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Josep Torrell Jordana

Crecimiento y colapsos

Joaquim Sempere, La tierra exhausta. Conversaciones sobre crecimiento y colapsos
Pasado y Presente, Barcelona, 2023

 

A Miguel Muñiz Gutiérrez (+2021), in memoriam

Ha sido publicada La tierra exhausta. Conversaciones sobre crecimiento y colapsos. Es un acierto. Además «conversaciones» es siempre más ligero que «discurso».

Su autor es Joaquim Sempere Carreras (Barcelona, 1941). En 1962, fue condenado a cárcel por pintar consignas antifranquistas en el interior de la Universidad de Barcelona. Había ingresado un año antes en el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), donde conoció a Manuel Sacristán. Se convirtió en un uno de sus discípulos más allegados, y fue muy influido por él en sus ideas y planteamientos. Entre 1968 y 1972 estuvo en París estudiando sociología. Se unió en 1972 con la conocida escritora Montserrat Roig. Fue miembro del comité central y del comité ejecutivo del PSUC, y del comité central del PCE. Fue redactor jefe del periódico Treball, órgano central del PSUC (1972-1975) en la clandestinidad. Fue director de Nous Horitzons, la revista teórica del partido (1976-1980). En enero de 1981 dejó el PSUC. Fue traductor de numerosos libros, y de la ONU y otros organismos internacionales. Fue profesor de filosofía de enseñanza media de 1986 a 1991 y, tras su lectura de tesis, fue profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona (1992-2011), donde impartió Sociología Medioambiental y Teoría Sociológica entre otras materias. Pertenece al consejo editorial de mientras tanto. Ha escrito los libros L’explosió de les necessitats (1992), Mejor con menos (2009) y Las cenizas de Prometeo (2018) y ha colaborado en numerosos libros colectivos. Desde 2012 es cofundador y vicepresidente del Col·lectiu per un Nou Model Energètic i Social Sostenible (CMES). A sus 83 años, sigue intentando concienciar a las personas que viven su tiempo con el colapso ecológico que conlleva el capitalista voraz. Creo que ésta es la menor de las razones para leer su libro.

En 1979, a raíz del efecto que tuvo el accidente de la central nuclear de Harrisburg (EE. UU.), que sufrió una fusión parcial del núcleo del reactor, muchos nos afiliamos al Comité Antinuclear de Cataluña (CANC), y empezamos a hacer todo tipo de actos y manifestaciones contra las centrales de Ascó y Vandellós I y II.

Era un tipo de discurso que consistía en demostrar el peligro de las centrales nucleares, la creación de uranio radiactivo con cientos de años de contaminación en pozos marinos donde almacenarlos. Se explicaba también la «crisis de civilización» (como dijo Manuel Sacristán, que fue miembro del CANC), y que, para poder vivir, había que poner freno el capitalismo, cuyo crecimiento exponencial abocaba al fin del mundo.

Han pasado 45 años, y la crisis de civilización y los discursos razonados de los militantes ecologistas no han cambiado el rumbo de las cosas. Las centrales nucleares siguen funcionando y el transporte del uranio radioactivo sigue atravesando medio mundo, en grandes vagones herméticos, llevándolo a los puertos de destino donde esperan barcos para llevarlos hacia su destino final. La contaminación durará milenios.

El cambio climático y el efecto invernadero están provocando serias alteraciones en todo el mundo. En el Ártico el deshielo alcanza cifras alarmantes (la superficie de Manhattan, como muestra Informe general II, 2015, de Pere Portabella). La temperatura alcanzó los 50 ºC en India este año, matando a miles de personas.

Cada vez son más los síntomas. Hay evidencias crecientes de colapsos, energéticas y climáticas. En los mares de todo el mundo, abundan más los plásticos que los peces.

El movimiento creó las inversiones del 0,7% del PNB para al tercer mundo, si bien la mayoría de las naciones no asumen el acuerdo de la ONU. Por ejemplo, se calcula sólo el 0,17% en el caso de España.

Además, hay accidentes no previstos: en unos casos están el cálculo de los califas contemporáneos. O derivan en las arcas de empresas multinacionales. Sólo una nimia cantidad de estos en las organizaciones públicas. Además, en el conjunto de África, mandan grupos paramilitares, mercenarios extranjeros, yihadistas, los señores de la guerra, etcétera, que dificultan la colaboración de las ONG.

Casi nadie es capaz de imaginar lo que se avecina. El sistema tiene una captación enorme para adaptarse a los varios cambios energéticos. La crisis ecológica implica que cada vez habrá menos energía, menos materiales del subsuelo, menos tierra fértil, menos recursos bióticos (como son los peces, la madera y la biodiversidad) y así sucesivamente. Esta es la tierra exhausta de la que habla Sempere.

Vivimos en una sociedad contradictoria. Los sueños de la gente parecen no aceptar las propuestas ecologistas: hemos de vivir con menos, que es más. No se puede admitir el tráfico aéreo (pues incrementa el cambio climático y energético). Hay que huir de los grandes cruceros en los que se da una hipertrofia de la gente pobre (al ver que su billete no cubre todos los servicios que vienen en su informe). Y, por supuesto, hay que erradicar el automóvil particular (el quinto de los jinetes del apocalipsis, según dijera Manuel Sacristán).

Joaquim Sempere aporta su definición de qué hacer: inventar un principio de precaución y reducir las dimensionas de sistema. Esto conlleva que todos los habitantes del planeta no puedan tener los mismos servicios que hasta ahora. No se pueden tolerar las desigualdades extremas por razones de simple justicia.

Para esto hay que insistir en que la transición energética obligará a la gente a cambiar muchos de sus hábitos. Oponerse al genocidio neoliberal masivo debe ser una primera acción de los ecologistas. Hay que prohibir las armas (con causas fatales en la energía), en particular las armas atómicas y las altamente peligrosas.

Reducir el uso de la energía supone desechar los enormes gastos energéticos y el uranio radiactivo. Hay que crear la transición energética reduciendo la dimensión de los consumos minerales.

Pero los trabajadores no aceptan la frugalidad: dicen «que la acepten los ricos, antes que ellos». El concepto de clase obrera no es el de hace dos siglos. La clase obrera es más bien una clase media, con los presupuestos de esta clase (creados por anuncios de televisión). Hay que cuestionar la nefasta actitud del sindicalismo en un viaje hacia el desastre.

Los psicólogos hablan de disonancia cognitiva: tendemos a minimizar disminuyendo nuestra visión del mundo. Esto es literalmente horroroso. Habría de incluir cursos obreros sobre estos temas. Y también emplazar a los pedagogos a plantear el futuro en forma psicológica pero segura. Los circuitos de Formación Profesional habrían de incluir materias de estudio que son fundamentes para un nuevo orden más ecológico.

Todo ello deriva en una revolución social, una revolución radicalmente igualitaria, conscientes de la finitud de los recursos del planeta. La revolución será sobre todo frenar los procesos emergentes de amenazas de energía (el petróleo, el gas, las nucleares, el cambio climático, o la potencia de las grandes multinacionales).

En vez de la lucha sindical por los salarios, habrá que colocar la redistribución de los mismos. Hay que conseguir una nueva cultura que implique también una línea sindical ecológica. Construir algo más ligado a la naturaleza, más frugal en las demandas de bienes y en la ambición desmesurada (lo que significa el término hybris).

Aunque lo más esencial es que la crisis ecológica y energética no es algo que deba ensayarse en el mañana: hay que hacerlo hoy. Cada día que pasa estamos más cerca del abismo.

[Fuente: Espai Marx]

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2024

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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