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Albert Recio Andreu

Modalidades más patológicas de capitalismo

Cuaderno de locuras: 10

Capitalismo

La visión que tenemos del capitalismo es completamente opuesta a la que ofrecen los libros de texto de economía. Su discurso, asumido por la mayoría de las élites políticas y transmitida por los medios de comunicación (y, más recientemente, también incluida en la formación obligatoria) ha conseguido «normalizar» las reglas de juego capitalistas como reglas imperecederas del funcionamiento económico. Gran parte de esta operación se ha planteado camuflando el capitalismo como una economía de mercado en la que todos somos compradores o vendedores, y donde desaparece el análisis de los mecanismos de poder implícitos en las reglas del juego realmente imperantes. Las empresas se presentan como meros operadores que satisfacen las necesidades expresadas por los consumidores, y como instituciones orientadas a la búsqueda de la eficiencia social.

La lectura crítica del capitalismo incluye tanto el reconocimiento de las relaciones de poder, que subyacen en la propiedad privada y en el funcionamiento del mercado laboral, como en los efectos perversos de un modelo de gestión económica basado en la búsqueda privada de enriquecimiento. La gestión capitalista no conduce a cubrir las necesidades básicas de la población —ignora a los que no tienen recursos—, se desentiende de parte de la reproducción de la fuerza de trabajo —que debe garantizarse por trabajo doméstico no retribuido—, y toma a la naturaleza como una base de suministros inagotables que conducen a una crisis ecológica de consecuencias dramáticas. Las empresas solo pagan por lo que les obliga el mercado (o les imponen las regulaciones) y, por ello, proliferan todo tipo de externalidades y costes sociales. Las empresas persiguen un crecimiento sostenido que conduce de forma agregada a una economía en perpetua expansión (otra cosa es que siempre lo consigan) que choca con las propias necesidades humanas y con los límites físicos de nuestro mundo. La violencia forma parte de esta historia, bien en lo que llamamos proceso de «acumulación primitiva», bien para garantizar suministros a bajo precio, bien para hacer frente a movimientos sociales que ponen en duda las reglas del juego (o, simplemente, que acotan en «exceso» la rentabilidad).

En el párrafo anterior he tratado de resumir las principales críticas al capitalismo. Se trata de una visión muy general, fácil de detectar para un analista atento, pero, en parte, algo abstracta para mucha gente. Además, en una economía tan compleja y extensa no todos los agentes tienen la misma responsabilidad, ni se comportan igual. Impugnar el capitalismo como tal exige un grado de comprensión que escapa a mucha gente. Y que a veces, entre el mundo activista, deriva simplemente en una referencia genérica solo funcional para convencidos. Tanto más inocua cuando a la crítica genérica no se le acompañan propuestas transformadoras. Por eso me parece útil un análisis más específico de aquellas prácticas que expresan más claramente las perversas dinámicas a que nos conduce la búsqueda del enriquecimiento privado. Sin ánimo de ser exhaustivo, he elegido algunas particularmente vistosas y presentes en nuestra vida cotidiana. De hecho, la sugerencia de esta nota me la ha ofrecido las noticias de prensa económica de los últimos meses.

Monopolio

Esta es de hecho la principal cuestión crítica que reconocen la mayoría de los economistas convencionales. Por ello, en muchos países existen instituciones dedicadas a controlar las violaciones de la competencia. En la práctica, sin embargo, han sido incapaces de controlar una realidad dominada en la mayoría de los mercados por uno o unos pocos grupos empresariales, que a veces compiten y otras cooperan para mantener su poder económico. La razón de este fallo en las regulaciones tiene que ver con la forma como se interpreta una práctica monopolista, casi siempre entendida como una coalición para controlar el precio de un producto particular y no como una práctica basada en concentrar recursos económicos para influir de muchas formas en la vida económica. Las políticas antimonopolios han sido, por ejemplo, incapaces de entender la capacidad de concentrar poder de mercado de las grandes empresas tecnológicas, que controlan las principales autopistas de la vida digital. De la misma forma que han sido inútiles en evitar la concentración bancaria, reforzada, además, con el argumento que se trata de entidades que es necesario proteger para evitar efectos sistémicos. La actual batalla de compra del Banco de Sabadell por parte del BBVA es un nuevo episodio de guerra monopolista. Y basta acudir a cualquiera de las muchas colas de una oficina bancaria para oír diagnósticos de lo que ocurrirá si culmina: reducción de personal, cierre de oficinas, peor atención al público, más comisiones bancarias.

