Vosotros, los que estáis ahí, sí, vosotros, mis contemporáneos que os creéis superiores a
las generaciones precedentes y que os consideráis vacunados contra esta propaganda de
guerra simplista y burda que engañó a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos, ¿estáis seguros de que lo que os dicen ha sido así? Haríais mejor examinando más de cerca lo que acaban de deciros vuestros medios de comunicación, porque puede que os lo hayáis tragado ¡No hay que remontarse a 50 o 100 años atrás! sino a ayer mismo, durante la guerra contra Irak, Yugoslavia, Rusia y Palestina.
Albert Recio Andreu
Izquierda digital, izquierda material
Izquierda digital
Las tecnologías digitales se han difundido acríticamente apelando a dos pseudoutopías que han contaminado las percepciones sociales. La primera es que teníamos la posibilidad de superar los límites del mundo material, que el crecimiento económico no se iba a sustentar en el aumento de la producción material y que, en muchos campos, podíamos entrar en la provisión universal de bienes libres. Esto último se aplicó especialmente a la producción de información, de pensamiento, y a su difusión. La segunda es que las facilidades de comunicación de las redes iban a posibilitar la emersión de la democracia directa, la participación de la ciudadanía sin intermediarios.
La experiencia ha demostrado la falsedad de ambas proposiciones. La economía digital no sólo requiere ella misma de ingentes cantidades de materiales: energía, agua, metales diversos, etc., sino que depende de la creación de unos contenidos que se basan asimismo en procesos productivos que requieren cantidades ingentes de trabajo y materiales. El comercio electrónico no hace más que facilitar (es un decir) el proceso de intercambio, pero se apoya en una compleja red de producción y distribución. El acceso a ingentes cantidades de información requiere una elaboración previa que a su vez requiere de recursos y procesos (desde el periodismo de investigación a la producción científica). La comunicación digital tiende a ser poco reflexiva, nada deliberativa (cuando se intenta la deliberación se convierte en tanto o más farragosa que la presencial), fragmentaria. Un espacio propicio a la intromisión de trols, de bots, y a la reducción de decisiones a opciones binarias. Y propicia más la respuesta emocional que la reflexión racional. Es obvio que la comunicación digital tiene muchas ventajas, y facilita canales de comunicación y acceso a información, pero toda tecnología exige valorar sus efectos positivos y negativos, exige una valoración crítica de sus capacidades y sus costes.
La nueva izquierda, la que nace con el movimiento antiglobalización, se consolida en el 15-M y alcanza su cenit con el ciclo electoral de 2015, ha estado atraída por la cultura digital. Todos somos hijos de nuestro tiempo. Y esta izquierda formada fundamentalmente por gente joven, mayoritariamente con educación universitaria y que empezó su andadura en el período en que internet aparecía como una tecnología progresista, abierta, era propicia a considerarla como un instrumento esencial de su modelo organizativo: comunicación horizontal, democracia instantánea, ausencia de intermediarios. Parte de su éxito se debió a su capacidad de intervención en el espacio digital, pero también buena parte de sus carencias derivan de ello.
Podemos es, posiblemente, el caso más evidente de ello. Su lanzamiento tuvo mucho que ver no sólo con el 15-M, sino especialmente con contar con una televisión propia y un hábil uso de las redes. Consiguió llegar, sobre todo, a una audiencia cabreada, tradicionalmente poco activista, y a la que sedujo el mensaje simplista y las figuras de sus líderes. Pudo alcanzar un gran resultado electoral sin contar con una militancia consolidada. Y ha conseguido mantener fidelizada a una parte de este club de fans cuando su activismo ha declinado. Y ha logrado superar a Comuns en Catalunya en las europeas sin contar casi con ninguna organización real. La marca funciona para una base poco activa. Y ahí está una de las grandes dificultades para recomponer la unidad de la izquierda alternativa. Las Belarra, Montero e Iglesias saben que su base no va a ser interpelada en los movimientos sociales porque no participa, salvo excepciones, en ellos. Es una base virtual, movilizable en el voto y movilizada emocionalmente a través de los medios. Una base moldeada en una adscripción personalista (basta ver lo que llega a diario por las redes) y habituada a un modelo de votación en blanco y negro poco proclive a la reflexión.
Aunque Podemos es el ejemplo más extremo de esta historia, lo digital ha contaminado a casi toda la izquierda. Y ha generado incluso un tipo de militancia de sofá limitada a dar apoyo a las múltiples peticiones bienintencionadas que firmamos a diario en internet. Pero escasamente efectiva para hacer frente a los desafíos del avance de la extrema derecha y los sucesivos impactos de la crisis ecológica.
