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Albert Recio Andreu

Trump y el desorden económico mundial

Cuaderno de locuras: 20

Aranceles: lo simple es complicado 

A estas alturas todo el mundo ha aprendido lo que son los aranceles y cómo impactan en los precios. Y a mucha gente la han adoctrinado con la insensatez de Trump. Que Trump es un insensato lo sabíamos desde el principio. Lo había demostrado en su anterior mandato (por ejemplo, en la gestión de la pandemia), y ahora retornaba al poder en un contexto mucho más favorable. Lo que quizás no era tan previsible es la magnitud de aumento de los aranceles y la forma tan soez de anunciarlos. Hay mucho teatro en todas las actuaciones de Trump. Y lo que sus mentores no esperaban era el impacto negativo en las bolsas, algo con un impacto mediático innegable. Más allá de lo que ocurra al final, de la incertidumbre que generan los propios vaivenes de las decisiones de Trump, hay una cuestión obvia: condensar una política económica en una sola medida suele traer consecuencias imprevisibles. Que todo el eje de la política de Trump girase sobre la fijación de aranceles tiene que ver con su simplismo y el de muchos asesores económicos, que piensan que con intervenciones mínimas el mercado responde adecuadamente. Y es que la política arancelaria de Trump persigue varios objetivos a la vez:

  • El más obvio es frenar las importaciones y forzar a las empresas extranjeras a invertir en EE. UU., una medida de proteccionismo clásico.
  • Los aranceles pueden constituir un arma discrecional para forzar acuerdos bilaterales con países a los que se quiere imponer objetivos concretos, no sólo cambiar la relación comercial. Por ejemplo, forzar a Europa a comprar más armamento y combustibles, forzar a otros países a firmar acuerdos sobre recursos mineros, etc.
  • Al generar problemas en las otras economías, especialmente en Europa, estas pueden verse forzadas a realizar políticas de expansión interna de índole monetaria que impliquen una política monetaria más laxa, lo que puede debilitar al euro y permitir mantener el papel del dólar como moneda de reserva universal. De todas formas, esto es algo contradictorio, pues si el euro se deprecia, se abaratan las exportaciones europeas y, en parte, neutralizan el encarecimiento de estas provocada por el aumento arancelario.
  • El efecto tributario: los aranceles son impuestos que van a parar a las arcas públicas. De hecho, son un tipo de impuesto indirecto que al final pagan los consumidores de los productos importados. Es la cuestión que menos se ha subrayado, y que puede tener bastante importancia para los asesores de Trump. Esto es perceptible, por ejemplo, en la manifestación del presidente del Consejo de Asesores de Trump, Steve Miran, cuando afirmó que el resto del mundo debe pagar a los EE. UU. por los bienes públicos globales que suministra. Estados Unidos tiene una baja fiscalidad, y una parte considerable de su gasto público se dedica al complejo militar-securitario. Por eso tiene un muy débil estado de bienestar, y una deficiente inversión en infraestructuras públicas. Durante años, los Gobiernos republicanos se han dedicado a reducir impuestos a los ricos (y los demócratas nunca los han revertido), y los aranceles pueden percibirse como una oportunidad para incrementar ingresos —y reducir déficit público— sin tocar las bases del sistema fiscal.

Si todo funcionara adecuadamente, los aranceles podrían ser una medida mágica para conseguir muchos objetivos a la vez: reducir el déficit comercial, reindustrializar el país, reforzar el papel del dólar, incrementar la recaudación fiscal. Pero, casi siempre, las medidas simplistas chocan con muchos efectos imprevistos en el modelo inicial. Muchos de los productos de importación son difíciles de sustituir a corto plazo, y gravarlos puede generar problemas de abastecimiento e inflación (por eso ya se ha anunciado que las importaciones de chips, productos informáticos y smartphones de China pueden quedar exentos de gravamen). Si la contracción de importaciones es muy grande, la recaudación arancelaria no crece como se esperaba. Si las demás monedas se devalúan, se pierden parte de las ganancias proteccionistas de los aranceles; si el resto de economías se sienten muy atacadas, es posible que se creen oportunidades de que surjan alianzas comerciales alternativas….

Los “mercados” y la racionalidad económica

Todo ello genera, al menos a corto plazo, incertidumbre y dudas en sectores económicos importantes, que es lo que posiblemente están reflejando las bolsas. Sin embargo, resulta risible que se considere que la reacción de las bolsas constituye una respuesta de racionalidad económica a la irracionalidad trumpista. Que se plantee que “los mercados” tienen racionalidad propia es una confusión profusamente difundida por los beneficiarios de la economía actual.