El papel de las grandes empresas es mucho mayor que su mera manipulación de los mercados. Mantienen enormes recursos que utilizan para mantener sus privilegios e influir en las políticas y la sociedad. La experiencia reciente de Agbar utilizando numerosos medios para mantener el control de la gestión del agua en la metrópoli barcelonesa es un ejemplo de libro. Entre sus acciones encontramos: acoso legal y mediático al Ayuntamiento y las entidades partidarias de la municipalización; una propaganda masiva que ha incluido la subvención a muchas entidades para ganar apoyos; la presunta compra de voluntades jurídicas mediante la organización de jornadas de debate en las que se invitaba a quien les podía juzgar. Todo un gran ejército de abogados, lobbistas y especialistas en comunicación trabajan para que sus intereses queden bien protegidos.

Adicción

Toda empresa sueña con un negocio que tenga una clientela fiel y creciente. Que no se fije demasiado en el precio ni en otros productos. Que, si se produce un proceso inflacionario, reduzca otras partidas de gasto y mantenga el consumo de su producto. Muchas de las estrategias de marca, de atención al cliente, están orientadas a este fin. Algunas son benignas; todos tenemos un bar o un restaurante preferido o alguna tienda de compras habitual. Pero donde verdaderamente se gestan algunos grandes negocios es allí donde es posible crear una adicción que conduce a un consumo compulsivo sostenido, generador de un flujo creciente de compras. La industria tabaquera es el ejemplo clásico. Como el resto del tráfico de drogas. Que sea una actividad legal o ilegal es lo de menos, lo crucial es la capacidad de generar un mercado cautivo mediante la oferta de un producto que crea dependencia. (De hecho, es posible que la ilegalidad ayude incluso a favorecer un mayor margen de ganancia). Los efectos sanitarios y sociales de estas industrias son la otra cara del negocio, la que no se contabiliza.

Pero, aunque habitualmente tiende a confundirse adicción con drogas, la práctica está muy extendida en otros sectores. Empezando por la industria farmacéutica, más abocada a promover medicación permanente que en ofrecer tratamientos de corta duración, como ha puesto de manifiesto la subinversión en la investigación de antibióticos. Cuenta con el apoyo de un sistema sanitario centrado en «curar» y «mantener la vida» al coste que sea, y mal o nada diseñado para enfrentar las causas sociales y tecnológicas que generan las enfermedades. Es sintomático, por ejemplo, que se reconozca la enfermedad mental como la nueva epidemia, pero, en cambio, no se intervenga en los procesos laborales y sociales que lo generan. En algunos casos, como en la epidemia de opiáceos generada en Estados Unidos, los efectos son tan graves como los del resto de drogas «no sanitarias». Recientemente se ha puesto de manifiesto el carácter adictivo de las nuevas tecnologías de la comunicación, una adicción sobre el que se construyen los enormes beneficios de las grandes tecnológicas, y que genera un enorme ejército laboral dedicado a producir contenidos para reforzar estas dependencias letales.

Las grandes empresas capitalistas cuentan a su favor con años de investigación psicológica, que se emplea en reforzar estas adicciones, en «enganchar» a la gente en determinadas prácticas de consumo que tienen un enorme costo social y sanitario. Muchas de estas adicciones normalizadas socialmente (por ejemplo, cuando alguien presume que las actividades del motor forman parte de su ADN) constituyen no sólo una garantía para el mantenimiento de beneficios y malas prácticas, sino también una de las mayores dificultades a la hora de promover un cambio social en clave ecológica y social.

Pelotazo

Hacerse rico de golpe es el sueño de muchas personas. Para emprender cualquier negocio hace falta un capital inicial. O se tiene por herencia, o hay que conseguir algún sistema de acumulación extraordinaria. Un pequeño negocio que depende crucialmente del trabajo puede generar una renta aceptable para vivir bien, pero no da la opulencia que constituye el elemento motivacional del «emprendimiento». El «pelotazo» es lo que da la oportunidad de pasar a un nivel de riqueza superior. Hay muchas vías para intentarlo, muchas de ellas rozando la ilegalidad. Por ejemplo, en la costa catalana, a principios del siglo XIX, una forma de pelotazo era reunir dinero para comprar un barco, llenarlo de esclavos y transportarlos a Cuba. En la mayoría de los casos, se amortizaba la inversión, el barco se desguazaba y los promotores se habían enriquecido. El coste social era brutal, pero los pelotaris suelen ser insensibles al mal que provocan.

Las actividades de este tipo son la base del capitalismo más especulativo, del de las bolsas, o el de la especulación inmobiliaria. Son también una de las prácticas que contribuyen a generar burbujas y grandes crisis. Como la de 1929 o la de 2012. Generan un mal «macroeconómico», y casi siempre arruinan a los incautos que meten sus ahorros atraídos por la posibilidad de participar en el pelotazo. Es la base de todos los negocios piramidales que reaparecen periódicamente.

