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Ghousoon Bisharat

La historia no tan secreta del apoyo de Netanyahu a Hamás

Cuando el historiador y activista por los derechos humanos israelí Adam Raz se dispuso a escribir El camino al 7 de octubre: Benjamin Netanyahu, la producción del eterno conflicto y la degradación moral de Israel, sabía que se estaba enfrentando a un ángulo muerto en el discurso público israelí. Raz cree que la gran mayoría de los israelíes no ha llegado a entender en todo su alcance la implicación de Netanyahu en el respaldo a Hamás antes de la actual guerra, y en la perpetuación de un estado de conflicto sin fin.

El libro de Raz, publicado en mayo de este año, arroja luz sobre una controvertida política: durante años, los gobiernos de Netanyahu aprobaron e incentivaron sistemáticamente la transferencia de fondos cataríes a Gaza para apoyar a Hamás. Al tiempo que señala que los medios de comunicación israelíes han dedicado más atención a esas políticas como consecuencia del 7 de octubre, Raz explica a +972 que eso “no es más que un atisbo del panorama completo”, que tiene su raíz en la fuerte oposición de Netanyahu a una resolución justa del conflicto. “Es necesario que la gente entienda la estrategia de Netanyahu en toda su dimensión”, dice.

Según Raz, la prioridad de Netanyahu no es mantener la seguridad en Israel, sino impedir que se dé cualquier ocasión real de resolver el conflicto entre Israel y Palestina por medio de la división de la tierra, el final de la ocupación o una solución de dos Estados. Mantener un flujo de dinero hacia Hamás servía a este objetivo porque garantizaba que el movimiento nacional palestino permanecía escindido entre Hamás en Gaza y la Autoridad Palestina (AP), controlada por Fatah en Cisjordania, permitiendo así a Israel mantener su dominio sobre el territorio entero. Raz avisa de que, incluso después de los devastadores sucesos del 7 de octubre, los planes de Netanyahu siguen siendo los mismos.

Este libro no es una lección de Historia sobre el conflicto, subraya Raz, sino más bien la irrecusable exploración de una alianza política que continúa degradando el tejido moral de Israel. “Lo que he hecho no ha sido escribir este libro, sino gritar en sus páginas”, dice.

Hemos hablado con Raz sobre la larga historia de relaciones simbióticas de Netanyahu con Hamás y su recientemente asesinado dirigente Yahya Sinwar; de por qué la guerra actual representa una continuación, y no una ruptura, de la estrategia del primer ministro con respecto a los palestinos en conjunto; y de por qué, incluso después de más de un año de guerra y de la muerte de Sinwar [líder de Hamás], para Netanyahu apenas ha cambiado nada.

Mientras leía su libro, no podía evitar sentir que está usted algo obsesionado con Netanyahu; como si en Israel no hubiera élites políticas y de seguridad, ni intereses de defensa nacional, ni opinión pública, ni medios de comunicación. Escribe usted como si todo fuera Bibilandia. Como palestina que soy, me da la impresión de que es una forma de disculpar a otros responsables y a la sociedad israelí en general para culpar exclusivamente a Netanyahu.

Este es un libro sobre Netanyahu. Lo que pretendía no era escribir la historia de la ocupación bajo las órdenes de Netanyahu, ni la historia de Hamás, ni la colisión entre los dos movimientos nacionales. Es la historia de la relación entre Netanyahu y Sinwar. Intento entender la motivación de los dos actores más importantes de esta estrategia, que han tenido a sus sociedades sujetas por el cuello.

Israel es Bibilandia. Lo que esté en juego en Israel, ya sean los palestinos, el acuerdo nuclear con Irán o cualquier otro asunto de política exterior, todo está en manos de Netanyahu. En mi libro explico cómo ha llegado a ocurrir esto, y cómo Bibi ha cambiado la política israelí. Es verdad que los responsables de Defensa eran contrarios a las políticas de Netanyahu hacia Hamás, pero en todas las encrucijadas decisivas en las que se enfrentó con ellos, Netanyahu ganó.

