La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Isabel Alonso Dávila
Del «Sólo el pueblo salva al pueblo» a «Me cuida la vecina, no la policía»
Los eslóganes contra el Estado (del bienestar) que van tomando posiciones en nuestras protestas
La terrible situación vivida en Valencia, y que todavía, un mes después, sigue convirtiendo la vida de numerosas personas en un infierno, ha puesto sobre la mesa importantes debates políticos. Unos, referidos a las decisiones que no se tomaron, es decir, que no tomó el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón. Otros, de más largo alcance, referidos a temas medioambientales, como la urgencia de tomar medidas importantes contra los efectos devastadores originados por el cambio climático y también sobre los efectos en las vidas, y las muertes, de las personas, de unas políticas públicas ultraliberales que han permitido la construcción desaforada en zonas inundables.
Estos problemas, tanto los primeros, más del corto plazo, como los segundos, de largo alcance, deberían llevar a la ciudadanía, organizada o no, además de a ejercer la solidaridad como lo ha hecho, a exigir responsabilidades por lo inmediato y unas políticas públicas con altura de miras que amortigüen en lo posible los efectos de la tremenda bomba climática que planea sobre nuestras vidas. Y, en esta exigencia, enterarse muy bien de lo que proponen unos partidos u otros y votar en consecuencia. Todavía podemos confiar en que esta respuesta ciudadana, en ambos sentidos, se produzca (ya lo ha hecho en la gran manifestación de Valencia, por ejemplo) y se mantenga en el tiempo, que será lo que pueda garantizar un cierto éxito.
Sin embargo, la ira popular, también se ha manifestado en acciones que en un principio parecían espontáneas y que enseguida empezamos a ver que no lo eran tanto. Y, acompañando una solidaridad encomiable, nuestros móviles se empezaron a llenar con un eslogan, «Sólo el pueblo salva al pueblo», que nos sumió, por lo menos a algunas, en una gran zozobra.
El pensamiento dicotómico, según Edgar Morin, es una de las trampas que nos llevan a unos análisis que no nos sirven para comprender la complejidad del mundo y, mucho menos, para actuar en él a partir de análisis certeros. La dicotomía que encierra el eslogan citado es la que se establece entre «el pueblo», que es la parte que se nombra, pero que, tras el «sólo», esconde la otra parte de la dicotomía. Es decir, en este caso, a nuestros representantes elegidos democráticamente. De esta manera, nos situamos cómodamente en el campo de quienes no tienen ninguna responsabilidad en lo sucedido, al colocarnos solamente en el lado del «pueblo», obviando que hemos sido nosotros, con nuestros votos o nuestra abstención, quienes hemos colocado en el lugar de quienes tenían que tomar las decisiones a personas ineptas, mentirosas y cínicas, cuanto menos. De paso, oh casualidad, confluimos con aquellas personas que piensan que «todos los políticos son iguales», que «todos están ahí para chupar del bote» y que la ciudadanía no les importa. Desde aquí tenemos el camino expedito al desprestigio de la política democrática, en general, y ya sabemos qué pasa cuando estos análisis groseros se imponen: abstención de personas con un sentido crítico y aumento de votos de los que repiten, y alimentan, claro, esta visión de trazo grueso e interesado. Siempre he pensado que tras el nombre del partido de Alvise Pérez, Se Acabó la Fiesta, se estaban ocultando unas palabras que iban detrás, «de la democracia». Es decir, tras este «se acabó la fiesta» en realidad debemos leer que «se acabó la fiesta de la democracia». Y, claro, si se acaba la fiesta de la democracia empiezan las dictaduras y nos quedamos sin fiesta alguna.
Porque las dictaduras, y muchas personas lo sabemos de primera mano, son el territorio de la tristeza, del miedo, de la hipocresía, del horror, de la falta de derechos, todo ello términos incompatibles con la fiesta. Porque debemos tener claro que es la opción autoritaria y dictatorial la que se esconde tras los ataques a «la política»: política democrática no, política dictatorial sí. Y, desgraciadamente, no es sólo Alvise quien lanza estos mensajes contra «los políticos», sino que, desde un lugar políticamente muy lejano a él, nos encontramos también con alimento para el desprestigio de «la política». Pongo aquí un ejemplo: cerca de mi casa, hay un centro juvenil radical en el que se puede leer, en una pancarta que tienen colgada en la terraza: «Contra rentistas y políticos, organicemos la alternativa revolucionaria. Acabemos con el negocio de la vivienda».
Bueno, pues cuando todavía estaba haciendo estas reflexiones sobre el eslogan que nos llegó desde Valencia, y también sobre el que pude leer cerca de mi casa, el pasado 25-N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, fui a la manifestación que se celebró en el paseo de Gracia de Barcelona. Allí, oí por primera vez un nuevo eslogan: «Me cuida la vecina, no la policía». En este caso, la dicotomía estaba más clara y era la establecida entre la vecina, por un lado, y la policía por el otro. Y yo, en aquel momento, pensé: pues yo quiero que me cuide la vecina, desde luego, y mi familia, también, pero también quiero que me cuide la policía. ¿Por qué tendríamos que elegir entre una cosa u otra? Por el pensamiento dicotómico, diría Morin.
Tengo que confesar que, todavía a mis setenta años, hago alguna llamada y voy hablando por teléfono si algún día vuelvo a casa después del cine un poco tarde y las estrechas calles del barrio Gótico están muy solitarias. Y esta situación, la de tener que ir agarrada al móvil para no pasar tanto miedo, no deja de tener delito, ¿no? Ahí estoy recibiendo el cuidado de mi pareja, al otro lado de la línea. Pero es que también quiero que me cuide la policía: que defienda mis derechos a caminar por la vida sin miedo, que me escuche con respeto si tengo que poner una denuncia, que proteja a las mujeres amenazadas por sus parejas, o exparejas, y que tienen que acudir a los refugios y los cuidados, siempre escasos, seguro, que todavía nos proporcionan las instituciones regidas por nuestros representantes, cuando nuestros votos van hacia los partidos que se preocupan de estos temas. Una amiga me dijo que la vecina cuida y la policía protege. Y yo pensé que estaba ante otra dicotomía porque, para mí, la protección entraba de lleno en el territorio amable de los cuidados.
Así vemos como, claramente, mientras que las dicotomías nos obligan a elegir entre una cosa u otra, el pensamiento en bucle, que nos propone Morin, nos puede ayudar a comprender cómo unas realidades pueden complementar y alimentar otras. En este caso, las manifestaciones y los votos de la ciudadanía, exigiendo a «los políticos» unas políticas públicas que nos protejan del cambio climático, que lo intenten frenar, que mejoren nuestras vidas como mujeres con derecho a vivir sin miedo, como jóvenes, y no tan jóvenes, que puedan pagar unos alquileres asequibles, etc.
30 /
11 /
2024