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Soledad Bengoechea

Burguesía y fascismo

Paralelismos entre el norte de Italia y el área de Barcelona en las primeras décadas del siglo XX

Visto desde nuestra perspectiva, y desde el ámbito de la historia social, es difícil no observar el paralelismo que, con algunos matices, se produjo en la evolución de estas dos zonas geográficas, norte de Italia y entorno de Barcelona, ya desde finales del siglo XIX, que perduró hasta las primeras décadas del XX. Antes de la aparición de los movimientos comunistas, el radicalismo obrero encontró en esas áreas una expresión organizativa propia, en un grado mucho mayor que en cualquier otra franja de la Europa occidental o central. Por ejemplo, en Francia, la Confederación General del Trabajo (CGT) evolucionó hacia el reformismo.

Si ponemos el foco en el tema concreto de la organización de la patronal, los paralelismos se ponen también de manera clara de relieve, especialmente desde el primer decenio del siglo XX. En Italia, por aquel entonces, proliferaron los grupos de presión. El prototipo fue la Liga Industrial de Turín, fundada en 1906. Ella fue la que dirigió la lucha contra las organizaciones del trabajo en aquella ciudad y la que ayudó a establecer asociaciones patronales similares en el Piamonte. La Liga fue la sociedad matriz de la Confederación Italiana de la Industria, fundada en 1910 con el fin de defender los intereses de las industrias ante los sindicatos de trabajadores.

En el área de Barcelona ocurrió algo similar. Con el mismo objetivo que la Confederación italiana, organizaciones patronales de la construcción y del metal se agruparon en 1910 en una combativa Federación de las Industrias de la Construcción.

«La ciudad del pistolerismo». Así se ha calificado la Barcelona de los años que van de 1917 a 1923. Los atentados contra obreros y patronos llevados a cabo por matones de la patronal, por un lado, y por algunas de las facciones del sindicato anarcosindicalista CNT, por otro, fueron recurrentes. Al mismo tiempo, el enfrentamiento entre los hombres del llamado Sindicato Libre, con grupos armados cenetistas, cubrieron también de sangre las calles de la ciudad. En el mismo período, una serie de huelgas y un cierre patronal de varias semanas conmocionaron la ciudad condal y otras ciudades industriales de la provincia.

En Italia, entre esos años, devino lo que ha venido a denominarse El biennio rosso, una sucesión de eventos protagonizados principalmente por los consejos obreros de fábrica. Se le adjetivó como rosso debido a la masiva revuelta popular de orientación socialista y anarquista que se dio sobre todo en el norte del país.

En aquel período, la radicalización de las posturas patronales y obreras alcanzó su zénit en las dos áreas aquí analizadas. ¿Cuáles fueron los motivos comunes? Aunque resulta imperativo atender a los procesos de larga duración, todo indica que los ecos de la Revolución Rusa de 1917 y las consecuencias económicas, políticas y sociales derivadas de la Gran Guerra (1914-1918) fueron determinantes.

En Italia, la Confederación General de la Industria Italiana (CGII), fundada en Roma el 8 de abril de 1919, se creó precisamente un día antes de que en Barcelona se diera a conocer a la luz pública la Federación Patronal de Barcelona (FPB). Esta última era continuadora directa de la citada Federación de las Industrias de la Construcción. Ambas organizaciones nacían con el ánimo de actuar como «sindicatos patronales» de resistencia para luchar contra las organizaciones obreras e incidir sobre los propios gobiernos. En Italia, su principal impulsor fue el abogado y economista Gino Olivetti. En Barcelona, el contratista de obras Fèlix Graupera.