Uno de los argumentos centrales de su libro es que la oposición de Netanyahu a un Estado palestino es el pilar principal de su política hacia los palestinos. ¿Cómo determinó esa política su relación con Hamás, si nos remontamos a los años noventa?

Netanyahu es el enemigo número uno de una solución de dos Estados. A grandes rasgos, Fatah y la OLP están a favor de esa solución, mientras que Hamás está en contra, lo que significa que en este punto tan crucial los intereses de Netanyahu y los de Hamás coinciden. Así que desde 1996 [cuando fue elegido primer ministro por primera vez], y especialmente desde su segunda legislatura, a partir de 2009, Netanyahu ha estado trabajando duro para fortalecer a Hamás.

Desde la firma inicial de los Acuerdos de Oslo en 1993 hasta el magnicidio del primer ministro Isaac Rabin en 1995 [a manos de un israelí que se oponía al proceso de paz], la OLP e Israel trabajaron juntos contra la influencia del fundamentalismo, tanto judío como islámico. Había una especie de acuerdo informal sobre no construir nuevos asentamientos en Cisjordania y delimitar hasta dónde podían expandirse los que ya existían. Eso marcó un giro respecto al Gobierno de [Isaac] Shamir [inmediatamente anterior al de Rabin], que había supervisado la edificación de aproximadamente 7.000 unidades de alojamiento [en asentamientos] al año.

Una de las primeras cosas que hizo Netanyahu como primer ministro [en 1996] fue aprobar la construcción de la colonia de Har Homa en Jerusalén Oriental. Durante su primera legislatura se levantaron 24 nuevos asentamientos en los territorios ocupados. Ni que decir tiene que con Rabin los israelíes continuaron expandiendo los asentamientos, pero eso era algo que los negociadores palestinos pensaron que podían soportar.

La segunda cosa importante que hizo Netanyahu [también en 1996] fue abrir los túneles del Muro de las Lamentaciones, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, desencadenando los primeros choques violentos entre los palestinos y el ejército israelí desde el comienzo del proceso de Oslo. Había habido discusiones sobre eso durante el gobierno de Rabin, que planeaba abrir los túneles en coordinación con la Waqf musulmana [una fundación religiosa encargada de la administración de lugares sagrados] y con los jordanos a cambio de que la Waqf recibiera el control de los Establos de Salomón [una zona del complejo de Al-Aqsa/la Explanada de las Mezquitas]. Sin embargo, Netanyahu eligió desoír esas recomendaciones y hacer cambios de forma unilateral en uno de los lugares más sensibles y más sagrados para las tres religiones abrahámicas.

Estaba claro que aquello llevaría a una crisis; y eso fue exactamente lo que ocurrió. Netanyahu decidió abrir los túneles por iniciativa propia, sin informar al gobierno ni a las instituciones de seguridad. La cúpula del personal militar y de defensa se enteró por la radio. Las protestas que siguieron a la apertura de los túneles, a lo largo de Jerusalén Oriental, Cisjordania y la franja de Gaza, resultaron en la matanza de 59 palestinos y 16 israelíes.

La tercera cosa importante que hizo Netanyahu, y que también iba en contra de los consejos de las instituciones de seguridad, fue retirar la solicitud de Israel de extradición del jefe del departamento político de Hamás, Musa Abu Marzuk [líder del ala radical del movimiento en la época en que propugnaba la continuidad de la resistencia armada, y la figura más importante de Hamás fuera de Gaza]. Esa solicitud había sido aprobada por Rabin después de que Abu Marzuk fuera arrestado mientras estaba en Estados Unidos, en 1995. La decisión de Netanyahu de retirarla [y, en consecuencia, de evitar que se llevara a Abu Marzuk a juicio en Israel] llegó en un momento en que muchos dirigentes de Hamás, incluido el fundador del movimiento, el jeque Áhmed Yasín, estaban en cárceles israelíes, y había un debate interno en marcha sobre la mejor forma de continuar con la lucha.

