicado, pero necesitado de análisis objetivo y constructivo para contribuir a su recomposición. Tiene implicaciones para la conformación de las izquierdas y la gobernabilidad progresista del país, en un marco de cierto agotamiento del ciclo de progreso en España. Acabo de publicar un libro, Encrucijadas. Para la democracia, las izquierdas y el feminismo, sobre todo ello. Aquí voy a intentar clarificar los diagnósticos y propuestas existentes para abordar su problemática trayectoria.

Doy por supuesta la complejidad de los conceptos ‘izquierda’ y ‘alternativa’, y las controversias derivadas de la adjudicación de pertenencias de los distintos grupos políticos, así como la experiencia de la colaboración y la división entre ellos, junto con la voluntad legitimadora de sus élites dirigentes y sus intereses corporativos por reforzar su estatus.

Dejo al margen al Partido Socialista, considerado ambivalente en este eje izquierdas/derechas, con un componente doble, conectado con el poder establecido y vinculado con una amplia base social de izquierdas. Por otro lado, no entro en la valoración de la izquierda nacionalista y sus relaciones con las izquierdas estatales o confederales.

Señalo la importancia de la interacción entre las izquierdas sociales y las políticas; entre la acción sociopolítica de las movilizaciones sociales con sus procesos específicos de articulación, y la construcción de los campos electorales y su expresión político-institucional. Es una cuestión que se suele dejar de lado en las interpretaciones más politicistas o institucionalistas.

Me refiero, por tanto, al conglomerado en torno a la coalición Sumar y a Podemos, dando por supuesto que son fuerzas de izquierda (o progresistas), a la izquierda del Partido Socialista, con políticas similares y, al mismo tiempo, diferencias estratégicas y de alianzas significativas, pero diferenciado respecto de las derechas y, particularmente, con la mayoritaria identificación de izquierdas de sus bases sociales y su militancia, con valores democráticos comunes.

De entrada, hay que hacer una precisión relevante. Normalmente, en los análisis políticos no se valoran suficientemente las características de la base social y electoral de izquierdas, las dinámicas que las conforman y las tendencias sociopolíticas y culturales, en los contextos concretos de cada etapa. Se suelen centrar en las particularidades de los grupos dirigentes y sus intereses, discursos y estrategias. Con ello se pierde un necesario enfoque sociohistórico que explique las tendencias sociopolíticas de fondo y poder aventurar las dinámicas previsibles y las respuestas más realistas y transformadoras. En ese sentido, es cierta la idea de que lo mejor existente en España es esa base socioelectoral crítica, la izquierda social y cultural.

El declive de la izquierda alternativa

Desde 2019, más de la mitad del electorado alternativo estatal —unos seis millones—, expresado en los años 2015/2016, tras el amplio proceso de protesta social progresista de los años 2010/2014, ha sido recuperado por el Partido Socialista, la izquierda nacionalista y algo la abstención. La última estimación de voto del CIS, de abril, da un 6,2% a Sumar y el 4% a Podemos (en las elecciones europeas, 4,67% + 3,30%, respectivamente). Hay una dinámica de descenso del voto a la coalición Sumar que, conjuntamente, había llegado hasta el 12,3% y tres millones de votos en las elecciones generales del 23 de julio de 2023, y de ascenso de Podemos; incluso alguna encuesta privada augura cierto empate, sumando entre ambas formaciones algo más del 10%, hasta unos dos millones y medio de votos, y unos ocho escaños cada una.

Su transformación en escaños, dada la normativa electoral, al ir por separado se vería perjudicada todavía más, con una disminución de la representación parlamentaria alternativa. Los 31 escaños en total (26+5 en el reparto inicial entre ambas formaciones) en 2023, con esos datos del CIS, con un sesgo favorable a las dos formaciones gubernamentales, y considerando otros estudios demoscópicos, se reducirían hasta 4/6 para Podemos y 9/16 para Sumar. Su reparto, con sus respectivos intereses y expectativas, podría ser: Movimiento Sumar, 3/5; Izquierda Unida, 3/4 (Andalucía); Catalunya en Común, 3 (Barcelona); Más Madrid, 2 (Madrid); Compromís, 2 (Comunidad Valenciana).

La particularidad es que los escaños de Movimiento Sumar y de Podemos saldrían en esas cuatro zonas, en competencia entre ellos y con esos cuatro grupos territoriales, además de la polarización por ser cabeza de lista a la presidencia del Gobierno. Con los mismos votos, conjuntamente, se podría acceder a unos 6/8 escaños más en las provincias medianas, cuya adjudicación volvería a ser complicada en una posible negociación o proceso de primarias.

