¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Carmen Heredero y Antonio Antón
El feminismo como sujeto social
Acerca del pensamiento de Judith Butler
La filósofa estadounidense Judith Butler es una de las mayores referencias mundiales para el feminismo de la tercera ola y, especialmente, para los colectivos LGTBIQ+. Tiene una doble característica: por un lado, la oposición a la discriminación de las mujeres, a todo tipo de desigualdad y dominación derivado del género, que persiste; por otro lado, el cuestionamiento del sistema de género como factor condicionante de la libertad y el desarrollo humano.
La interacción entre los dos aspectos no es sencilla, aunque siempre ha defendido la alianza entre ambos movimientos sociopolíticos y culturales, el movimiento feminista y los movimientos LGTBIQ+, con un enfoque inclusivo y de complementariedad, así como con una perspectiva emancipadora e igualitaria, a la que también ha incorporado una mirada antirracista y anticapitalista.
En sus escritos ha puesto un énfasis mayor o menor en cada uno de ambos elementos, con estudios sugerentes sobre la violencia de género y la vulnerabilidad de las mujeres. No obstante, podríamos decir que el objeto principal de su elaboración teórica y su activismo ha sido el segundo tema: la superación del género, como división social que constriñe la libertad, desde la perspectiva de la teoría queer.
A lo largo de más de tres décadas ha mantenido ese doble eje, desde su libro pionero El género en disputa (1990), pasando por Cuerpos que importan (1993), Lenguaje, poder e identidad (1997), Vida precaria (2004) y Deshacer el género (2004), hasta el último ¿Quién teme al género? (2024). Los títulos son muy expresivos de su contenido.
No se trata de hacer aquí una valoración completa de su obra. Con ocasión de la publicación de su último libro comentamos lo que pudiera considerarse contradictorio respecto del hilo conductor de varios de sus libros anteriores. El foco principal de su posición, hasta ahora, era superar, debilitar, romper… el género y el normativismo sexual dominante, que ha sido la fuente de la discriminación de las mujeres y las disidencias sexuales y de género, así como deslegitimar su justificación teórica. Su aportación más específica, la teoría de la performatividad, es una visión constructivista del ser humano: el mundo de las ideas, los discursos y las normas es decisivo en la construcción de la realidad social de las personas, cuya capacidad de agencia va configurando su carácter, su experiencia y su identificación de género.
En ¿Quién teme al género? se produce un giro discursivo y de objetivo prioritario, aunque la autora lo considera menor y en continuidad con sus aportaciones fundamentales sobre ‘deshacer’ el género. Ahora, la finalidad es combatir a las corrientes antigénero, es decir, fortalecer el análisis y las estrategias de género, las identificaciones femeninas y las experiencias LGTBIQ+ frente a los intentos, en múltiples países, de destrucción del género y la diversidad sexual por parte de las ultraderechas reaccionarias y las confesiones religiosas tradicionalistas, en especial el Vaticano y las iglesias evangélicas, tal como analiza profusamente en el libro.
El giro obedece a la necesidad de afrontar desde una óptica progresista y democrática la nueva ofensiva ultraderechista, autoritaria y patriarcal desatada frente a los avances feministas y de los movimientos LGTBIQ+ de estas últimas décadas, así como combatir el racismo, la explotación de clase y el neocolonialismo. Estos sectores más conservadores y neofascistas extralimitan mediáticamente los supuestos horrores que habría supuesto lo que llaman ‘ideología del género’ que habría que destruir por ser su enemigo civilizatorio. Sus efectos serían corrosivos para las familias, la propia nación —blanca, cristiana y occidental—, incluso para el propio Estado, el orden establecido y la cohesión social. Por tanto, desde las derechas extremas, no hay tregua ni contemporización con esa supuesta degradación, por lo que promueven la polarización discursiva y, cada vez más, la involución político-estructural y el machismo agresivo.
