La finalidad de la amistad no es anestesiarnos de nuestros miedos, sino poder perderlos juntos.
Albert Recio Andreu
Las raíces del autoritarismo: capitalismo y tecnocracia
Asistimos a una involución autoritaria en la mayoría de sociedades occidentales. La interpretación habitual es que esta ha estado promovida por el crecimiento electoral de la extrema derecha de la que se explica poco su gestación. Ello a pesar de que hay buenos indicios de que ha contado con importante apoyo financiero y un sofisticado desarrollo de técnicas de penetración ideológica. Incluso, se tiende a camuflar su orientación claramente antidemocrática con el epíteto de «democracia iliberal». No deja de ser paradójico que, quienes muchas veces han cuestionado lo de adjetivar la democracia (especialmente cuando se añadía socialista), ahora no tengan reparos en introducir un vocablo para evitar subrayar lo que está ocurriendo en realidad: un total vaciamiento de todo componente realmente democrático. Pensar que la existencia de elecciones mantiene una base democrática supone ignorar que estas también han existido en regímenes dictatoriales como ocurría en el franquismo. Por eso es necesario analizar las raíces que explican este giro autoritario.
Capitalismo y democracia
Hay una asociación mecánica entre capitalismo y democracia. Justificada, primero, en el hecho de que el inicio de la democracia moderna y la eclosión del capitalismo se sitúan en el mismo período histórico: la Revolución francesa y la Revolución industrial. Y justificada, en segundo lugar, porque las sociedades que hicieron revoluciones anticapitalistas adoptaron regímenes políticos dictatoriales. Pero se trata de una asociación bastante espuria, y que no resiste un examen riguroso. Los primeros regímenes fueron diseñados como democracias para hombres ricos (de la misma forma que la democracia griega era de facto una democracia de propietarios de esclavos), y en su diseño se incluía una clara hostilidad frente a las organizaciones del resto de la población. Si, además, se amplía la perspectiva, y se contempla la relación entre capitalismo y colonialismo, es aún más obvia la presencia de un diseño antidemocrático en un elemento clave de la estructura de las sociedades capitalistas reales. La ampliación de la democracia, entendida como la extensión de derechos individuales y colectivos, incluido el de participación, fue el resultado de la lucha de la clase obrera, de las mujeres, de los pueblos colonizados. Y su concreción dependió en gran medida de los equilibrios que surgieron en estos conflictos. En muchos países, los regímenes autoritarios han imperado más tiempo que los de tipo democrático. Y la restricción de derechos siempre ha planeado cuando las élites burguesas han considerado que peligraban sus prerrogativas. Baste recordar que el giro neoliberal tuvo entre sus inspiradores un informe de la Comisión Trilateral en la que las élites burguesas se dolían de «los excesos de la democracia», y que el golpe de Pinochet en Chile fue el pionero en implantar estas políticas.
La relación entre autoritarismo y capitalismo tiene buenas raíces. La empresa privada, la institución clave, es claramente una organización antidemocrática, vertical y orientada a un solo objetivo: el enriquecimiento personal de sus propietarios. Todo lo demás es accesorio o directamente hostil. Por eso, el modelo de organización es vertical. Los economistas neoclásicos han elaborado sofisticadas teorías para justificar este modelo de organización, pero todas ellas se basan exclusivamente en que esta modalidad organizativa es lo que garantiza una mejor eficiencia en la obtención de beneficios. Se trata de una noción de eficiencia más que discutible, porque deja fuera a la mayoría de la población, y obvia todos los efectos externos que genera la empresa al conjunto de la sociedad. La inmensa mayoría de luchas sociales han estado orientadas a limitar este poder empresarial, tanto en el plano laboral como en el de sus efectos sociales. Una lucha difícil que ha pasado por las movilizaciones sociales, por la organización (sindicatos y otros movimientos), por la política, y por las regulaciones. Y que explica que el resultado final sea bastante diferente en cada país, fruto de la forma como ha evolucionado este conflicto, por la forma como los propios capitalistas han sabido encajarlo, por el tipo de instituciones (incluida la estructura estatal) que se han ido configurando. Pero, para un sector importante de empresarios, estas regulaciones y este reconocimiento de derechos al resto de la población siempre es visto como un engorro, como una traba a su búsqueda de rentabilidad. Y, por ello, es habitual que practiquen una recurrente actividad conspiratoria para revertir situaciones indeseadas y debilitar movimientos sociales.
