La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Jorge Riechmann
Ecologismo: pasado y presente
(con un par de ideas sobre el futuro)
Catarata,
Madrid,
2024,
221 págs.
Asier Arias
En los últimos años, el proyecto al que apuntan los esfuerzos de Jorge Riechmann es el de elaborar un «ecosocialismo descalzo» −así viene denominando a su ecosocialismo decrecentista− y una simbioética −una ética de ventanas abiertas al mundo no humano y orientada así a la simbiosis, la suficiencia y una forma no antropocéntrica de humanismo− con los que contribuir al desarrollo de una cultura gaiana.[1] Desde luego, ese proyecto es un proyecto político y no una de esas filigranas conceptuales que abundan en las publicaciones de filosofía práctica, también en las relacionadas con la cuestión ecosocial.[2] Así pues, los textos de Riechmann cobran sentido sólo a la luz de su relación con una práctica política bien concreta: aquella que ha dedicado los últimos cincuenta años a evitar que sucediera lo que está sucediendo. Se trata por tanto de una práctica que hay que leer, entre otros, bajo el prisma de la derrota.[3] Ese prisma −nuevamente, entre otros− es el que se nos ofrece en Ecologismo: pasado y presente.
No hay nada parecido a una ruptura o discontinuidad entre este nuevo libro y los trabajos que durante la última década han definido los contornos del escosocialismo descalzo y la ética gaiana que Riechmann ha ido dibujando, orientado por una fuerte voluntad de realismo biofísico.[4] No obstante, tanto el formato de Ecologismo: pasado y presente como su contribución al señalado proyecto se ubican en algo así como una línea paralela a la trazada en aquellos trabajos: el análisis «poliético» con mirada atenta a nuestro contexto histórico −en su aspecto sincrónico y sus sucesivos planos biofísicos y sociales− da paso aquí a un escrutinio del movimiento ecologista −también histórico, si bien ahora en sentido diacrónico− en el que su historiografía y su cartografía se ponen al servicio de la elucidación de su encaje y sus posibilidades en nuestro presente.
La mitad del volumen se dedica a una historiografía y una cartografía del movimiento ecologista en las que la exactitud de los hechos y la pulcritud de los conceptos aparecen como medios, no como fines: una historiografía y una cartografía políticas antes que académicas. La historiografía se dedica a los ecologismos de los seis últimos decenios, pero toma impulso en una composición de lugar de sus antecedentes durante el siglo XIX y la primera mitad del XX.[5] Tras el ecuador del siglo pasado, en el que despega la Gran Aceleración fósil de posguerra, aparecen los primeros «análisis ecologistas contemporáneos» (p. 48) −Rachel Carson, Murray Bookchin, Barry Commoner−, pero no será hasta la década de los setenta cuando quepa hablar propiamente de ecologismo. La orientación política −los pies en la tierra− de esta historiografía se plasma, por ejemplo, en su concreción: lo que va a considerarse con más detenimiento es la historia del ecologismo español.
En cuanto a la cartografía −prolongada en un anejo de Adrián Almazán al capítulo cuarto−, Riechmann distingue la ecología política del conservacionismo[6] y, dentro de la primera, el ecologismo consecuente del ambientalismo. La diferencia que justifica la distinción es clara: en contraste con el ambientalismo, el ecologismo toma a la economía capitalista −y al entramado sociopolítico y cultural que la acompaña− como dato básico para la comprensión de la catástrofe ecosocial. No hay, pues, ecologismo consecuente fuera del anticapitalismo, fuera del reconocimiento de la incompatibilidad entre los límites biofísicos y la dinámica autoexpansiva de la economía capitalista, fuera de la asunción de que los problemas que ocasionan el crecimiento y la industrialización no pueden resolverse con más crecimiento y más industrialización.[7] El ecologismo consecuente se declina, claro, en plural −ecosocialismos,[8] ecofeminismos, ecologismo profundo−, y en Ecologismo: pasado y presente se nos ofrecen notas sugerentes sobre cada declinación.
Para pensar la señalada derrota desde esta historia y esta cartografía: tres errores y dos verdades inaceptables. El primer error lo ubica Riechmann en el rechazo indiscriminado de la deep ecology, el segundo en la escasa atención prestada a la bioeconomía[9] y el tercero, de carácter más estratégico que teórico, en haber cedido demasiado ante la perspectiva del «desarrollo sostenible», ante la idea de que cabía trabajar dentro del sistema con un margen razonablemente amplio de acción. En cuanto a aquellas verdades, inaceptables dentro del marco cultural dominante pero de las que debemos hacernos cargo con urgencia, y a fondo: a) lo que el cambio climático pone en juego no es otra cosa que la viabilidad de las sociedades humanas organizadas; b) la única solución a la crisis energética consiste en vivir empleando cantidades de energía muy inferiores a las hoy habituales en las sociedades sobredesarrolladas del Norte global.