Por otro lado, la incorporación de líderes de Movimiento Sumar a las listas del Partido Socialista es dudoso que consiguiese el desplazamiento de su base electoral hacia él; es decir, al propio PSOE, por mucho que pretenda absorber una parte relevante de ese espacio para intentar remontar y gobernar en solitario, le sería poco operativo. Menos interesante sería para la dirección de Movimiento Sumar, que disolvería su base social y su proyecto político.

Al mismo tiempo, esas cuatro formaciones territoriales —considerando el peso electoral y municipalista de IU, sobre todo, en Andalucía— tienen suficiente entidad para mantener su actual base social, conservar esa representación institucional, quizá algo disminuidas, y frenar un poco el flujo hacia el PSOE (o hacia Podemos). Aun así, queda pendiente el gran problema: conseguir suficiente representatividad parlamentaria por parte del conjunto de ese espacio alternativo para contribuir en la reedición negociada de una mayoría de progreso.

A tenor de la últimas encuestas y los resultados de las elecciones europeas, damos por supuesto que Podemos, a pesar de la marginación y el acoso recibidos, ha salvado su mayor peligro de la irrelevancia política y se está recuperando, de momento con ese techo del millón de votantes; y en el caso de Sumar, con amplias posiciones institucionales y apoyo mediático, hay una trayectoria electoral descendente, aunque sigue manteniendo todavía un millón y medio de votantes, más fragmentados en su articulación política.

El hecho decisivo, cuando se pretende formar una fuerza política con una capacidad electoral significativa para tener posiciones institucionales, es alcanzar en el Estado, al menos, una representatividad superior al 10% del electorado, dadas las constricciones de la normativa electoral.

Con esa previsión parlamentaria, sin un proceso de reactivación unitaria y remontada electoral, con un estancamiento del Partido Socialista y un ligero ascenso de las derechas (PP y VOX), no se podría conformar, junto con el PSOE y las fuerzas nacionalistas, una alianza de progreso, o simplemente continuista, que impida un gobierno de derechas extremas y la consolidación de un nuevo ciclo reaccionario.

Además, con un posible predominio institucional de las derechas, tampoco se podría condicionar significativamente, desde ese ámbito parlamentario, su anunciada dinámica gubernamental y legislativa regresiva y autoritaria, con una impotencia transformadora mayor de la izquierda alternativa y el conjunto de las fuerzas progresistas y democráticas.

Con esas perspectivas de involución democrática y de condiciones y derechos sociales, así como de frustración ciudadana, el foco principal del activismo político alternativo pasaría a la esfera sociopolítica y cultural y la oposición parlamentaria,para recomponer y ampliar un nuevo campo socioelectoral y político-institucional como mecanismo para reiniciar otra fase de cambios sustantivos de progreso para las mayorías populares.

Superar el sectarismo partidista

En el contexto de declive de la izquierda transformadora, se produce una fuerte pugna por el relato de sus causas, las responsabilidades partidistas y las salidas que legitimen los respectivos liderazgos y estrategias.

Se producen diagnósticos contrapuestos y performativos, poco realistas, que expresan los deseos de cada cual. Por un lado, la muerte de Podemos; por otro lado, la descomposición de Sumar. Se genera la incompatibilidad de liderazgos, con los vetos cruzados: Yolanda Díaz/Irene Montero. Se da por inevitable la persistencia de solo un grupo dirigente para articular ese espacio alternativo, con la prevalencia de una parte y la subordinación de la otra.

Así, las dos propuestas existentes son hegemonistas y no demasiado sensatas para articular la cooperación, considerada imposible o innecesaria por ambas partes.

Por un lado, el modelo de Sumar del 23J, con la continuidad de la primacía del Movimiento Sumar y el equipo de Yolanda Díaz, y la sustitución de Podemos en el liderazgo y su marginación, con una política moderada de afinidad con el Partido Socialista. Es la que la dirección de Sumar pretendió imponer en el proceso que culminó el 23J, con los reajustes gubernamentales y parlamentarios excluyentes consiguientes, plan que ahora se reproduce sin valorar su fracaso fáctico y antipluralista. Es la actual alternativa oficial de Movimiento Sumar, imposible de repetir ante el reequilibrio representativo de Podemos, y la actitud más reequilibradora y unitaria de Izquierda Unida. O sea, no es operativa y solo tiene una función legitimadora para mantener una aparente iniciativa unitaria.

