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Rafael Poch de Feliu

Noticiario de un verano de oprobio

La novedad más grave ha sido el anuncio de la instalación de misiles nucleares americanos en Alemania en 2026.

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El verano ha estado cargado de oprobio. En Washington una cumbre de la OTAN confirmó en julio la voluntad de escalar los riesgos militares contra Rusia y contra China. Lo más grave fue el anuncio del presidente Biden y del canciller Scholz de que en 2026 se desplegarán misiles nucleares en Alemania.

En Francia y Gran Bretaña se votó en unas elecciones en las que la presunta victoria de “la izquierda” no disminuirá ni un ápice la tensión militar internacional, ni en Ucrania, ni en Asia Oriental, ni en Gaza.

En Francia la unión de lo que se llama “Nuevo Frente Popular” y que en realidad es una frágil alianza de la “izquierda de derechas” (compatible con el apoyo a Israel, el envío de armas a Ucrania, y el neoliberalismo con acento en los “estilos de vida”) con la izquierda de Mélenchon, no ha ganado las elecciones (200 diputados frente a 350 de la derecha) sino que solo ha postergado la victoria de la ultraderecha, como explica Serge Halimi.

Mientras tanto se han celebrado en París unos juegos olímpicos en los que se vetó a los atletas rusos y bielorrusos, por fechorías de sus gobiernos incomparablemente más leves que las de Israel y sus cómplices de Estados Unidos y la UE.

Como apuntó un observador, ha sido obsceno contemplar a toda esa gente hablar de sus tasas escolares y de su servicio nacional de salud, mientras todas las escuelas de Gaza están destruidas y sus ahorros nacionales se destinan a bombardear todos los hospitales. “Se está llevan a cabo todo un genocidio en su nombre y con su tarjeta de crédito, y los británicos (y franceses) literalmente lo suscriben en el acto de votar”.

El anuncio del despliegue de misiles nucleares en Alemania que en la década de los ochenta provocó un gigantesco movimiento pacifista, particularmente en Alemania (incluida la Alemania del Este contra los misiles soviéticos), ha pasado sin pena ni gloria. La oposición de la opinión pública es mayoritaria, pero pasiva. Solo la formación de Sahra Wagenknecht se pronuncia en contra y es denostada por ello por unos medios de comunicación cuya toxicidad no tiene precedentes. También en Francia, donde se acusa a Mélenchon de “antisemitismo” por decir la verdad sobre Gaza, tal como se hizo en su día, con gran éxito, con Jeremy Corbyn en Gran Bretaña. A diferencia de aquel, Mélenchon no se amilana, pero el desgaste es un hecho. En la matriz del eje europeo se está deteniendo y criminalizando a gente por enarbolar la bandera palestina, mientras avanza el escenario de una crisis nuclear en el continente como los de la Guerra Fría, con la diferencia que ahora no tenemos todos aquellos acuerdos, mecanismos y foros de control de armas de destrucción masiva de los que Estados Unidos se ha ido retirando unilateralmente. Las detestables amenazas y advertencias nucleares de Rusia, que sin embargo son una respuesta a la ruptura del canon de la relación entre potencias nucleares vigente durante décadas, se trivializan.

En Ucrania, que ya ha perdido la tercera parte de su población y la quinta de su territorio nacional, se profundiza el desastre. La ventaja en holgura democrática que alguna vez ese país tuvo respecto a Rusia se ha perdido por completo en materia de libertades, pluralismo y represión. La dictadura de guerra acaba de ilegalizar en Kiev a la iglesia ortodoxa sometida desde hace siglos al Patriarcado ortodoxo de Moscú. Esa iglesia es mayoritaria en el país, 7.600 de las 12.000 congregaciones ortodoxas de Ucrania pertenecían a esa iglesia, que si en Moscú bendice la guerra de Putin, en Ucrania era mucho más discreta lejos de la “quinta columna” que la propaganda nacionalista ucraniana difunde. En nuestros católicos diarios encontrarán, en pequeñas columnas, la condena del Papa Francisco a esta orwelliana prohibición.