Es inútil reducir a un esquema los trabajos de Riechmann: su utilidad y su riqueza residen siempre en la proliferación de caminos que abren a la indagación y el trabajo en todos los frentes, de la academia al abanico completo de los espacios de militancia. En todos esos frentes, la perspectiva es, no obstante, la misma: necesitamos un monumental esfuerzo de racionalidad colectiva cuyos mimbres apenas pueden atisbarse en sectores reducidos de grupos sociales en sí mismos marginales, y es probable que ese esfuerzo hubiera debido comenzar a desplegarse ayer con un vigor y una extensión hoy inconcebibles. En tiempo de descuento y sin sujeto revolucionario, en otras palabras.[10]
Notas
- Al igual que hay algo así como el modo en que los zulúes o los samis se ven a sí mismos, a sus sociedades y al mundo, debe de haber algo así como el modo en que los sujetos enculturados en sociedades capitalistas hacemos esas mismas cosas, y quizás resulte imposible arrostrar nuestra coyuntura ecosocial sin una profunda y cuidadosa revisión de ese modo. Articular con las críticas bien desarrolladas en la tradición socialista y ecosocialista esta revisión de nuestras creencias y actitudes básicas en busca de una cosmovisión mejor es el objetivo al que apuntan los quehaceres «poliéticos» de Riechmann. ↑
- Al igual que buena parte de la economía puede considerarse, sin más, como una rama no demasiado interesante de las ciencias formales −de la ciencia ficción, proponía recientemente Michael Hudson−, no escasean las publicaciones de filosofía política que manosean la «cuestión ambiental» del mismo modo que juegan los filósofos de la lógica, del lenguaje o de la mente con sus mundos posibles y sus verdades necesarias a posteriori (cf. Arias, A. La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde, Madrid: Catarata, 2020). ↑
- El diagnóstico, en dos palabras: «la apuesta era muy alta, pero era la correcta; las fuerzas ético-políticas no dieron para tanto, por desgracia (para mal de la humanidad y de miles de millones de seres vivos no humanos)» (p. 94). «En nuestro país, y pensando en términos macrosociales, el movimiento [ecologista] logró éxitos en importantes luchas defensivas […], pero fracasó en su aspecto constructivo: avanzar hacia nuevas formas de vivir, producir y consumir. El cuestionamiento en serio del capitalismo […], una vez cerrada la ebullición emancipatoria que se dio al final del régimen franquista y durante la primera fase de la Transición, ha sido asunto sólo de franjas marginales de la sociedad española; y también resultó minoritario dentro de los movimientos ambientalistas y ecologistas. Faltó, por lo general, una comprensión mejor del carácter sistémico de la dominación capitalista y de la potencia autoexpansiva de la acumulación de capital. No se percibió lo suficiente la necesidad de pensar –y construir– el ecologismo como un movimiento revolucionario. Se creyó que había ciertos espacios para avanzar dentro del capitalismo realmente existente, espacios que a la postre eran mucho más exiguos de lo que se percibía. Hablo de esto en primera persona: antes del decenio de 2010 yo también concedí demasiado crédito a las ilusiones renovables, yo también confié demasiado en la posibilidad de cambios dentro del marco de la sostenibilidad, yo también pensé que sindicatos como CCOO podrían ecologizarse significativamente por la vía de la transición justa y los green jobs dentro del capitalismo. Por eso me apena hoy la reincidencia en esta clase de ilusiones de brillante gente joven que apuesta por un Green New Deal para el que ahora todavía hay menos espacio ecológico (y político) que hace treinta años» (pp. 133-134). «Asumir una derrota no implica tirar la toalla y dejar de luchar, pero nos exige hacernos cargo de las nuevas circunstancias en que van a desarrollarse las luchas sucesivas» (p. 139). ↑
- En ese realismo radican el ruido y la ausencia de nueces de la «polémica en torno al colapso», sobre la que vuelve Riechmann en el capítulo que cierra este volumen (pp. 158 et seqq.). ↑
- El modo en que los «atisbos ecológicos» dieciochescos se resuelven en un trazo rápido que desemboca directamente en la reacción romántica «frente a cierto racionalismo de la Ilustración europea» (p. 16) puede complementarse a la luz sosegada del séptimo capítulo de Ideales ilustrados, de Alicia Puleo (Madrid: Plaza y Valdés, 2023, pp. 111-137). ↑