Por otro lado, el de una ‘izquierda valiente’ en torno a Podemos, con una estrategia confrontativa con el Gobierno de coalición, poniendo el énfasis en la movilización contra la guerra, intentando absorber partes de la coalición Sumar, tras la supuesta integración de otra parte en el PSOE. Se basa en la hipótesis de la descomposición de Sumar: que el PSOE incorpore al núcleo dirigente de Movimiento Sumar, y Podemos articule, atrayendo el grueso de su base social, a varios grupos de la coalición Sumar (IU y los Comunes —sin ICV—), junto con otros activistas sociales. Sería una especie de nueva Unidas Podemos, con prevalencia de la dirección morada, dejando a la intemperie a Más Madrid y Compromís (o Mes y Chunta), difíciles de asimilar para ellos.

Es una hipótesis deseable para Podemos, para fortalecer su liderazgo, pero poco realista, al menos, antes de la comprobación del probable batacazo electoral en 2027, aunque las encuestas negativas precedentes y los reajustes internos de expectativas podrían adelantar las tensiones internas y la búsqueda de apaños para evitar la pérdida de credibilidad social.

Además, está la propuesta razonable de Izquierda Unida, de reunir al conjunto en una nueva plataforma sin vetos y con programa mínimo compartido, más horizontal, con un procedimiento democrático consensuado —primarias a negociar—, pero que adolece de cierto irrealismo que los lleva a admitir la posibilidad de una tercera lista por separado, con lo que se agravaría la situación todavía más.

Hoy es difícil de concretar ese frente amplio o bloque histórico, sin mayor autoridad moral y política de sus liderazgos y dada la predisposición de cada parte, incluida IU, para consolidar en este proceso transitorio su respectiva hegemonía orgánica y su línea política particular.

Así, de entrada, la dirección de Movimiento Sumar y el equipo liderado por la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, valoran su política y su posición como las más útiles e innegociables, ya que el radicalismo de Podemos lo consideran un lastre para ensanchar su influencia. Mientras que la dirección de Podemos las considera imposibles de consensuar, por la gran distancia existente entre una estrategia que llaman de régimen de guerra, en la que involucra a todo el Gobierno, y otra de paz, que defienden y que, según ellos, es determinante para la formación de la izquierda en la fase actual.

La situación se agrava con la posición exclusivista, en sus respectivas comunidades autónomas, de Más Madrid y Compromís, que excluyen cualquier alianza electoral con Podemos e Izquierda Unida para reforzar su posición prevalente, infravalorando sus consecuencias negativas.

Se puede constatar que, con los liderazgos actuales, es difícil avanzar en una colaboración, institucional, social o de base, que pudiese culminar en un acuerdo electoral y de estrategia política para el inmediato reto político-electoral y, particularmente, para la próxima etapa. Es un camino que requiere varias condiciones y necesitaría más altura de miras y capacidad de liderazgo colectivo.

Dinámicas regeneradoras

Caben tres dinámicas, necesariamente combinadas, que pueden desbloquear y modificar algo esas actitudes y estrategias de los núcleos dirigentes actuales, en el marco de una presión democrática más general, incluido por los intereses corporativos del resto de las fuerzas progresistas y del propio Partido Socialista, que pretende evitar su desalojo gubernamental.

Primera, una significativa activación cívicay de masivas movilizaciones sociales —feministas, vivienda, sanidad y educación públicas, solidaridad con Palestina, contra el rearme…—, junto con una dinámica más global contra la involución regresiva y autoritaria, que presionen desde la base popular para una trayectoria transformadora y unitaria.

Segunda, unos resultados especialmente positivos, comunes y visibles, de las pocas experiencias colaborativas existentes—Por Andalucía, Contigo Navarra u otras dinámicas locales y sectoriales—, que abran mayores caminos cooperativos y de confianza.

Tercera, una reconsideración reflexiva y constructiva de las direcciones partidistas —y de otras organizaciones sociales y la intelectualidad progresista—, con la capacitación de nuevos liderazgos unitarios, democráticos y con una perspectiva transformadora a medio plazo.

De momento, parece que las dos espadas principales están en alto, sin dar el brazo a torcer, y en espera de que los cambios de la realidad de la crisis político-orgánica se hagan más evidentes, y aparezcan factores favorables para cada cual en su pugna por la prevalencia política y orgánica.

Es decir, contando con el precedente de las elecciones andaluzas, habrá que esperar hasta la debacle previsible —quizá asimétrica— de los resultados electorales (municipales, autonómicos y generales) de 2027, constatar la impotencia frustrante y la crítica de la izquierda social y política ante los graves retos existentes, y valorar su representatividad específica, su fuerza comparativa y la credibilidad de sus liderazgos.

