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Lolo Semwá

Cismáticos perdidos

Confieso mi estupor fascinado ante la temporada de cismas que llevamos. Estaba el culebrón de las monjas de Belorado —con su obispo falso, su cura coctelero y su «no nos moverán» conventual— en pleno apogeo cuando saltó la noticia de otro cisma en la iglesia católica, anunciado por el propio afectado vía (la red antes conocida como) Twitter. Que eso de que unas monjas pasen del enclaustramiento al atrincheramiento, en una versión burgalesa de la rebelión de Münster (aunque se presupone que con menos hambruna y más gin-tonic), parece el guion de una serie de sobremesa pasada de vueltas, pero que un arzobispo de 83 años considere que la mejor defensa es un buen ataque en redes no es menos distópico. A ver, señor Vigatò, que internet lo carga el diablo…

Y luego están los cismas de la ultraderecha. Ya no basta con pardos, azules marinos, negros ni toda la gama oscura de Pantone para identificarlos. Su catálogo es tan amplio y sus estilos tan personales (y personalistas) que estamos empezando a diferenciarlos por sus actos: los del brazo arriba, los de la motosierra arriba, los del pacto migratorio de la UE arriba…, pero siempre con la transición ecológica abajo, los embriones dentro y los inmigrantes fuera. Y mientras estamos en esas, siguen multiplicándose como gremlins en un día de lluvia. Pues no va y le sale un competidor a Vox en las últimas elecciones europeas (además del pp, se entiende). Ahí tenemos al fachinfluencer y dos amigos más ocupando sus escaños y logrando la inmunidad que buscan para no ser procesados por delitos varios, ganada a base de cuatro frases llenas de bilis a través de las redes. Programa ya es solo eso que, entre dos sintonías y un buen rato de propaganda comercial, sale por la tele. Y pensar que se la llama «la caja tonta»… En comparación con lo que pulula por YouTube, presenta un coeficiente intelectual einsteniano, incluso con Mediaset contando para la media.

La ultraderecha está trufando la política de popes. Aunque, viendo cómo funcionan, tal vez sea mejor llamarlos poppers, porque impactan de la misma manera sobre los organismos: «producen un efecto estimulante y vasodilatador que se percibe a los pocos segundos de inhalar la sustancia, con sensación de euforia, ligereza, y aumento del deseo sexual, aunque estos efectos desaparecen rápidamente y dan paso a una sensación de agotamiento. Los efectos adversos producidos son enrojecimiento de la cara y el cuello, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, aumento de la frecuencia cardiaca e hipotensión. […] crean tolerancia, lo que, unido a la breve duración de sus efectos, lo convierte en una droga peligrosa, con un elevado riesgo de intoxicación por sobredosis». Que no se diga que el Plan Nacional sobre Drogas no avisa, pese a lo cual Occidente asiste paralizado a su cisma posmoderno, aunque ni ahora paz ni después gloria. Entre los candidatos ultras que se presentan y los ultracandidotes que los votan, nos están dejando la democracia hecha unos zorros, y esta vez la fiesta de la ídem augura una pésima resaca.

Por supuesto, la izquierda tampoco se escapa del descuartizamiento, pero eso no es nada reseñable, porque parece que está en su naturaleza andar cismática perdida. Menudos años llevamos… Más vale que vayamos dejando la reproducción por esporas para los helechos y nos esmeremos con el proselitismo, que la chavalería se está desmadrando con el colocón y alguien tiene que encender las luces antes de que salga caro arreglar el destrozo. Eso, o claudicar del ateísmo y empezar a poner cirios en los mítines para que parezcan un chill out playero con un falso cura sirviendo los cócteles, a ver si así logramos que la palabra de Marx arraigue en el espíritu de las almas desorientadas. Amén.

29 /

6 /

2024

La «otredad» política se fundamenta en algo enteramente distinto [a conseguir «bazas de representación política» más o menos amplias y más o menos honradamente gestionadas]: en la construcción de ámbitos públicos voluntarios de interrelación social, abiertos y, sobre todo, capaces de autodeterminarse. […] Su germen es el asociacionismo voluntario: la entrega voluntaria de actividad y tiempo personal puestos en común con otros para realizar objetivos compartidos.

Juan-Ramón Capella
«Otra manera de hacer política», Los ciudadanos siervos (1993)

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