Skip to content

Antonio Antón

Rearme sin legitimidad

La Unión Europea ha aprobado un enorme plan de rearme militar de ochocientos mil millones de euros, sin debate ni aval parlamentarios. Paralelamente, se ha involucrado la OTAN, con el incremento mínimo desde el 2% del PIB, aprobado en 2014, hasta el 3,5%, aunque Trump ya reclama el 5%. El Reino Unido y Francia, las únicas potencias nucleares europeas (aparte de Rusia) y de tradición colonialista, aspiran a dirigir este proceso belicista. De ese liderazgo, bajo dependencia estadounidense, no se quiere descolgar el otro coloso económico, Alemania, que ha aprobado con el voto democristiano, socialdemócrata y verde —antes de la constitución del nuevo parlamento en el que podrían no conseguir los dos tercios imprescindibles—, otro medio billón de euros, para su plan particular de rearme militar y reestructuración económica.

La carrera armamentística en Europa se pone en marcha o, más bien, se acelera, con una orientación común a la estadounidense, funcional para los objetivos compartidos de hegemonía occidental a nivel mundial. Mientras tanto, la guerra en Ucrania se está terminando y en Palestina y Oriente Próximo se guarda un consenso ante el genocidio, la limpieza étnica y la colonización por el Gobierno prooccidental israelí.

El problema de fondo es el sentido del rearme militar, la debilidad de su justificación, aunque hay un gran consenso político y mediático. El dilema es en qué grado de subordinación o reequilibrio de poder se coloca Europa, según los planes trumpistas y los forcejeos europeos. No se trata solo de la Unión Europea, sino que en este ámbito de defensa tiene un papel relevante el Reino Unido, aunque también Turquía —Oriente Próximo— y Noruega —Ártico— en el marco de la OTAN o de la alianza occidental (y oriental, hasta el Asia-Pacífico). Supone un difícil reajuste de la cobertura institucional.

 

Sin autonomía estratégica y con menos seguridad

 

Aparecen cuestionados los dos grandes argumentos y objetivos para el rearme europeo. El primero, esa militarización urgente no facilita la autonomía estratégica europea respecto del poderío militar estadounidense y su complejo militar industrial, del que dependen dos tercios de sus armas y su adquisición inmediata. Hasta medio plazo, al menos una década, no hay capacidad industrial y tecnológica para garantizar esa autonomía militar respecto de EEUU. O sea, las élites dirigentes europeas no se replantean la salida de la OTAN ni la insubordinación jerárquica del mando militar estadounidense. Tampoco hay suficientes motivos políticos en los gobiernos europeos para romper la alianza atlántica, ni siquiera para formar un ejército autónomo o un brazo europeo en la OTAN.

Por otra parte, está clara la existencia del suficiente gasto militar europeo, superior al de Rusia, para demostrar capacidad disuasoria, incluso nuclear. El rearme europeo tampoco sirve para mejorar su competencia económica y tecnológica, a la que aspiraba el plan Draghi, precisamente del mismo importe, y hoy sustituido en gran parte por éste, que prioriza el gasto militar… con la compra a EEUU de lo fundamental y sin innovación tecnológica.

Por tanto, la declamada autonomía estratégica europea no va en serio. Las élites dirigentes extreman la amenaza rusa y el desamparo estadounidense para negociar una recolocación menos desfavorable en la alianza occidental, imprimir una dinámica prepotente, frenar la trayectoria democrática y social europea, así como intentar legitimarse ante su fiasco político y doctrinal. En todo caso, haciendo de la necesidad virtud, pretenden dar la apariencia de disminuir su dependencia de EEUU, pero sin romper con Trump y su modelo expansionista y autoritario.

En ese sentido, hay que recordar que la máxima expresión de la autonomía estratégica europea, derivada de la oposición franco-alemana y de la mayoría de las poblaciones europeas y española, fue frente a la intervención militar en Irak en 2003, precisamente por el trío de las Azores, el republicano Bush, el laborista Blair y el conservador Aznar, con el inicio de los grandes bulos de las armas de destrucción masiva. La posición mayoritaria en Europa tenía una amplia conciencia pacifista, y se reforzó la autonomía europea frente a ese militarismo injustificado. Algo que todavía dura hoy, una actitud antibelicista que siguen combatiendo los poderosos.