El empresariado estadounidense es particularmente reaccionario en estas cuestiones. Su hostilidad antisindical es mucho más activa que en otros países; los sindicatos fueron casi borrados del mapa en la década de 1920, y sólo obtuvieron reconocimiento en las luchas del período del New Deal. Tras la Segunda Guerra Mundial —cuando en Europa se desarrolló el estado de bienestar y se generaron diferentes variantes de pacto social—en EE. UU. la caza de brujas tuvo entre sus objetivos centrales la persecución de sindicalistas. Y una de las primeras acciones del Gobierno Reagan fue el desmantelamiento de los sindicatos de aviación. Una tarea, la antisindical, a la que también se sumó con ardor su «colega» Margaret Thatcher. Y esta misma hostilidad se ha dirigido contra cualquier tipo de regulación que limite sus maniobras monopolísticas, que proteja el medio ambiente, que genere servicios públicos. El turboliberalismo actual es, una vez más, la reaparición con fuerza de un proceso que se ha repetido en la historia estadounidense, y que ahora está exportando con éxito a todo el mundo, fomentado por sus potentes think tanks.
El componente tecnocrático
El empresariado no es el único agente activo en las sociedades capitalistas contemporáneas. El desarrollo tecnológico y el crecimiento de la educación superior han generado la expansión de capas profesionales en distintas actividades clave, en las propias empresas y en servicios públicos. Para el buen funcionamiento de una sociedad capitalista, es esencial que este personal se sienta como un grupo diferente al de las masas trabajadoras. Y esto es lo que refuerzan instituciones como el sistema educativo y las corporaciones profesionales: legitimar, justificar y reproducir élites tecnocráticas. No es casualidad que la teoría neoclásica más manida a la hora de justificar las desigualdades salariales sea la pseudo «teoría del capital humano», que alega que el mercado paga a cada uno según su productividad, y que esta depende del nivel educativo de cada uno. No entro a discutir su muy cuestionable calidad teórica, sino simplemente a subrayar que su traducción ideológica es decirle a la gente que cada cual tiene lo que se merece, y que la gente con estudios se merece más. Los sistemas selectivos, los rankings universitarios y las conexiones profesionales ayudan a crear en algunas profesiones culturas corporativas elitistas y empoderadas de orgullo profesional (en muchos casos asociadas, además, a sagas familiares), lo que es constatable en actividades como la alta cirugía, la judicatura o la ingeniería. El historiador crítico David F. Noble analizó muy bien la relación entre las universidades tecnológicas, el ejército, y la gran empresa en la formación de la profesión de ingenieros en America by Design 1977[1]. La mayoría de estas profesiones —aunque siempre hay excepciones— combina una fuerte autoestima, el control de un conocimiento especializado, y su ignorancia del resto de conocimientos y experiencias sociales. Y ello les conduce a despreciar los saberes que no controlan y a mantener una cultura autoritaria respecto al resto de mortales. Los hospitales llevan bastantes años haciendo formación a su personal médico para que tenga un trato empático con los pacientes. En el caso de la ingeniería, su aislamiento social es mayor y, a menudo, están insertos en las estructuras jerárquicas empresariales. No es por tanto extraño que una parte de la profesión desarrolle una visión autoritaria del trabajo, y una minusvaloración del papel de la plantilla. Son aliados potenciales del capitalismo autoritario.
