La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Economía y política de la dana
¿Una catástrofe puntual?
La catástrofe que asoló varias comarcas del País Valencià y de Castilla-La Mancha ha sido la más destructiva de los últimos cincuenta años. A ello ha contribuido no sólo un episodio meteorológico especialmente agudo, sino también una suma de actuaciones políticas; estas han sido tanto de largo recorrido (el modelo de desarrollo urbanístico), como coyunturales (la gestión que hizo el Gobierno de Mazón). Ante un drama de tales proporciones, lo racional sería tratar de entender todo el cúmulo de cuestiones que han contribuido a su desenlace. Pero, precisamente porque se trata de una tragedia de dimensiones colosales, se corre el peligro de que se analice como un mero fenómeno individual, la concatenación de una serie de circunstancias y errores que pueden rectificarse y que se evitará que vuelvan a suceder.
Llevamos tiempo experimentando fenómenos climáticos agudos, tanto en forma de olas de calor como de inundaciones o nevadas extremas; pero el núcleo de los debates se centra más en la gestión concreta de cada caso y en el impacto temporal que en un debate de fondo sobre lo que está en el origen de estos desastres repetidos. Y, precisamente, el tamaño desproporcionado de esta tragedia, y la pelea sobre la responsabilidad de la mala gestión, pueden contribuir a reducir el análisis a un hecho puntual y volver a relegar el debate de fondo de cómo encarar la crisis ecológica en ciernes.
Crisis climática y ecológica
El calentamiento global es, sin duda, el causante de los cambios climáticos que generan danas de gran intensidad. Lo llevan prediciendo los modelos climáticos desde hace tiempo (mucho más acertados que los macroeconómicos), y sus previsiones se están cumpliendo. También hay evidencias contundentes sobre el papel de la emisión de gases de efecto invernadero en la generación de la crisis climática. Pero, ni toda la tragedia se explica por el clima, ni la limitación del debate al cambio climático servirá para generar un cambio sustancial en la orientación de la actividad humana.
La dana ha desencadenado un desastre, pero su impacto ha sido mayor por efecto de un modelo de urbanismo y utilización del territorio específico: plagado de redes, densamente urbanizado, y en gran parte asfaltado, que ha potenciado sus efectos. La imagen de miles de coches arrastrados y destruidos por la tormenta podría ser una especie de justicia poética, si no fuera porque hay evidencia de que hubo bastantes fallecidos tratando de salvar sus coches o transitando por carretera (pensando que el vehículo era un espacio seguro). Y, ahora, se plantea el problema derivado del impacto que van a tener los residuos generados por las inundaciones en el medio natural. El impacto global es una combinación de diferentes aspectos de la crisis ecológica: cambio climático, urbanización excesiva, generación de residuos, mal tratamiento del espacio natural…
Plantear la cuestión en estos términos es necesario tanto por cuestiones políticas como prácticas. Reducir la crisis a aspectos climáticos tiene la ventaja que es de fácil comprensión para mucha gente, pero corre el peligro de reducir el espacio a una cuestión que siempre ha generado problemas. Ya lo recordó hace años Raimon: «Al meu país la pluja no sap ploure». Deja la puerta abierta a los negacionistas, que recuerdan que riadas ha habido siempre. O, dado que a estas alturas la crisis climática parece inevitable, las respuestas se reducen a diseñar formas de protegernos de sus embates. A efectos prácticos, se corre el peligro de que la brutalidad del incidente tenga como respuesta, en una sociedad propensa a reclamar soluciones fáciles y cortoplacistas, una nueva demanda de canalización de afluentes y una reconstrucción que meramente replique lo que ya estaba mal hecho. Y confiar en que no vuelva a suceder gracias a que la próxima vez las autoridades de turno sean más diligentes.
Lo sucedido en esta dana es muy grave. La muerte y la destrucción causan un enorme impacto social. Pero es sólo un impacto local, circunscrito en el espacio. Aunque es también un recordatorio de lo que puede ocurrir en otros países tanto o más expuestos a los efectos del clima y con estructuras públicas mucho más débiles. Y debe también alertar sobre otros efectos tanto o más graves y generales, como puede ser una crisis alimentaria o la propagación de enfermedades de los que ya tenemos experiencias próximas. Es hora de dar una intensa batalla frente al negacionismo ultra y frente a los enormes intereses empresariales que siguen promoviendo un modelo de producción y consumo que conduce a un desastre de incalculables proporciones. Y es una batalla que debe darse tanto el plano de las ideas y las percepciones como en el de las políticas concretas, de cómo organizar la vida, de cómo reconstruir lo destruido, de cómo planificar para hacer frente a los nuevos desastres y minimizarlos. Por eso es también esencial no limitarnos al clima.
El paradójico efecto económico
En el mundo actual, lo que habitualmente genera reacciones de las élites es el impacto que tienen los sucesos en la actividad económica (entendida en términos macroeconómicos o meramente de rentabilidad) y en los procesos electorales. Pareciera que lo ocurrido debe generar un impacto tan importante que afectará a ambas dimensiones. Pero la realidad es más compleja, y posiblemente ambos queden neutralizados.
