¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
La izquierda transformadora ante una coyuntura crítica: el diseño organizativo
I. Una problemática general
La izquierda política está en declive en casi todo el mundo desarrollado. Es un declive de onda larga. Achacarlo simplemente a la eclosión de las políticas neoliberales siempre me ha parecido un argumento simplista. Una de las funciones de la izquierda transformadora es, precisamente, la de organizar a la gente frente a los desmanes de las políticas de derechas. Si su declive se ha producido a la par del auge neoliberal debemos interrogarnos por las causas profundas del proceso. Por las transformaciones sociales que hacen inocuas las propuestas de la izquierda (o, simplemente, impiden que sean compartidas más allá de algunos sectores resistentes) o, también, porque las propias fórmulas organizativas no se adecuan a las necesidades del momento.
Es obvio que las generalizaciones pueden ser abusivas. Y que la situación de la izquierda y de las propuestas emancipatorias no es la misma en todos los países. Cada cual tiene una historia. Y un marco institucional que facilita o dificulta la acción. Por ejemplo, los países con sistemas electorales mayoritarios puros, cómo es el caso británico, hacen casi imposible la persistencia de organizaciones de izquierda alternativa. Y las decisiones que se adoptan en un momento concreto, como la decisión del Partido Comunista Italiano de transformarse en el PDS, pueden generar unas dinámicas de las que es difícil salir. Por ello, aunque minoritaria, esta izquierda alternativa persiste en algunos países y ha casi desaparecido en otros. Cuando no existe una organización política relevante, el único marco que le queda al activismo es el de los movimientos sociales y las ONG que tratan de influir «desde fuera» en la política institucional. Pero es obvio que hay más posibilidades de influencia cuando se cuenta con las «dos patas» de espacios de intervención: la político-institucional y la de los movimientos y la sociedad organizada.
Los determinantes estructurales que condicionan las políticas transformadoras son muy poderosos y operan en muchos campos. Se trata tanto de mutaciones del orden social, producto de cambios económicos y sociales de larga duración, como de la existencia de verdaderos «colegios invisibles», que operan en diferentes espacios y que condicionan el juego democrático. Estas organizaciones en la sombra operan, por ejemplo, en campos tan sensibles como la seguridad, la justicia, las instituciones reguladoras de la economía y en partes sensibles de la investigación científica, por citar los más destacados. La única posibilidad de neutralizar, transformar la realidad, pasa por la acción colectiva, por impulsar procesos sociales que superen y/o modifiquen en el marco actual y, por ello, el problema de la organización constituye uno de los elementos centrales del debate social. De hecho, cuando se analiza la propia historia de las sociedades capitalistas en general, y de la gran empresa capitalista (y del sector público) en particular, se advierte con facilidad que las cuestiones organizativas han formado parte del núcleo de temas que han caracterizado las dinámicas de innovación y cambio. Por eso, en esta nota me centraré en el asunto de la organización política.
II. El partido híbrido
Cualquier partido político trata de intervenir tanto en la esfera institucional como en la sociedad. Ganar poder representativo significa poder influir en las políticas y, también, obtener recursos con los que mantener la organización (y atraer a personas deseosas de ocupar cargos u otro tipo de influencia). Pero para lograr poder institucional se requiere generar dinámicas que le concedan hegemonía social. Los partidos de orden lo tienen más sencillo, pues sus propuestas de acción entroncan mejor con la «normalidad» social, no cuestionan las instituciones ni las lógicas de funcionamiento. Casi siempre obtienen recursos generosos de la gente potentada a cambio de prebendas futuras o, simplemente, para asegurarse que no se producirán cambios disruptivos. Cuentan además con una amplia red de instituciones sociales de apoyo, que ayudan a generar una parte de su hegemonía social: fundaciones y think tanks, centros sociales, clubs deportivos e instituciones recreativas y culturales, etc. Es posible que la oleada de individualismo relacional propiciado por las redes sociales (intensivas en ocupar tiempo a sus usuarios, pero, al mismo tiempo, favorecedoras de nexos sociales bastante laxos) acabe por alterar esta realidad, pero hasta el momento este es la impresionante estructura sobre la que se apoya la derecha convencional. Ni siquiera la socialdemocracia neoliberal ha conseguido una influencia parecida. Basta con ver su presencia en los medios de comunicación o analizar su baja influencia en el sotobosque de las pequeñas organizaciones sociales (esto puede explicar, en parte, el frecuente recurso de políticas clientelares por parte de partidos como el PSOE, para compensar su baja penetración social). En gran medida, los partidos convencionales se construyen como meros mecanismos de acceso al poder y como clubs de fans que aportan apoyo en las contiendas electorales.
