La principal conversión que los condicionamientos ecológicos proponen al pensamiento revolucionario consiste en abandonar la espera del Juicio Final, el utopismo, la escatología, deshacerse del milenarismo. Milenarismo es creer que la Revolución Social es la plenitud de los tiempos, un evento a partir del cual quedarán resueltas todas las tensiones entre las personas y entre éstas y la naturaleza, porque podrán obrar entonces sin obstáculo las leyes objetivas del ser, buenas en sí mismas, pero hasta ahora deformadas por la pecaminosidad de la sociedad injusta.
Albert Recio Andreu
Trumpismo cotidiano
Llevamos tiempo instalados en un mundo trumpista. En el que prolifera un ruido ensordecedor de ideas reaccionarias, irracionales, disparatadas, que, sin embargo, consiguen ganar audiencia. En casi todos los países ricos, la fuerza política emergente es la extrema derecha, con sus variantes nacionales. La victoria electoral de Trump, con todos los resortes que le da el acceso al poder, no hará más que reforzar esta tendencia de fondo que, de momento, nadie sabe cómo parar.
Conocemos sus ideas, sus métodos, su control de las redes, los enormes recursos con que cuentan. Empezamos a conocer quién les financia, y a entender la coalición de intereses interesados en que crezcan. Sin embargo, más o menos, estamos como unos biólogos que han descrito bien una enfermedad pero que no saben cómo controlarla y curarla. Estamos bastante inertes ante una avalancha que amenaza con destrozar gran parte de los mejores logros de la humanidad.
Una parte de la izquierda, la más apegada a lo que podríamos llamar un materialismo vulgar, economicista, suele asociar mecánicamente las condiciones económicas de la gente con su posicionamiento político. Es cierto que años de políticas neoliberales, de transformaciones en el mundo empresarial, de recortes sociales y de especulación desmedida han afectado a la vida de mucha gente, y han precarizado gran parte de la vida de la población. Pero esto, que puede explicar el malestar, no es suficiente. De hecho, aun en países como España, donde se han practicado modestas reformas y pequeñas mejoras, el proceso se sigue alimentando. Hace años, se hizo viral la recomendación “Es la economía, estúpidos”, pero ahora no parece que la economía explique por sí sola la cuestión. De hecho, los temas estrella de la extrema derecha no son los de las condiciones de vida, sino otros distintos: la inmigración, la seguridad, el feminismo abusivo, la ecología limitadora de derechos.
Incluso cuando uno rasca en alguna de estas cuestiones, puede observar que hay serias contradicciones entre la vida real de la gente y los problemas percibidos. Vivo en el distrito de Barcelona donde la inseguridad es la mayor preocupación de la gente, algo que contrasta con la evidencia empírica, que demuestra que es el distrito con un índice más bajo de incidentes policiales. Cuando he tenido ocasión de discutir con responsables policiales, indican que una de las causas que les generan más intervenciones es la violencia de género en familia. Cuando hablas con las personas que expresan mayor preocupación por la inseguridad te acaban diciendo, por ejemplo, que no cogen el metro porque es peligroso, y sobre todo porque va gente peligrosa. Aunque los índices de incidentes en el metro son bajos (y se concentran en las estaciones del centro de la ciudad, donde operan rateros especializados en pequeños robos) lo que realmente choca a mucha gente es que hoy el metro es un espacio donde convive gente de muchas procedencias (entre otras cosas porque una parte sustancial de la clase obrera real procede de muchos lugares). Lo mismo ocurre cuando la referencia es la convivencia y las costumbres. No se aprecia un cambio de comportamientos radicales en la población recién venida (uno de los problemas que más tensiones se generan en la vida cotidiana de los barrios es la cuestión de los perros, y es un hecho demostrable que la tenencia de perros es menor en estos colectivos). Y, sin embargo, la inmigración foránea constituye uno de los ejes sobre los que se construye el miedo que alimenta la paranoia reaccionaria.
Esta se construye sobre la superposición de otras ofensas y otros miedos. En mi experiencia de activista he participado en varios conflictos de barrio donde el miedo era el hilo conductor de la movida: mezquitas, centros de tratamiento de drogas, instalaciones para colectivos vulnerables, e incluso introducción de medidas de regulación del automóvil (de hecho, en casi todas las luchas urbanas en torno a la conversión de un solar en equipamiento o zona verde, o en la mejora urbanística de una calle, siempre aparece un sector de personas que dan prioridad al aparcamiento que al uso colectivo del espacio). Hay también entre los chicos jóvenes un rechazo al feminismo, porque choca con los códigos de conducta que han recibido, y les resulta difícil adaptar un comportamiento diferente.
En todas estas actitudes subyacen posos culturales de largo recorrido (el racismo ha formado parte de la justificación ideológica del colonialismo; el patriarcado tiene una historia ancestral), miedos a la adaptación de comportamientos, inercias y ausencia de una construcción alternativa suficientemente atractiva y madura. Y es sobre estos sustratos sobre los que la extrema derecha construye su política, con campañas alarmistas, con una lluvia fina en los medios y en las redes, con una magnificación de problemas. Y ahora empieza a ser visible en muchos barrios que las viejas actitudes reaccionarias están siendo organizadas de forma muy agresiva para conquistar espacios que habitualmente eran de izquierdas.
No hay una línea única de acción. Enfrentar al neofascismo exige intervenir en muchos campos. Sin duda, la acción en el nivel macro ―tanto en políticas sociales y económicas progresistas, y en políticas culturales y sociales― es esencial. Aunque sigue faltando algún proyecto serio que ofrezca un modelo aceptable de sociedad igualitaria y ecológicamente viable. También hay que activar a todas las gentes progresistas. No sólo, ni básicamente, como una fuerza de choque contra las cada vez más agresivas acciones de la ultraderecha, sino, sobre todo, para construir un tejido social y una política convivencial en los barrios, donde se juega día a día un combate soterrado que no se puede perder. Gran parte del éxito de la derecha se basa en una sociedad que cotidianamente vive atomizada, con empleos cada vez menos favorables a la construcción de colectividad, y con formas de consumo individualistas. Por eso, una acción de contención pasa tanto por afrontar las presiones ultras en cada espacio local (algo que requiere valor e ideas claras) como por construir formas de relación social, de ocio, de apoyo mutuo que ayuden a reconstruir barrios y pueblos solidarios. Así, la lucha política contra el neofascismo tiene que contemplar no sólo la acción de organizaciones políticas y movimientos reivindicativos, sino también la interacción con entidades asistenciales, deportivas, o culturales que ayuden a construir otro modelo de vida cotidiana.
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2025