Esos tres sucesos fortalecieron a Hamás y a la gente que quería ver en aquello un conflicto religioso.

En su libro menciona varias ocasiones en las que Netanyahu sí expresó públicamente su apoyo hacia algún tipo de Estado palestino, entre las que se incluyen la firma del memorando de Wye River, en octubre de 1998, el famoso “discurso de Bar Ilán”, en junio de 2009, el discurso que dio en el Congreso en mayo de 2011, y su apoyo al “contrato del siglo” de Trump, en 2019 y 2020. ¿Qué sentido cree que tienen?

Cada vez que ha hablado públicamente de ello, había una razón para que lo hiciera. Tomemos por ejemplo su discurso de Bar Ilán, que fue el caso más conocido en el que Netanyahu “aceptó” la solución de los dos Estados. Había en ello una vertiente de política exterior: era poco después de que Barack Obama asumiera la presidencia, y justo después del famoso discurso de Obama en El Cairo. Y había una vertiente doméstica: por aquel entonces, Netanyahu estaba intentando construir una coalición con el centroderecha. Pero en mi libro se puede ver que el diplomático estadounidense Martin Indyk se dio cuenta de que aquello era un engaño.

Hay distintas razones y motivaciones por las que cada una de las veces habló a favor de dividir la tierra. Pero, como historiador político, mi metodología es no mirar solo lo que los políticos dicen, sino lo que hacen.

¿De qué forma continuó Netanyahu fortaleciendo a Hamás cuando retomó la presidencia en 2009?

Desde su vuelta al poder, Netanyahu se ha resistido a cualquier tentativa, ya fuera militar o diplomática, que pudiera terminar con el régimen de Hamás en Gaza. Hasta 2009, el ejército israelí –junto con la AP– estaba intentando acabar con el poder del movimiento en los territorios ocupados. Entonces Netanyahu dio orden de interrumpir la colaboración entre las fuerzas armadas israelíes y las fuerzas de seguridad de la AP en su lucha contra Hamás. Todas las demás formas de coordinación para la seguridad continuaron, pero ese aspecto concreto se paró. De ahí en adelante, Netanyahu ha desarrollado una política de no negociación con los palestinos, bajo el pretexto de que el liderazgo entre ellos está dividido, mientras al mismo tiempo trata de desautorizar toda iniciativa de conversaciones para la reconciliación entre Hamás y la AP.

Pasemos de ahí a 2018, cuando el presidente de la AP, Mahmud Abás, interrumpió completamente la transferencia de dinero a Gaza, dejando a Hamás al borde del colapso. En lugar de aceptar que la AP volviera a Gaza [de donde había sido expulsada a patadas por Hamás en 2006, tras las elecciones], Netanyahu optó por salvar a Hamás, permitiendo que entraran maletines llenos de dinero procedentes de Catar. Él fue de hecho el cerebro y el arquitecto de esos envíos de dinero al estilo mafioso.

¿El traspaso de dinero catarí a Gaza no empezó hasta 2018?

En realidad, Catar empezó a transferir dinero a Hamás en 2012, aunque aquello era por conductos bancarios, y eran cantidades muy pequeñas. La cosa cambió de forma fundamental en 2018, cuando Netanyahu convenció a su Consejo de Ministros de que aprobara transferencias mayores y cambió el mecanismo de transferencia a dinero en metálico. Después de eso, un coche que transportaba maletines llenos con casi 30 millones de dólares en efectivo pasaría por el cruce de Rafah todos los meses desde el verano de 2018 hasta octubre de 2023.

