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Albert Recio Andreu

Trump y el capitalismo bárbaro

Cuaderno de locuras: 15

Con la victoria de Trump y el nombramiento de su Gobierno, el subtítulo con el que recojo bianualmente mis comentarios de economía gana todo su sentido. No es un Gobierno de enfermos mentales (aunque seguro que hay bastantes psicópatas en sus filas) sino de ideas locas. Las que flotaban en el ambiente cuando se me ocurrió este título.

Preocupa mucho Trump, su autoritarismo, su corrupción, su irracionalidad. Ya dio muestras de ello en su primer mandato y en la preparación de un fallido golpe de estado. Ahora es mucho más peligroso porque ha obtenido un control casi completo de las instituciones básicas, porque su presunta oposición está en crisis, porque cuenta con aliados fuertes en bastantes países, porque el contexto global es mucho más peligroso, por su racismo, su xenofobia, su machismo, su antiecologismo… Pero, con todo, lo que verdaderamente parece más preocupante es la estrecha relación que mantiene con personajes relevantes de las élites económicas. Lo que es realmente sorprendente y peligroso es que tipos como Elon Musk se metan directamente en la acción de gobierno. Históricamente, siempre ha habido una cierta división de poderes entre el poder político y el económico. Y, aunque las influencias de este último sobre el primero son potentes, esta separación permite una cierta mediación y atemperación de las demandas empresariales, así como la adopción de políticas que tienen sentido desde la óptica del conjunto de la sociedad.

Quizás Elon Musk sea sólo un tipo con un ego tan grande que necesita tener un cargo político de relumbrón para ver satisfechas sus aspiraciones (más o menos como el empresario local que se pone a presidir el club de futbol o una asociación cultural, pero a lo grande). Pero su entrada tiene que ver con la introducción de una agenda ultracapitalista radical, que también está en marcha en otros países. Que ha sido auspiciada por importantes think tanks engrasados por dinero de grandes empresarios. Y que, de aplicarse, supone una auténtica destrucción del estado liberal vigente, con diferencias notables, en la mayoría de los países ricos.

Parte de la izquierda tiende a entender el capitalismo como un ente con pensamiento propio, casi como un sujeto. Esta es una visión demasiado simplista, y no permite entender su funcionamiento real. El capitalismo es ante todo una estructura institucional (leyes, organismos públicos, empresas) que se ha ido perfilando a través de los años y ha alcanzado una enorme complejidad. Un marco institucional que promociona el interés privado y la acumulación de capital. Pero la estructura en sí no es un sujeto pensante, ni tiene un propósito delineado. Los sujetos son los distintos capitalistas que actúan en función de sus intereses particulares o se asocian con otros, o financian instituciones, para que sus intereses queden reflejados en la estructura institucional. Esto permite entender tanto la existencia de conflictos entre diferentes grupos de capitalistas como propuestas políticas diferentes para regular sus relaciones con la sociedad. Los pactos sociales de postguerra, las políticas de bienestar, fueron el producto de una correlación de fuerzas concreta, de la visión de algunos líderes políticos y empresariales de que la revolución solo se podía parar con reformas y, también, de la ventana de oportunidad de negocio que podía generar el consumo de masas. El neoliberalismo fue producto de una reacción empresarial a lo que consideraron un poder obrero desmedido y un sector público demasiado autónomo. Las políticas desreguladoras y la globalización (entendida en gran parte como deslocalización) fueron los instrumentos para restablecer un poder capitalista desbridado. Pero, en la mayoría de los países, salvo en dictaduras como Chile o Argentina, o en circunstancias de shock (cómo la crisis de 2008), las medidas no supusieron la destrucción completa de la anterior estructura pública. Paradójicamente, el peso del sector se mantuvo en niveles parecidos (aunque cambiando sus lógicas de intervención). En cambio, lo que ahora proponen los radicales «a lo Musk» es una vuelta al marco institucional del siglo XIX.

Es posible que se trate sólo de un grupo de empresarios particularmente fanáticos. Aunque hay buenos registros históricos de que, en el caso de Estados Unidos, este ultralibertarismo económico tiene una amplia tradición en su mundo empresarial (lo que explica, por ejemplo, el tamaño proporcionalmente más reducido del sector público o el peculiar sistema sanitario). Que ahora este grupo esté encabezado por los líderes de la presunta revolución tecnológica (la política de ajuste va a estar coliderada por un líder de las tecnologías de la comunicación y por otro de las biotecnológicas), gente, en teoría, con educación sofisticada, puede estar indicando algo mucho más importante: que una parte de las élites tecnológicas han llegado a la conclusión de que no existe espacio para alguna especie de capitalismo inclusivo, que hay que empobrecer a grandes masas para disciplinarlas en un capitalismo de la escasez y la pobreza.

Una disciplina no sólo laboral sino también orientada, de nuevo, hacia algún tipo de estado militarista. Un militarismo que tiene dos polos de atracción. Por una parte, el desafío chino. Algo salió mal en el proyecto de globalización neoliberal. Estaba diseñado para externalizar la producción material a países pobres con bajos salarios, pocos derechos y ausencia de sindicatos; reducía costes y disciplinaba a las clases trabajadoras de los países centrales. Pero no contaban que China y algunos otros países serían capaces de alcanzar un notable desarrollo tecnológico que podía competir en algunos de los campos clave (tecnologías electrónicas, coche eléctrico…). Por otra, el problema de los metales estratégicos clave para el cambio tecnológico en marcha. El militarismo y el colonialismo siempre han estado asociados al control de recursos estratégicos. Y el activismo militar requiere de patriotas disciplinados y dispuestos a ver como enemigos al resto de la humanidad.

Es dudoso saber hasta qué punto los trumpistas están dispuestos a aplicar su programa. Con qué tipo de resistencias chocarán. Más allá de un límite, sus propuestas no sólo conducen a un desastre social, sino que incluso pueden socavar las bases de su propio modelo (por ejemplo, en el campo de las infraestructuras). De momento, están recibiendo el aplauso de las bolsas, de los rentistas de todo el mundo. De unos intereses financieros ajenos no sólo a los costes sociales que generan, sino también de las bases materiales que sustentan su propia riqueza. Lo que es seguro es que sus locas propuestas pueden generar mucho sufrimiento y mucha destrucción a corto y medio plazo. No sólo a los estadounidenses sino al resto del mundo, donde están expandiendo sus redes de aliados. Bienvenidos a la barbarie.

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2024

Sabíamos que las bibliotecas están llenas de tratados de ciencia política que, pese a sus diferentes tendencias, coinciden en considerar oro de ley el dictum aristotélico según el cual «para ser humano hay que tener polis». Lo que faltan son estantes que recojan lo que han dicho y pensado quienes se sitúan al margen y son marginados, ya por convicción, ya por imposición.

Reyes Mate
Tierra de Babel (2024)

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