Será el momento, trágico, de reactivar las tres dinámicas antedichas, activación cívica, experiencias colaborativas y renovación de liderazgos, seguramente en condiciones sociopolíticas más desfavorables que la actual etapa transitoria, previa pugna competitiva por la adjudicación de responsabilidades del fracaso y los intentos de asentar nuevos liderazgos y estrategias políticas. Entraremos en otra fase, dura y delicada, que demostrará la valía de las actuales estructuras dirigentes de la izquierda alternativa.

El riesgo de involución y la voluntad transformadora

Se trata de desafiar al mal mayor, frente a la prioridad contra el mal menor, prevenir la pugna sectaria y corporativa en la izquierda alternativa y apostar por su renovación, colaboración y refuerzo. La tendencia probable es una realidad externa desfavorable para las fuerzas transformadoras. No obstante, al mismo tiempo que el declive y el desconcierto de las izquierdas alternativas, se abre la oportunidad para otro ciclo de reactivación cívica y recomposición sociopolítica y partidista, para el que se genera una fuerte pugna política y discursiva por la primacía para influir en su nueva dimensión, sus características y su liderazgo.

Por otro lado, respecto de las condiciones externas, hay que remarcar la diferencia entre, por una parte, una gestión ultraliberal, regresiva, imperial y autoritaria de las derechas extremas, reforzadas por la trayectoria trumpista y ultra en Europa, con fuertes componentes racistas, antifeministas y antiecológicos; y, por otra parte, una gestión centrista o continuista (o posibilista/oportunista), con componentes neoliberales y de contención de derechos sociales y democráticos. En ambos casos, en un ámbito de cierta democracia liberal debilitada, se puede condicionar su gestión por su necesidad de legitimación social y democrática, o sea, por la presión cívica, si la hay en el corto plazo.

El foco principal de la acción política y la influencia transformadora pasaría a la capacidad de activación cívica y articulación sociopolítica de las organizaciones sociales y culturales, así como de su representación política, en un papel menos institucionalizado. Esta, con pocos recursos de poder institucional, tendría que basarse en su arraigo social, su cultura democrática y pluralista y su capacidad articuladora y de liderazgo popular. Constituye una nueva prueba para las estructuras de la izquierda alternativa, y la propia influencia de la socialdemocracia.

En todo caso, hay que valorar la especificidad de la interacción entre las dos corrientes de izquierdas, la moderada y la transformadora; también en su capacidad articuladora de las demandas sociales. Igualmente, hay que tener en cuenta cómo frenar la gestión política de las derechas y los grupos de poder, que pueden combinar imposiciones excluyentes a unos grupos sociales con concesiones parciales y privilegios relativos a otros. Por tanto, frente a su dinámica de reforzar ventajas comparativas de unos sectores sociales frente a otros más vulnerables y en desventaja, para incrementar la división social y apropiarse de la legitimidad o la representatividad de sectores populares descendentes, o desafectos, en términos relativos, e impedir el avance de las fuerzas progresistas. Si terminamos ahí, con un Ejecutivo de derechas extremas y una oleada segregadora y reaccionaria, el camino antifascista y contra la reacción no será nada fácil, aunque aparezca el adversario con claridad.

Desafiar al mal mayor, frente a la prioridad contra el mal menor

La conclusión estratégica no es la de subordinarse a los intereses de ese bloque centrista/continuista, el llamado malmenorismo, sino la de oponerse al mal mayor, la involución social y democrática de las derechas extremas, y consolidar las fuerzas sociopolíticas transformadoras. En ese sentido, hay que valorar el carácter ambivalente o contradictorio de las corrientes moderadas, posibilistas o socioliberales respecto del poder establecido y las derechas, adversario principal de las fuerzas progresistas y de izquierda.

El riesgo principal es un refuerzo derechista y de los grupos de poder y una destrucción mayor de las fuerzas transformadoras y de izquierdas, incluidos los movimientos sociales y el sindicalismo. También es problemática la crisis de las fuerzas liberal-democráticas o centristas, sin grandes acomodos en los poderes fácticos, y su deslizamiento hacia la derecha conservadora. El desafío estratégico para las izquierdas frente a los poderosos será resistir frente al retroceso político-social y avanzar en condiciones, derechos y fuerzas sociales, en plena travesía del desierto institucional, con una dinámica doble de unidad y diferenciación, o cooperación y crítica, con las fuerzas moderadas o socioliberales, dentro del campo democrático y según las características de cada fase histórica.