Es, tal como detalla en este libro, una guerra cultural reaccionaria en toda regla de los grupos más conservadores, que tienen a su alcance múltiples recursos institucionales, económicos y mediáticos con efectos problemáticos de involución desigualitaria en las relaciones de género y la libertad sexual. Sus objetivos serían la vuelta a una mayor subordinación femenina, al no reconocimiento de la diversidad sexual y de género, a consolidar más subalternidad de las mujeres imponiendo su dedicación prioritaria a la reproducción social y los cuidados y unas condiciones sociolaborales y de poder desventajosas. Es decir, se trata de una pugna sociopolítica y distributiva de fondo y duradera a la que el feminismo debería enfrentarse, enlazando con otras trayectorias emancipadoras.
Según la autora, este cambio de orientación no supone una ruptura con sus planteamientos anteriores de cuestionamiento del género como estructura limitadora de la libertad individual, sino una adaptación como la respuesta a una nueva, dolorosa y contundente realidad de las poderosas tendencias dominadoras de derecha extrema contra el género y su actual evolución. Además, existe el riesgo de que sectores relevantes del poder establecido se mantengan en la indefinición o la inacción y favorezcan la penetración, en amplios sectores sociales, particularmente de varones, del miedo a la pérdida de seguridades o incluso de pequeñas ventajas relativas, aunque algunas sean fantasiosas.
Por tanto, es evidente el peligro de retroceso convivencial y democrático o, cuando menos, de bloqueo en los procesos emancipadores e igualitaristas de las capas subalternas y, en particular, de freno a unas dinámicas tan masivas y potentes como los movimientos feministas y LGTBIQ+, con gran impacto en las transformaciones vitales, relacionales, sociopolíticas y culturales.
En estas décadas hemos avanzado hacia unas relaciones de género más equilibradas, pero quedan numerosas lacras de desventajas y subordinación. Ello ha supuesto, por un lado, la reafirmación de género —femenino—, ahora más autónomo, con más derechos y libertad, al menos como ideal, respecto de las estructuras de desigualdad, dominación y reproducción social en que se basa la discriminación por sexo/género; por otro lado, la reacción machista y patriarcal que pretende frenar o revertir esos avances.
Así, este libro incorpora una consideración más ambivalente del género y es coherente con la estrategia precedente: combatir un modelo subordinado y rígido —esencialista o naturalista— de mujer tradicional: ama de casa, obligatoriamente heterosexual y dentro del matrimonio, funcional con la familia patriarcal. Lo hace mediante la relativización del género y, al mismo tiempo, la oposición a esa ofensiva derechista antigénero que pretende —ilusamente— reforzar ese modelo convencional de mujer, o el individualista neoliberal y elitista, y revertir los avances feministas y LGTBIQ+.
El texto demuestra una capacidad realista y adaptativa a las condiciones sociopolíticas y culturales, así como a su orientación discursiva y estratégica para el avance emancipador de las mujeres, con la revalorización de este concepto, en plural. Algunas críticas, sin embargo, han realizado interpretaciones un tanto simplistas y malintencionadas, sin comprender la complejidad de su pensamiento y desaprovechando su impulso reformador.
No obstante, nos parece interesante aportar algunas reflexiones sobre ciertas ausencias de su pensamiento que no contemplan el desarrollo de un feminismo crítico y transformador. Nos referimos a la formación relacional del sujeto de cambio, el papel de su experiencia y su identificación como agente clave para una estrategia colectiva igualitaria-emancipadora. También realizaremos algún apunte sobre su teoría de la performatividad, como sobrevaloración del discurso en la transformación de la realidad.
Nuestro criterio teórico combina el realismo analítico, multidimensional y crítico con la conformación experiencial, colectiva e identificadora del sujeto feminista: el movimiento feminista, en sentido amplio, considerando la amplia corriente sociocultural que comparte sus objetivos básicos igualitarios; o sea, partimos de la constatación de una realidad desventajosa persistente, con una profunda desigualdad por sexo/género y opción sexual, así como de una masiva voluntad transformadora feminista sobre valores éticos de igualdad, libertad y solidaridad.