Izquierda material
De la misma forma que lo virtual se basa en una enorme masa de materiales y procesos productivos que lo nutren de contenidos, la acción política institucional y los movimientos sociales requieren de una base social activa para que dé sentido no sólo a sus movilizaciones (incluidas las campañas electorales) sino para que consolide en la sociedad las transformaciones sociales que se pretenden. Esto es especialmente importante en un momento donde hay que parar a una extrema derecha agresiva que rompe la convivencia, criminaliza a sectores de población y a prácticas sociales que a ella le molestan. Los grandes discursos son necesarios, pero requieren de una acción cotidiana que genere anticuerpos en la sociedad y que promueva prácticas sociales alternativas. Y va a ser también necesario ante la complejidad de una transformación ecológica que afectará a la vida cotidiana de mucha gente (escribir el día después del gran apagón, y a pocos años de la pandemia de la Covid, facilita entender a qué tipo de cuestiones me refiero).
La izquierda tradicional siempre supo que la organización de base era necesaria. Las conquistas de la transición política (algunas hubo) fueron posibles porque había una enorme masa de activistas de izquierdas implantados en centros de trabajo, asociaciones vecinales, asociaciones profesionales…. Aunque muchas de las prácticas organizativas de la vieja izquierda tenían mucho de organización sectaria, de cierto misticismo religioso, de creencia en una revolución a la vuelta de la esquina (también nosotros fuimos producto de nuestro tiempo), en bastantes casos hubo capacidad de desarrollar propuestas sociales de mayor alcance. Lo mejor de aquella experiencia es la que ha permitido dar continuidad a movimientos y entidades que han seguido jugando una cierta capacidad contestataria a lo largo de un período dilatado. Pero el tiempo ha erosionado muchas de estas bases sociales y ahora nos enfrentamos a la necesidad de renovarlas.
Muchos de los Ayuntamientos del cambio pensaron que su capacidad de transformación pasaba por su audacia transformadora y el apoyo que recibirían de las movilizaciones sociales. Fueron víctimas de la feroz respuesta de los poderes establecidos (lawfare, campañas personalizadas de desprestigio, propaganda hostil) y carecieron de la esperada movilización social. No supieron entenderse con las entidades, organizaciones y movimientos realmente existentes, ni fueron conscientes de sus debilidades. Avanzar el cambio requería a la vez capacidad propositiva, presencia institucional y reforzamiento de la base social. Hoy, aún es más urgente.
Propugnar el reforzamiento de la base material puede ser un mero brindis al sol si no se parte de un análisis realista. Parte de los viejos espacios de socialización han quedado debilitados, como es el caso de las grandes fábricas. Y los agentes que sostienen muchos de los espacios que funcionan no siempre “cuadran” con el modelo ideal en el que piensa alguna izquierda. El mundo sindical no siempre es lo ecologista que quisiéramos algunos (por razones explicables); parte de las iniciativas de apoyo a la gente más pobre e incluso a los inmigrantes están en manos de organizaciones religiosas; la nueva inmigración se agrupa a menudo en torno a sus propios referentes; las actividades culturales o las recreativas están casi siempre fragmentadas; las organizaciones vecinales están envejecidas…. Trabajar este magma social es lento, complejo, y resulta a corto plazo más productivo trabajar con la gente afín, en redes bien comunicadas. Pero un proceso real de transformación requiere precisamente convertir toda esta red de organizaciones especiales, fragmentarias, en un espacio de solidaridad, convivencia, circulación de ideas, de organización. Y considerar el nivel espacial ―barrios, pueblos, espacios laborales― en el que estas iniciativas pueden llevarse a cabo. Mi experiencia de activismo barrial indica que los espacios urbanos son lugares donde es posible generar redes, experiencias y tratar de construir esta densidad social necesaria para frenar el neofascismo y construir alternativas, pero requieren mucha persistencia, trabajo a largo plazo, y saber interactuar con muchos agentes.
La izquierda transformadora requiere tanto de mejorar su intervención en los espacios digitales como reforzar su materialidad social. Se requiere mucha gente para ello, la amenaza derechista debería ayudar a movilizar en estos espacios diversos a mucha gente. Porque un frente antifascista sólo será eficaz si esta resistencia está asentada en la población.
27 /
04 /
2025