Pero las administraciones estadounidenses no podían dejar pasar ese precedente y ya, con la involucración de la OTAN en Afganistán, disciplinaron a los gobiernos europeos, que tuvieron que participar y asumir el fracaso de aquella aventura.

Lo curioso es que ahora los dirigentes europeos defienden la autonomía estratégica para legitimar el rearme militar, de forma seguidista a la carrera armamentista estadounidense, y con una orientación más belicista que ellos ante la tregua impuesta en la guerra Ucrania/Rusia. Al mismo tiempo, Trump se plantea la readecuación estratégica en el Asia-Pacífico, frente a China, con la colaboración europea desde la subalternidad.

Desde la tradición cívica y pacifista europea, la oposición principal es al rearme militar, innecesario y contraproducente. Todavía más cuando hay un equilibrio de fuerzas, con la superior capacidad económica, militar, tecnológica y demográfica respecto de Rusia. No tiene sentido la justificación de la autonomía europea para armarse más. La dinámica belicista no garantiza la seguridad, sino que la pone más en peligro. Solo se puede explicar por el objetivo de las élites europeas de ampliar la supremacía mundial conjunta con EEUU, cosa que choca con el supuesto ideario europeo del derecho internacional, la prioridad del poder blando negociador, los derechos humanos y la autodeterminación de los pueblos y países. Es el modelo democrático y social convencional que se va desechando, por el influjo ultraderechista.

Ante los grandes dilemas geoestratégicos mundiales, sí que hay una alternativa para neutralizar el poder duro militarista en las relaciones internacionales y defender desde la tradición pacífica, social y democrática europea un orden mundial cooperativo y no belicista. La posición pacifista y crítica a los bloques militaristas se podría reafirmar con una trayectoria excluyente del poder duro ejercido a través de la guerra y la prepotencia imperial.

Pero el discurso actual de la autonomía estratégica europea va en sentido contrario, hacia más rearme y militarismo. Una involución histórica que desacredita a las élites dirigentes y que se podría agravar en la medida de que se ejerciese ese autoritarismo agresivo. El riesgo es el de mayor inseguridad mundial, más a medio plazo, con el refuerzo y el reequilibrio de poder de los imperios y con la posibilidad de una confrontación nuclear; además de no abordar los grandes problemas de seguridad vital de las poblaciones, como la desigualdad social, la desprotección y la crisis climática. Se afianzará la desafección hacia esas élites gobernantes que relativizan el contrato social, el Estado de bienestar, la democracia y la colaboración entre países.

 

El empate estratégico

 

El segundo objetivo del rearme queda bastante desautorizado por la propia realidad. La OTAN y Ucrania no han podido vencer a Rusia. Rusia no ha podido vencer a Ucrania, con el apoyo otanista, ni ha podido conseguir sus principales objetivos. Ante el bloqueo de fuerzas y el agotamiento mutuo se impone el realismo, hay un empate estratégico, se acata la tregua y la pacificación, con las reticencias de los gobiernos europeos. Las responsabilidades se aplazan. El escenario del conflicto mundial se traslada —con el permiso de Oriente Próximo— hacia Asia-Pacífico, donde se ventila el hegemonismo estadounidense (y occidental).

Toda la estrategia otanista de tres décadas de contención y aislamiento de Rusia, tras el hundimiento soviético, con la reducción de su área de influencia y la última apuesta por su contundente derrota militar en Ucrania, no han terminado por fructificar totalmente. El resultado es cierto debilitamiento económico-político del régimen ruso, no decisivo, la destrucción de gran parte de Ucrania y su desastre humano, y los costes socioeconómicos, políticos y reputacionales para la propia Europa. Los gobiernos de EEUU y Rusia, con el beneplácito del de Ucrania y la OTAN, pactan una tregua con la colonización estadounidense de sus principales activos minerales, agrícolas y geoestratégicos y el control territorial ruso de la quinta parte rusófona.

Esa pacificación, más o menos duradera, aventura un nuevo equilibrio en el Este europeo, sin que sea verosímil una supuesta invasión rusa de Europa, ni la continuación de la guerra que preferirían algunos halcones europeos (y ucranianos), pero que no conviene ya a ninguna de las partes, casi exhaustas. Es un ejercicio de realismo de las dos superpotencias, con impotencia ucraniana y, especialmente, europea, que había sido seguidista hasta ahora con los planes belicistas estadounidenses y su retórica de la victoria total, y que aparecen subordinados al nuevo supremacismo trumpista y sin beneficios particulares de la guerra y de la paz.