Persiste la desigualdad de género
Judith Butler considera el sexo/género —no entramos en las diferencias y los matices entre esos dos conceptos— no natural, como afirma el pensamiento tradicional, sino ‘construido’, con la conocida argumentación del papel decisivo de la performatividad de las normas y los discursos y sus correspondientes y reiterativas prácticas sociales.
Pero, frente a otras teorías posestructuralistas, que hacen hincapié en la importancia del poder institucional y sus normas en la formación de las identidades humanas (como Foucault, que es, quizá, su pensador más influyente), esta autora pone el acento en la capacidad de agencia de las personas para construir su identidad mutable de sexo/género a través de la reiteración de comportamientos y la autonomía normativa, subversiva o transformadora, siempre de forma fluida, inacabada y en permanente evolución. Le guía un fuerte y continuado impulso liberador de las personas discriminadas por el sexo/género y otras condiciones.
Así, considera que la identidad de género está condicionada por el poder y las estructuras sociales dominantes, como la familia patriarcal, las jerarquías eclesiásticas, ideológicas y mediáticas o la reproducción educativa, con sus correspondientes estereotipos. Y dado que el pensamiento tradicional la considera fija e inmutable, deduce que es una rémora para el desarrollo de la persona y su voluntad de cambio, y la valora como negativa y algo a prescindir.
Sin embargo, es consciente de que ese modelo tradicional de mujer y la propia sexualidad han cambiado, especialmente para las generaciones jóvenes. Se ha generado una incorporación femenina masiva al empleo y a la educación, a los derechos políticos y las libertades civiles, a unas relaciones interpersonales más libres e igualitarias, incluido en el campo de la sexualidad. Si añadimos la mayor pluralidad cultural, étnica, de estructuras familiares, de opciones sexuales y de género y de estatus sociolaboral, tenemos una gran diversidad de tipologías femeninas; y todavía es mayor si admitimos un tercer género, las experiencias transgénero, intergénero y transiciones intermedias o las no binarias. Las nuevas experiencias, variadas y prolongadas, se convierten en identificaciones con mayor o menor grado de estabilidad o de debilidad.
Lo que nos interesa destacar aquí es que, frente a la ofensiva reaccionaria contra el género y su carácter destructivo, Butler defiende el sentido del género, de las nuevas identidades femeninas y su avance liberador. Su prioridad ya no es disolver el género, sino defender su estatus actual más avanzado, así como sus distintos niveles identificadores, frente a la tendencia reaccionaria antigénero, que busca reforzar el papel tradicional y subordinado de la(s) mujer(es).
En consecuencia, el punto de partida de su reflexión es claro: existe el género, existen las mujeres, con una realidad diversa, pero con rasgos comunes que permiten hablar de sexo/género femenino (o masculino o un tercero). Frente a la idea naturalista, el modelo familiar tradicional y el concepto unitario de mujer, se ha abierto una diversidad de opciones sexuales, convivenciales e identificaciones personales. La autora ha realizado una gran aportación analítica y crítica, tanto respecto de la normatividad heterosexual obligatoria cuanto de las experiencias de género más o menos fluidas y consistentes, en transición o con experiencias mixtas e intermedias. Se echa en falta, no obstante, una profundización más sistemática de las problemáticas femeninas y, en consecuencia, de las políticas de igualdad de género o entre los géneros. En ese sentido, tendría que dar un paso más en la orientación planteada en el libro.
El valor del feminismo y la identidad feminista
Hay que diferenciar identidad de género e identidad feminista. La mujer, las mujeres —a veces con una larga y variada tipología—, no son el sujeto del feminismo. No existe un sujeto previo a la experiencia emancipadora, sino que se constituye con ella, con esa práctica sociocultural.
Ya Simón de Beauvoir decía que la ’mujer se hace, no nace’, poniendo el énfasis en la experiencia vital en la formación de la identificación que, más tarde, se definió de género y que, muchas veces, conllevaba una actitud progresista y liberadora, en el marco de la segunda ola feminista de los años sesenta y setenta.