En todo caso, como se adelantaba, una decisión trágica sobre la configuración institucional puede venir en 2027, en los procesos electorales municipales, autonómicos y generales —si no se adelantan— sobre la constitución de mayorías de gobierno, si se da una coyuntura similar de equilibrios parlamentarios como la de 2023. Sumar lo tiene claro: su firme alianza con el Partido Socialista.

La principal condición morada para llegar a acuerdos con el PSOE es que respete su autonomía política (para disentir), aunque esa posibilidad negociadora, como política flexible, está contrarrestada por el análisis, la crítica frontal y la polarización como representación del ‘régimen de guerra’ a derribar. No obstante, se afianza la idea de la imposibilidad de participar en un gobierno conjunto con los socialistas (y Sumar) o de compartir un programa mínimo de legislatura.

El interrogante sería sobre la decisión del apoyo (o la inhibición) en la investidura socialista, si su voto es determinante para que no gobiernen las derechas. Y a qué precio. La cobertura del relato justificativo de la oposición a esa posibilidad ya se avanza: la responsabilidad de la victoria de las derechas sería del gobierno de coalición, que les ofrece una ‘alfombra roja’, al hacer políticas de derechas, y la única alternativa a ese consenso bipartidista bélico, con diferencias irrelevantes entre ese bipartidismo formal, es la ‘izquierda valiente’, que se puede fortalecer en esa polarización con el bloque de poder, al que pertenecería el Partido Socialista y el grueso de Sumar.

Aunque habría que diferenciar entre la función discursiva actual para intentar reforzar el espacio propio de las consideraciones prácticas sobre sus efectos cuando se produzca la decisión morada, según su contexto, y que podrían condicionarla.

Preservar las fuerzas transformadoras

En el peor de los casos, el de un gobierno de derechas y una débil representación progresista y alternativa, otra hipótesis problemática para la izquierda política transformadora sería su caída en la irrelevancia institucional y político-cultural, con fuerte aislamiento político y desarraigo social, con la tendencia hacia la pasividad y la rendición político-ideológica. Supondría una etapa prolongada de crisis y recomposición.

La respuesta morada es un partido cohesionado, con autonomía y capacidad comunicativa… hasta ampliar el electorado a lo largo de la próxima legislatura. Y generar las condiciones sociopolíticas de movilización y articulación social y política para acumular más fuerzas ‘en la calle’ y luego en las instituciones parlamentarias y ejecutivas, ya que se mantiene el criterio fundamental de ser partido de poder y de gobierno. Veremos la consistencia de sus mimbres.

En el caso de la coalición Sumar, el riesgo de mayor fragmentación se puede producir ante la situación de previsible fracaso representativo y desalojo del Gobierno, probablemente no antes, tras los procesos electorales de 2027. La tendencia puede ser de repliegue local de sus grupos territoriales (Madrid, Catalunya, Comunidad Valenciana), con cierta representatividad, la dilución de Movimiento Sumar y su liderazgo, y la persistencia de Izquierda Unida, en su nicho político territorial (Andalucía). Pero es difícil que, de entrada, renuncien a su primacía orgánica y política, en particular en esas zonas. La competencia con Podemos está servida.

La apuesta de Movimiento Sumar y, en gran medida, de la coalición Sumar, es la de revalidar un frente electoral suficiente para mantener el gobierno de coalición progresista otra legislatura, y mantener el peso institucional y de gestión que les permita seguir legitimándose por su política ‘útil’, dentro de la unidad —con forcejeos— con el Partido Socialista.

No obstante, la derechización política y, en particular, el bloqueo continuista gubernamental y los límites y compromisos socialistas con los grupos de poder, generan nuevos conflictos que dificultan esa legitimidad basada en limitadas mejoras para el bienestar de la gente, en el marco de una política de progreso sin mayoría parlamentaria y una gestión, a veces, regresiva, belicista o neoliberal. No contemplan otra hipótesis, de irrelevancia político-institucional o permanencia debilitada en la oposición parlamentaria. Supone que, de producirse, no habría mecanismos colectivos para hacerle frente y podría haber una salida individualizada o fragmentada. Un futuro lleno de incertidumbres.

Enseñanzas históricas y pugna competitiva

En esta etapa de transición por el declive y la fragilidad estructural de la izquierda alternativa, con la hipótesis de su prolongación en la siguiente legislatura, un obstáculo a remontar es la polarización sectaria por intereses corporativos de las élites dirigentes respectivas, el fanatismo de la ideología propia, en una trayectoria competitiva y destructiva. Es decir, la incapacidad de las actuales élites partidistas para resistir un proceso de mayor fragmentación y destrucción de fuerzas organizadas y la profundización de una crisis representativa, de influencia social y de liderazgo público.