En el capitalismo actual, el pelotazo ha estado institucionalizado gracias al enorme desarrollo de los mercados financieros, a la existencia de grandes empresas que organizan estos mercados. En los últimos meses, una de las modalidades en ascenso son las salidas a bolsa. Si tienen éxito (y, para ello, la salida se prepara con un complejo entramado de empresas especializadas) los propietarios se embolsan una buena cantidad de dinero a cambio de una parte del capital. Que después el negocio sea más o menos rentable ya es otra cuestión, pues van a ser los compradores los que tendrán que hacer frente a los problemas de una empresa que les vendieron como sumamente rentable. No es la primera vez que el resultado final es una variante sofisticada de un timo; basta recordar la crisis de las puntocoms o la crisis de 2012. Y, ahora mismo, ya están empezando a tener problemas diversas empresas de energías renovables, cuyos resultados no son los esperados.

El mal principal de este modelo es que detrás tiene un lastre de inseguridad económica, de capacidad de generación de crisis que después se transmite al conjunto de la sociedad. Y en la variante «pelotazo» inmobiliario, también institucionalizado por un activo mercado de compraventa de activos, está además su efecto de impulsor de la inflación inmobiliaria que afecta directamente al acceso a la vivienda de miles de personas.

Rentismo

Los economistas clásicos, los representantes de la burguesía «revolucionaria», se enfrentaron a la fuente principal de los ingresos feudales: la renta del suelo. Pero, sin abolir la propiedad privada del suelo, esta fuente de ingresos parasitaria (basada en una mera tenencia de derechos) no desaparece. De hecho, fue la misma burguesía la principal beneficiaria de gran parte de los procesos de desamortización que acabaron con el orden feudal. Sin contar con la experiencia colonial, donde el acceso a la propiedad fue simplemente la aplicación de la fuerza bruta y el despojo de las comunidades indígenas.

La propiedad urbana ha constituido siempre una fuente de ingresos para los ricos. La especulación y los problemas de la vivienda no son nuevos, forman parte de la experiencia urbana de los dos últimos siglos. Lo que ahora lo ha acelerado es, sobre todo, la mutación de una buena parte de la clase empresarial. Muchos negocios industriales y de otro tipo han sido traspasados a empresas multinacionales o a inversores financieros. En muchos casos, sus antiguos propietarios han dado su particular «pelotazo»; se han encontrado con importantes sumas de dinero. En lugar de invertirlo en nuevas actividades para las que no tienen conocimiento ni ganas, lo han dedicado a operaciones financieras y al sector inmobiliario. El auge del turismo constituye un regalo para este sector, pues les permite un aumento de su renta inmobiliaria cambiando el tradicional alquiler residencial en alquiler turístico, de temporada. Cuando criticamos el impacto negativo del turismo, habitualmente ponemos el énfasis en el papel de restauradores y hoteleros. Y perdemos de vista que una parte sustancial de sus ingresos acaban en las manos de estos ricos que, a diferencia de sus abuelos, ni siquiera tienen que preocuparse de la gestión de complejas estructuras empresariales. Son más parecidos a los antiguos señores feudales que a los glorificados «emprendedores».

Comentario final

El capitalismo es un modelo civilizatorio que debe ser superado. Pero es un entramado tan complejo que, a menudo, escapa a la comprensión de mucha gente. Una cosa es el plano analítico que nos sirve para interpretar la realidad. Y otra el plano de la acción, en el que es necesario utilizar mediaciones, conectar con las experiencias vitales de millones de personas, y llevar a cabo batallas en las que sea posible ganar. De hecho, todo lo que ha permitido que, a pesar de su carácter capitalista, la vida de mucha gente sea vivible, es la continuidad de luchas que han triunfado, acotando el poder del capital en muy diversas áreas. Si me resulta interesante detectar las prácticas más dañinas es porque considero, más allá de la denuncia, que abren espacios en los que generar movilizaciones que sirvan, a la vez, para limitar el poder del capital, mejorar las condiciones de vida de la gente, y aumentar el conocimiento sobre cómo funciona este sistema económico.

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5 /

2024

La «otredad» política se fundamenta en algo enteramente distinto [a conseguir «bazas de representación política» más o menos amplias y más o menos honradamente gestionadas]: en la construcción de ámbitos públicos voluntarios de interrelación social, abiertos y, sobre todo, capaces de autodeterminarse. […] Su germen es el asociacionismo voluntario: la entrega voluntaria de actividad y tiempo personal puestos en común con otros para realizar objetivos compartidos.

Juan-Ramón Capella
«Otra manera de hacer política», Los ciudadanos siervos (1993)

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