Aquí, sin la connotación existencialista, desde un cierto constructivismo social, multidimensional y vital, le damos un contenido sociohistórico y político-cultural, y lo aplicamos al feminismo, como sujeto social, no a la feminidad (o la masculinidad) en cuanto identidad de género. Se es feminista no por ser mujer, sino por participar en los procesos igualitarios por la liberación femenina, y de todas las personas discriminadas por su opción sexual y de género. La composición empírica mayoritaria del feminismo es de mujeres, las más directamente afectadas y sensibles, pero también de varones solidarios. Su identificación feminista, o su ‘orgullo’ de pertenencia, deriva de su comportamiento, su práctica relacional, no de la adscripción a un sexo, género u opción sexual.
Sin embargo, no hay que infravalorar la experiencia vivida. La conexión con la realidad discriminatoria es lo que acerca más a las mujeres y personas con opciones sexuales y de género no normativas a esa sensibilidad, conciencia y actitud transformadora. Pero, para mantener una conducta transformadora, son decisivas su conformación subjetiva, su experiencia relacional, su actitud moral respecto de los tres grandes valores progresistas: libertad, igualdad y solidaridad.
La conformación del sujeto no deriva mecánicamente de la existencia de una realidad sociodemográfica discriminatoria, tal como dicen las teorías estructuralistas o deterministas, dominantes en décadas pasadas. O sea, la mujer, por su condición objetiva, biológica o de subordinación, no es el sujeto del feminismo; el sujeto del feminismo son las personas que, práctica y sociohistóricamente, han rechazado y combatido, individual y/o colectivamente, una realidad de discriminación y dominación, y han adquirido una experiencia emancipadora, igualitaria y solidaria que refuerza su conciencia feminista.
Desde este punto de vista, hay que intensificar, no diluir, la identificación feminista, opuesta al machismo. Esta identificación no constriñe una voluntad transformadora, sino que, con espíritu crítico, la refuerza, favorece el sentido de pertenencia colectiva, con articulación de apoyos y alianzas, y es capaz de renovar sus propias características identificadoras y estratégicas.
La identidad de género femenino (o masculino o indefinido) puede ser ambivalente: negativa, si es que refleja una trayectoria rígida de subordinación resignada o impuesta; o positiva, en la medida que exprese un papel sociocultural, económico-laboral y reproductivo más igualitario y libre, en combinación con otras identificaciones particulares interseccionales con impacto variable en su experiencia vital.
Una identidad fuerte de género tradicional -de ama de casa dependiente o con la normativización esencialista heterosexual… y dentro del matrimonio- sí se puede decir que constriñe la libertad individual para explorar y cambiar de experiencia, estatus e identificación. Una identidad de género débil o casi nula permite la transición sin ataduras a la nueva personalidad, opción sexual y de género y posición social; es más abierta y ofrece más oportunidades.
Existen diversas tipologías femeninas: desde la mujer ‘tradicional’, ama de casa, esposa y madre, pero subordinada a una estructura patriarcal y dependiente de una función social subalterna, que el feminismo apuesta por transformar; hasta la mujer ‘liberada’ que se ha ido abriendo paso igualitario y que es objeto de toda la ofensiva conservadora y reaccionaria como causa de la destrucción de su orden social y moral dominador.
Pero aquí hablamos, sobre todo, de identidad feminista como refuerzo solidario, igualitario, emancipador, como pertenencia colectiva, con una trayectoria transformadora; opuesta al machismo, a su identificación y a la prepotencia relacional, como expresión de dominación y privilegios, o sea, vinculado al poder opresivo y, a veces, violento del orden establecido. En ese sentido, una identidad sociopolítica liberadora y una ética fuerte, anclada en los derechos humanos y la democracia, favorece el compromiso cívico por la igualdad y la libertad; es positiva para las mujeres y para la humanidad, es decir, encierra un contenido universal.