En consecuencia, la amenaza de más guerra no es creíble, ni sirve de justificación para el rearme militar de Europa, cuya legitimidad no puede conseguirse ante la ciudadanía europea. Los objetivos inconfesables de la OTAN y, en particular, de su brazo europeo, se harán más evidentes en la medida que se consolide la tregua y, a pesar del gran aparato mediático, se diluya el enemigo ruso y el sinsentido del rearme militar. Se abrirá una oportunidad para la paz.

Falacias del rearme

En la justificación del plan de la UE de rearme o seguridad armada se utilizan diversas falacias o engaños, más allá de la confusión deliberada entre rearme, seguridad y protección. Veamos algunos análisis controvertidos y, sobre todo, la orientación estratégica que subyace en la política de rearme europeo.

EEUU no está interesado en abandonar o liquidar la OTAN. Sigue siendo un instrumento útil para reforzar su hegemonía mundial. Lo que pretende, junto con su fiel aliado, el Reino Unido, es doble. Por un lado, subordinar a Europa en el cumplimiento del incremento de su aportación y gasto militar —hasta el 5% del PIB, desde el actual 2%—.

Por otro lado, la reorientación de su función complementaria hacia sus propios intereses geopolíticos de su prioridad del eje Indo-Pacífico, como ya lo hizo Biden con la OTAN en Afganistán y su alianza asiática (con Australia, Japón, Corea del Sur y Reino Unido).  Tras esta tregua en Ucrania y el acceso a sus recursos, espera que Europa ejerza de tapón de Rusia a medio plazo ante su eventual colaboración estratégica con China, que es su adversario principal.

Por tanto, EEUU, con la actual administración trumpista y las siguientes demócratas, no se va de la OTAN; es un chollo para su primacía político-militar y económica; quiere que paguen más los europeos, compren su armamento y sean más disciplinados. Lo que no está a la vista en los gobiernos de la UE, por mucho que lo quiera Macron, es un plan para sustituir el liderazgo militar de EEUU, autonomizarse respecto de la jerarquía militar estadounidense con un brazo europeo de la OTAN o salirse de esa alianza transatlántica.

Es más, la manifestación de la inquietud europea por el supuesto abandono defensivo estadounidense, además de mostrar debilidad de las fuerzas propias, dificulta ese —supuesto— ansiado reequilibrio de poder europeo, imposible de concretar a medio plazo. La UE es, sobre todo, una alianza económica. La alianza político-militar es la OTAN, bajo dirección estadounidense. Hay un vacío institucional y político-normativo autónomo, sin apenas estrategia exterior y de seguridad y defensa comunitaria.

Por otra parte, la hipótesis de un ejército europeo es eso, una hipótesis con una capacitación militar muy limitada, ya que no se afronta la realidad y la dificultad principal: que la suma del gasto militar europeo es muy superior al de Rusia, que ésta no representa una amenaza creíble para la UE ni para la OTAN, y que Europa no necesita más gasto militar. En todo caso, necesitaría una reestructuración política y operativa, con un papel geopolítico diferenciado, basado en un plan o unos principios contrapuestos a este militarismo. Es decir, basado en los llamados valores europeos de democracia, paz, multipolaridad y negociación sobre el derecho internacional, aun admitiendo el poder blando de su poderío económico-cultural.

Pero esta trayectoria militarista que ha tomado la actual élite europea es la contraria a ese ideal autónomo, que solo aparece retóricamente al servicio del rearme. Su plan tiende a reforzar más la militarización consolidada por la administración estadounidense y busca una adecuación hacia una hegemonía transatlántica, compartida a nivel mundial, con el puente anglosajón, ahora laborista, por más señas.

Así, se puede hablar de la interoperabilidad y el mando jerárquico del grueso de los ejércitos de los veintisiete países; pero no se puede obviar la complicación institucional de asociarlo entre sí y con otros países OTAN, como Reino Unido o Turquía —o el propio Israel—, empezando por la comunitarización de la fuerza nuclear francesa, cosa impensable.

Una trayectoria democrática y pacifista

Por tanto, el obstáculo no solo es el soberanismo particular de los grandes Estados y sus respectivos ejércitos e intereses nacionales, por tener mayor peso en el posible liderazgo colectivo (Francia, Reino Unido, Alemania, sin olvidar Italia, Polonia y España).