Para sacar enseñanzas, se pueden citar las otras dos grandes experiencias de recomposición de la izquierda del Partido Socialista, tras su fracaso representativo, sus pugnas corporativas y las dificultades políticas y sociales para una trayectoria transformadora.

La primera, tras la crisis del PCE y la izquierda radical y el ‘desencanto’ de la transición política, de finales de los años setenta y primeros ochenta, la reactivación de la movilización popular en los años ochenta, con el movimiento pacifista —campañas anti-OTAN—, el sindical —incluida la gran huelga general del 14-D-1988 contra la precariedad y por el giro social— y, en menor medida aunque significativos, el feminista y el ecologista, aparte de la persistencia de los movimientos nacionalistas periféricos. Esa activación cívica se tradujo en el refuerzo de un campo sociopolítico diferenciado de la socialdemocracia y la formación de Izquierda Unida, cuyo mayor influjo político y electoral, desde la oposición, pervivió una década, hasta mitad de los años noventa, junto con el declive socialista.

La segunda, tras un reflujo alternativo pronunciado de tres lustros —con movilizaciones significativas como contra la guerra de Irak en 2003 y la renovación socialista con Zapatero, en su primera legislatura—, se reinició con un gran proceso de protesta cívica (2010/14), con la movilización e indignación popular progresista simbolizada por el movimiento 15-M frente a la austeridad y la prepotencia del bipartidismo, y por la justicia social y la democracia. Se amplió y conformó un nuevo campo sociopolítico y electoral a la izquierda del PSOE, representado por Podemos y sus alianzas y convergencias, en el marco de Unidas Podemos, luego debilitado y fragmentado entre Podemos y Sumar, que pretendía sustituirlo y reorientarlo, en una operación, finalmente, en parte fallida.

Ahora, si se mantiene la trayectoria actual de la izquierda alternativa, se aventura otra crisis de su capacidad orgánica, representativa y de influencia institucional y transformadora, aunque está por ver el grado de asimetría entre los dos bloques actuales y su impacto comparativo.

La dificultad adicional para un marco constructivo conjunto es la cierta inclinación sectaria existente entre formaciones democráticas o progresistas, con mucha tradición entre las izquierdas en estos dos siglos. Consiste en trazar una línea rígida entre dos bloques incompatibles, defensores de su específico patrimonio político y orgánico, apropiándose de una identidad embellecida y descalificando la identidad contraria: amigos/enemigos. Frente a los poderosos no habría un campo popular-progresista, amplio y plural, sino que, para unos, las corrientes moderadas o posibilistas forman parte del poder establecido, no son izquierda, y, para otros, las corrientes radicales o transformadoras son ‘izquierdistas’, marginales y perjudiciales para el avance social y democrático. Todo ello, a pesar de que el grueso de sus bases electorales, esa izquierda social —o progresismo rojo, verde y violeta—, tiene ideas, posiciones y valores de izquierda bastante similares.

Existen dos versiones. La justificación moderada de Sumar, despreciando o marginando a Podemos como grupo radical, minoritario o contraproducente. Y la explicación radical de la dirección morada, aventurando la descomposición de Sumar por su política contemporizadora con el PSOE y su política de rearme, que favorecería a las derechas. En la situación actual, estos últimos esquematizan una polarización entre la llamada ‘izquierda’ (Podemos y sus aliados políticos y de la sociedad civil) y las fuerzas del ‘régimen de guerra’ (incluido PSOE/Sumar).

Los puentes entre las direcciones partidistas se rompen. El riesgo es caer en el doctrinarismo y la descalificación discursiva, estéril para la reactivación popular y la articulación de un frente común, social y partidario, diferenciado de la socialdemocracia. Su prioridad es otra, la primacía particular de cada liderazgo alternativo.

En esa situación defensiva y de división, se acentúan los relatos sobre las responsabilidades por el declive y por la legitimación de nuevos liderazgos y estrategias. Cobra virulencia y gravedad la pugna sectaria y corporativa, por su carácter destructivo y la ausencia de acumulación —unitaria— de experiencias de lucha cívica, activación democrática y articulación político-orgánica y electoral. No hay escucha ni diálogo con argumentos, predomina la descalificación; se resiente el talante democrático.