No se trata, por tanto, de la diferenciación o simple interacción entre géneros más o menos marcados y plurales, con distintas feminidades y masculinidades y posibilidades combinatorias, sino de la diferenciación entre feminismo y machismo y, por otra parte, entre un feminismo elitista o solo retórico, centrado en romper los ‘techos de cristal’, y un feminismo popular, que apuesta por superar los ‘suelos pegajosos’.
Cómo avanzar en la liberación y la igualdad femenina
Pues bien, la autora ha tenido y tiene la prioridad por la superación del género y la heteronormatividad obligatoria, como sistema divisivo, discriminatorio y limitador de la libertad humana, la cual debería estar asentada en la propia voluntad. Su enorme aportación crítica ha ido hacia la deslegitimación de las principales trayectorias opresivas contra la libre elección de sexo/género y opción sexual, con garantías para una vida digna.
Al ir ‘deshaciendo el género’, se terminaría el problema de la desigualdad de género. Seríamos personas indiferenciadas por sexo/género, es decir, éste no sería un factor relevante, lo cual garantizaría la liberación. Se rompería el pretexto del poder establecido para imponer la división social… aunque ello no evitase la imposición de nuevas segmentaciones y discriminaciones, en particular, a las propias minorías sexuales o de género no binario. La duda es el alcance generalizador de la indiferenciación por sexo/género frente al sistema divisivo en tal categoría sobre la que se asienta el orden establecido, y una vez garantizado el derecho a la libre determinación.
Pero esa lógica liberadora ya estaba inscrita en el pensamiento feminista y la acción progresista, al menos, desde el siglo XVIII. Se trataba del impulso emancipador e igualitario del revalorizado estatus de ciudadanía, de los derechos humanos y civiles y más tarde políticos y sociales… independientemente del sexo/género, es decir, sin discriminación por sexo, según dictaminan las constituciones modernas. Sabemos, por la experiencia de estos más de dos siglos, que ese relativo igualitarismo retórico, jurídico o formal ha costado mucho esfuerzo feminista y solidario para implementarlo y que queda mucho por hacer.
No obstante, ese enfoque emancipador sigue siendo acertado: hay que consolidar unas relaciones igualitarias y libres de dominación, independientemente del sexo/género (la raza, el origen nacional o la clase social…), o sea, destacando el elemento común de las personas: los derechos humanos. Así, se supera el sexo/género como factor de desventaja o discriminación, aunque se mantenga la diversidad identitaria.
Todavía hoy persisten graves lacras sociales que perjudican a la mayoría de las mujeres y opciones no normativas sexuales y de género, empezando por la violencia de género, acerca de la que la autora tiene una sensibilidad especial. Precisamente, la indignación cívica y la respuesta feminista, apoyada y legitimada por unos dos tercios de mujeres y un tercio de los varones, ha generado en España la cuarta ola feminista, con la prioridad de combatir la violencia machista y garantizar la libertad sexual y el libre consentimiento en las relaciones sexuales e interpersonales en general.
Junto con ese primer nivel de conciencia feminista existe, propiamente, el movimiento feminista, compuesto por unos cuatro millones de personas, la mayoría mujeres, que han participado en las movilizaciones feministas, entre ellas las miles de activistas más estables, pertenecientes a grupos diversos e impulsoras del movimiento social. Esos tres niveles son los que configuran el sujeto colectivo feminista.
Todo ello ha puesto de relevancia la necesidad de un avance en condiciones y derechos feministas, de la articulación del propio sujeto feminista y, también, del impulso de una teoría crítica que fundamente esta nueva fase de conformación feminista.
Por tanto, el pensamiento posestructuralista de Judit Butler tiene sus límites para hacer frente a los desafíos que suponen la consecución de la igualdad y la libertad de las mujeres. Desde distintas corrientes feministas se están realizando muchas contribuciones interesantes. Por citar otra feminista eminente, contamos con su colega estadounidense Nancy Fraser, con aportaciones críticas significativas sobre el papel subordinado de las mujeres en la reproducción social y de cuidados y su vinculación con la segmentación capitalista y la división racista.