La dificultad principal es el sentido del objetivo de esa unidad político-militar, el para qué conformar un nuevo bloque —imperial o cooperativo— diferenciado de la deriva iliberal, expansionista y hegemonista de EEUU, que conforme un actor geopolítico identificado con los valores democráticos, solidarios y de modelo social. No obstante, la actitud gubernamental europea ante la limpieza étnica y el genocidio palestinos auguran su degradación insolidaria y su impotencia como referente ético y político ante el Sur global.

El emplazamiento está ahí. Asegurar mejor la paz mundial, empezando por la europea, con la consolidación de la tregua justa en Ucrania y la negociación de la coexistencia con Rusia, en vez de preparar la confrontación. Existe una larga tradición de más de medio siglo, desde la Ostpolitik del socialdemócrata Willy Brandt y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), debilitada por el expansionismo otanista hacia el Este, desde los años noventa, y hundida con la invasión rusa de Ucrania.

Frente al conflicto militar, se trata de afianzar la multipolaridad mundial, el derecho internacional y humanitario, así como los vínculos europeos de colaboración con países de África, América Latina y Oriente Próximo, así como con la propia China. Eso sí, existe una pugna competitiva con los otros actores aspirantes a imperios reaccionarios, prepotentes y militaristas. Es la raíz del conflicto con el hegemonismo ultra de Trump, que no se explicita por la UE y solo se amaga, sin atreverse a desarrollar una trayectoria alternativa solidaria, sostenida y coherente.

Sin esa perspectiva democrática y pacífica, lo que queda del plan de rearme o de seguridad armada es el beneficio para las oligarquías del complejo militar industrial, sobre todo estadounidense, el autoritarismo de las élites gobernantes en un nuevo proceso de control social securitario, la subordinación de las mayorías sociales a una dinámica de reconstitución del ultraliberalismo neocolonial, precarizador, racista y extractivo.

El retroceso es para los derechos sociales, feministas y medioambientales y las condiciones habitacionales y laborales, así como para la degradación de la vida democrática y ética de las instituciones. Esa trayectoria armamentística va en contra de un arraigado principio europeo; lo hemos llamado ‘seguridad social’ y vital, en un marco de igualdad, libertad y solidaridad, no de rearme e imposición de la fuerza.

En definitiva, tras la terrible experiencia fratricida de las dos guerras mundiales, el nazi-fascismo y el colonialismo, el impulso europeo de sus valores democráticos y pacíficos podría constituir una aportación universalista a un mundo más seguro y pacífico. Pero el motor debe ser la propia activación cívica masiva, frente a la degradación autoritaria y regresiva que toma el poder establecido europeo. La población europea —y mundial— tiene la palabra.

Un rearme imperial y sin justificación

El alemán Jürgen Habermas es uno de los pensadores progresistas más ilustres en Europa. Suele tener una visión más histórica, crítica y global que la mayoría de intelectuales europeos, hoy en silencio o demostrando un simple seguidismo en defensa de la opción dominante del rearme europeo. Su pensamiento es un buen punto de partida en esta compleja encrucijada en que se encuentra Europa y, particularmente, Alemania, como el principal motor económico de la UE. Estamos ante los retos geopolíticos derivados de la invasión rusa de Ucrania y la nueva estrategia trumpista de imperialismo iliberal, con sus objetivos hegemónicos frente al otro polo geoestratégico, China y los BRICS, y su exigencia de mayor subordinación y militarización europea.

Va siendo habitual en el ámbito progresista, incluso en sectores liberal-conservadores, la definición habermasiana del trumpismo como nueva forma de dominación tecnocrática y autoritaria. Es la afirmación reaccionaria o ultraconservadora frente a la democracia, los derechos sociales y feministas o la sostenibilidad medioambiental que une a la ultraderecha europea con el presidente estadounidense, bajo la influencia del nacionalismo expansionista y racista y contra la inmigración. Todo ello, además de que, en el campo económico, con la guerra arancelaria, aparezcan conflictos abiertos por la imposición de la primacía estadounidense y los distintos perjuicios nacionales, en plena readecuación económica y de poder.