Los Fasci italiani di combattimento se fundaron en Milán en marzo de aquel turbulento 1919. En Barcelona, en el mismo año, aparecieron los Sindicatos Libres, llamados «rompehuelgas». Sobre la relación de estos sindicatos con el fascismo, en un libro aparecido recientemente, El fascio de las Ramblas, sus autores caracterizan a esta organización como un fascismo autóctono: «Desde nuestra óptica, ciertamente el Libre no tuvo todos los elementos que supuestamente caracterizarían al fascismo en el debate académico. Pero a nuestro juicio plasmó un fascismo autóctono cuyo rasgo más definitorio fue su violencia».

¿Cómo recibieron algunos medios empresariales catalanes las noticias que, con respecto al fascismo, iban llegando desde la vecina Italia? Con gran expectación en medios donde se movían los publicistas de los empresariales catalanes, sobre todo entre los más cercanos a la ya llamada por entonces Federación Patronal de Cataluña (FPC). Algunos de los párrafos de su revista, Producción, Tráfico y Consumo, son bien significativos al respecto. Concretamente porque entendían que el éxito del fascismo era el de saber combinar lo viejo y lo nuevo a los ojos de poblaciones «cansadas de democracia». Pero, aunque observaban el ejemplo italiano, en un principio los industriales catalanes no se acababan de pronunciar a favor del fascismo porque pensaban que existía la posibilidad de que apareciera un gobierno revolucionario que pusiese en entredicho la independencia de las industrias en España. Las plumas de escritores de la patronal catalana dejaron huella de cómo el fenómeno del fascismo causó entre sus élites una gran curiosidad y un fuerte impacto. Aunque también han dejado constancia de cómo, entre los propagandistas de esas mismas élites, creó una cierta desconfianza. El programa fascista de junio de 1919 esbozaba muchas peticiones demasiado radicales para que las aceptasen los precavidos hombres de negocios catalanes. Y se recibían noticias que indicaban cómo los fascistas solían utilizar en sus declaraciones una verborrea en muchos casos ribeteada de toques anticapitalistas.

No obstante, fueron sobre todo la Marcha sobre Roma en 1922 y sus consecuencias las que pudieron despertar mayores esperanzas entre los industriales catalanes. Ahora, en 1922 y 1923, algunos de estos publicistas se mostraban proclives a ver en Mussolini un ejemplo de lo que podría ser el «cirujano de hierro» que supuestamente España necesitaba. Incluso las mismas plumas que en cierta medida habían desconfiado de la ambigüedad del movimiento aplaudían ahora de forma rotunda algunos elementos de su ideario, que encajaban de manera perfecta en el pensamiento de ciertos sectores de la patronal catalana del momento.

Por ello, la inicial desconfianza que algunos ideólogos de la patronal catalana pudieran abrigar hacia el movimiento fascista no tardaría en decaer cuando algunos de ellos comenzaron a interesarse por lo que había sido la historia y los precedentes del fascismo italiano. Llegaron a la conclusión de que había un hecho clave para saber a qué atenerse a la hora de juzgar al fascismo: a pesar del tono empleado por los fascistas, en los que no faltaban las alusiones anticapitalistas y antiburguesas, los sectores que más le estaban apoyando pertenecían a las clases acomodadas. Ello producía una inmensa tranquilidad a muchos sectores de la burguesía catalana. Por otra parte, y seguramente este punto era el que resultaba determinante, el fascismo era el único movimiento que iba acabando con el socialismo; algo que, decían, el gobierno liberal no había conseguido. Valgan al respecto los siguientes párrafos:

 