Aparte del reparto de las responsabilidades de las direcciones partidistas, se produce el desgaste adicional de su crédito político y moral ante la ciudadanía, por su impotencia o incapacidad transformadora y articuladora. Se añade la posibilidad de la travesía del desierto para la recomposición de la izquierda social y política en el siguiente ciclo político, con la agudización de las tensiones internas que pueden profundizar dinámicas destructivas, sin perspectivas de una estrategia unitaria de resistencia cívica y cooperación partidaria.

La perspectiva explícita en la dirección de Podemos parece ser la de resistir como minoría parlamentaria —en la oposición, sin mucha capacidad institucional de influencia transformadora— ante un amplio bloque de poder derechista y belicista, y acumular fuerzas sociales y culturales para ampliar electorados y contrapoder social e ideológico, a medio plazo, con la expectativa de un relanzamiento de la movilización social por la paz y contra el rearme que desborde la denominada representación moderada o posibilista de la coalición Sumar.

En unas circunstancias desfavorables, con limitados arraigo social, contrapoder asociativo, influencia cultural y legitimidad cívica, ¿aguantará una estructura de cuadros políticos, con poco arrope institucional y difícil arraigo popular? ¿o se prolongará y agudizará la crisis orgánica y la necesidad de una renovación profunda y la recomposición de las élites y plataformas partidistas?

El camino hacia la recomposición

Ante una salida difícil hay que prevenir la inercia autocomplaciente de unos diagnósticos embellecidos para adecuarlos a una subjetividad voluntariosa pero, a veces, irrealista, que vuelva a generar desilusión. Como decía Gramsci, hay que combinar el pesimismo de la inteligencia —del análisis—- con el optimismo de la voluntad —transformadora—.

La apuesta deseada en la izquierda alternativa, particularmente en Podemos, es la conformación de otro proceso de movilización general, más o menos similar al del origen de este ciclo, el 15M, en una versión, a veces, idealizada. Así, en este periodo de transición se pueden extremar las expectativas subjetivas de la resistencia y movilización popular progresista (aparte del nacionalismo) para dar verosimilitud al deseo del ascenso de la radicalización sociopolítica y cultural, con objeto de conseguir una nueva hegemonía en torno a esa estrategia radical contra el ‘régimen de guerra’ y el apoyo a ese liderazgo discursivo.

La cuestión es que hay que ser realistas respecto de las contradicciones, tendencias y fuerzas presentes para diagnosticar la trayectoria movilizadora y articuladora de la izquierda social, especialmente juvenil. Hay que valorar la experiencia, con las diferencias de los contextos de otras épocas históricas en los procesos de conformación de los sujetos sociales, sin paralelismos forzosos, y profundizar el análisis concreto de la situación concreta.

En particular, como se decía, hay que explicar, aparte de los nacionalismos, los procesos de movilización colectiva progresista. Singularmente, como enseñanzas articuladoras, el movimiento antifranquista (1968/78), el anti-OTAN y sindical (1981/85/88), el de ‘No a la guerra’ (2003) y el movimiento feminista (2018/23); y, especialmente, el simbolizado por movimiento 15M. Igualmente, hay que valorar los campos de desafección política, deslegitimación social y pugna cultural, para empujar, articular y orientar la movilización cívica, reconstruir una base social progresista y de izquierdas y fortalecer la capacidad vertebradora del activismo social y político. Hay motivos graves para el descontento público, cierta conciencia social y algunas movilizaciones relevantes sobre: la vivienda, la sanidad pública, Palestina, la violencia machista… y ahora la oposición contra el rearme.

La orientación está clara, fortalecer esa activación cívica y participativa, no solo ni principalmente discursiva, aunque también con una pugna ideológica y una teoría crítica. Y realizar el análisis concreto de la situación concreta, para elaborar la línea política y una plataforma político-electoral compartida, la convencional acumulación de fuerzas sociopolíticas transformadoras o, si se quiere, la articulación de tejido asociativo y de base, así como movimientos sociales con capacidades articuladoras y contractuales.

Al mismo tiempo que el declive y el desconcierto en las izquierdas alternativas, con una fuerte ofensiva derechista, se abre la oportunidad para otro ciclo de reactivación cívica y recomposición sociopolítica y partidista. La otra cara es que también se genera una fuerte pugna política y discursiva por la primacía en el reconocimiento, el estatus y la colocación para influir en su nueva dimensión, sus características y su liderazgo.

El reto alternativo es fortalecer una confrontación popular democratizadora, con arraigo social, frente al poder establecido, y rearticular una dinámica colaborativa de base y de proyecto transformador, que constituya el fundamento para ensanchar ese campo sociopolítico y electoral diferenciado del centrismo socioliberal.