Veremos el alcance de la guerra arancelaria, aunque ya han aparecido algunos puntos vulnerables de EEUU —precisamente, en el aspecto considerado, hasta ahora, su fortaleza, derivada de sus privilegios históricos: su hegemonía financiera, lo que supone la garantía a su elevada deuda externa y la prevalencia del dólar—.

Dejando aparte las tendencias iliberales y la pugna comercial, el debate principal ahora es sobre la respuesta estratégica europea a la reconfiguración geopolítica y la hegemonía político-militar, definida como un rearme imperial europeo, complementario y en reajuste con el estadounidense, en declive y en un mundo multipolar. Respuesta que se concreta en la aprobación por la UE del rearme, con una inversión de ochocientos mil millones de euros, más otro medio billón en el caso de Alemania (con una pequeña parte para infraestructuras y transición ecológica). Incrementos relevantes están anunciados en Francia y Reino Unido, en espera de la cumbre de la OTAN de julio donde se aventura un aumento en gasto militar desde el 2% del PIB hasta el 3% o 3,5%, con el horizonte a medio plazo de llegar hasta el 5%, y con la voluntad estadounidense y europea de su continuidad y cohesión, no de su desmantelamiento. La militarización está en marcha.

Están claros los objetivos geoestratégicos estadounidenses, compartidos por las dos administraciones, demócrata y republicana, y refrendados en la cumbre de la OTAN de Madrid en 2022, es decir, por todos los aliados europeos: el gran rival estratégico es China, calificada de ‘gran enemigo’, la única potencia que puede desafiar a EEUU, que pretende evitar su declive, aunque sea con la fuerza militar. Están definidos los grandes polos geopolíticos, aun con muchas indefiniciones, neutralidades y pragmatismos en países del Sur Global.

Incluso, en el caso europeo, están los intentos de mantener buenas relaciones con China y poder diversificar su actividad económica y comercial. La advertencia, en el estilo brutal del trumpismo, ha venido por el Secretario del Tesoro estadounidense ante la visita del presidente español, Pedro Sánchez, a China para estrechar relaciones: a España nos pueden cortar el cuello. Esa relación, en todo caso, es limitada, y no cuestiona la prioridad por la alianza estratégica trasatlántica.

El Gobierno estadounidense, también el de la administración Biden, no se anda con chiquitas, como demostraron con la demolición del gasoducto de Rusia a Alemania, que acentuó la dependencia energética y competitiva alemana (y europea), o con el apoyo al control neocolonial israelí de todo el Oriente Próximo, incluida la terminación de la Ruta de la Seda china, eje fundamental para su comercio con Europa, en el Mediterráneo oriental. El propio Secretario General de la OTAN acaba de volver de Japón con nuevos acuerdos de seguridad para el aislamiento de China, que se suman a las alianzas estratégicas de EEUU —y sus bases militares— en Asia-Pacífico.

Existe un gran consenso político y mediático en el poder establecido europeo en torno a la opción del rearme, rebautizado como seguridad o protección, para evitar un rechazo más profundo y masivo por la ciudadanía europea, que demanda otras prioridades de defensa de la protección ‘pública’ y la seguridad ‘social’.

La amenaza rusa no es creíble, ante una clara superioridad militar europea, incluida la cobertura nuclear, y aunque tenga dificultades de interoperabilidad y mando único, residido ahora en la OTAN. La llamada crisis existencial europea, con el correspondiente miedo difundido entre la población, no se asienta en un peligro real.

Es más, la presencia estadounidense, con su control de los recursos mineros, agrícolas y energéticos ucranios, fruto del pacto de Trump con Putin y la tregua prevista en Ucrania, ya suponen suficiente disuasión para Rusia para no acometer otras aventuras fuera del marco defensivo de su zona de influencia. Ante la expectativa de alto el fuego, no querida por los halcones europeos, pues se quedarían sin su argumento principal para sostener el rearme, estos admiten que la guerra con Rusia no es inminente, pero que —en un alarde de hipótesis imaginativas— podría reiniciarse en cinco años.

Sin embargo, lo que sí implica planes precisos de rearme, militarización y preparación para la guerra es la que puede sostenerse con China… pero para dentro de más de una década —con permiso de Taiwán—. Por tanto, la estrategia compartida de EEUU y Europa, en el seno de la OTAN, cuya competencia se amplía al marco asiático, es frenar el desafío chino a la supremacía occidental. China ejerce el poder ‘blando’, económico-político, ampliando su influencia en el Sur Global y compitiendo con EEUU y con Europa, respetando las normas internacionales de la OMC. Es lo que EEUU no soporta, la perspectiva del cambio de hegemonía, sin siquiera admitir una paridad estratégica, y para ello utiliza su prevalencia militar.

