Vosotros, los que estáis ahí, sí, vosotros, mis contemporáneos que os creéis superiores a
las generaciones precedentes y que os consideráis vacunados contra esta propaganda de
guerra simplista y burda que engañó a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos, ¿estáis seguros de que lo que os dicen ha sido así? Haríais mejor examinando más de cerca lo que acaban de deciros vuestros medios de comunicación, porque puede que os lo hayáis tragado ¡No hay que remontarse a 50 o 100 años atrás! sino a ayer mismo, durante la guerra contra Irak, Yugoslavia, Rusia y Palestina.
Gustavo Duch
Aranceles, pulpos y palitos de pescado
El Gobierno español ha aprobado ayudas de 14.000 millones para reducir el impacto de los aranceles de Trump. ¿Están justificadas? El argumento de parapetar la economía española es del todo insuficiente para decidir dedicar fondos públicos —de todas nosotras— a este ‘rescate’ sin conocer a quién afecta (más allá de a los pobres bancos) y en qué manera. Quisiera poner dos ejemplos, uno de pulpos, otro de palitos de pescado.
La patronal española de la conserva pesquera (ANFACO) ha sido una de las primeras en mostrar su preocupación ante las consecuencias de la decisión de Estados Unidos de imponer un arancel ad valorem adicional del 20% a las importaciones procedentes de la Unión Europea, medida que entrará en vigor el próximo 9 de abril. Hay mucho dinero en juego. En concreto, el año pasado España exportó a Estados Unidos 26.032 toneladas de productos del mar, valoradas en 290 millones de euros. De entre los productos exportados, como las conservas de atún o el atún rojo fresco, las que destacan especialmente son las presentaciones de pulpo, sea congelado, en conserva o en preparados, por un valor que ronda los 50 millones de euros. La moda del sushi, las tapas y la proteína de alta calidad ha impulsado el consumo de este animal de gran cabeza e inteligencia.
Tal vez falta aclarar que España no es para nada autosuficiente en cuanto a pulpo y, claro, mucho menos como para poder exportar en tanta cantidad. En concreto, solo el 25% del pulpo que consumimos es local y somos la primera potencia mundial en importaciones de pulpo procedentes de todo el mundo. Hasta el año pasado, en especial lo pescamos en las aguas territoriales del Sahara Occidental, aún hoy bajo el control de Marruecos. Las cifras de este año están por ver, entre otras cosas porque el pasado mes de octubre el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) anuló los acuerdos comerciales de agricultura y pesca entre la UE y Marruecos al considerar que se ratificaron sin el consentimiento del Sáhara Occidental. Pero no parece que la Comisión Europea quiera aceptarlo. Así que el magnífico experimento económico de importar para exportar que ponen en peligro los aranceles trumpistas, en realidad solo son ejercicios de esquilmación de recursos locales para las poblaciones costeras del Sáhara, o a partir de ahora, de Mauritania y Senegal, que despuntan en la lista de nuevos proveedores del sabroso pulpo á feira.
Europa no es tan contraria a los aranceles como parece. De hecho, también el año pasado, entre las sanciones económicas de la UE contra Rusia, encontramos la retirada de beneficios arancelarios a la importación de abadejo. El mayor perjudicado es la industria procesadora alemana, que utiliza este pescado para la elaboración de los famosos palitos de pescado, que acabamos pensando que son de merluza. Un producto engañoso, con más harina que pescado, pero que, como ha advertido la FAO, por su bajo precio es fundamental para las clases populares.
Aún con mucha prudencia, en el primer caso, ¿podemos pensar que indirectamente los aranceles de EE. UU., de alguna manera, podrían acabar haciendo justicia con el pueblo saharaui? En el segundo, ¿los aranceles europeos pueden afectar a los consumos alimentarios de las capas más empobrecidas de su propia población?
Efectivamente, como me comentó Paul Nicholson, que estuvo en los orígenes fundacionales del concepto de soberanía alimentaria que defiende La Vía Campesina, los aranceles no son buenos ni malos en tanto que solo son un instrumento disponible para un modelo u otro de políticas comerciales. La cuestión clave es preguntarnos qué esperamos del comercio, en este caso, de alimentos. La opción predominante en este capitalismo global es la generación de beneficios económicos —o impedir beneficios económicos de tu enemigo político del momento—. Para la soberanía alimentaria, que sin abanderar el comercio internacional tampoco lo repudia, las políticas de regulación deben de tener otro objetivo: complementar necesidades alimentarias al tiempo que se garantizan las capacidades locales basadas en el pequeño campesinado. Pero esto no parece ser lo que preocupa, ni allí ni aquí.
[Fuente: Ctxt]
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04 /
2025