Evidente es la situación en España. Por un lado, hemos asistido a una gran movilización feminista y de colectivos LGTBIQ+, masiva y viva, particularmente contra la violencia machista y por la libertad sexual y la igualdad, con una gran participación de base social y asociativa, y hemos conseguido reformas significativas en el ámbito institucional.
Pero, por otro lado, el movimiento feminista presenta una dinámica fragmentada y sin liderazgos consolidados, lo cual agudiza ciertas tendencias —también desde la política— elitistas, unilaterales, sin arraigo sólido, a apropiarse del movimiento, a hablar en nombre del (no) sujeto social ‘objetivo’ y pasivo, pugnando por su orientación y articulación.
En definitiva, en el campo feminista hay una rica y variada experiencia, pero bastantes deficiencias en la articulación orgánica y de liderazgo. A ello hay que añadir una relativa orfandad y retraso teórico que el feminismo debería abordar desde un enfoque crítico, multidimensional y relacional.
El sujeto social, imprescindible para la transformación colectiva
En consecuencia, la acción feminista, individual y colectiva, junto con el cambio de actitudes y mentalidades más igualitarias, ha forjado una identidad feminista, en el contexto histórico y estructural específico de las cuatro olas feministas. El sujeto es esa movilización feminista, esa corriente social y cultural emancipadora de claro sentido progresista.
No está definido por sus rasgos materiales u objetivos, biológicos, sexuales o de posición social dominada, con sus rasgos étnicos y de clase social, sino por su práctica sociocultural contraria a la discriminación y a las desventajas por razón de su sexo/género; es decir, por su comportamiento relacional, en el que interviene su subjetividad, frente a las ventajas comparativas de los varones, y la persistente segmentación, discriminatoria por sexo/género, de la vida pública, la actividad productiva y la reproducción social y de cuidados, derivadas de las estructuras patriarcales de un sistema opresivo ancestral.
Además, esa dinámica feminista está conectada en cada fase histórica con las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas dominantes. En ese sentido, la base analítica de esas relaciones sociales y esa experiencia vivida está más vinculada a las ciencias sociales críticas que a las —también necesarias— abstracciones filosóficas o al psicoanálisis individualizador.
La cuestión es cómo superar la desigualdad de género a través de la acción colectiva y la identificación feminista de un sujeto sociopolítico, junto con la ciudadanía progresista, capaz de transformar esas dinámicas discriminatorias. La teoría de Butler sobre la importancia de la performatividad y las normas y discursos en la conformación del sujeto de género tiene elementos valiosos frente al determinismo y el esencialismo, dominantes en otras tradiciones, y hoy instrumentalizados por el feminismo transexcluyente, como bien critica la autora.
El constructivismo social o de género rompe con los fundamentos discursivos naturalistas, positivistas o deterministas tradicionales y pone el énfasis en la capacidad de agencia de los propios seres humanos. El problema de un constructivismo voluntarista o irrealista, como la propia Butler reconoce, es la infravaloración de la realidad social o material (los propios cuerpos), que a veces se niega o se rechaza como incognoscible, y la sobrevaloración de la capacidad arbitraria y voluntarista de las ideas individuales.
Así, existen posiciones postestructuralistas que ponen el acento en la preponderancia de la siempre necesaria subjetividad —sentimientos, discursos, deseos o proyectos— en la conformación de la realidad social, pero desconsiderando los otros dos ejes fundamentales y complementarios que interactúan: el punto de partida de la realidad relacional, y la experiencia práctica de las trayectorias emancipadoras y articuladoras. Con esa interacción de los tres componentes, realismo situacional, experiencia colectiva y subjetividad transformadora, se forjan nuevas dinámicas relacionales desde las que se conforman nuevas identidades feministas y de género (o de clase y étnico-nacionales…) y posiciones sociales liberadoras.