Estamos ante el riesgo de l utilización de la fuerza, como último recurso de dominio mundial. Es el peligro real de guerra, aunque su concreción precisa de muchas variables por desarrollar, incluso el desencadenamiento de guerras parciales o periféricas, que modifiquen los equilibrios y la legitimación de las sociedades, antes de llegar a una confrontación -nuclear- general; o sea, no hay que caer en el determinismo de la inevitabilidad de la guerra nuclear mundial o en la instalación de una segunda guerra fría basada en la disuasión de una destrucción mutua asegurada. No es un futuro apetecible para la humanidad y la democracia.

Los límites de la autonomía estratégica y la unidad política

Lo que interesa destacar aquí es que el rearme europeo, exigido por EEUU pero cuya necesidad también es compartida por las élites europeas, solo obedece a la lógica de garantizar a Occidente la primacía mundial. La pretendida autonomía estratégica europea es muy limitada ante esos planes compartidos en el seno de la OTAN. Esa política no impide la involucración europea en una deriva belicista, con un refuerzo autoritario y supondrá el descenso de los recursos de una ambiciosa agenda social, así como de la cooperación y el desarrollo mundial, extraños a proyectos imperiales periclitados, apoyados en la fuerza militar.

Este giro militarista generará más desafección sociopolítica, y hacerle frente, con más autoritarismo y protagonismo de las fuerzas reaccionarias, supondrá el agravamiento de la crisis social y política en Europa, así como del descrédito moral y político como muestra su complicidad con el genocidio palestino. Hay que refundar el modelo social y democrático europeo, que goza de una gran legitimidad cívica y que hoy está cuestionado por el poder establecido.

Volviendo a Habermas. Tiene razón en su idea de que el rearme alemán puede enfrentarse a los recelos de sus poblaciones y también a los de sus potentes aliados de EEUU, Francia y Reino Unido. Supondría el refuerzo de su primacía político-militar en el centro y este de Europa, el conocido ‘espacio vital’ nazi, que acompañase a su expansión y poderío económico de estas tres décadas en esos territorios desde el derrumbe del Este. De ahí que, desde ámbitos progresistas, consideren la imperiosa necesidad de abordar la unidad política europea, en la que integrar el poderío alemán. Sin esa unidad política, Habermas rechaza el rearme y una fuerza militar disuasoria común de la Unión Europea.

No obstante, todavía es un argumento insuficiente. El sesgo imperial que se critica y se pretende neutralizar para Alemania se traslada al núcleo dirigente de la UE, sobre todo a Francia (aparte del poder establecido europeo y del Reino Unido), pero sin garantía de la democratización de la UE. El problema de fondo es corregir su orientación pro imperial, acomodada al expansionismo estadounidense y su liderazgo, por otro modelo autónomo basado en la mejor tradición europea, democrática, pacifista, social y de cooperación internacional. Pero para ello no se necesita más rearme, militarización y estrategia belicista, que es lo que se ejecuta sin la legitimidad cívica.

El rearme no tiene justificación, ni es permisible con determinadas condiciones, sea de una limitada autonomía estratégica —siguiendo la pauta otanista— o de una mayor unidad política de las élites, difícil de articular. Este rearme europeo tiene una lógica geopolítica imperial y neocolonial frente al Sur Global y, a nivel interno, refuerza el autoritarismo y la regresión social. La oposición al rearme es justa. Las sociedades europeas prefieren otro orden internacional y democrático.

21 /

04 /

2025

Vosotros, los que estáis ahí, sí, vosotros, mis contemporáneos que os creéis superiores a
las generaciones precedentes y que os consideráis vacunados contra esta propaganda de
guerra simplista y burda que engañó a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos, ¿estáis seguros de que lo que os dicen ha sido así? Haríais mejor examinando más de cerca lo que acaban de deciros vuestros medios de comunicación, porque puede que os lo hayáis tragado ¡No hay que remontarse a 50 o 100 años atrás! sino a ayer mismo, durante la guerra contra Irak, Yugoslavia, Rusia y Palestina.

Anne Morelli
Principios elementales de la propaganda de guerra, 2025

+