Mientras tanto, se profundiza el gran escaqueo para evitar ir al frente. Unos 800.000 hombres ucranianos en edad militar ha “pasado a la clandestinidad”, cambiando de domicilio y trabajando en negro para no dejar registro laboral y eludir la movilización, informaba el 4 de agosto el Financial Times, citando al jefe de la comisión de desarrollo económico del parlamento ucraniano, Dmitri Nataluji. Radio Free Europe, el veterano aparato de la CIA en el antiguo bloque del Este, informa que 23.000 hombres ucranianos han sido detenidos en los últimos dos años y medio intentando cruzar ilegalmente la frontera con Moldavia, mientras al río Tisza, que marca la frontera con Hungría y Rumanía, se le designa como “río de la muerte” en la prensa húngara, por el goteo de ucranianos que se ahogan en el intentando huir de la movilización.

Con el rodillo militar ruso avanzando lenta pero inexorablemente en los amplios frentes del Dombás, es la hora de las medidas extremas. Parece confirmarse que los ucranianos planeaban intentar eliminar físicamente a Putin y a su ministro de defensa durante el desfile de la marina rusa organizado el 28 de julio en San Petersburgo, informó recientemente el diario alemán Frankfurter Rundschau. En todo caso los militares rusos se pusieron en contacto con el secretario de defensa americano Lloyd Austin para advertirle contra tales temeridades. Muchos observadores militares occidentales y rusos —pero los significativos aquí son los occidentales— creen que la incursión militar ucraniana en la región rusa de Kursk iniciada el 6 de agosto, con gran protagonismo británico, según la prensa de Londres, forma parte de esa temeridad. Dicen que es un golpe de efecto carente de todo sentido militar que probablemente se cerrará con un desastre. Puede que su sentido fuera reventar los gasoductos que alimentan con energía rusa a países europeos díscolos como Hungría y Eslovaquia, cuyo primer ministro fue objeto de un atentado que no ha sido demasiado problematizado pese a su oloroso contexto, así como la amenaza a la central nuclear de Kursk que no se ha logrado. En definitiva, una especie de castigo y una aparente demostración de fuerza para animar a los padrinos occidentales a implicarse aún más en el negocio, que pilló de sorpresa a los rusos, lo que no deja de ser sorprendente…

En Europa todos los vectores apuntan hacia la guerra y ninguno hacia la negociación, pese a que esa es la opción que favorecen los europeos en las encuestas con enorme ventaja (88%), frente a los objetivos de “debilitar a Rusia” o “restablecer las fronteras de Ucrania anteriores a 2022”. El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, habla más bien como un militar cuando dice que “el conflicto se resolverá en el campo de batalla” y aboga por levantar las pocas restricciones que quedan para utilizar contra territorio ruso los misiles occidentales. Su sucesora designada, la delirante estoniana Kaja Kallas, partidaria de resetear la mente del pueblo ruso, se anuncia aún peor. En ese contexto, el derechista jefe de gobierno húngaro, Viktor Orbán, ha sido el único en tomar una iniciativa diplomática cargada de buen sentido, manteniendo conversaciones sobre una posible solución negociada con: (por este orden) Zelensky, Putin, Pekín y Washington (incluido Trump). El boicot y la indignación de los jerarcas de Bruselas y los jefes de gobierno europeos contra la iniciativa de Orbán, lo resume todo bastante bien.

Con su habitual buen criterio, el economista americano Michel Hudson dice que esencialmente la guerra de Ucrania es una guerra contra Europa, pues la hace menos competitiva frente a la economía americana y de paso la amarra política y militarmente a los intereses geopolíticos de Washington con el horizonte de un enfrentamiento con China. Es sorprendente hasta qué punto los incompetentes políticos europeos como la Von der Leyen, Scholz, Baerbock y tantos otros, son incluso más beligerantes que los propios americanos en esa carrera que perjudica a sus países.

En su entrevista con la revista Time del 4 de junio, el presidente Biden lo dijo de forma muy clara: “Si dejamos caer a Ucrania, mire lo que le digo, Polonia y todas esas naciones junto a la frontera de Rusia, desde los Balcanes hasta Bielorrusia, empezarán a hacer sus propias componendas”. Es la posibilidad de una autonomía europea y de su integración en un marco euroasiático con motor chino, lo que está en disputa, pero los genios de Bruselas, Berlín y París lo ignoran, poniéndole la guinda a este verano de oprobio.

[Fuente: Ctxt]

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2024

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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