El modelo tradicional de partido alternativo, como por ejemplo los viejos partidos comunistas (no sólo los oficiales, también la pléyade de organizaciones que proliferaron en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo), se configuraba con el doble objetivo de organizar su participación institucional y de impulsar movimientos de masas. Durante muchos años predominó, además, una visión revolucionaria del partido, en el que gran parte de la acción de masas se orientaba a promover movimientos «insurreccionales» que cambiaran de golpe el marco institucional. Aunque persiste la idea de la necesidad de derrocar el régimen capitalista, este planteamiento inicial se ha ido debilitando. La consideración de la complejidad de las sociedades capitalistas reales, de la fortaleza de la hegemonía capitalista, de las dificultades de generar movimientos de masas radicales, propició esta transformación. Posiblemente, la crisis de las sociedades que adoptaron el modelo soviético, y el rechazo al autoritarismo presente en muchas de ellas, ha reforzado la tendencia de muchas corrientes de izquierdas en favor de vías de acción fundamentalmente pacíficas.
Este contexto provoca un mayor reforzamiento de la acción institucional de los partidos alternativos, adquiere más importancia la intervención electoral y la gestión en los espacios a los que pueden acceder. Esto, que en buena medida es una adaptación realista a lo que puede hacerse en un contexto de estabilidad capitalista, supone también numerosos problemas. En primer lugar, la esfera institucional está en gran parte diseñada para excluir posiciones políticas que rompan o pretendan romper el marco establecido. No sólo en lo referente a los procesos de elección, sino también a los recursos económicos y la influencia mediática. En segundo lugar, la acción institucional, parlamentaria, o de gestión, absorbe buena parte de las energías de la gente más preparada y les quita capacidad de acción y reflexión en otros campos. En tercer lugar, la acción institucional tiende a alejar a los dirigentes de las bases y, a menudo, estas quedan sin una tarea concreta de acción excepto en los períodos electorales en los que se convierten en la tropa de movilización.
Es una deriva comprensible, dado el marco de juego y las capacidades reales, pero tiende a debilitar la propia estrategia a largo plazo. Superar el capitalismo, o, incluso, embridar sus tendencias más letales, requiere una enorme movilización social. No sólo en el plano tradicional de la acción política (manifestaciones, huelgas, referéndums y uso de canales participativos, movilización electoral), sino en otros muchos espacios: desde la experimentación en formas alternativas de gestión económica hasta la batalla intelectual en el mundo académico, desde la creación de espacios convivenciales democráticos hasta la lucha cultural frente la difusión de ideologías reaccionarias. Transformar la sociedad, hacer frente a los dos grandes retos que tiene planteados la humanidad —la crisis ecológica y las desigualdades extremas de clase, género, nacionalidad, etnia cultural—, y adaptarlos al contexto nacional y local en el que sigue planteándose la acción política, requiere acciones en muchos terrenos, requiere motivar a muchas personas, requiere generar muchas dinámicas de cambio. Ninguna organización política, por sí sola, puede pretender protagonizar estas dinámicas. Pero una buena organización política debería generar un número amplio de activistas que sirvieran como catalizadores de procesos y ayudaran a sus participantes a mejorar la comprensión de los procesos en marcha. Sin estos procesos, la capacidad de incidencia política de una organización alternativa estará siempre constreñida a un marco social muy estrecho.