Consiste en promover la participación democrática y la pugna ideológica y discursiva por la vertebración y la hegemonía legítimas con procedimientos organizativos desde el respeto a la pluralidad, la democracia y la negociación de acuerdos y políticas comunes en beneficio de las mayorías populares.

Al mantener la vocación de articular a las mayorías sociales y las expectativas de estatus e influencia institucional, la cohesión partidista se busca en la convicción colectiva del acceso —seguro— a esa posición de poder, la confianza en el camino a recorrer y las condiciones de liderazgo a establecer. Sin embargo, está por ver la capacidad de las actuales élites partidistas de las izquierdas para afrontar ese desafío constituyente, así como su renovación y recomposición.

Bases para abordar la renovación y la remontada

Podemos resumir los fundamentos para impulsar la recomposición político-organizativa y su remontada electoral y de influencia transformadora.

En primer lugar, la activación cívica en el campo sociopolítico, en los movimientos sociales, ante los graves problemas de regresión social y democrática (feminismo, vivienda, servicios públicos como sanidad y educación, desigualdad y capacidad adquisitiva, solidaridad con Palestina, oposición al rearme…). O sea, la colaboración por abajo, el impulso a la actividad reivindicativa, crítica y solidaria.

En segundo lugar, potenciar las posibilidades de acuerdos parciales en territorios (Andalucía, Navarra, Extremadura) y sectores, así como en iniciativas políticas y legislativas compartidas. Y evitar mayor división.

En tercer lugar, una reflexión y renovación de las estructuras dirigentes y los liderazgos partidistas, desde la pluralidad, la cultura democrática y la colaboración. Y, en ese marco, la clarificación ideológica y la nueva vertebración orgánica.

El problema de la legitimidad pública y el encaje de los intereses corporativos de los núcleos dirigentes, con sus políticas y trayectorias, solo se podrá resolver con la realidad de la constatación de la representatividad electoral (y, aun así, será insuficiente, como han demostrado las elecciones europeas) y su influencia político-cultural. Por tanto, existe el peligro de tender hacia el debilitamiento mutuo, con la competitividad sectaria y la demostración de su empoderamiento respectivo por su política y su liderazgo. Son tendencias disgregadoras.

Se constata un punto débil que añade dificultad renovadora. La fragilidad de la constitución ideológica y democrática, sin cultura consistente en el respeto al pluralismo y la negociación de acuerdos y lealtades comunes, con unos objetivos y un plan conjunto que referencie las particularidades y reequilibrios representativos y de poder, así como consensuar los acuerdos estratégicos y de alianzas y pactar el tratamiento de los desencuentros.

Ante ese problemático escenario, hay una opción definida en el caso de Podemos. Salvarse como izquierda valiente y firme, aunque sea en condiciones de poca relevancia en los equilibrios parlamentarios y gubernamentales hegemonizados por las derechas y la socialdemocracia asimilada, y con la hipótesis de su remontada a medio plazo. Su perspectiva es que las élites de Sumar se pasen al PSOE. Ello les permitiría absorber sus bases sociales, una vez clarificados los campos electorales, tras la previsible debacle político-electoral. El complemento organizativo puede ser la tendencia a la cohesión y la disciplina partidista, minusvalorando tensiones internas, y el retroceso en el respeto al pluralismo, el debate interno y la negociación, descalificados por su ineficacia operativa, ante la dimensión de la nueva tarea de prevalencia dirigente.

Por parte de la dirección de Sumar se trataría de continuar con el actual estatus de superioridad institucional y respetabilidad mediática y política. Pero, ante un escenario en la oposición, queda abierta la falta de previsión y capacidad para superar esa posición menos ventajosa. Y está por ver el desarrollo de la propuesta unitaria de Izquierda Unida que, ante su imposibilidad, también se apresta a prepararse en solitario para la travesía del desierto.

La conclusión es que, frente al declive representativo y de influencia de la izquierda alternativa, la solución vendrá de abajo, y los liderazgos deberán demostrar su capacidad para articular una dinámica transformadora y democrática, en condiciones desfavorables. Su renovación y ampliación procederá de la confluencia de la experiencia de acción popular, la articulación democrática y la cultura crítica de una nueva generación, con los valores de libertad, igualdad y solidaridad. Queda abierta la tarea de la recomposición y la remontada de la izquierda alternativa en la próxima década.

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2025

La fotografía es un medio para recordar, reflexionar y actuar.

Sebastião Salgado (1944-2025)

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