La aparición briosa y pujante del fascismo italiano, que a la vaga concepción internacionalista y desarraigadora del socialismo opone un vibrante ideal nacionalista, patriótico, lleno de ansias engrandecedoras y elevadas, ha abierto una brecha en el frente, que era tenido por casi inexpugnable, del formidable partido socialista, el más fuerte y extenso de Italia. Núcleos enormes de elementos socialistas se han pasado resueltamente a las filas del fascio. Y muchos de aquellos exaltados jóvenes que soñaban con las rojas teorías de Lenin y provocaban manifestaciones jubilosas ante el hotel donde se hospedaba Chicheria, hoy piensan en una patria mejor que no ha de venir precisamente por el camino de las huelgas sistemáticas y de las revoluciones que sirvan de escabel a leaders audaces.[1]
Los fascistas, ya algo más engrosadas sus filas, luchaban denodadamente para neutralizar y combatir estos efectos. Pero la lucha era imposible, sin embargo. Pero vino entonces un nuevo factor a alentarles al combate, a darles ánimos y fuerza. Fueron los burgueses, los industriales, los terratenientes, los que prestaron su ayuda decidida a los fascios locales, que ya empezaban a frecuentar contactos entre sí. Y sin vacilaciones se reanudó bárbaramente con ferocidad inaudita, la batalla contra los comunistas primero, contra los socialistas después, y más tarde contra todo lo que significara un sentimiento acendrado de italianidad, de arraigo a la patria y al lar nativo. […] Y el poder socialista se fue esfumando poco a poco, lentamente como se iba esfumando en el cielo de Italia el humo de los incendios de las Casas del Pueblo. Desde entonces el fascismo ha seguido una línea ascensional. Los obreros han abandonado en grandes masas el socialismo para ingresar en el fascio, donde al fin y al cabo se asalta a todas horas el nombre de Italia y se habla de nobles valores patrióticos y humanos.[2]

 

Situados en la coyuntura de la primavera de 1923, desde la Federación Patronal y a través de su órgano de expresión, y de su ideólogo Pedro Valdés, el regeneracionismo se veía como un movimiento normal en un movimiento organizado como el fascismo. En su opinión, esta regeneración que llegaba de la mano de los fascistas y, sobre todo, de su líder, era una reacción normal contra una infección que intentaba destruir la Nación, llena de podredumbre y de corrupción política. El cambio de régimen en Italia tendría como finalidad conseguir esa regeneración, eliminando del cuerpo enfermo —la Nación— todo síntoma de enfermedad, cuya germen sería la democracia liberal. La llegada de un salvador, de un hombre fuerte en el país vecino, era contemplada con verdadera admiración, no exenta de envidia.[3]

Por otra parte, los métodos empleados por Mussolini para tomar el poder no causaban problemas en el ánimo de la patronal. El movimiento fascista, según su opinión, era indudablemente revolucionario y, por tanto, regeneracionista, y había accedido al poder mediante un golpe de fuerza. La Federación Patronal de Cataluña lo justificaba y criticaba a los que invocaban la legalidad. La legalidad, en su opinión, le venía impuesta a Mussolini por su victoria. Desde la publicación de la FPC se veía innecesario tratar de buscar bases legales al gobierno fascista, ya que, si «el fascismo quiso y quiere salvar a la Nación, basta». En conclusión, una buena parte de la patronal catalana admitía que si la Nación iba a salir beneficiada era natural, beneficioso y necesario que se diese un golpe de fuerza. La figura de Mussolini era vista como un modelo y un ejemplo a seguir.[4]

Poco después, el 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, marqués de Estella, protagonizaba un golpe de estado que había sido auspiciado y fue aplaudido por una buena parte de la burguesía catalana. Finalmente, como ocurrió en el caso italiano con Mussolini, momentáneamente Barcelona dejó de ser el escenario de lucha de clases que había sido desde tantos años antes.

Notas

  1. «Los obreros abandonan el socialismo», Producción, Tráfico y Consumo, Barcelona, septiembre de 1922.
  2. «Los nuevos ideales políticos. Orígenes del fascismo», Producción, Tráfico y Consumo, Barcelona, octubre de 1922.
  3. Valdés, Pedro, «El sentido cultural en las luchas sociales», Producción, Tráfico y Consumo, Barcelona, junio de 1923.
  4. Folco Testena, «Después del triunfo fascista», Producción, Tráfico y Consumo, Barcelona, marzo de 1923.

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05 /

2025

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