La relevancia de la experiencia vivida e interpretada
Existe una amplia experiencia y literatura sobre la conformación de las naciones y los nacionalismos, así como de la construcción de los pueblos, en su versión de populismo de derechas y autoritaria y en su versión de izquierdas y democrática. Quizá, por su interpretación sobre la formación procesual del movimiento obrero y popular y, por tanto, asimilable a los procesos de configuración de los nuevos movimientos sociales como el feminismo, es de destacar la aportación del gran historiador británico —y activista pacifista de una izquierda renovadora— E. P. Thompson, desde los años sesenta.
En su investigación referida a las clases trabajadoras y su formación sociohistórica, el sujeto colectivo o la clase social es una categoría «histórica», la clase y la conciencia de clase —o la identidad feminista, diríamos aquí— son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico. O sea, su identificación está interactuando con su estatus social y su experiencia relacional, junto con su interpretación vivida y soñada, es decir, con sus aspiraciones, demandas y deseos.
Antes de la constitución del sujeto social hay una realidad sociodemográfica concreta, pero no existe el sujeto ‘objetivo’ o en potencia. Su formación y su articulación es más compleja y mediada por otros mecanismos institucionales, asociativos y socioculturales. El factor fundamental para su constitución tampoco son los discursos o las ideas de unas élites que los socializan entre la población. La conexión se establece por la experiencia vital de la gente, que se asocia a su realidad material vivida y a sus aspiraciones.
Se trata de un enfoque realista, relacional, crítico… y, en cierta forma, también constructivista, en un sentido sociohistórico, en oposición al mecanicismo estructuralista u objetivista o a los excesos irreales y voluntaristas de cierto posestructuralismo, ambos con distintos componentes idealistas. Este constructivismo social e histórico, con ligeras connotaciones gramscianas, es más complejo, interactivo y multidimensional que la teoría performativa de Butler, más influida por los intelectuales posmodernos franceses, y que, por cierto, parece ser desconocido para ella. Este enfoque crítico, a pesar de ser minoritario entre las izquierdas políticas y académicas, es de gran relevancia teórica y conecta con la experiencia articuladora de los movimientos sociales igualitarios de estas décadas, y más allá.
Nos muestra la importancia de poner el énfasis en la valoración y la vinculación con la experiencia social, en las costumbres en común de las capas populares y en las mediaciones institucionales y socioculturales y su relación con la realidad de sus condiciones materiales de existencia, así como de sus sueños, valores e ideales. Y todo ello, mediante un exhaustivo análisis empírico de las prácticas colectivas de las clases y capas subalternas, sus organizaciones y representantes en el marco de las estructuras económicas y de poder en cada ámbito.
Se da una interacción entre posición socioeconómica y de poder, conciencia y conducta, aunque no mecánica o determinista en un sentido u otro. Pero, frente al esencialismo identitario, hay que analizar a los actores en su trayectoria, su interacción, su multidimensionalidad y su contexto. El sujeto colectivo emancipador se va formando a través de la experiencia relacional en el conflicto socioeconómico, la pugna sociopolítica y la diferenciación cultural respecto de las capas dominantes.
Judith Butler ha hecho una extraordinaria aportación, especialmente sobre la liberación sexual y de género y en defensa de los colectivos LGTBIQ+, pero conviene superar esas dos limitaciones y atender a la reelaboración de un enfoque relacional, interactivo, procesual y multidimensional sobre la imprescindible formación del sujeto social, como palanca transformadora igualitaria-emancipadora, y la reafirmación de un feminismo social y crítico, para afrontar mejor las relaciones desiguales de género.
Urge colaborar en la formulación de una teoría crítica feminista respecto del sujeto transformador y la identificación sociopolítico-cultural, superadora de la experiencia dispersa, los liderazgos locales y las dependencias ideológicas y políticas, y promover su vinculación con las estrategias progresistas y transformaciones globales. El feminismo sigue plenamente vigente.
[Carmen Heredero es feminista y sindicalista, autora del libro Género y coeducación (Morata, 2019). Antonio Antón es sociólogo y politólogo, autor de Feminismos. Retos y teorías (Dyskolo, 2023)]
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