Por lo que alcanzamos a saber, la mayor parte de las instituciones de seguridad estaban en contra de ese planteamiento, pero para Netanyahu era muy importante, y lo consiguió. Puede que las actas de esas reuniones del Consejo de Ministros no salgan nunca a la luz pública, pero está claro que aquella era una jugada diseñada para debilitar a la AP.

En su libro menciona un mensaje que Sinwar envió a Netanyahu poco después de que empezara la transferencia de cantidades mayores. ¿Puede explicar de qué se trataba?

Israel y Hamás no se comunicaban entre ellos de forma oficial, pero mantenían conversaciones secretas sobre lo que Israel llama “la hasdara”, o sea el arreglo por el cual Israel permitía que el dinero catarí fluyera hacia Gaza. En 2018, después de que empezaran a llegar los maletines, el representante israelí en aquellas conversaciones y por entonces consejero de Seguridad Nacional, Meir Ben-Shabbat, recibió de Sinwar una nota en hebreo dirigida a Netanyahu con el título de “Riesgo calculado”.

Recuerdo haberme asombrado leyendo sobre aquello cuando los medios de comunicación israelíes publicaron la nota [en 2022]. ¿Por qué iba el jefe de Hamás a escribir al primer ministro israelí, y por qué eligió esas palabras en concreto? ¿Cuál era el “riesgo”?

Fue muy inteligente escribir aquello, porque tanto Sinwar como Netanyahu estaban corriendo un riesgo calculado con aquel acuerdo [de continuar debilitando a la AP y eliminando la posibilidad de una solución negociada]. Netanyahu sabía que Hamás no iba a usar el dinero para beneficiar a los niños gazatíes ni para modernizar la Franja, sino más bien para construir túneles y adquirir armas, convirtiendo Gaza en un estado espartano en guerra con Israel. Y aun así lo hizo, para eliminar la posibilidad de una solución de dos Estados.

Las instituciones de seguridad israelíes advirtieron repetidamente a Netanyahu de que Hamás se estaba preparando para el siguiente combate. A lo largo del año 2023 recibió cierto número de avisos específicos de que Hamás estaba planeando lanzar un ataque contra Israel para matar y secuestrar a gente. Pero nadie, ni siquiera Netanyahu, pensó que aquello fuera a ser tan grande como fue.

En agosto de 2023, cuando los israelíes se manifestaban contra las reformas judiciales [impulsadas por Netanyahu para librarse de las acusaciones de corrupción], los palestinos en Gaza se estaban manifestando en contra de Hamás. Sinwar tenía miedo de perder poder en Gaza, así que Hamás aplastó aquellas protestas con palos y con armas. Las encuestas de opinión pública en septiembre y octubre de 2023 en Gaza mostraban que más del 50% de la población estaba a favor de la solución de dos Estados. Eso significa que Hamás había fallado: a pesar de que la mitad de la población de Gaza pasaba la mayor parte de su vida sometida a su doctrina fundamentalista, la mayoría seguía siendo partidaria de dividir la tierra.

Con el ataque [del 7 de octubre], Sinwar ayudó a Netanyahu, al eliminar cualquier oposición a su dominio dentro de Israel y la posibilidad de conversaciones de paz en un futuro cercano. Sinwar sabía que Hamás no iba a conquistar Israel el 7 de octubre. No pensaba que estuviera empezando una guerra para acabar con el proyecto sionista. Era una exhibición de fuerza. Y él sabía cuál iba a ser la respuesta.

La mayor parte de los palestinos, lo apoyen o no, ven a Hamás como un movimiento de resistencia y una parte integral de la vida política palestina. En su libro, usted llama a Hamás “el enemigo del movimiento nacional palestino”. ¿No es un poco una postura de superioridad?

Yo creo que Hamás es parte, y puede que incluso una parte grande, del movimiento nacional palestino. Pero creo que es enemigo del sector del movimiento nacional palestino que quiere acabar con el conflicto y la ocupación.