No es casualidad que el mayor movimiento de fragmentación y gestión autoritaria del trabajo manual fuera desarrollado por un ingeniero con relaciones familiares en la empresa privada, Frederick Taylor. Defendía que los trabajadores tenían que comportarse como «monos educados», y limitarse a realizar los movimientos preestablecidos por las oficinas técnicas (aunque, para diseñar estos movimientos, les hacía falta observar cómo realizaban su tarea los obreros reales). Y, seguramente, no es casualidad que en esta nueva oleada de autoritarismo jueguen un papel esencial individuos que provienen de los altos niveles de la informática y la ingeniería. Altos empresarios y tecnócratas, gente que se considera superior, forman una alianza que trata como inferiores al resto. Una clase social autoconvencida de sus méritos y despectiva con lo que ignora. Unas élites decidas a arrasar con todas las fuerzas que se opongan a sus planes de enriquecimiento y dominio social[2].
Aliados colaterales y comentario final
Estos son los actores principales del momento. Cuentan también con aliados en organizaciones sociales de larga historia reaccionaria, especialmente de diversas confesiones religiosas con larga tradición en proveer de argumentos y prácticas al patriarcado. Religiones que, en parte, se sienten amenazadas por el secularismo dominante y por el movimiento feminista. Y que cuentan con recursos económicos y bases sociales que pueden constituir una base de movilización. Aunque el capitalismo actual basa su legitimación consumista en la libertad individual (y la sexualidad es además un poderoso mecanismo publicitario y una importante fuente de negocios- perfumería, ropa, clínicas de estética, etc.) tampoco es despreciable que podamos retroceder a un modelo autoritario de familia y sexualidad. Los cambios demográficos, dominados por el envejecimiento de la población y la caída de la natalidad, y las dinámicas generadas por las políticas racistas antiinmigración, son fuerzas que pueden conducir a esta regresión. El «cuento de la criada» quizás suena a una distopía demasiado radical, pero no podemos perder de vista que, también en este campo, hay nubes amenazantes.
Tenemos enfrente una fuerte coalición reaccionaria dominada por la alianza tecnocrático‒empresarial con el soporte importante de algunas iglesias. Han elegido chivos expiatorios fáciles para entretener al personal —los inmigrantes ilegales, especialmente africanos y asiáticos, los antiguos colonizados, etc.—. El siguiente paso será desmantelar todo lo que puedan organizaciones y movimientos sociales, así como las políticas que ayudan a la gente a tener autonomía. Cuentan con medios, han aprendido política, y rebosan mala leche. Hacerles frente exige intervenir en muchos espacios. Empezando por fortalecer las comunidades locales que pueden generar bases de resistencia, convivencia y neutralización de las políticas reaccionarias. Un trabajo cultural de deslegitimación de su supremacismo. Un trabajo organizativo de fortalecimiento de organizaciones políticas y movimientos. Una elaboración colectiva de alternativas en clave ecosocialista a muchos niveles. Y hay que lanzar un mensaje claro de que, sin una movilización social sostenida, el camino a la pérdida de derechos, libertades, y el desastre ecológico están servidos.
- Hay una traducción española con el confuso título de El diseño en América, Ministerio de Trabajo, Madrid, 1986. ↑
- Hace unos años, al final de un debate municipal en el que participamos numerosos activistas vecinales, sindicalistas y personas de diversas ONG de lucha contra la pobreza, tomó la palabra un insigne representante del gran comercio de la ciudad. Nos señaló con el dedo y dijo enfáticamente «Ustedes no representan nada, nosotros somos los verdaderos representantes de la ciudadanía». Ahora, en Barcelona, alguna de estas organizaciones empresariales está pidiendo que retiren locales y subvenciones a entidades sociales y vecinales. Y, por primera vez en la ciudad, ha empezado a encontrar el altavoz de Vox en alguna comisión municipal. ↑
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