- «Las propuestas sólo conservacionistas, que quizá tenían su sentido en la primera fase de la sociedad industrial, lo pierden crecientemente desde que entramos en la fase de la crisis ecosocial global […]. La idea de los “santuarios” o “fortalezas” pierde sentido cuando los contaminantes químicos organoclorados se encuentran hasta en la última gota de agua de mar y en el último gramo de grasa animal, y cuando el rápido cambio climático antropogénico puede aniquilar ecosistemas enteros sin darles la menor oportunidad de desplazarse ni adaptarse» (p. 72). ↑
- Como trasfondo, la persistente trampa del solucionismo tecnológico, esa «fe ciega en la tecnología que está velando los ojos de la mayoría social». En una de sus aproximaciones a esa trampa, Riechmann retrataba hace unos años la irracionalidad de esa fe en una potente imagen que traza una ominosa analogía entre nuestra situación ecosocial y la coyuntura de la Alemania de Hitler en los últimos compases de la guerra: «se estaba perdiendo en todos los frentes, pero la victoria final estaba asegurada, porque ¿quién podía dudar que los científicos arios estaban desarrollando armas secretas de todas clases, que iban a invertir la situación transformando la derrota en victoria?» (¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista? Para una crítica del mesianismo tecnológico, Madrid: Catarata, 2016, p. 233). Los cohetes fueron la más publicitada de aquellas armas. Se ha argüido con plausibilidad y frecuencia que el empeño alemán en este programa armamentístico contribuyó a acelerar la derrota, pues supuso el despilfarro de una importante cantidad de recursos y causó muy pocos daños a las fuerzas aliadas. Elocuentemente, aquellas «armas secretas de todas clases» eran en realidad armatostes extremadamente caros e imprecisos que, lejos de poder transformar la derrota en victoria, habrían contribuido a acelerarla. El Reich de los Mil Años duró apenas una década: tan pimpantes, los arúspices del business as usual le vaticinan eones al actual (Zamora Bonilla, J. Contra apocalípticos. Ecologismo, animalismo, posthumanismo, Barcelona, Shackleton, 2021; cf. Arias, A. «¿Quiénes son los contra-apocalípticos?», 15/15\15, 11 de septiembre de 2021), cuando, en los hechos, lo que tenemos por delante son −acaso− unos pocos años en los que habrá de decidirse −en condiciones materiales, políticas y culturales extremadamente adversas− si el tercer planeta del sistema solar puede seguir acogiendo alguna clase de sociedad humana. ↑
- Para la polémica entre Harich y Sacristán, importante hito de la reformulación ecologista de la tradición comunista, véanse el prólogo de Sacristán a ¿Comunismo sin crecimiento? −mencionado aquí por Riechmann (p. 84) y recogido recientemente en Ecología y ciencia social. Reflexiones ecologistas sobre la crisis de la sociedad industrial (Mérida: Irrecuperables, 2021, pp. 135-151)− y los valiosos comentarios de Juan-Ramón Capella al coloquio que la auspiciara (en La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, Madrid: Trotta, 2005, pp. 218-224). ↑
- Una escasa atención a la que se añade hoy la desfiguración en grotescas campañas de marketing (Bonaiuti, M. “Actualidad del pensamiento de Georgescu-Roegen. La bioeconomía cincuenta años después de la publicación de La ley de la entropía y el proceso económico”, en L. Arenas, J. M. Naredo & J. Riechmann (eds.), Bioeconomía para el siglo XXI. Actualidad de Nicholas Georgescu-Roegen, Madrid: FUHEM/Catarata, 2022, pp. 77-93). ↑
- Pregunta Riechmann en los textos con los que suplementa y actualiza la reciente reedición de su contribución a Ni tribunos (Madrid: Siglo XXI, 1996, en coautoría con Fernández Buey): «nuestras propuestas socialistas/comunistas, ¿pueden hacerse cargo de lo que hoy sabemos en física, en biología, en modelización de sistemas complejos? ¿Pueden asumir de verdad el hecho epocal de la extralimitación ecológica? ¿Pueden tomar nota de la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles? ¿Pueden retomar el ávido interés de Marx y Engels por las ciencias naturales sin prejuicios industrialistas y sin extravíos prometeicos? ¿Pueden asimilar la termodinámica, la ecología, la simbiogénesis de Lynn Margulis, la teoría Gaia? […]. Termodinámica básica, ecología, y un planeta lleno de realimentaciones: nos empobreceremos colectivamente, o por las buenas o por las malas. Y “por las buenas” (de manera deliberada, racional e igualitaria, vale decir: con ecosocialismo y ecofeminismo) resulta casi inimaginable hoy» (Otras sendas. Ideas para un programa escosocialista, Barcelona: Sylone/Viento Sur, 2024, pp. 328 y 304). ↑
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