III. Repensar las organizaciones
Que las organizaciones de izquierdas alternativas estén siempre al borde de la desaparición es producto del marco institucional y la sociedad en la que tienen que desenvolverse. Esto solo debería bastar para reconocer el mérito que tiene la persistencia en España de una izquierda organizada, que ha persistido en el tiempo y que ahora enfrenta un nuevo período crítico. Precisamente en un período donde se acumulan los problemas —crisis ecológica, desigualdades, crisis habitacional, racismo, tendencias autoritarias— y donde es más necesario que nunca contar con fuerzas que en todos los planos ayuden a revertir tendencias y ofrezcan un marco alternativo de referencia a las instituciones sociales.
El ciclo que ahora parece acabado supuso un avance de esta izquierda que no ha conseguido consolidarse. Se produjo en dos fases. La primera, de movilizaciones sociales en respuesta a las políticas de ajuste adoptadas tras la crisis financiera de 2008: el 15-M, la huelga general de 2012, la PAH… La segunda se trasladó a la lucha electoral con la irrupción de Podemos en el plano general y las confluencias en el local. Los éxitos impidieron detectar las carencias organizativas y estratégicas. Predominó un planteamiento de «asalto al poder» que ha tenido éxitos notables — algunas políticas municipales, la reforma laboral— pero que ha generado un notable desgaste (reforzado por una brutal ofensiva de los poderes fácticos) que entre otras cosas ha reactivado las tendencias fratricidas. Frenar este declive exige generosidad e ideas. Generosidad en reconocer el papel emancipador de las diferentes tradiciones, la conexión intrínseca entre las cuestiones sociales y las ecológicas, el igualitarismo subyacente en todas ellas, su búsqueda de alternativas al capitalismo. Y capacidad de configurar un modelo organizativo capaz de intervenir en las dos esferas —institucional y social— capaz de persistir más allá de los resultados electorales.
Configurar una organización que explícitamente aborda la participación institucional y la promoción de una sociedad civil alternativa tiene dos ventajas esenciales: por una parte, permite generar un sentimiento de pertenencia, de formar parte de un mismo proyecto a personas con perfiles diferentes, o cuya participación política se produce, según coyunturas, en espacios diferentes. Hacer política no se reduce a ocupar un cargo, sino a participar activamente en un proyecto colectivo. Y, por otra, aminora la importancia de los avatares electorales en la continuidad del proyecto, lo que no exime de preparar adecuadamente cada convocatoria electoral. Plantea también algunos problemas: una organización con un solo objetivo tiende a propiciar modelos organizativos más simples. Las posibles tensiones entre las dos partes del proyecto nunca pueden darse por evitadas. Aquí es donde mayor esfuerzo de innovación organizativa hace falta. Quizá podría ser interesante pensar en un modelo de doble organización, una institucional y otra para el proyecto a largo plazo: acción social y elaboración teórica, articulando tanto vías de comunicación entre ambas esferas como una regulación de los posibles conflictos de intereses y de reglas claras de adopción de las grandes decisiones colectivas. Y promoviendo la formación y el asesoramiento en las dos esferas de intervención.
Ninguna organización está exenta de tensiones, ni externas ni internas. La acción política es, en sí misma, conflictiva. La incertidumbre que inevitablemente acompaña toda acción transformadora añade mayor tensión en un contexto casi siempre dominado por la modestia de medios y un entorno hostil. Pero la única posibilidad de poder ampliar audiencia social, de conseguir transformaciones significativas, exige replantear periódicamente las formas de organización para hacer posible que la participación organizada sea útil, represente una experiencia valiosa, enriquecedora. Y ayude a la emergencia de formas de organización social más justas y racionales. Estamos en otro momento crítico y no podemos dejar que las pasiones se impongan a una reflexión serena.
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2024