En el caso de la economía, esto es bastante sencillo de entender. La dana ha provocado una enorme destrucción de patrimonio y de vidas humanas. Mucho de este patrimonio es de personas que han perdido sus hogares y los bienes que cubren sus necesidades cotidianas. En un balance de activos, el impacto negativo es importante. Pero en el del PIB, que mide flujos monetarios de actividad, este queda minimizado. Influye más la actividad que se ha dejado de hacer por empresas que han tenido que parar que la pérdida patrimonial. Y, en un período posterior, el impacto en el PIB de la reconstrucción será positivo, porque toda la actividad reconstructiva genera negocio y producto mercantil. Al fin y al cabo, esta es una variante de «creación destructiva» con la que Schumpeter caracterizó la dinámica de las sociedades capitalistas. La dana ha generado un fuerte sufrimiento social, pero también ha abierto enormes posibilidades de negocio a empresas de construcción y equipamiento, a promotoras inmobiliarias…
Ya estamos observando cómo muchas de las constructoras valencianas implicadas en los diversos casos de corrupción del PP (Gürtel, Taula…) están sacando tajada. Seguramente, no sólo se explica por sus buenas conexiones con el partido, sino también porque forman el pequeño oligopolio local que controla este sector (y que suele asociarse como socio menor en los grandes proyectos a alguna de las empresas del gran oligopolio estatal). Si, en lugar de Valencia, el desastre hubiera ocurrido en Catalunya (o en otra comunidad), los contratistas locales habrían sido otros, los que forman parte del oligopolio local. Pero, en todo caso, lo sustantivo es que la destrucción, lejos de verse como un elevado coste económico (del que harán frente fundamentalmente los particulares afectados y el sector público), constituye una fuente de nuevos negocios. Otra cosa es que los efectos a largo plazo del cambio climático, como la previsible subida del nivel del mar, se lleven por delante líneas enteras de actividad, como el turismo, o destruyan una parte de la producción agraria. Pero los sucesos puntuales acaban siendo, más bien, acicates a nuevos crecimientos del PIB.
Y el impredecible impacto político
Una persona sin prejuicios previos esperaría que la gestión de un suceso como este debería generar un enorme castigo a quien hubiera llevado una mala gestión del caso. Es decir, en este caso, Mazón y su troupe. Pero la política actual muestra que esto pocas veces ocurre. En el caso de la derecha española, su mala gestión de las grandes tragedias es endémica: el caso del aceite de colza, el Prestige, el 11-M, el metro de Valencia, la COVID en Madrid. El caso de la derecha española no es aislado; ejemplos como el Katrina en Nueva Orleans, o la gestión de la COVID realizada por los gobiernos de Trump y Bolsonaro, indican que la única gestión que de verdad preocupa a la gente rica es la de su patrimonio. Pero, en ninguno de los casos precedentes, les ha pasado una gran factura (excepto el 11-M, pero en este caso el Gobierno de Aznar llegaba muy desgastado, y ya existían encuestas en los días previos al atentado que apuntaban a un posible vuelco electoral). El tema de fondo es en qué medida la población efectúa una valoración imparcial del comportamiento, o si en las decisiones de voto influyen más otros muchos factores: una lealtad básica a unas fuerzas, elementos emocionales, dar mayor valor a unas cuestiones que a otras… El terremoto electoral de las elecciones autonómicas y municipales de 2023, por ejemplo, no puede explicarse como una respuesta a una mala gestión.
La derecha cuenta con enorme experiencia y medios para generar confusión, activar emociones y apelar a respuestas autoritarias camufladas de eficiencia. La elección de un general ultra para dirigir la reconstrucción tiene mucho de simbólico y de amenaza democrática. De hecho, el debate que pretendió Feijóo estaba basado en que el Gobierno central no tomó las riendas de inmediato. Es un truco de fullero, pues esto hubiera supuesto aplicar una especie de 155 que inmediatamente el PP habría tildado de golpe de Estado. Pero, además de constituir una cortina de humo para tapar a Mazón y los suyos, puede que sea una premonición de una política recentralizadora (que puede ganar credibilidad social) si consiguen llegar al Gobierno.
… ¿o un preludio?
Mucho de lo ocurrido estos días puede ser sólo un preludio. En primer lugar, es un ejemplo extremo de lo que representa la crisis ecológica. Desastres parecidos suceden en otras partes del planeta con bastante frecuencia. Son destrucciones locales, pero empiezan a ser acumulativas. Quizá porque solo son locales impiden una toma de conciencia global. Es dudoso que pueda desarrollarse un «populismo ecológico», porque lo que supone un giro ecológico impacta sobre el modelo de buena vida que la gente toma como referencia. En segundo lugar, prefigura algo que ya sabemos por otros casos: cuando se produce la catástrofe, no siempre la respuesta política es la adecuada. Una sociedad montada sobre una dinámica competitiva está mal preparada para responder con presteza y eficacia. Y hay más respuestas orientadas a quitarse responsabilidades que a actuar cooperativamente. Y, tercero y más importante, la cooperación social; la respuesta colectiva es esencial para prevenir y para reparar, también para hacer frente a los discursos de irracionalidad y odio que expande la extrema derecha. La única forma de combatir este discurso a la vez autoritario y destructor de lo colectivo es contar con procesos comunitarios sólidos que desarrollen a la vez solidaridad, resistencia y racionalidad. Generar estas redes sociales sólo se puede hacer estando en los sitios. Siempre ha sido necesario, ahora es urgente.
24 /
11 /
2024