Las bolsas son fundamentalmente espacios de especulación económica. En teoría, reúnen a miles de individuos que buscan rentabilidad a corto plazo, comprando y vendiendo títulos financieros. Pero, en la práctica, se trata de procesos intermediados por grandes grupos financieros, mucho más reducidos en número. A modo de ejemplo, el diario Expansión publicaba el 21 marzo un listado de los propietarios de las empresas que cotizan en la bolsa española; 150 empresas o individuos controlan más del 65% del capital total, dominando las grandes empresas financieras, como bancos y fondos de inversión. En las bolsas, a diario solo se mueve una fracción del capital total. Los movimientos en bolsa, más que expresar una racionalidad inexistente, reflejan las opiniones de los grandes grupos financieros (algunos de ellos incorporados en los algoritmos que utilizan los grandes brokers bursátiles para a dar respuestas en microsegundos). La respuesta de la bolsa obedece más a las sensaciones que afectan a su particular negocio que no a una evaluación exhaustiva de la actividad económica. Es bastante posible que el capital financiero que controla parte del negocio esté más preocupado por lo que respecta al papel del dólar, a la capacidad de seguir controlando el sistema financiero internacional, que no por lo que ocurra con la evaluación de la economía norteamericana en su conjunto. Y es muy posible, también, que las presiones a Trump que se reflejan en bolsa tengan que ver con el temor de sus efectos inflacionarios y con el debilitamiento del papel del dólar.

El capitalismo real está formado por empresas con intereses específicos. Aunque en el capitalismo actual hay bastante fusión en los grandes grupos, esta nunca es completa. Parte de la coalición que apoya a Trump refleja intereses de grupos concretos: la industria armamentista, la de las energías fósiles, los monopolios de internet… Y no tienen necesariamente que corresponder con la visión dominante en los círculos financieros, por otra parte tan depredadores e insensatos como el mismo presidente. Darle una categoría de racionalidad a una actividad que ha generado muchos de los mayores desastres económicos de las últimas décadas, que ha sido uno de los principales impulsores del capitalismo más depredador, es risible si no fuera tan peligroso.

El llanto por un sistema global indeseable

Que Trump representa una amenaza global es obvio. Pero que para constatar este hecho se le culpe de poner en peligro un sistema económico mundial deseable es una tomadura de pelo. El orden económico neoliberal en el que vivimos fue en sí mismo una construcción imperial, pensada como una nueva división internacional en la que los países centrales desplazarían gran parte de la actividad productiva hacia países del Sur global. Con ello, los países ricos lograban beneficiarse de salarios más bajos (no sólo por la abundancia de mano de obra, también porque en la mayoría dominan regímenes políticos que reducen derechos y crean obstáculos a la acción sindical), con regulaciones ecológicas laxas o inexistentes (lo que ha permitido maquillar las estadísticas ambientales de los países centrales y deslocalizar, también, los residuos más indeseables). Y todo ello adobado con una desregulación financiera que ha promovido la especulación y el rentismo global. Se trata de un sistema injusto en lo social, generador de enormes desigualdades. Un sistema ecológicamente dañino, gran depredador de recursos, generadores de múltiples efectos indirectos. Que ha beneficiado a las élites globales y parte de las capas medias de los países ricos de múltiples formas: profusión de productos baratos, redes de cuidados que facilitan la vida a los ricos, turismo depredador en cualquier parte del planeta… La contrapartida es un gran sufrimiento de millones de personas que ven sus espacios vitales en peligro, forzados a empleos agotadores o que experimentan el racismo y el maltrato en sus procesos migratorios. Y es, además, un sistema global sacudido periódicamente por crisis financieras, globales o locales. Este no es un orden mundial, en el sentido de una organización racional de la actividad económica a escala planetaria. Es una construcción injusta e irracional que requiere de, por ser modestos, una reorganización profunda.

Trump refleja la preocupación por la crisis de su modelo imperial, básicamente por el temor del ascenso chino como un competidor de éxito (los intentos de presentar a la Rusia de Putin como un tercer rival resultan ridículos cuando se comparan sus datos económicos y demográficos; son simple retórica para construir el enemigo global). La preocupación de sus críticos europeos es producto de su larga trayectoria de subalternidad con el imperio americano, así como su incapacidad de pensar un sistema económico mundial verdaderamente deseable. Trump refleja lo peor del sistema actual, hace evidente su carácter imperialista, pero genera un debate que entorpece el abordaje real del actual orden mundial.

Entorpece, por tanto, la aproximación a un diseño de un modelo global que genere condiciones de vida deseables a escala universal, que nos permita transitar hacia un mundo ecológicamente viable, con una necesaria reducción de las desigualdades locales e internacionales. En los últimos años ya hemos tenido experiencias, como la Covid, que indican que hace falta pensar en un mundo integrado, justo. Y los llantos por un desorden global en crisis solo sirven para tapar lo que realmente es sustancial, la crisis ecosocial global.

30 /

04 /

2025

Vosotros, los que estáis ahí, sí, vosotros, mis contemporáneos que os creéis superiores a
las generaciones precedentes y que os consideráis vacunados contra esta propaganda de
guerra simplista y burda que engañó a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos, ¿estáis seguros de que lo que os dicen ha sido así? Haríais mejor examinando más de cerca lo que acaban de deciros vuestros medios de comunicación, porque puede que os lo hayáis tragado ¡No hay que remontarse a 50 o 100 años atrás! sino a ayer mismo, durante la guerra contra Irak, Yugoslavia, Rusia y Palestina.

Anne Morelli
Principios elementales de la propaganda de guerra, 2025

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