Incluso dentro de Hamás se encuentran enfoques y puntos de vista diferentes. No es una organización monolítica. En los últimos años ha habido un debate sobre la forma en que la organización debería continuar su lucha y con quién alinearse: Egipto, Irán, Turquía, o Catar. Sinwar, que era un político racional, no es lo mismo que Hamás, igual que Netanyahu no es lo mismo que el Likud.

Pero Sinwar estuvo dispuesto a poner en peligro la vida de más de dos millones de gazatíes. Trafica con la muerte. Se ha citado muchas veces a altos mandos de Hamás explicando que de los gazatíes se espera que derramen su sangre por la causa palestina.

Cuando Sinwar dijo [en 2022] que el buen palestino es el que agarra un cuchillo y apuñala a un judío, no creía que ese fuera el camino para acabar con el proyecto sionista. Sabía que semejantes actos iban a enquistar y perpetuar aún más el conflicto. Es evidente que Sinwar era enemigo de cualquiera que valore la justicia y la paz.

En la segunda parte del libro, titulada El Estado paria: Los primeros días del combate en Gaza, dice que la ofensiva actual de Israel es la continuación de las políticas de Netanyahu. ¿Puede explicarlo un poco más?

Yo creo que para entender la guerra es necesario entender sus primeros veinte días. Aquello fue la dresdenización de Gaza: una campaña de bombardeos aéreos previa al inicio de las operaciones en tierra.

La noche del 7 de octubre, Netanyahu dio su primer discurso a la nación, en el que dijo –usando un término bíblico– que Israel iba a convertir Gaza “en escombros”. Supuestamente el primer ministro le dijo por aquella época a Biden, que expresó sus reservas, que Israel iba a hacer lo mismo que habían hecho los estadounidenses en Japón y en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, refiriéndose a una campaña estratégica consistente en bombardear ciudades enteras.

Esa dresdenización era algo que no servía a ninguna lógica política ni estratégica: no dedicaba ni un pensamiento al futuro de las relaciones entre las naciones. Durante aquellos primeros veinte días, los combatientes de Hamás y los dirigentes del movimiento estuvieron en túneles bajo tierra; las fuerzas aéreas israelíes bombardearon a miles de civiles inocentes. Aquello no ayudó a Israel a hacerse con el control de Gaza, y volvió más difícil la liberación de los rehenes. Fue útil para la lógica de la venganza, que es la lógica de Sinwar y Netanyahu.

La dresdenización de Gaza ayudó a Netanyahu. Gracias a ella recibió la aprobación de una amplia mayoría de la sociedad israelí, y esto es una vergüenza para la sociedad israelí judía. Aquello era una masacre, un genocidio, un crimen contra la humanidad… no creo que la palabra sea importante. Y ese crimen ayudó a Netanyahu a liquidar a la oposición interna. En el plano doméstico, la política de Netanyahu convirtió a la población israelí en cómplice del crimen.

¿Y cuál es la política de Netanyahu hacia Hamás ahora, después de más de un año de ataques y del asesinato de Sinwar?

Creo que la política de Netanyahu sigue siendo hoy la misma que antes de la guerra. Está tratando de fortalecer a Hamás, o, más exactamente, los intereses que Hamás representa; es decir, debilitando el apoyo a una solución de dos Estados, y manteniéndonos a todos en un estado de guerra que no acaba nunca. Para él Sinwar y Hamás no eran la cuestión principal; su interés fundamental es una guerra interminable, y Hamás era un instrumento para continuar con el conflicto mientras Israel mantenía el control.

Entre las izquierdas israelíes, especialmente en la izquierda sionista, mucha gente está ahora diciendo que, después del 7 de octubre, “el concepto” [que era como llamaban a la política israelí de mantener a Hamás en el poder limitando al mismo tiempo sus capacidades militares] ha demostrado ser un fiasco. Yo intento explicar que “el concepto” funcionaba. No creo que nada esencial haya cambiado desde el 7 de octubre; las listas de víctimas se han vuelto mucho más largas, especialmente por el lado palestino, pero no creo que haya habido ningún cambio esencial.

Hamás es una ideología profundamente incrustada en el paisaje político y social de la región. Sus políticas se guían por la realidad sobre el terreno. La retórica de “destruir a Hamás” y las reivindicaciones de Netanyahu de conseguir una “victoria total” no son más que propaganda para el público. La pregunta clave no es cuántas armas hay en Gaza –que siempre serán más–, sino más bien cuáles son las condiciones políticas y económicas que allí se imponen. No cuántos kaláshnikovs tienen, sino si la gente está dispuesta a usarlos.

[Después del pasado año], estamos hablando de que puede que hagan falta veinte o veinticinco años para reconstruir Gaza, lo que significa que dos generaciones de niños gazatíes van a crecer en tiendas de campaña y campos de refugiados. No tendrán ocasión de aprender poesía ni informática; en lugar de eso, lucharán por la supervivencia más básica: comida, un cuarto caliente, una cama blanda. Miles de niños no sentirán nunca el abrazo de sus padres. Rompe el corazón. Esas son las condiciones que avivan la resistencia y perpetúan la segregación. Las oficinas de reclutamiento de Hamás van a estar más llenas que nunca.

Yo creo que una de las cosas que tanto Sinwar como Netanyahu querían se ha conseguido: el apoyo a la solución de dos Estados está en las tasas más bajas de la historia de este conflicto, en los dos bandos. La pregunta ahora es qué pasará con Ramala: ¿qué planes tienen la Autoridad Palestina y la OLP?

¿Cómo describiría el impacto de la guerra en la sociedad israelí?

En la segunda parte del libro he intentado tratar la cuestión de la moralidad, y de lo que ha pasado con los valores de los israelíes judíos. Pretendía entender la conexión entre la estrategia de la venganza y la estrategia del autoengaño.

Desde el 7 de octubre, Israel ha estado cometiendo en Gaza múltiples crímenes de guerra, que sus soldados están fotografiando y filmando y publicando en todas las redes sociales. Vi una foto de dos soldados que habían bombardeado los Archivos Centrales de la Ciudad de Gaza solo para divertirse, y eso me dejó marcado, porque yo me paso la mayor parte del tiempo en archivos. Se puede ver que hay una política de hambruna, que hay una política de bombardeo indiscriminado, que hay una política de tortura.

La gente lo sabe, pero no lo sabe: esa es la estrategia del autoengaño. La mayor parte de los israelíes no lee Haaretz ni Local Call (la web asociada con +972 en lengua hebrea), pero puede que se metan en las redes sociales o que visiten algún canal internacional. A mí me asombraba cómo, durante la campaña de bombardeos que hubo al principio de la guerra, la gente sencillamente miraba para otro lado. Pero el autoengaño es muy importante para nosotros, el “pueblo elegido”, porque otorga legitimidad a lo que estamos haciendo en Gaza y lo que no estamos haciendo por los rehenes.

Creo que los casi 60 años de ocupación han cambiado el espíritu del común de los israelíes. Yeshayahu Leibowitz, intelectual judío ortodoxo y catedrático de la Universidad Hebrea, dijo, allá por 1968, que la ocupación es una fuerza corruptora. Y verdaderamente la ocupación nos ha corrompido.

En 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, los campos [de concentración] se abrieron y el mundo fue expuesto a la forma de exterminio más brutal de la Historia. Pienso que algo parecido ocurrirá cuando las puertas de Gaza se abran. Cuando eso ocurra, la población israelí tendrá que decidir qué camino va a tomar: responsabilidad o autoengaño. Yo creo que elegirán el autoengaño. Y por eso es por lo que pienso que Netanyahu ha ganado la guerra.

[Fuente: Ctxt. Trad. de Lola Díez. Artículo original publicado en +972 Magazine]

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